—Has sido mordida. —La abuelita se
levantó de la cama cerrando la puerta de su habitación detrás de Demi. Su mano arrugada
tembló, señalando a Demi para que se acercara.
Demi sacudió su sorpresa y entró
en la habitación. Ella tomó su mano.
—Estoy bien, abuela. Es sólo un rasguño. Tú eres la que me
preocupa. Siento mucho no haber estado aquí cuando te llevaron al hospital.
—¡Bah! Eso no importa. El hospital tiene el mejor bizcocho los
jueves por la noche.
—Abuela...
—¿Qué pasó? ¿Por qué? ¿Me lo explicarás todo? El libro dice que la
primera vez es más difícil. —Demi abrió sus ojos como platos, con la espalda recta. La nabuelita
estaba lo más lúcida que había visto en años, y ella no tenía ni idea de lo que
estaba hablando—.Te dolerá, ya sabes, la primera vez.—¿Qué dolerá? ¿Explicar el
qué?
—Lo de... Demi, querida, ¿dónde está?
—¿Quién?
Joseph Jonas, por supuesto. No conozco a ningún otro lobo, ¿no?
—Su tono de voz dejó claro que era una broma, pero cuando Demi no contestó, la abuelita
llegó a sus propias conclusiones.
Las voces en la sala atrajeron la atención de Demi. Joder, ¿por qué hablan tan fuerte?
Oía hablar a la enfermera con el Sr. Peterman en el pasillo, como si estuvieran
en la sala. ¿Y quién estaba tocando el piano? ¿Habían colocado un micrófono
dentro del piano? Por supuesto que habían puesto un micrófono en el piano para
ser escuchado y sartenes que se estrellaban en la cocina. Dios, ¿por qué es tan ruidosa la
Clínica hoy? ¿Cómo puede pensar alguien?
—Así que has conocido a toda la familia, entonces —dijo la abuelita,
ajustando el edredón de flores de la cintura para abajo.
—¿Qué? —Demi volvió su atención a su abuela.
—La familia de Jonas —dijo—. La Sra.
Joy es muy agradable y los gemelos son corteses, pero no
puedo decir que Lynn me agrade demasiado. Siempre tratando de entrar en los
asuntos de Joseph. Es viuda, por amor de Dios, y su cuñada.
—¿Lo sabías? ¿Acerca de todos ellos? ¿Durante todo este tiempo?
—Alguien limpiaba un tocador, el sonido de un inodoro, el sonido de agua se
hacía eco en la cabeza de Demi.
—¿Por qué? Sí, querida. Tú también. Te he hablado sobre mi hermoso
lobo de plata cientos de veces. —Con
la frente arrugada, su voz adquirió ese tono cuidadoso usado con niños pequeños y mentalmente inestables—.
¿Cómo pensabas que llevaba las violetas al florero y limpiaba todo?
Alguien gritó "bingo". Demi miró a través de la
habitación buscando un altavoz.
No había nada, a pesar de que varias personas expresaran sus
felicitaciones a Millie.
—Yo... Pensé que eras...
—¿Una vieja tímida con una carga completa?
—Sí. —Aunque ahora se preguntaba lo mismo sobre sí misma—. Quiero
decir, yo pensaba que era uno de tus encantos.
Demi se derrumbó en la silla de
noche, resistiendo el impulso de ahuecar sus manos sobre sus oídos.
¿Qué estaba pasando? El dolor encrespó su estómago, la hacía
cruzar los brazos sobre su vientre, agarrando con fuerza. Era el primer
calambre desde la ducha, pero parecía hacerle más daño. Hizo una mueca, dejó el
dolor, esperando que se calmara.
—Está comenzando ya —dijo la abuelita con la cabeza en el vientre
de Demi.
—¿Qué? —Demi se retorció en su asiento. El dolor la entorpeció, pero aún no
había desaparecido por completo —El cambio. El cambio está empezando. Mierda,
¿en realidad él no te explicó nada?
