lunes, 5 de noviembre de 2012

Caperucita y El Lobo Capitulo 18




Sr. Jonas. —Annette pasó fácilmente desde su oficina a la izquierda de la sala,
sus piernas llevando su cuerpo más rápido que una persona dos veces más alta—.
No me di cuenta de que había regresado.
Ella sostuvo su bloc de notas siempre presente con una carta enganchada a su
sobre en la parte superior. Empujó sus gafas marrón, demasiado grandes para su
pequeño rostro, pero de alguna manera con su peinado alto, su blusa y la falda
ajustada. Su mirada se desplazó a Demi. Las comisuras de sus labios delgados
formaron una sonrisa bonita.

Sra. Lovato. Usted está aquí. Qué maravilloso. Eso quiere decir…
—¿Qué pasa, Annette? —Reconoció el brillo en sus ojos. Ella tenía una tendencia
inoportuna de idealizar cosas que provenían de Joseph. No era difícil imaginar los
saltos que habría dado el verlo caminar de la mano con Demi.
—Sí. Por supuesto, Sr. Jonas. Lo siento. —Annette se puso rígida, toda ella
exudando negocios. Ella leyó su bloc de notas—. Ha recibido la información que
usted ha estado esperando del juez Woodsmen.
—Gracias.
—Lo dejé sobre su escritorio.
—Lo leeré más tarde. —Maldita sea, esperaba que no hubiera necesidad de esa
información.

—Sí, señor. Además, la Sra. Pi llamó de la panadería, a la Sra. Lovato. Ella dijo, y
cito, que Luis golpeó el cubo ahumado con el pie y tomó un pedazo de lámina
de corta fuego para cubrirlo, el pastel de bar-mitzvah de Pearlman y la mitad de
los pasteles para la despedida de soltera están sucios.
Demi susurró un juramento luego se desvió hacia Annette. Ella le cogió las
manos, inclinándose—. Annette, ¿verdad? Tienes que sacarme de... —Ella miró a
Joseph—. Quiero decir, tengo que llegar a mi tienda. Ayúdame a salir de aquí. Por
favor. Espera. Mis zapatos.
—Gracias, Annette, —dijo Joseph, caminando al lado de Demi. Él envolvió su brazo
alrededor sus hombros, y le dio un tirón mas cerca—. Me aseguraré de que la Sra.
Lovato salga del bosque. Personalmente.

— Pertenecía a la madre de Demi. —Dijo Joseph.
—¿Diana?
—Lo encontré un par de semanas después del accidente.— Él colocó el medallón
de oro en la mano de la abuelita—. Se rompió el cierre. Lo tuve que limpiar y
reparar.
Los tristes ojos azules de la Abuela lo miraron por debajo de la capucha de sus
párpados.

—¿Usted lo guardó todo este tiempo?
Joseph, cambió su enfoque hacia las puertas abiertas de cristal del patio de la
clínica de ancianos. Su rostro estaba caliente—. No estoy seguro de por qué no lo
regresé antes. Tal vez porque ya no quedaba nada para recordar a Donna. Tal
vez porque Patrick y Diana habían tomado algo mío y yo quería tener algo de ellos.
Es absurdo. No sé.
La abuela cubrió su mano con la suya. Él podía sentir sus temblores, la edad hacía
su balance inestable. Era comprensible—. Usted lo necesita más que nosotros.
Demi era demasiado joven para tener algo como esto y yo... yo no habría
sabido qué hacer con él.
—Gracias, Ester. —Era una mala excusa, pero él la tomaría—. Lo tienes ahora y
creo que encontré fotos que son bastante útiles.
La abuela miró hacia el medallón, los dedos finos que trabajaban su sello
hermético. Su miniatura encajaba entre las dos mitades de óvalos y se abrió. Los
segundos pasaron mientras su mente procesó las imágenes y una sonrisa brillante
floreció en su cara.

Joseph sabía lo que veía. Él había mirado la foto de la joven familia Lovato y la del
frente, de Patrick con su bebé Demi un millón de veces en los últimos años. Esta
foto nunca existió en su familia. Él y Donna nunca discutieron por tener niños.
Irónicamente, no se había dado cuenta de lo mucho que había deseado una
foto, hasta que a ella le quitaron la posibilidad, debajo de la aglomeración de un
SUV.
Joseph obligó a sus pensamientos a alejarse de los viejos sueños y deseos—. Demi
mencionó que había tenido un visitante. Alguien que fingía ser Patrick.
Las mejillas de la Abuela se pusieron de un rojo manzana, con una pequeña
sonrisa tímida en sus labios delgados—. Oh, yo sé que Patrick no quiere que venda
mi casita. No sin una buena razón. Todo era mi imaginación. Mi mente juega
trucos conmigo a veces, ya sabes.

