Demi pensó en voz baja que Joe
tenía veinticuatro años y que la edad era un término relativo. Ella lo sabía
mejor que nadie.
Si Joe hubiera permanecido
en el Departamento de Policía de Boston, seguramente habría tardado varios años
en optar al puesto de detective. Pero en Moriah's Landing la experiencia de la
gran ciudad te catapultaba de forma inmediata a los puestos de mayor rango. La
mayor parte del personal, incluido el Jefe de Policía Redfern, apenas tenía
experiencia y su entrenamiento era casi nulo con referencia a los requisitos
exigidos por la Commonwealth. Tanto si le gustaba a William Pierce como si no,
la ciudad tenía suerte de contar con Joe.
—Sé lo que me hago —dijo con
frialdad.
—Eso espero —señaló William
con un indefinible tono de crispación.
¿Acaso su recelo se debía a
la juventud de Joe o estaba relacionado con su pasado? Antes de su partida, Joe
había tenido más de un enfrentamiento con las autoridades locales. Los cargos
nunca habían sido demasiado serios. La mayoría de las veces lo habían acusado
de vandalismo o de robar coches. Pero nunca se pudo probar nada y las denuncias
se archivaron. La gente nunca dudó de la culpabilidad de Joe. Y siempre
sospechó que aquellos delitos menores eran el preludio de algo más serio,
potencialmente más letal.
¿Acaso William Pierce
albergaba dudas acerca de la milagrosa transformación de Joe como tantos otros
en la ciudad?
No era el caso de Demi.
Siempre había sabido que Joe tenía un lado bueno. Solo que nunca lo hicieron
público. ¿Qué era lo que Becca le había dicho antes? Demi recordó que su amiga
la había acusado de utilizar esa actitud distante e incluso su inteligencia
como una suerte de santuario. Un refugio para su verdadera personalidad en el
que nadie pudiera herirla.
Demi se preguntó si Joe
había utilizado la delincuencia juvenil como una suerte de santuario.
Joe la estaba mirando
fijamente y Demi sintió que le faltaba el aire. ¿Es que nunca superaría esa
atracción? ¿Ese terrible anhelo que provocaba que cada terminación nerviosa de
su cuerpo se estremeciera y le encogiera el estómago con tan solo una mirada
suya?
— ¿Tú encontraste el cuerpo?
—preguntó Demi.
—Sí, en el solario —asintió
tras una pausa para armarse de valor—. Su nombre es Bethany Peters.
— ¿La conocías? —arqueó una
ceja oscura.
—Era una estudiante del
Instituto Heathrow. Acudió a mis clases sobre Teorías del Comportamiento
Criminal el semestre pasado —afirmó sin la menor ironía.
— ¿Estaba invitada a la
fiesta? —preguntó dirigiéndose a William Pierce.
—No, ninguno de nosotros la
había visto antes de esta noche —afirmó.
— ¿Qué estabas haciendo en
el solario? —preguntó a Demi.
—El salón de baile estaba
abarrotado —dudó un instante—. Tan solo quería respirar un poco de aire fresco.
¿Acaso pensaría Joe que se
había pasado la noche bailando en vez de haber asistido como mera espectadora
desde una esquina apartada? ¿Qué no había hecho otra cosa que soñar despierta
con él? En eso confiaba Demi.
— ¿Por qué decidiste venir
al solario?
—Tiene esta maravillosa
cúpula acristalada. Quería disfrutar un poco de la tormenta —dijo, cada vez más
nerviosa ante la intensa mirada de Joe, y se llevó la mano a la garganta
mientras continuaba su explicación—. Se trata de una masa de aire tormentosa
antes que de un sistema organizado. Quería observar el desarrollo del nuevo
núcleo derivado de los restos de la explosión precedente.
Quería dejar de hablar, pero
no podía detener su incesante parloteo.
—Pero el núcleo tormentoso
se había disipado para entonces —concluyó sin convicción.
Joe se pasó la mano por el
pelo corto, de punta.
—Ya veo. ¿Tienes idea de la
hora en qué abandonaste la sala de baile?
—Era medianoche. Escuché el
carillón del reloj del vestíbulo.
Demi apretó los labios para
impedir que de su boca salieran más datos irrelevantes. Tenía la mala costumbre
de relatar todo lo trivial siempre que se ponía nerviosa y siempre se había
puesto nerviosa en presencia de Joe.
— ¿Viste a alguien más en el
vestíbulo? ¿En el pasillo de camino hacia aquí? ¿Viste a alguien merodeando por
el jardín?
—No. Es posible. No estoy
segura —recordó la puertaventana abierta y el destello amarillo más allá del
patio—. Puede que no fuera nada más que un reflejo. No puedo estar segura. No
puedo asegurar que fuera una persona.
—Si se trataba de una
persona —dijo Joe con gravedad—, no encontraremos huellas con este temporal.
Demi cerró los dedos con
fuerza sobre el chal.
—No creo que sea una
posibilidad, pero supongo que no podemos descartar que hubiera alguien en la
habitación cuando entré y que saliera por esa puerta —señaló Demi—. No encendí
ninguna luz.
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