Al día siguiente por la noche,
Demi estaba sacando sus cosas de
baño en casa de Joe.
Habían acordado por teléfono que ella pasaría allí el resto de la semana. Eso
era todo el tiempo que les quedaba. El sábado por la noche, en la fiesta que
la familia de Joe celebraba
todos los años, acabaría su romance.
El baño principal tenía un
lavabo con dos senos y espacio de sobra para dos personas, pero Demi no pudo resistir la tentación
de colocar sus cremas y sus cosméticos cerca de la espuma de afeitar de Joe. Tener sus cosas personales
juntas daba la impresión de que estaban casados.
¿Casados?
Demi observó su reflejo en el
espejo. ¿Estaba loca? ¿Cómo se le ocurría fantasear sobre la posibilidad de
estar casada con Joe? Él
la había invitado a quedarse unos días, pero eso no significaba ningún
compromiso.
Joe entró en el baño y Demi se sonrojó, como si temiera
que hubiera adivinado sus pensamientos.
-¿Te queda mucho? -preguntó
él.
Demi no se dio la vuelta. Podía
ver a Joe
a través del
espejo de pie detrás de ella. -No.
-Mira, tenemos el mismo
cepillo de dientes -comentó él agarrando el cepillo eléctrico que Demi había llevado.
-Lo tiene mucha gente igual
—respondió ella, recordándose a sí misma que Joe la había invitado a quedarse por sexo y nada más.
-Supongo que sí -dijo Demi rodeándola con sus brazos-. He
encendido la chimenea abajo. ¿Por qué no vienes y te tomas una taza de
chocolate caliente conmigo?
Joe cruzó la mirada con él a
través del espejo. Podía escuchar el sonido del viento soplando fuera con
fuerza.
-¿Demi?
Ella se recostó sobre Joe. Era tan fuerte, tan
perfecto...
-Bajaré dentro de un minuto.
-De acuerdo.
Joe le dio un pellizquito en la
mejilla y la dejó a solas con sus pensamientos.
Demi se lavó la cara con agua
fría, en un intento de espabilarse. No tenía sueño, pero estaba sumida en un
algún lugar entre el sueño y la realidad.
«Que el cielo me ayude», pensó
mientras se secaba con una toalla.
Estar allí, quedarse en casa
de Joe, era un error. Y sin embargo,
quería estar con él, dormir en la misma cama, compartir el mismo baño, fingir
que eran una pareja de verdad... aunque supiera que era un imposible. Estaba
planeado que su relación con Joe terminara en menos de una semana.
«Por lo tanto, no te enamores
de él», se dijo a sí misma. «No dejes que suceda».
Demi bajó entonces por las
escaleras y se las arregló para componer una sonrisa cuando vio a Joe esperándola. Lo ayudó a preparar
el chocolate y luego se sentaron en el salón, donde el fuego ardía cálido y
brillante. Demi se
acurrucó en un extremo del sofá, y Joe se sentó a su lado.
-Mientras te esperaba, he
estado pensando en pedirle a Lewis que me pinte ese retrato -dijo él.
-¿Qué retrato? -preguntó Demi apartando la vista del fuego.
-El nuestro, el que salió en
la portada de la revista. He pensado que sería estupendo tenerlo en un cuadro.
-¿Por qué? -preguntó ella
parpadeando, muy sorprendida.
-No lo sé -respondió Joe encogiéndose de hombros-. Se
me ha ocurrido y ya está.
De pronto, Demi sintió un dolor en el
corazón. No quería ser un trofeo, una conquista, un recuerdo prohibido que Joe pudiera colgar en la pared
para que todo el mundo lo viera.
-¿Tienes algún retrato de Tara por aquí? ¿Forma parte ella
también de tu colección?
-¿Qué demonios quieres decir
con eso? -preguntó Joe dejando
su taza sobre la mesa con tanta furia que estuvo a punto de derramar su contenido-.
¿Te crees que encargo retratos de todas mis amantes?
-¿Y no es así? -preguntó Demi mirándolo con dureza.
-No —respondió él de
inmediato.
-Entonces, ¿admites por fin
que Tara
y tú erais
amantes?
-Así es. Pero no sé qué
interés puede tener eso. ¿A quién le importa?
Demi estrechó las rodillas contra
su pecho. A ella le importaba. No debería ser así, pero no podía evitarlo.
-¿Estabas enamorado de ella?
Joe no contestó, y ambos
permanecieron sentados en silencio mirándose a los ojos. Las llamas de la
chimenea iluminaban tenuemente sus pómulos angulosos, y Demi resistió la tentación de tocarle,
de sentir el calor de su piel.
El aroma de la leña inundaba
el aire, provocando que aquella atmósfera romántica pareciera una mentira.
-¿Joe? -presionó ella.
-Sí, la amaba -contestó
finalmente él-. Pero intento no pensar en ello. Sobre todo ahora.
-¿Por qué? ¿Te hizo daño?
-Sí, pero llevo años sin
hablar con ella. Tuve ganas de llamarla nada más conocerte, pero decidí no
hacerlo.
-¿Quieres hablarme de ella?
Demi necesitaba saber quién era
realmente Joe
Jonas, y qué había
significado Tara Shaw
para él.
Joe se aclaró la garganta y
comenzó a hablar.
-En la época en la que yo
terminé la universidad, Tara se
puso en contacto con la agencia de mi padre. Estaba buscando un asesor que la
ayudara a relanzar su imagen, algo que demostrara que una mujer podía seguir
siendo un símbolo sexual a los cuarenta. Mi padre iba a encargarle el trabajo
a otro consultor, pero yo insistí en que me lo diera a mí.
-¿Por qué? -preguntó Demi-. ¿Te sentías atraído por
ella?
-No, no se trataba de eso.
Pensaba que era muy guapa, por supuesto, pero no me veía acostándome con ella.
Acepté el trabajo porque Hollywood me fascinaba, y quería formar parte de ese
mundo.
Demi lo observó durante unos
segundos, y de pronto cayó en la cuenta.
-Hollywood representaba a tu
madre. Era a Danielle
a quien estabas buscando.
-Quería sentirme cerca de
ella, experimentar lo que la había llevado hasta Hollywood -reconoció Joe asintiendo con la cabeza.
-¿Y lo encontraste?
-Supongo que sí, pero acabé
enamorándome de Tara, y
eso era lo último que hubiera esperado que me ocurriría.
Demi sintió una punzada de dolor
en el corazón, pero trató de ignorarlo.
-¿Ella te amaba?
-Decía que sí. Pero después de
estar juntos durante algún tiempo, me dijo que no funcionaría. La diferencia
de edad la mortificaba —continuó Joe antes de detenerse un instante para darle un sorbo a su taza-. Y ahora que he
madurado me doy cuenta de que tenía razón. No habría salido bien. No habría
durado.
-Me alegro de que me lo hayas
contado -aseguró Demi—.
Que hayas sido sincero.
-Eso no es todo, Demi. Hay algo más.
Ella levantó la vista. ¿Qué
más podría haber? ¿Qué le quedaría por contar?
-Te escucho.
-Tara no era sólo mi amante.
También era mi amiga, la primera mujer en la que confiaba. Solía hablar con
ella sobre mi madre y sobre por qué Hollywood significaba tanto para mí.
-¿Y ella qué te respondía?
-Me decía que la industria
cinematográfica podía llegar a ser fría y muy superficial, y que yo debería
estar orgulloso de que mi madre la hubiera dejado atrás para casarse y tener un
niño.
-¿Y lo estás?
-Lo estaba. Pero ya no.
Demi lo miró a los ojos y supo que
iba a revelarle algo que le causaba un gran dolor.
-¿Qué ocurre, Joe?
-La muerte de mi madre no fue
un accidente. Se suicidó.
Dios del Cielo. Por todos los
Santos. ¿Danielle
Jonas, una mujer
joven y hermosa que lo tenía todo, se había quitado la vida?
-¿Cómo puedes saberlo con
seguridad?
-Hace cosa de un mes escuché a
mi padre y a mi madrastra hablar de Danielle. Era el aniversario de su muerte, y
supongo que provocó en mi padre algún upo de emoción -continuó Joe mirándose las manos con
expresión tensa-. No tenía intención de escuchar, pero no pude darme la vuelta.
Y fue entonces cuando descubrí la verdad.
-Pero ella murió en un
accidente de coche. Eso no es un suicidio.
-Se salió adrede de la
carretera.
-¿Cómo puede tu padre estar
tan seguro? —insistió Demi tratando
inútilmente de mirar a Joe a los
ojos.
-Danielle dejó una de esas patéticas
notas de los suicidas, pidiéndole que la perdonara.
-Oh, Joe, cuánto lo siento -exclamó Demi conteniendo las lágrimas-.
¿Has hablado con tu padre de esto?
-Sí -respondió él alzando por
fin la vista-. Me puso mil excusas de por qué me había mentido durante todos
estos años. Me dijo que lo había hecho para protegerme, pero no es justo. Yo
tenía derecho a saberlo.
-Entiendo que tu padre no te
lo hubiera contado.
-¿De veras? Bien: ¿Sabes lo
que decía la nota de Danielle? -respondió Joe, dolido-. Que yo era la causa de su suicidio. No podía arreglárselas
siendo madre. No podía soportar la presión de cuidar de su propio hijo. Pero
cuando yo era pequeño, mi padre me contaba que ella me adoraba, que me quería
más que a nada. Dejó que creciera creyéndome ese cuento.
Los ojos de Demi se llenaron de lágrimas, pero
esta vez no las retuvo. Sabía que Joe también quería llorar, pero sin embargo se mantenía rígido, con los
brazos cruzados sobre el pecho en gesto de autoprotección.
-Mi padre me contó hace poco
que Danielle
se deprimió
profundamente cuando yo nací. Incluso llegó a admitir que era mejor actriz que
madre. Al parecer, estaba arrepentida de haber dejado Hollywood para casarse y
tener un hijo.
Demi sintió que todo su interior
se ponía rígido, incluido su corazón. Ahora entendía por qué Joe se negaba a casarse con una
mujer que estuviera centrada en su carrera.
«Una mujer como yo», pensó
para sus adentros. Alguien que aseguraba que podía mantener su estatus
profesional y a la vez llevar una familia.
-Lo siento -dijo Joe-. No debería haberte cargado
con este peso. No hay nada que tú puedas hacer.
-¡Oh, Joe!
Conmovida por su pena, Demi abrió los brazos para
recibirlo, y él apoyó la cabeza sobre su hombro mientras ella le acariciaba el
pelo.
Tarde, mucho más tarde, cuando
el fuego de la chimenea comenzaba a extinguirse y el viento golpeaba con
fuerza las ventanas, Demi trató
de pensar en la manera de consolarlo de verdad, de ayudarlo a sentirse pleno,
pero no se le ocurrió nada.
Así que se limitó a abrazarlo,
muerta de miedo de admitir que amaba a un hombre que podía rechazarla.
Se había enamorado de Joe Jonas.
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