—Yo no creo que su mente esté jugando esta vez, Ester. Creo que alguien está
tratando de aprovecharse, usando cualquier táctica que pueda, para poner sus
manos sobre su propiedad. Y estoy bastante seguro de que sé quién está detrás
de esto.
La noticia trajo un destello de alivio a sus ojos. Un instante más tarde el
resentimiento tomó su lugar—. ¿Aprovecharse, dice usted? Uhmph. Vamos a ver
eso. La próxima vez que el perro viejo venga, voy a... —Su promesa murió en el
aire, agitando su mirada a Joseph.
Sabía sus pensamientos sin oírlos. La habían engañado una vez, creyendo que su
hijo muerto estaba de visita, dándole órdenes, ¿Cómo sabría ella la diferencia la
próxima vez?

Joseph llevó sus manos alrededor de las de ella, que todavía sostenían el medallón
abierto—. Esto ayudará. Use el medallón de Lilly. Mire las fotos la próxima vez que
alguien se llame a sí mismo Riddly. Recuerde donde fue encontrado. Y que Riddly
se ha ido. Se han ido Lilly y Donna. Cadwick puede parecerse a su hijo, pero no lo
suficiente para enfrentarse a su fotografía, o a esas clases de memorias potentes.
No podía quedarse con la abuela las 24 horas de los 7 días y a la vez tratar de prohibir a Cadwick de las premisas de la tienda para har parecer mejor su oferta a Demi. Joseph había utilizado su encanto de hombre lobo y la familiaridad con el personal que rodeaba a Demi para restringir la lista de los visitantes, pero Cadwick era un maestro para pagarle a una persona. Él ubicaría el eslabón más débil en la seguridad y lo traspasaría.
No. La abuelita tendría que utilizar su mente y su ingenio para protegerse. El medallón la ayudaría.
—Nunca pudiste enterrar a tu esposa, ¿Verdad?
La pregunta de la Abuela le cogió totalmente por sorpresa.
La pregunta de la abuelita lo tomó totalmente por sorpresa. Tartamudeaba. El
desplazamiento de su mente tan rápido, que no tuvo ni tiempo para lanzar las
barreras que mantenían fuera el más doloroso de sus recuerdos.

—No. Yo... ella... No. Donna murió antes de que pudiera cambiar a la forma
humana. Se deshicieron de su cuerpo como lo harían con cualquier animal
muerto. —Hizo una mueca de dolor al final, su corazón pichándolo.
—¿No podían dejarlo a su decisión y que se quedara con usted? El accidente
ocurrió en su tierra.
Joseph sacudió la cabeza. Si tan sólo hubiera sido tan fácil. Si sólo hubiera sido
capaz de pensar con claridad, rapidez, tal vez hubiera podido llegar a alguna
solución—. Tomar al lobo... muerto... es el procedimiento. No había nada que
pudiera decir que no pareciera extraño. Tuve que pensar en la manada. Proteger
al resto de la curiosidad o la sospecha.
Joseph le había dado permiso a la familia Lovato para utilizar el acceso directo a
través de su bosque, de la subdivisión a la cabaña. Él nunca tendría confianza de
nuevo. La policía llegó tan rápido como pudieron porque Patrick y Diana Lovato
habían traicionado su acuerdo.

Otro coche, amigos de los Lovato iban tras ellos cuando habían golpeado a su
esposa. Debido a ellos, a la policía, ambulancias y todos los demás había tenía
que detenerse, sin poder hacer nada en el bosque, mientras ellos que sin pensarlo sacaban el cuerpo de su esposa del el tubo de metal. Y lo lanzaban a la parte trasera de la grúa como escombros. Llevaron a su mujer para incinerarla en un horno de la ciudad. O Dios no lo quiera, algo peor.
Su único consuelo era que algo como esto no volvería a ocurrir. Se había cerrado
la carretera de un solo carril de grava, técnicamente sólo dos caminos de
neumáticos con malas hierbas que crecían en medio, inmediatamente después
del accidente. Se plantaron árboles, alentando a la maleza, de modo que por
ahora no había ningún rastro de la carretera que había existido.

