lunes, 12 de noviembre de 2012

Seductoramente Tuya Capitulo 4





Eran casi las ocho cuando Joseph llamó al timbre de Demi. Vivía a pocas manzanas de él, aunque su bungaló era considerablemente más pequeño que el dúplex de cuatro dormitorios que Joseph había comprado al regresar a Honoria diez meses antes.
Jamás pensó que acabaría en el umbral de su casa.
Llamó al timbre de nuevo. Podía oír música en el interior. Música rock a todo volumen. No lo extrañaba que no oyese el timbre. Llamó una vez más y, de pronto, la música se detuvo.
— ¡Ya va! —dijo Demi. Abrió la puerta y, tras una breve pausa, ladeó la cabeza y se plantó una mano en la cintura—. ¡Vaya, Joseph Jonas! ¡Qué raro verte por aquí!
La última vez que Joseph había visto a Demi esta cursaba el segundo año del instituto, mientras que él ya era alumno preuniversitario. Aunque lo había reconocido de inmediato, Joseph sabía que había cambiado mucho desde entonces. Ella, en cambio, apenas había cambiado, salvo el color del pelo. Los años habían sido muy generosos con Demi.
Se tomó un momento para estudiarla. El cabello le caía despeinado sobre la cara, sofocada y bruñida con gotas de sudor. Llevaba una toalla alrededor del cuello, una camiseta turquesa, pantalones cortos negros y unas zapatillas de deporte caras. Tenía varios pendientes en ambas orejas, pero ninguna otra joya. Y no estaba maquillada.
Aquel estilo informal, en general, nunca le había gustado. Pero, en el caso de Demi, resultaba de lo más seductor. Siempre se había sentido atraído hacia ella, por mucho que se hubiera esforzado en contenerse.
Lo cual, al parecer, tampoco había cambiado.
La miró a la cara y se vio reflejado en los ojos verdes de Demi.
— ¿Interrumpo algo?
—Ful contacto —Demi se secó la cara con un extremo de la toalla—. ¿Quieres practicar un poco?
—No, gracias —rehusó él con educación.
—La última vez que nos vimos creo que te pregunté si querías esconderte conmigo en el gimnasio para magrearnos un poco —comentó Demi, sonriente—. Y estoy segura de que aceptaste.
Joseph se aclaró la garganta, reticente a dejarse arrastrar por sus indiscreciones juveniles. Recordaba perfectamente la primera vez que la había besado en el gimnasio. Como recordaba haberle dicho que aquello no podía volver a suceder. Aunque había vuelto a ocurrir en un par de ocasiones.
—La razón por la que estoy aquí...
Demi rió... tal como se había reído de él hacía casi quince años.
—Ya sé por qué estás aquí —dijo ella—. Y no tiene nada que ver con nuestro pasado.
—No. Quería...
—Pasa, Joe. Necesito beber —lo interrumpió Demi, echándose a un lado de la entrada.
Nadie más lo había llamado Joe. No se lo habría permitido a ninguna otra persona. Pero, de alguna manera, siempre le había parecido natural que Demi lo llamase así.
—No puedo quedarme mucho —dijo él, mirando el reloj—. Mi madre está con los niños y...
—No tardaremos mucho.
Tenía dos opciones: seguirla a la cocina o quedarse solo en el umbral. Miró de reojo hacia su coche y, finalmente, entró en el búngalo y cerró la puerta.
No lo sorprendió que la decoración de la casa de Demi fuera tan alegre y poco convencional como ella. Un conjunto abigarrado de colores y tejidos se mezclaban y competían con diversos objetos que Demi había coleccionado. Detuvo la mirada en una Estatua de la Libertad de plástico de unos quince centímetros, en una figurita de porcelana de Marilyn Monroe y luego observó una de las muchas fotografías enmarcadas de la habitación, en la que Demi aparecía junto a un famoso humorista de la televisión. Al lado, había una instantánea de Jamie pegada a una actriz ganadora de un Osear.
Había más, pero no se detuvo a mirarlos todos. Ni permitiría sentirse impresionado.
Después de todo, la carrera de Demi como actriz en Nueva York había durado menos de diez años y, en esos momentos, estaba enseñando teatro en el instituto. Al igual que él, Demi había terminado justo donde había empezado.
Se preguntó si su regreso habría sido más dichoso que el de él.
Sin molestarse en preguntarle si quería algo, Demi sacó una botella de agua fría, llenó dos vasos y le entregó uno a Joseph. Ella se bebió la mitad del suyo de un solo trago; luego dejó el vaso en la encimera.
