—Es lo menos que
puedo hacer —dijo Miley, incapaz de soportar ver
a Nick destrozar
el trozo de pastel. Se apoyó contra la mesa y le puso un trozo de pastel
delante de la boca—. Me salvaste la vida.
— ¿Es necesario
volver a hablar de eso? —gruñó Nick.
—No —rió ella—.
Te has apañado bien con el sándwich de pavo, pero estás machacando mi pastel.
Deja de quejarte y come —insistió. Estaba claro que odiaba que lo ayudara—. Vamos.
Sabes que te apetece.
Él la lanzó una
mirada que fue como una bofetada de sensualidad. Parpadeó sorprendida, al ver
la pasión en sus ojos. Él cambió de expresión, cerró la boca alrededor del
tenedor y aceptó el bocado. Era una locura, pero incluso su manera de devorar
el trozo de pastel le pareció sensual. Desafortunadamente, Miley sabía que la
fuerza solía ser el escudo tras el que se escondían los abusones. Sin embargo, Nick no le daba esa
impresión.
Al verlo pasarse
la lengua por los labios se le encogió el estómago. Él gruñó apreciativamente y
ella volvió a sentir la misma sensación. Lo observó mientras tragaba, inquieta
por sus sentimientos.
—Tienes razón.
Está delicioso. Quiero más —dijo él, mirándola.
Ella sintió un
escalofrío. Sería un amante exigente, pensó. Se preguntó si también sería
generoso. La idea de ser responsable del placer de Nick era increíblemente
seductora. Le ofreció trozo tras trozo notando como la tensión crecía en su
interior. Él chupó una cereza con la lengua y ella sintió una oleada de calor.
Cuando
comprendió que la estaba excitando ver a Nick comer, se sintió avergonzada de sí misma. ¡Qué
estaba pensando! Respiró lentamente varias veces y se recordó que había tomado
una serie de decisiones cuando se matriculó en la universidad. Durante el
primer año los hombres estaban prohibidos. Había decido mentalmente apagar el
interruptor de su corazón y de sus hormonas femeninas.
Cuando Nick comió por fin el
último bocado, estaba tan nerviosa que tenía ganas de romper el plato. Lo
recogió y lo llevó a la pila.
—Estaba
buenísimo. Gracias…
—De nada —replicó
Miley, abriendo el grifo.
Percibió, más que
oír, que Nick la
seguía. El corazón le latía acelerado y se mordió el labio mientras lavaba el
plato.
—¿Hay alguna
razón por la quieras arrancar el dibujo del plato? —preguntó Nick, casualmente.
—No —respondió
con voz aguda, un tono que odiaba porque denotaba su nerviosismo. Rígida,
aclaró el plato, forzó una sonrisa y se volvió hacia él.
Aunque parecía
relajado, Miley estaba segura de que sus ojos azules estaban devorando cada
detalle de su persona, desde el pelo revuelto, las mejillas sonrosadas y cada
curva de su cuerpo hasta los pies. La miraba tan intensamente que se preguntó
si podría leer su mente.
—Me alegro de
que te gustara el pastel. Me voy a estudiar un examen.
— ¿De qué
asignatura?
—Civilización
occidental —respondió, deseosa de concentrarse en otra cosa—. Me sé los temas,
pero cuando miro las preguntas del examen me quedo…
—En blanco
—intervino Nick, asintiendo
con la cabeza.
Sorprendida de que Nick entendiera
su nerviosismo, dio un respingo.
—Se me hace
difícil creer que sepas lo que es eso.
—No solía
ponerme muy nervioso en los exámenes, pero me quedé en blanco unas cuantas
veces —admitió—. Respirar profundamente y pasar a la siguiente pregunta, para
volver a la primera al final, solía ayudarme.
—Tendré que
acordarme de eso —dijo Miley, apuntándolo en su lista de trucos para sobrevivir
el primer año de carrera. Pero le iba a ser muy difícil recordar nada si Nick no se apartaba.