La abuela cambió el medallón de la mano y envolvió la otra alrededor de la
palma de Joseph—. Fue un accidente, querido. Sé que culpas a mi Patrick , pero él
no tenía ni un hueso malo en su cuerpo. No habría deseado el tipo de sufrimiento
que han soportado tu y Demi, ni a su peor enemigo.
—No lo culpo. —Joseph se sorprendió con la facilidad con que lo dijo. Lo había
estado pensando desde el principio, pero nunca en voz alta.
—Fue mi culpa. Donna y yo estábamos discutiendo... peleamos. La acusé de
engañarme y salió corriendo. Yo no fui tras ella.

ÉL recordó el olor de otro hombre en su esposa, un hombre que reconoció. No
había ninguna sospecha, ninguna suposición. Él sabía que ella había estado con
alguien más. El problema fue que no estaba tan molesto por su infidelidad como
lo estaba con él mismo por no sentirse más traicionado. Le gustaba Donna, pero
algo faltaba entre ellos, algo que sólo se hizo verdaderamente perceptible
después de que ella había muerto. Tal vez un niño hubiera sido la diferencia,
llenaría lo que faltaba entre ellos. Él nunca lo sabría.

—Yo estaba feliz por la distancia entre nosotros —él dijo—. Hasta que... ¡Dios!
todavía puedo escuchar ese sonido, ese accidente, como una explosión. Yo lo
supe antes de empezar a correr. Sabía que Donna se había ido. Yo podía sentirlo.
—Lo escuche también. —La abuela se estremeció—. Un sonido horrible. Yo sabía
que mi hijo se había ido. Simplemente estoy agradecida de que mi Caperucita
Roja sobreviviera. Dios sabe cómo lo hizo.
Joseph sabía cómo había sobrevivido. Él había sido el que se había precipitado por
la ladera hasta la orilla del bosque en donde estaban muertos, tan rápido que
nadie lo vio pasar. Los amigos de la familia eran inútiles, estaban embobados en la ruina de la carretera a través de la lluvia y la oscuridad, fue Joseph el que evaluó
los daños.

El camión estaba volteado. Había reconocido el olor inconfundible de la muerte,
una mezcla de fluidos corporales y carne fría. Los padres estaban muertos. El olor
se lo confirmo, antes de que él hubiera llegado a revisarles el pulso. Ninguno
llevaba puesto el cinturón de seguridad. Habían atravesado el parabrisas antes
de que el camión se detuviera.
Su niña, Demi, levaba abrochado el cinturón en el asiento de atrás, pero la
correa de su hombro se había deslizado hasta estrangular su cuello. Estaba
inconsciente, su carita poniéndose azul. Pero ella estaba viva.

Trató de soltar la hebilla de ella, pero el broche se había atascado en el rodillo.
Romperlo no fue nada de fuerza mayor. Su pequeño cuerpo cayó en sus brazos y
por un momento extraño la miró a la cara, poco a poco, vio que podía respirar.
Su mente no le permitió un respiro durante mucho tiempo. Sin embargo, el sonido,
la estruendosa explosión de metal y vidrio, el ruido espantoso, y el conocimiento
instintivo de que Donna había desaparecido hizo que todo se viniera sobre él de
nuevo.
Coloco a Demi con suavidad en uno de los helechos y lentamente se dirigió a la
parte delantera de la camioneta. No pudo verla en un primer momento, la forma
en que la camioneta estaba, la lluvia, la oscuridad, hacían difícil ver. Después se
inclinó y miró en la parte delantera de la camioneta. Sólo alcanzó a notar la cola
y las partes traseras, la piel marrón suave, mojada por la lluvia, y la sangre.
Joseph corrió alrededor de la camioneta a las ruedas delanteras del lado del
conductor. Donna estaba en un ángulo, atrapada entre la defensa y el árbol, sus
patas delanteras, el pecho y la cabeza separados del resto de su cuerpo, sólo en
esa posición debido al peso aplastante de la camioneta. Estaba muerta. Estaba
muerta antes de que la camioneta se hubiera detenido, Dios.

¿Cuánto tiempo había estado allí? ¿Cuánto tiempo pasó? No estaba seguro. Tal
vez si hubiera salido más rápido, reaccionado más rápido, tal vez podría haber
llevado el cuerpo de Donna lejos antes de que la policía se presentara. Pero una vez que el primer policía tropezó y se tambaleó en el camino, fue demasiado tarde. Esas personas y su pequeña pelirroja habían cambiado su vida de manera
irrevocable.

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