Para cuando
regresaron a casa, cargados de regalos, Miley se sentía entumecida. Quería
perder de vista los malditos regalos. Representaban deseos buenos y sinceros, y
ella se sentía cualquier cosa menos sincera.
—Necesito una
ducha —dijo, dirigiéndose hacia las escaleras.
—Espera un
minuto —Nick la
rodeó la muñeca con la mano—. ¿Estás bien?
—Simplemente
cansada —dijo, sin darse la vuelta.
—No suenas bien —Nick tiró de ella.
—Estoy bien
—insistió Miley, deseando poder sonar más convincente.
—No lo pareces
—objetó Nick, volviéndola
hacia él.
—Creí que habías
dicho que estaba preciosa —dijo ella, forzando una sonrisa.
—No hablo de tu
belleza, y tú lo sabes —dijo Nick.
Miley se sentía como
un junco, a punto de quebrarse de un soplido.
—Sería mejor que
no usaras tus súper-poderes de Comando Guerrero en este momento. La cosa podría
ponerse liosa, y no te gustan los líos—. Maldita sea —dijo, mirando el montón
de regalos de reojo.
—¿Qué ocurre?
—exigió Nick.
—Los regalos.
Habrá que devolverlos.
—Yo me ocuparé
de eso,
—No deberíamos
haberlos abierto —dijo, con los ojos llenos de lágrimas—. Todo el mundo se alegraba de nuestra
felicidad, y yo me sentí como un fraude.
—Miley, tú no
eres ningún fraude. Eres la mujer más real que he conocido en mi vida.
—Pero a esa
gente les importas, Nick.
Me siento deshonesta —murmuró.
—Shh —la abrazó,
intentando consolarla—. Anna
nos pilló por sorpresa. Por eso te ha afectado tanto.
—A veces, cuando
simulo estar loca por
ti, no me siento como si simulara —confesó, tragando saliva—.
Creo que te quiero más de lo que debería.
—Ya. Lo sé —los ojos de Nick brillaban de emoción, su voz sonó ronca—. Yo también te quiero más de lo
que debería.
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