Cada vez que respiraba percibía su olor, y sus hormonas respondían
automáticamente.
—No pareces
nerviosa —murmuró él, acercándose aún más—. Pareces… —dudó—. Enfadada.
—No estoy
enfadada —dijo Olivia con vehemencia.
Él la recorrió
con mirada especulativa.
—O excitada.
Miley, muda de
repente, sintió una punzada de pánico. «No, no, no». No deseaba estar excitada,
y si lo estaba no quería que él lo supiera. Quiso negarlo, pero las palabras se
le quedaron atragantadas en la garganta.
Nick inclinó la
cabeza hacia un lado e hizo una mueca.
—Bingo —dijo con
voz grave y aterciopelada, teñida de sorpresa—. ¿Qué es lo que te ha excitado?
—Nada. Nada,
nada. No estoy excitada —repuso Olivia.
—En mi profesión
—Nick sonrió
abiertamente—, he aprendido que
la gente tiende a responder con énfasis cuando no dice la verdad.
Miley inspiró
profundamente, captando de nuevo su aroma sutil y sexy. Debería
desagradarla que la estuviera poniendo en un aprieto, decidió aferrarse a esa
idea. El desagrado era mucho más seguro que la excitación.
—Ha sido un
momento de locura temporal —explicó—. Un ramalazo extraño que ya ha
desaparecido. Por completo —añadió.
—¿Seguro?
—Sí —replicó
ella alegre, rezando porque fuera verdad.
—¿Qué lo
provocó? —preguntó él, curioso.
— ¿Qué provocó
qué?
— ¿Qué te ha
excitado?
Miley notó que sus
mejillas ardían y miró hacia otro lado.
—No estoy
segura.
— ¿Ha sido algo
que he dicho?
—No, sólo…
—Algo que he
hecho —concluyó él.
Miley gimió y
cerró los ojos. No la iba a dejar en paz. Iba a seguir atacando hasta que
contestara. Abrió los ojos y se enfrentó a él.
—Vale, vale
—dijo—. Si te lo digo ¿lo dejarás?
—Dejar ¿qué?
— ¡De acosarme!
—Sí.
—Fue la forma de
comerte el pastel.
—La forma de
comerme el pastel —repitió él, como si ella hablara en chino. Parpadeó
lentamente—. Pero si me lo diste tú.
—Sí, pero
disfrutaste mucho. Había algo… sensual… en tu forma de comer. Lo devoraste —hizo
una pausa— con pasión.
—La forma de
comerme el pastel —volvió a repetir
Nick. Miley había sido una niña rara, ahora era una mujer
estrambótica. Atractiva, pero chiflada—. ¿Sólo eso?
La vio suspirar
exasperada y deseó ardientemente poder utilizar las manos. Sentía la necesidad
de atraerla a sus brazos y besarla con el mismo placer con que había comido el
pastel. Luchó contra su deseo, impaciente con la atracción que le provocaba,
impaciente consigo mismo.
—Bueno, puede
que también tu olor —admitió ella a regañadientes, apoyándose en la encimera—.
Pero fue algo temporal.
—Una anomalía
irrepetible —dijo él con voz tranquila, pero cada vez más impaciente.
—Sí —asintió
ella.
Que se fuera al
diablo el control, pensó él. Sólo era un beso, una forma de sacársela de la
cabeza. Nick había
aprendido que la realidad de una mujer pocas veces era tan intrigante como la
fantasía. Puso los brazos a ambos lados de la encimera, atrapándola.
—Si es
irrepetible, no deberíamos desaprovecharla.
—¿Desaprovecharla?
—gimió ella, abriendo los ojos de par en par.
Él agachó la
cabeza.
—¿Qué haces?
—susurró.
—Curar esa mutua
locura temporal —murmuró, y la besó. Ella, atónita, se puso rígida, pero tras
un segundo se relajó. Sus labios le parecieron suaves y carnosos, y cuando los
entreabrió él introdujo la lengua en su boca. Sabía a pastel de cerezas y a
algo más provocativo.
Miley gimió
suavemente y todo el cuerpo de Nick
vibró. Frotó sus labios contra los de ella, que respondió
mordisqueándole el labio inferior.
Nick se acercó más y
sintió los pezones erectos a través de la blusa. Hubiera dado cualquier cosa
por tocarle los senos, pero tenía las manos vendadas. Agitado, continuó
besándola, comiéndole la boca y dejando que ella le respondiera.
Siguió
besándola, deseando más cada vez. Ella levantó las manos y le agarró la cabeza,
apretándose contra él.
Nick, completamente
excitado, comenzó a frotarse
contra ella. Se la imaginó húmeda y volvió a desear tocarla con los dedos. Con
la boca. Con el cuerpo.
Centímetro a
centímetro, Miley deslizó los dedos hasta sus caderas y lo atrajo hacia sí,
sintiendo su excitación.
—Oh, Dios mío
—susurró, apartó la boca y lo miró consternada—. Tengo que parar —dijo, como si
hablara consigo misma—. Tú tienes que parar.
«Parar». Aunque
él captó el significado, su cuerpo deseaba más. Ella cerró los ojos con
determinación un segundo y luego lo miró.
—No puedo hacer
esto —explicó—. Cuando volví a estudiar decidí desenchufar mi sistema hormonal
y debe
seguir así. ¡No puedo suspender!
Si no hubiera
sido por su obvia angustia, Nick
se habría reído a carcajadas de la tontería de desenchufar un sistema
hormonal. Sin embargo, su consternación le llegó a lo más hondo. Eso le
sorprendió, hacía mucho tiempo que
Nick había protegido su corazón contra todo tipo de asalto.
—¡Eh! —exclamó—.
¿Qué es eso de suspender? Un beso no hará que suspendas.
Vio multitud de
expresiones fugaces pasar por sus ojos antes de que ella desviara la mirada.
Tuvo la impresión de que estaba a punto de echarse a llorar.
Miley ¿qué es
esa bobada de suspender?
—Algunos no
creen que sea una bobada —protestó Miley, con los ojos marrones brillantes de lágrimas,
que se esforzó en esconder—. Algunas personas creen que voy a suspender.
—Algunas personas
no tienen ni idea. De hecho, muchas personas no tienen ni idea —repuso Nick, sintiéndose
fieramente protector.
—Mi familia no
me ha dado muchos ánimos —comentó ella
.
—Pero eso no te
sorprende —dijo Nick,
con voz cínica—. La familia puede ser el mayor apoyo de una persona o
su mayor detractor. Tú eres la que vas a clase y estudias. Tú quien lo va a
conseguir. No ellos. Uno de los mayores placeres de la vida es hacer algo que
otros consideran un imposible.
Nick calló de
repente, sintiendo cierta vergüenza ante su propia convicción. Pensó que
probablemente sonaba como un anuncio. Pero la cara de Miley se iluminó igual
que si hubiera encendido una vela. Le pareció ver una mezcla de esperanza y
determinación en sus femeninos rasgos.
—De acuerdo
—dijo ella, y con esa voz que era naturalmente sensual, añadió—. Súper Comando
Guerrero.
Mientras ella se
dirigía a su habitación, él recordó su comentario sobre desenchufar el sistema
hormonal y movió la cabeza de lado a lado. Para conseguirlo le haría falta un
hábito, un velo y, quizás, un guardián.
Nick maldijo cuando
colgó el teléfono.
Miley lo miró
recelosa. Llevaba toda la tarde paseando de arriba abajo, callado y de mal
humor. No quería acercase a él, sobre todo porque la preocupaba lo poco que le
había costado excitarla el día del pastel. Estaba empeñada en que no volviera a
suceder. Lo ayudaría hasta que le quitaran los vendajes y luego buscaría otro
lugar para vivir. Era lo menos que podía hacer.
—¿Problemas?
—preguntó.
