jueves, 8 de noviembre de 2012

Durmiendo con su rival capitulo 24




De pronto, las nueve de la noche parecían la hora encantada, la hora en la que Demi perdería el zapato de cristal que su príncipe nunca reclama­ría. Dejar marchar a Joe era más de lo que podía soportar, pero dejarlo en brazos de su ex amante se le antojaba completamente imposible.
-¿Quieres que simulemos la pelea antes de que Tara llegue? —preguntó Demi, deseando que él op­tara por cancelar la actuación.
-Maldita sea, no lo sé -contestó Joe pasándose la mano por el cabello alborotado-. Ya sea antes o después, la prensa va a culpar a Tara de nuestra ruptura. Y los cotillees provocarán nuevas menti­ras. Este asunto no se terminará nunca.
¿Este asunto? ¿Llamaba «este asunto» a su ro­mance, a las noches que habían pasado el uno en los brazos del otro?
Demi se dio la vuelta para contemplar el cielo y divisó la luz grisácea de las nubes, la promesa de la lluvia.
-No me has dicho tus noticias -dijo entonces Joe.
Cielo Santo. Se le había olvidado todo el asunto de su madre. Pero ahora tenía que contárselo. Te­nía que poner sobre la mesa otro tema emocional-mente puntiagudo.
-Tal vez Danielle estaba enferma, Joe.

-¿Enferma? —Exclamó él mirándola con re­celo-. ¿De qué estás hablando?
-Algunas mujeres sufren un trastorno emocio­nal después de dar a luz. Se llama depresión post parto. Y hay un grado más fuerte que está conside­rado como una psicosis.
-Por favor, Demi, no inventes excusas para justificar a mi madre -respondió Joe poniéndose en pie.
-No lo hago —se defendió ella incorporándose a su vez-. Puede llegar a ser una enfermedad muy grave. Mi hermana Rita, que es enfermera, me ha­bló de ello, y luego estuve horas buscando infor­mación en Internet. Incluso he contactado con un grupo de apoyo para hacerles algunas preguntas.
-Mi madre estaba deprimida por haber dejado su carrera.
-Sí, pero tal vez eran sentimientos que no era capaz de controlar. Si hablamos con tu padre y conseguimos su historial médico, tal vez llegue­mos a la verdad.

-¿«Lleguemos» No pienso meterte en este lío. Y, para ser sinceros, no creo que tenga ya impor­tancia. Lleva treinta años muerta.
«Importa porque te sigue doliendo y necesitas respuestas», pensó Demi.
-Según los expertos, la psicosis post parto está considerada una enfermedad mental grave y debe ser tratada de inmediato.
-¿Y qué pasa si descubrimos que Danielle no es­taba enferma? -preguntó Joe frunciendo el ceño—, ¿Y si simplemente odiaba la vida, y a mí?
 -No creo que nadie pueda odiarte, Joe.
 El se acercó un poco más, y cuando estaban tan solo a unos centímetros el uno del otro, abrió los brazos. Su contacto, su afecto, le hacían daño, pero Demi aceptó su abrazo y lo estrechó contra sí.
-Será mejor que nos arreglemos -murmuró Demi al cabo de un instante-. Nos esperan en casa de tus padres a las siete.
-No importa. Podemos llegar tarde.

Joe la abrazó un rato más, y de pronto el viento cambió, dejando paso a una lluvia tran­quila.
Mientras el agua caía del cielo, Demi cerró los ojos y deseó encontrar la manera de dejar de amar a Joe. Pero mientras aspiraba el aroma de su piel y sentía la maravilla de tener su cuerpo pegado al suyo, supo que lo amaría para siempre. Amaría siempre a aquel hombre que no podía tener.
La fiesta de los años veinte estaba en su apogeo cuando Joe y Demi llegaron. La hacienda de los Jonas se había transformado en un escenario propio de los años del jazz, en los que los que rei­naba la prohibición de alcohol y el sexo.

Y todo el mundo que había acudido a la fiesta de su madrastra estaba dispuesto a demostrar a los demás que no carecía de esto último.
Las mujeres se paseaban por la mansión vesti­das con trajes de charlestón, modelos elegantes o esmóquines de corte masculino. Los hombres invi­tados se habían esforzado al máximo para emular a las estrellas del celuloide como Douglas Fairbanks o Rodolfo Valentino. Por supuesto, algunos habían optado por una aproximación más diver­tida, imitando a Charles Chaplin o a Buster Keaton. Y luego estaba el estilo gángster, los tipos du­ros que lucían sus sombreros a modo de Al Capone.
Joe solía divertirse mucho en aquellas fiestas, pero ese día estaba demasiado nervioso como para dejarse llevar por la alegría del momento.

Se giró para mirar a Demi. Caminaba a su lado, tan espectacular como una estrella del cielo. Su vestido tenía una cola que llegaba hasta el suelo como si fuera una cascada de plata. Llevaba el pelo sujeto en un moderno recogido adornado con una diadema a juego con el collar de perlas que rodeaba su cuello.
¿Por qué estaría tan callada? ¿Estaría interpre­tando un papel para la prensa? La heredera real. La princesa de Boston preparada para enfrentarse a la estrella de cine.
Joe sabía que Demi estaba preocupada por la inminente aparición de Tara. Él también. No tenía ni idea de qué querría Tara. Y aquella noche no podía enfrentarse a más problemas. Bastante tenía con perder a la mujer que...
¿Qué? ¿La mujer que deseaba, la mujer que le gustaba...?
No. Joe sabía que iba mucho más allá que eso. En algún momento, Demi se había convertido en algo más que una adicción.
Se había convertido en parte de él, en parte de su respiración, de cada palabra que pronunciaba, de cada sonrisa, de cada movimiento que le ha­cían ser quien era.
Que Dios lo ayudara. Joe sintió que las rodillas le temblaban.
La amaba. La amaba profundamente.
Y ya era demasiado tarde. Demi estaba de acuerdo en acabar con su relación.
¿Y por qué no habría de hacerlo? Joe nunca le había ofrecido nada más que sexo, nada más que un temblor erótico bajo las sábanas.

Ella no tenía ningún motivo para corresponder a su amor. Joe no había hecho nada para ganárselo. Él la había llamado egoísta por querer com­paginar su carrera con tener una familia. Y sin em­bargo, Demi estaba allí con él como una amiga, tra­tando de mitigar su dolor por la madre que lo había abandonado.
Demi —dijo Joe volviéndose hacia ella y ha­blando sobre el sonido de la música-. ¿Quieres co­nocer a mis padres?
-Por supuesto.
Joe la tomó del brazo y la llevó a un saloncito en el que James y Faith Jonas charlaban con al­gunos de sus invitados. Tras presentársela, los tres iniciaron una pequeña charla convencional mien­tras Joe veía toda su miserable vida aparecer de­lante de sus ojos en un destello. Su vida de soltero.
¿Se casaría Demi con alguien? Por supuesto que sí, se respondió al instante. Ella quería un hogar, un marido, hijos... y también quería conservar su trabajo. Algo que él tendría que haber apoyado, pero había dejado que el suicido de su madre lo cegara, convirtiendo en problemático un asunto que en el pasado no había supuesto ningún incon­veniente para él.

De pronto, una perturbación interrumpió la charla de sus padres con Demi, captando toda su atención, al igual que la de Joe. Todos se dieron la vuelta al mismo tiempo, y Joe soltó una pala­brota entre dientes.
Había llegado Tara.

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