—Abuela…
—Bueno, querida, lo siento. Pero no debiste dejarlo sin hacerle
algunas preguntas.
No saltarías a la cama sin descubrir en primer lugar las cosas más
importantes acerca de un hombre, ¿verdad?
¿Cosas importantes como que él la había culpado por la muerte de
su esposa y él era lo que ella había despreciado durante toda su vida? Al parecer.
—¿Cómo supiste que había sido mordida? —Un cambio astuto. Demi esperaba que la abuelita no
la llevara a admitir todas las cosas descuidadas que había hecho la noche
anterior.
—Puedo verlo en tus ojos. —La abuelita se inclinó hacia Demi, mirándole los ojos, pero no
dentro de ellos—. Ellos tienen esa mirada salvaje. Las pupilas dilatadas, con
los ojos más grandes, como si lo vieras todo. —Demi no estaba segura de eso. En
ese momento estaba demasiado ocupada notando cómo el dolor sordo en su estómago
se había extendido a las piernas y los brazos. Le dolían los músculos como si
hubieran sido por exceso de trabajo. Y el ruido se estaba convirtiendo en un
maldito sonido ensordecedor—. Hueles a él también.
—¿Qué?
—Debes de haberlo notado. Es un olor maravilloso, como la tierra y
los árboles y el viento. Hueles como él ahora. Pero eso es normal para los
hombres lobo.
—Hombres lobo... —Demi todavía no podía envolver su cerebro alrededor de eso—. Abuela,
¿Cómo sabes todo esto?
La abuelita abrió el cajón de su mesita de noche y sacó un libro
viejo de cuero. Se lo entregó a Demi.
—Joseph me lo dio hace años cuando tu abuelo murió. Él se ofreció a
llevarme a su manada. Me lo contó todo. No puedo creer que, por lo menos, no te
hubiera advertido sobre el primer cambio.
—No fue Joseph.
— ¿Qué? Entonces, ¿Quién? ¿Qué pasó? —La cara de la abuela
palideció.
—No te preocupes. Estoy segura de que Joseph se encargará de ello. Cuidó
de mí. Pero entonces se distrajo. Estaba demasiado ocupado, malditamente ciego
para decirme que había sido convertida en un hombre lobo. Y entonces yo sólo...
yo no me quedé allí.
—Bueno, no puedo imaginar lo que podría distraerlo de algo tan
importante.
¿Qué...? —Sus mejillas se enrojecieron—. Oh. Sí, bueno... un carácter
muy amoroso también es normal.
—¿Te creíste lo que pone aquí? —Demi leyó la tapa—. La Maldición del Lobo, por Gervasio de Tilbury,
en el año de nuestro Señor 1214.
—Parte de ello es mentira, por supuesto.
—Abuela. —La mujer casi juró que nunca había hecho las ocasiones
más raras, más sorprendentes.
—Tenía miedo de mi propia sombra en aquel entonces. Y no es una
maldición. Es un virus. Te desplomas por la enfermedad en primer lugar, como la
varicela, antes de que tu cuerpo cree anticuerpos para tu control. Después
puedes cambiar una y otra vez a tu voluntad. El resto del libro es bastante
exacto, según me dijeron. La ley de la manada, el instinto, la tradición.
Deberías leerlo antes de que el cambio avance demasiado.
—Genial. —Se sentía como una mierda, dolor en el estómago, estaba
abrumada por toda clase de ruidos, y ahora ella la estaba preparando. Demi se estremeció, con un
hormigueo en la piel. Revisó su brazo para asegurarse de que sólo sentía las
hormigas encima de ella—. Tengo que irme a casa.
—Sí, querida. Estoy totalmente de acuerdo. Lee el libro o busca a Joseph. Es tu elección, Caperucita.
Algo le dijo que la hora de la verdad se había acabado.1
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