—Antes de que sueltes el discurso que tendrás meticulosamente preparado, quiero decirte que no hace falta. Estaba cerca cuando tu hijo se cayó al agua esta tarde y me tiré a sacarlo. Cualquier -otra persona habría hecho lo mismo.
—Pero no lo hizo ninguna otra persona —replicó él—. Has salvado la vida de Sam, Demi puedo encontrar la manera de expresarte mi gratitud.
—Dejémoslo en gracias y de nada, ¿te parece?
—No es suficiente —contestó Joseph—. No después de lo que has hecho.
—Simplemente, me alegro de haber estado ahí —Demi se encogió de hombros.
—Yo también —dijo él, emocionado.
—Vamos al salón —Demi agarró su vaso.
De nuevo, tuvo que seguirla para no quedarse solo. Dio un sorbo de agua y dejó el vaso sobre la encimera justo antes de salir de la cocina.
—Demi...
Esta se quitó las zapatillas y se hizo un ovillo sobre el sofá, invitándolo con un gesto de la mano a que tomara asiento en una silla cercana.
—Tus hijos son adorables, Joseph.
—Gracias —contestó él sin saber qué más decir. Ya le había dado las gracias, en la medida en que Demi le había dejado, que era todo cuanto había pretendido hacer.
—¿Qué edad tienen?
—Sam cumplió cinco años el mes pasado. Abbie tiene catorce meses.
—He oído que tu mujer murió el año pasado. Lo siento.
No tenía intención de hablar de su difunta esposa, de modo que se limitó a asentir con la cabeza en respuesta a la sincera simpatía que había apreciado en la voz de Demi.
— ¿Eres buen padre? —le preguntó esta seriamente, como si esperara que él pudiese contestar sí o no sin vacilar. —Lo hago lo mejor que puedo. —Tu niñera...
—La he despedido esta noche.
—¿La has despedido? —Demi parpadeó.
—Ha dejado que mi hijo casi se ahogue. Dice que no lo vio caerse al agua. La había avisado de que no sabe nadar.
—Estaba jugando con Abbie. Parecía encariñada con ella.
—Sí, con Abbie era buena —concedió Trevor—. Pero no conectaba con Sam. Como no lograba comunicarse con él, tendía a no prestarle atención. Tengo dos hijos. Necesito que alguien cuide de ambos mientras trabajo.
Demi lo miró a la cara.
—Siempre fuiste un poco intolerante con los fallos de los demás.
—Tratándose de la seguridad de mis hijos, siempre exigiré la perfección respondió él con sequedad, curiosamente dolido por la crítica de Demi.
—Por supuesto.
Joseph no supo cómo interpretar la expresión que acompañó a aquellas palabras.
—Y mañana me aseguraré de que ese socorrista incompetente pierda su trabajo también.
—Ojala no lo hagas. Es joven. Estaba totalmente impactado por lo que ha pasado esta tarde. Estoy seguro de que estará mucho más atento a partir de ahora.
—No en la piscina donde nadan mis hijos.
—Qué raro —dijo Demi con suavidad—, recuerdo que eras estirado y arrogante; pero nunca te consideré un idiota.
—Jamie, mi hijo casi se ahoga por su culpa!
—Cometió un error. Muy grande, lo reconozco; pero creo que se merece una segunda oportunidad. ¿Pretendes que me crea que tú nunca te has equivocado, Joseph Jonas?
—No —contestó este con acritud—. No pretendo que lo creas.
—Dale al chico otra oportunidad. Regáñalo si quieres, pero no hagas que lo despidan.
Incluso de jóvenes, incluso a sabiendas de que Demi solo le ocasionaría problemas, esta siempre había sido capaz de manejarlo.
—Está bien —Joseph suspiró—. No pediré que lo echen. Pero espero que tengas razón y haga mejor su trabajo en adelante.
—Lo hará le aseguró Demi.
—Te tomo la palabra Joseph la miró cambiar de postura. Así, con las piernas dobladas, los pantalones ofrecían una intrigante vista de sus muslos. Irritado por la reacción de su cuerpo ante aquella panorámica, optó por mirarla a la cara. Oí que habías vuelto. La verdad es que me sorprendió.
Vine en marzo concretó ella. Mi tía, que sigue enseñando en el colegio, me informó de que en el instituto estaban buscando un profesor de teatro para lo que quedaba del segundo semestre. La profesora anterior no tenía pensado marcharse hasta dentro de un par de años, pero cuando le diagnosticaron un cáncer a su marido, dejó el puesto para cuidar de él. Necesitaban a alguien urgentemente y yo estaba disponible.
—¿Y piensas quedarte ahora que ha terminado el curso, o vas a volver a Broadway?

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