—Sí. Bob Dell, un
socio de mi bufete, me ha ordenado que vaya a un cóctel que da un cliente. Dice
que ahora mismo estoy «de moda» y quiere aprovecharse de mi popularidad,
«mientras dure» —añadió con sorna— para conseguir una nueva cuenta.
—Quizás no esté
mal. Unas copas y unos canapés. Con los vendajes seguro que ni siquiera tienes
que darle la mano a nadie.
Nick se miró las
manos y puso mala cara.
A Miley le
recordó a un tigre con una pata herida.
—Si quisiera
dedicarme a la política, estaría trabajando para el fiscal de la comunidad de
naciones —gruñó Nick.
—No —murmuró
para sí Miley—. Serías el fiscal de la comunidad de
naciones.
—Tienes razón
—rió él. Suspiró y movió la cabeza con resignación—. Tengo que llevar pareja.
—Eso no es
problema. Tenemos una larga lista de mujeres que se mueren por…
—Ni en un millón
de años —cortó él—. No me hacen falta ese tipo de complicaciones. Necesito a
alguien que entienda que esta fiesta no es más que un trabajo —dijo, mirándola
enfurruñado.
Se hizo el
silencio entre ellos. A Miley se le contrajo el estómago al notar cómo la
miraba: analítico y calculador. Fue a por la lista de mujeres que lo habían
llamado durante la semana.
—¿Estás seguro
de que una de éstas no…?
—Tú —dijo
rotundo.
Miley negó con la
cabeza, aunque el corazón le dio un vuelco.
—Sabes que ahora
mismo no quiero involucrarme sentimentalmente. Y yo sé que tú tampoco.
—Es el sábado
por la noche —dijo Nick,
como si ya estuviera todo decidido.
—No creo que sea
buena idea.
— ¿Por qué?
—inquirió él con tono razonable.
«Porque eres
demasiado sexy, demasiado
atractivo, demasiado fuerte». Miley se mordió el labio para evitar esos
pensamientos.
—Simplemente no…
—comenzó con vaguedad y luego soltó lo primero que se le ocurrió—. No tengo
nada que ponerme.
—No es problema
—replicó Nick sin
dudarlo—. Te daré mi tarjeta de crédito y puedes ir a comprar algo.
—¡Oh, no! No
puedo permitir que pagues…
—Insisto
—interrumpió él—. No irías a la fiesta si no fuera por mí. Y no irías si yo no
te hubiera rescatado.
—Oh —Miley tragó
saliva, al recordarlo—. Supongo que es lo menos que puedo hacer.
Helen Barnett, la asistente de Nick, era una
mujer rubia meticulosamente arreglada, y tenía más clase en un dedo meñique que
la que la mayoría de las mujeres se atrevían a desear. Miley le calculó
cuarenta y pico años, y se hubiera sentido intimidada de no ser por la calidez
de su mirada. Fueron juntas a una elegante boutique de Libbie Avenue.
—Oh, no —murmuró
tras echar una ojeada a los precios—. Decididamente este sitio no es para mí.
—Claro que sí
—sonrió Helen—. Aquí
encontraremos el vestido perfecto.
Dudosa, Miley
miró los percheros.
—Son todos
demasiado…
—¿Demasiado qué?
—Caros —susurró,
tras carraspear.
—Nick dijo que el
dinero no era problema y me dio su tarjeta de crédito. No tienes por qué
preocuparte.
—Había pensado
devolvérselo —objetó Miley.
—Considéralo un
acto de caridad hacia él —dijo Helen,
haciendo un gesto de rechazo con la mano—. Nick gana mucho
dinero y no tiene tiempo para gastarlo. Además, eres la primera mujer normal
que ha pasado por su vida en años.
Miley estaba segura
de que Nick no la
consideraba muy normal.
—Sigo pensando
que debe haber alguien más apropiado que yo para asistir a la fiesta con Nick.
—No. Nick ni siquiera se
ha acercado a conocer a la chica adecuada. No es que yo sea una casamentera,
pero siempre he pensado que la mujer adecuada necesitaría tener una serie de
cualidades muy inusuales; decididamente él está cortado por otro patrón.
—Cortado por
otro patrón ¿en qué sentido? —preguntó Miley, curiosa por conocer la
perspectiva de Helen.
Esta ladeó la cabeza pensativa.
—Es casi
demasiado inteligente para su propio bien, y todo el mundo sabe que tiene el
instinto depredador de un león. De hecho, uno de los socios comentó una vez las
diferentes formas de matar de leones y tigres. El león le rompe la espalda a su
víctima.
—Para mí es muy
difícil conciliar esa imagen con la del niño que conocí cuando vivíamos en Cherry Lane.
— ¿Conociste a Nick cuando era un
niño? No me lo dijo. Tengo que preguntártelo, ¿qué tipo de niño era? ¿Un
abusón?
Miley negó con
la cabeza, pensando en su hermano.
—En absoluto. Nick se enfrentaba a
los abusones. Incluso me defendió a mí unas cuantas veces.
—Entonces
conoces su secreto —repuso Helen,
mirando a Miley con curiosidad.
—¿Qué quieres
decir? —preguntó Miley, sintiendo una extraña sensación de mariposas en el estómago.
—Nick no sólo tiene el
instinto depredador de un león, también tiene corazón de león. Pero mantiene su
corazón amurallado y no disfruta de su tiempo libre. Es una pena ¿no crees?
Miley rememoró la
semana que llevaba en casa de Nick
y la imagen que
Helen tenía de él encajó perfectamente.
—Sí lo es —dijo,
pero se recordó que no podía, y no debía, hacer nada para arreglarlo. Aún así,
la molestó pensar que
Nick no estaba disfrutando de la alegría de vivir.
— ¡Santo cielo!
—Exclamó Helen, interrumpiendo
el pensamiento de Miley—. Sólo tengo cuarenta y cinco minutos para ayudarte a
encontrar algo antes de volver a la oficina —Helen eligió un
vestido negro—. Hay que darse prisa. ¿Qué te parece éste?
Aunque accedió a
probárselo, Miley buscó en vano los vestidos largos y sueltos que solía ponerse
cuando no llevaba vaqueros. En Georgetown
había trabajado en una peluquería exclusiva pero moderna, y todas las
estilistas seguían el dictamen de ropa informal de la dueña.
Treinta minutos
después, Miley salía de la tienda con un vestido de punto blanco de diseño
exclusivo que se ajustaba a su cuerpo a la perfección. Zapatos, bolso y chal
completaban el conjunto, que había costado tanto como dos de las mensualidades
que Miley pagaba por su coche.
—Aún no pareces
convencida —comentó Helen—.
El color es perfecto para tu tono de piel y tu pelo oscuro.
—Siempre que no me tire
nada encima —balbució Miley,
insegura. No debería ir a esa fiesta.
—Estarás
maravillosa —rió Helen—.
Con ese vestido puede que hasta Nick cambie de opinión sobre involucrarse en serio.
— ¡No! No quiero
que cambie de opinión. No quiero tener una relación. Me he prometido no tener
ningún romance ahora que voy a la universidad.
— ¿Ningún
romance? —se sorprendió Helen.
—Eso es —dijo Miley—.
Las relaciones sentimentales están prohibidas, sobre todo en mi primer año de
universidad. Tengo que concentrarme en los estudios. He desenchufado mi sistema
hormonal.
Helen sonrió
suavemente, dubitativa.
— ¿De verdad
crees que puedes desenchufar el corazón?
—Tengo que hacerlo
—aseguró Miley, pero sintió que el corazón la oprimía en el pecho.
oowww amiga gracias por subir :D]
ResponderEliminarAmo niley ♥
y de nada sabes me encanta comentar por qe asi sabes qe adoro tus noves y cuanto me gustan =)
y tu tmb cuidate tq♥
besitos :3
psdt: yo ya empeze a subir y mas tarde subo jemi♥ por qe se qe te gusta C: