—He pasado demasiado tiempo en
Broadway, sin llegar a estar dentro de Broadway Demi
frunció la nariz. Me apetecía cambiar. He firmado otro año más en el instituto
de Honoria. Los chicos quieren representar Grease la primavera que viene y les
he prometido que los ayudaría.
—Parece todo un reto.
—Llevará la mayor parte del año
prepararlo.
—Entonces, ¿vas a dejar la interpretación?
—Yo no he dicho eso. Solo me estoy
tomando un respiro un par de años.
Joseph sabía
lo que un respiro de un par de años podía suponer en la carrera de una
actriz... y más para una mujer que se acercaba a los treinta. Estaba claro que Demi no le estaba contando todo, aunque tampoco
era de su incumbencia, claro. Simplemente, se preguntaba cuánto tiempo estaría
contenta viviendo en Honoria después de su vivencia en Nueva York.
—Tengo que volver con los chicos dijo tras volver a consultar el reloj. Gracias
de nuevo, Demi. Si alguna vez necesitas
algo... te debo una.
—Lo recordaré Demi esbozó una sonrisa divertida. Luego se
levantó del sofá y lo acompañó a la puerta. Me he alegrado de verte, Joe.
—Igualmente contestó él, lo cual
era cierto de alguna extraña manera—. Buenas noches, Demi.
Esta lo rozó con un brazo al ir a
abrir la puerta. Y la reacción de Joseph a
un contacto tan insignificante fue desproporcionada... lo que demostraba lo
estresante que había sido el día, decidió él. Lo había dejado agotado. Nada
más...
Demi esperó a que Joseph
hubiera cerrado la puerta para desplomarse sobre el sofá. «Guau», pensó
aturdida. Si ya era un chico increíble en el instituto, se había convertido en
un hombre todavía más atractivo.
Seguía pareciendo tan distante y
evasivo con ella como entonces. Y seguía mirándola de un modo que le aceleraba
el corazón. Al menos había logrado ocultar la reacción de su cuerpo ante él.
No, en esa ocasión no permitiría
que Joseph le rompiese el corazón. Si
ocurría algo entre los dos, lo cual no había descartado, sería según sus
propias condiciones.
Como en la mayoría de las ciudades
pequeñas, comprar en el supermercado de Honoria era un gran acontecimiento
social. Antes o después, todos acababan allí. Era casi imposible pararse a comprar
un artículo sin toparse, con algún conocido.
Vestida con un top a rayas,
pantalones cortos color caqui y unas sandalias, Demi
se atusó el cabello y aplicó una barra de cacao sobre sus labios antes
de entrar en el almacén el viernes por la tarde. Se cruzó con tres personas
antes de conseguir el carrito para la compra. Todos querían hablar con ella de
lo que había ocurrido en la piscina días atrás, esa misma semana.
La exasperaba, aunque no la
sorprendía en exceso, que el incidente se hubiera ido exagerando de unos a
otros; en especial, la intervención de ella.
— ¡Arriesgaste la vida para salvar
a ese niño! —Dijo la canosa Mildred Scott con admiración—. Deberían concederte
una medalla, Demi.
—Mi vida no estuvo nunca en
peligro, señora Scott —replicó Demi con
paciencia tras agarrar por fin un carrito—. Solo saqué al chico del agua.
—¡Qué modesta! —Dijo la señora
Scott, la cual prefería claramente la versión que le había llegado a ella—. Aun
así, creo que le pediré al alcalde que te conceda esa medalla.
—Señora Scott, le agradecería que
no... Pero la mujer se alejó sin esperar a que la disuadieran. Demi suspiró y empujó el carrito hacia el sector
de cosméticos. Un trío de adolescentes con las manos llenas de cosméticos la
abordaron.
—Hola, señorita Lovato la saludaron a coro, adoptando el tono que
emplea cualquier chico ante un profesor.
Aunque sabía que en esos momentos
no tenía aspecto de profesora, también Demi adoptó
un tono de maestra:
—Hola, chicas. ¿Contentas con las
vacaciones?
Las tres asintieron efusivamente y
luego se marcharon entre risillas y susurros. De pronto,
Demi se sintió mayor. Era curioso lo relativa que era la edad, pensó
mientras tomaba una caja de toallitas desmaquillado-ras y avanzaba hacia los
dentífricos. Para la anciana señora Scott, Demi
era una chiquilla. Pero las adolescentes debían considerarla una anciana a sus
casi veintinueve años, se dijo mientras echaba hilo dental al carrito, para
dirigirse hacia la sección de artículos de limpieza acto seguido.
Agarró un limpia cristales de un
estante y lo tiró sobre el resto de la compra.
Dos cosas más y habría terminado
con la lista.
De pronto, notó que tiraban de sus
pantalones. Demi miró hacia abajo y alzó las
cejas al reconocer al niñito rubio al que había salvado.
—Hola, Sam.
—Hola —contestó este en tono
tristón, sin apartar sus azules ojos de la cara de Demi.
— ¿Has venido con tu papá?
—preguntó ella, mirando en derredor.
—Estoy con la abuela —repuso el
niño tras negar con la cabeza.
—¿Dónde está?
—Ahí —Sam apuntó hacia un lado
vagamente.
—¿Sabe dónde estás?
El chico se encogió de hombros,
claramente despreocupado.
Un niño curioso, pensó Demi mientras examinaba su seria carita. Seguro
que alguna vez se reiría, pero todavía no lo había oído. Sam seguía mirándola,
como esperando que dijese o hiciese algo interesante.
—¿Cómo estás?
—Bien —contestó el niño. Luego se
calló de nuevo sin dejar de mirarla.
Estaba ya pensando en ponerse a
bailar claque, solo para no decepcionarlo, cuando Bobbie,
Jonas apareció:
— ¡Estás aquí! ¿Por qué te has ido
corriendo como...? Ah, hola, Demi.
Con la misma sensación que debían
de haber tenido las alumnas adolescentes de antes, Demi
contestó a su antigua profesora de instituto con educación:
—Hola, señora Jonas .
—Te he dicho que me llames Bobbie —
respondió esta—. Ahora somos colegas. Además, estoy en deuda contigo por haber
salvado a mi nieto.
Dado que Bobbie ya la había llamado
por teléfono para expresarle su gratitud, no veía necesario volver sobre el
tema. A fin de cambiar de conversación, sonrió a la hermanita de Sam, sentada
en el carrito de la compra.
—Hola, Abbie. ¿Cómo estás?
—Muu —contestó la niñita.
—Estábamos jugando a los animales —
explicó Bobbie—. Acaba de decirte cómo hacen las vacas.
—Muy bien, Abbie.
La niña rió y aplaudió. Su hermano,
todavía serio, volvió a tirarle de los pantalones:
—Tengo un libro nuevo le dijo
cuando hubo captado su atención.
—¿De verdad? Enséñamelo lo animó Demi. Los osos ingeniosos leyó después de que Sam
se lo dejara.
—Es sobre un oso y su hermanita,
que pasan la noche en casa de su abuela comentó Sam.
—Seguro que está muy bien Demi le devolvió el cuento. ¿Te gusta leer, Sam?
Bobbie, que no era de las que están
calladas mucho tiempo, respondió por su nieto:
—Sam siempre tiene un libro en las
manos... igualito que su padre cuando era pequeño.
—Está claro que a Joseph le dio sus frutos murmuró Demi, que en su día había considerado a Joseph Jonas como el chico más inteligente del
instituto. Y el más atractivo de Honoria. Recordó su aspecto de la otra noche,
con el pelo rubio impecablemente peinado, sus ojos azules y serios, su afeitado
apurado y sus pómulos y mentón pronunciados, y comprendió que no había cambiado
su opinión al respecto.
—Me gustaría invitarte a cenar le
propuso Bobbie de repente. En agradecimiento por rescatar a Sam.
—Es muy amable por tu parte, pero
no es...
— ¿Estás libre mañana por la
tarde?, ¿a las siete?
—Yo...
—Perfecto. Entonces te esperamos.
Venga, Sam, tenemos que irnos.
Sam siguió mirando a Demi:
— ¿Vas a ir a cenar a casa de la
abuela?
Demi se
preguntó si alguien habría logrado rechazar alguna vez una invitación de
Bobbie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario