martes, 6 de noviembre de 2012

Durmiendo Con Su Rival capitulo 21




Al día siguiente por la noche, Demi estaba sa­cando sus cosas de baño en casa de Joe. Habían acordado por teléfono que ella pasaría allí el resto de la semana. Eso era todo el tiempo que les que­daba. El sábado por la noche, en la fiesta que la fa­milia de Joe celebraba todos los años, acabaría su romance.
El baño principal tenía un lavabo con dos senos y espacio de sobra para dos personas, pero Demi no pudo resistir la tentación de colocar sus cremas y sus cosméticos cerca de la espuma de afeitar de Joe. Tener sus cosas personales juntas daba la im­presión de que estaban casados.
¿Casados?

Demi observó su reflejo en el espejo. ¿Estaba loca? ¿Cómo se le ocurría fantasear sobre la posi­bilidad de estar casada con Joe? Él la había invi­tado a quedarse unos días, pero eso no significaba ningún compromiso.
Joe entró en el baño y Demi se sonrojó, como si temiera que hubiera adivinado sus pensamien­tos.
-¿Te queda mucho? -preguntó él.
Demi no se dio la vuelta. Podía ver a Joe a tra­vés del espejo de pie detrás de ella. -No.
-Mira, tenemos el mismo cepillo de dientes -comentó él agarrando el cepillo eléctrico que Demi había llevado.
-Lo tiene mucha gente igual —respondió ella, recordándose a sí misma que Joe la había invi­tado a quedarse por sexo y nada más.
-Supongo que sí -dijo Demi rodeándola con sus brazos-. He encendido la chimenea abajo. ¿Por qué no vienes y te tomas una taza de chocolate ca­liente conmigo?
Joe cruzó la mirada con él a través del espejo. Podía escuchar el sonido del viento soplando fuera con fuerza.
-¿Demi?
Ella se recostó sobre Joe. Era tan fuerte, tan perfecto...
-Bajaré dentro de un minuto.
-De acuerdo.

Joe le dio un pellizquito en la mejilla y la dejó a solas con sus pensamientos.
Demi se lavó la cara con agua fría, en un intento de espabilarse. No tenía sueño, pero estaba su­mida en un algún lugar entre el sueño y la reali­dad.
«Que el cielo me ayude», pensó mientras se se­caba con una toalla.
Estar allí, quedarse en casa de Joe, era un error. Y sin embargo, quería estar con él, dormir en la misma cama, compartir el mismo baño, fingir que eran una pareja de verdad... aunque supiera que era un imposible. Estaba planeado que su relación con Joe terminara en menos de una semana.
«Por lo tanto, no te enamores de él», se dijo a sí misma. «No dejes que suceda».

Demi bajó entonces por las escaleras y se las arregló para componer una sonrisa cuando vio a Joe esperándola. Lo ayudó a preparar el choco­late y luego se sentaron en el salón, donde el fuego ardía cálido y brillante. Demi se acurrucó en un extremo del sofá, y Joe se sentó a su lado.
-Mientras te esperaba, he estado pensando en pedirle a Lewis que me pinte ese retrato -dijo él.
-¿Qué retrato? -preguntó Demi apartando la vista del fuego.
-El nuestro, el que salió en la portada de la re­vista. He pensado que sería estupendo tenerlo en un cuadro.
-¿Por qué? -preguntó ella parpadeando, muy sorprendida.

-No lo sé -respondió Joe encogiéndose de hombros-. Se me ha ocurrido y ya está.
De pronto, Demi sintió un dolor en el corazón. No quería ser un trofeo, una conquista, un re­cuerdo prohibido que Joe pudiera colgar en la pared para que todo el mundo lo viera.
-¿Tienes algún retrato de Tara por aquí? ¿Forma parte ella también de tu colección?
-¿Qué demonios quieres decir con eso? -pre­guntó Joe dejando su taza sobre la mesa con tanta furia que estuvo a punto de derramar su conte­nido-. ¿Te crees que encargo retratos de todas mis amantes?
-¿Y no es así? -preguntó Demi mirándolo con dureza.
-No —respondió él de inmediato.
-Entonces, ¿admites por fin que Tara y tú erais amantes?
-Así es. Pero no sé qué interés puede tener eso. ¿A quién le importa?
Demi estrechó las rodillas contra su pecho. A ella le importaba. No debería ser así, pero no po­día evitarlo.
-¿Estabas enamorado de ella?

Joe no contestó, y ambos permanecieron sen­tados en silencio mirándose a los ojos. Las llamas de la chimenea iluminaban tenuemente sus pó­mulos angulosos, y Demi resistió la tentación de to­carle, de sentir el calor de su piel.
El aroma de la leña inundaba el aire, provo­cando que aquella atmósfera romántica pareciera una mentira.
-¿Joe? -presionó ella.
-Sí, la amaba -contestó finalmente él-. Pero in­tento no pensar en ello. Sobre todo ahora.
-¿Por qué? ¿Te hizo daño?
-Sí, pero llevo años sin hablar con ella. Tuve ga­nas de llamarla nada más conocerte, pero decidí no hacerlo.
-¿Quieres hablarme de ella?
Demi necesitaba saber quién era realmente Joe Jonas, y qué había significado Tara Shaw para él.
Joe se aclaró la garganta y comenzó a hablar.
-En la época en la que yo terminé la universi­dad, Tara se puso en contacto con la agencia de mi padre. Estaba buscando un asesor que la ayu­dara a relanzar su imagen, algo que demostrara que una mujer podía seguir siendo un símbolo se­xual a los cuarenta. Mi padre iba a encargarle el trabajo a otro consultor, pero yo insistí en que me lo diera a mí.

-¿Por qué? -preguntó Demi-. ¿Te sentías atra­ído por ella?
-No, no se trataba de eso. Pensaba que era muy guapa, por supuesto, pero no me veía acostán­dome con ella. Acepté el trabajo porque Holly­wood me fascinaba, y quería formar parte de ese mundo.
Demi lo observó durante unos segundos, y de pronto cayó en la cuenta.
-Hollywood representaba a tu madre. Era a Danielle a quien estabas buscando.
-Quería sentirme cerca de ella, experimentar lo que la había llevado hasta Hollywood -recono­ció Joe asintiendo con la cabeza.
-¿Y lo encontraste?
-Supongo que sí, pero acabé enamorándome de Tara, y eso era lo último que hubiera esperado que me ocurriría.
Demi sintió una punzada de dolor en el cora­zón, pero trató de ignorarlo.
-¿Ella te amaba?
-Decía que sí. Pero después de estar juntos du­rante algún tiempo, me dijo que no funcionaría. La diferencia de edad la mortificaba —continuó Joe antes de detenerse un instante para darle un sorbo a su taza-. Y ahora que he madurado me doy cuenta de que tenía razón. No habría salido bien. No habría durado.
-Me alegro de que me lo hayas contado -ase­guró Demi—. Que hayas sido sincero.
-Eso no es todo, Demi. Hay algo más.

Ella levantó la vista. ¿Qué más podría haber? ¿Qué le quedaría por contar?
-Te escucho.
-Tara no era sólo mi amante. También era mi amiga, la primera mujer en la que confiaba. Solía hablar con ella sobre mi madre y sobre por qué Hollywood significaba tanto para mí.
-¿Y ella qué te respondía?
-Me decía que la industria cinematográfica po­día llegar a ser fría y muy superficial, y que yo de­bería estar orgulloso de que mi madre la hubiera dejado atrás para casarse y tener un niño.
-¿Y lo estás?
-Lo estaba. Pero ya no.
Demi lo miró a los ojos y supo que iba a reve­larle algo que le causaba un gran dolor.
-¿Qué ocurre, Joe?
-La muerte de mi madre no fue un accidente. Se suicidó.
Dios del Cielo. Por todos los Santos. ¿Danielle Jonas, una mujer joven y hermosa que lo tenía todo, se había quitado la vida?

-¿Cómo puedes saberlo con seguridad?
-Hace cosa de un mes escuché a mi padre y a mi madrastra hablar de Danielle. Era el aniversa­rio de su muerte, y supongo que provocó en mi padre algún upo de emoción -continuó Joe mi­rándose las manos con expresión tensa-. No tenía intención de escuchar, pero no pude darme la vuelta. Y fue entonces cuando descubrí la verdad.
-Pero ella murió en un accidente de coche. Eso no es un suicidio.
-Se salió adrede de la carretera.

-¿Cómo puede tu padre estar tan seguro? —in­sistió Demi tratando inútilmente de mirar a Joe a los ojos.
-Danielle dejó una de esas patéticas notas de los suicidas, pidiéndole que la perdonara.
-Oh, Joe, cuánto lo siento -exclamó Demi conteniendo las lágrimas-. ¿Has hablado con tu padre de esto?
-Sí -respondió él alzando por fin la vista-. Me puso mil excusas de por qué me había mentido durante todos estos años. Me dijo que lo había he­cho para protegerme, pero no es justo. Yo tenía derecho a saberlo.
-Entiendo que tu padre no te lo hubiera con­tado.

-¿De veras? Bien: ¿Sabes lo que decía la nota de Danielle? -respondió Joe, dolido-. Que yo era la causa de su suicidio. No podía arreglárselas siendo madre. No podía soportar la presión de cuidar de su propio hijo. Pero cuando yo era pequeño, mi padre me contaba que ella me adoraba, que me quería más que a nada. Dejó que creciera creyén­dome ese cuento.
Los ojos de Demi se llenaron de lágrimas, pero esta vez no las retuvo. Sabía que Joe también quería llorar, pero sin embargo se mantenía rí­gido, con los brazos cruzados sobre el pecho en gesto de autoprotección.
-Mi padre me contó hace poco que Danielle se deprimió profundamente cuando yo nací. Incluso llegó a admitir que era mejor actriz que madre. Al parecer, estaba arrepentida de haber dejado Hollywood para casarse y tener un hijo.

Demi sintió que todo su interior se ponía rígido, incluido su corazón. Ahora entendía por qué Joe se negaba a casarse con una mujer que estuviera centrada en su carrera.
«Una mujer como yo», pensó para sus adentros. Alguien que aseguraba que podía mantener su es­tatus profesional y a la vez llevar una familia.
-Lo siento -dijo Joe-. No debería haberte car­gado con este peso. No hay nada que tú puedas hacer.
-¡Oh, Joe!
Conmovida por su pena, Demi abrió los brazos para recibirlo, y él apoyó la cabeza sobre su hom­bro mientras ella le acariciaba el pelo.
Tarde, mucho más tarde, cuando el fuego de la chimenea comenzaba a extinguirse y el viento gol­peaba con fuerza las ventanas, Demi trató de pen­sar en la manera de consolarlo de verdad, de ayu­darlo a sentirse pleno, pero no se le ocurrió nada.
Así que se limitó a abrazarlo, muerta de miedo de admitir que amaba a un hombre que podía re­chazarla.
Se había enamorado de Joe Jonas.

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