viernes, 9 de noviembre de 2012

Amor Desesperado Capitulo 6 Niley




—Es lo menos que puedo hacer —dijo Miley, incapaz de soportar ver a Nick destrozar el trozo de pastel. Se apoyó contra la mesa y le puso un trozo de pastel delante de la boca—. Me salvaste la vida.
— ¿Es necesario volver a hablar de eso? —gruñó Nick.
—No —rió ella—. Te has apañado bien con el sándwich de pavo, pero estás machacando mi pastel. Deja de quejarte y come —insistió. Estaba claro que odiaba que lo ayudara—. Vamos. Sabes que te apetece.

Él la lanzó una mirada que fue como una bofetada de sensualidad. Parpadeó sorprendida, al ver la pasión en sus ojos. Él cambió de expresión, cerró la boca alrededor del tenedor y aceptó el bocado. Era una locura, pero incluso su manera de devorar el trozo de pastel le pareció sensual. Desafortunadamente, Miley sabía que la fuerza solía ser el escudo tras el que se escondían los abusones. Sin embargo, Nick no le daba esa impresión.
Al verlo pasarse la lengua por los labios se le encogió el estómago. Él gruñó apreciativamente y ella volvió a sentir la misma sensación. Lo observó mientras tragaba, inquieta por sus sentimientos.
—Tienes razón. Está delicioso. Quiero más —dijo él, mirándola.
Ella sintió un escalofrío. Sería un amante exigente, pensó. Se preguntó si también sería generoso. La idea de ser responsable del placer de Nick era increíblemente seductora. Le ofreció trozo tras trozo notando como la tensión crecía en su interior. Él chupó una cereza con la lengua y ella sintió una oleada de calor.

Cuando comprendió que la estaba excitando ver a Nick comer, se sintió avergonzada de sí misma. ¡Qué estaba pensando! Respiró lentamente varias veces y se recordó que había tomado una serie de decisiones cuando se matriculó en la universidad. Durante el primer año los hombres estaban prohibidos. Había decido mentalmente apagar el interruptor de su corazón y de sus hormonas femeninas.
Cuando Nick comió por fin el último bocado, estaba tan nerviosa que tenía ganas de romper el plato. Lo recogió y lo llevó a la pila.
—Estaba buenísimo. Gracias…
—De nada —replicó Miley, abriendo el grifo.
Percibió, más que oír, que Nick la seguía. El corazón le latía acelerado y se mordió el labio mientras lavaba el plato.
—¿Hay alguna razón por la quieras arrancar el dibujo del plato? —preguntó Nick, casualmente.

—No —respondió con voz aguda, un tono que odiaba porque denotaba su nerviosismo. Rígida, aclaró el plato, forzó una sonrisa y se volvió hacia él.
Aunque parecía relajado, Miley estaba segura de que sus ojos azules estaban devorando cada detalle de su persona, desde el pelo revuelto, las mejillas sonrosadas y cada curva de su cuerpo hasta los pies. La miraba tan intensamente que se preguntó si podría leer su mente.
—Me alegro de que te gustara el pastel. Me voy a estudiar un examen.
— ¿De qué asignatura?
—Civilización occidental —respondió, deseosa de concentrarse en otra cosa—. Me sé los temas, pero cuando miro las preguntas del examen me quedo…
—En blanco —intervino Nick, asintiendo con la cabeza.
Sorprendida de que Nick entendiera su nerviosismo, dio un respingo.
—Se me hace difícil creer que sepas lo que es eso.

—No solía ponerme muy nervioso en los exámenes, pero me quedé en blanco unas cuantas veces —admitió—. Respirar profundamente y pasar a la siguiente pregunta, para volver a la primera al final, solía ayudarme.
—Tendré que acordarme de eso —dijo Miley, apuntándolo en su lista de trucos para sobrevivir el primer año de carrera. Pero le iba a ser muy difícil recordar nada si Nick no se apartaba. Cada vez que respiraba percibía su olor, y sus hormonas respondían automáticamente.
—No pareces nerviosa —murmuró él, acercándose aún más—. Pareces… —dudó—. Enfadada.
—No estoy enfadada —dijo Olivia con vehemencia.
Él la recorrió con mirada especulativa.
—O excitada.
Miley, muda de repente, sintió una punzada de pánico. «No, no, no». No deseaba estar excitada, y si lo estaba no quería que él lo supiera. Quiso negarlo, pero las palabras se le quedaron atragantadas en la garganta.
Nick inclinó la cabeza hacia un lado e hizo una mueca.
—Bingo —dijo con voz grave y aterciopelada, teñida de sorpresa—. ¿Qué es lo que te ha excitado?

—Nada. Nada, nada. No estoy excitada —repuso Olivia.
—En mi profesión —Nick sonrió abiertamente—, he aprendido que la gente tiende a responder con énfasis cuando no dice la verdad.
Miley inspiró profundamente, captando de nuevo su aroma sutil y sexy. Debería desagradarla que la estuviera poniendo en un aprieto, decidió aferrarse a esa idea. El desagrado era mucho más seguro que la excitación.
—Ha sido un momento de locura temporal —explicó—. Un ramalazo extraño que ya ha desaparecido. Por completo —añadió.
—¿Seguro?
—Sí —replicó ella alegre, rezando porque fuera verdad.
—¿Qué lo provocó? —preguntó él, curioso.
— ¿Qué provocó qué?
— ¿Qué te ha excitado?
Miley notó que sus mejillas ardían y miró hacia otro lado.
—No estoy segura.
— ¿Ha sido algo que he dicho?
—No, sólo…
—Algo que he hecho —concluyó él.
Miley gimió y cerró los ojos. No la iba a dejar en paz. Iba a seguir atacando hasta que contestara. Abrió los ojos y se enfrentó a él.
—Vale, vale —dijo—. Si te lo digo ¿lo dejarás?
—Dejar ¿qué?
— ¡De acosarme!
—Sí.
—Fue la forma de comerte el pastel.
—La forma de comerme el pastel —repitió él, como si ella hablara en chino. Parpadeó lentamente—. Pero si me lo diste tú.
—Sí, pero disfrutaste mucho. Había algo… sensual… en tu forma de comer. Lo devoraste —hizo una pausa— con pasión.
—La forma de comerme el pastel —volvió a repetir Nick. Miley había sido una niña rara, ahora era una mujer estrambótica. Atractiva, pero chiflada—. ¿Sólo eso?
La vio suspirar exasperada y deseó ardientemente poder utilizar las manos. Sentía la necesidad de atraerla a sus brazos y besarla con el mismo placer con que había comido el pastel. Luchó contra su deseo, impaciente con la atracción que le provocaba, impaciente consigo mismo.

—Bueno, puede que también tu olor —admitió ella a regañadientes, apoyándose en la encimera—. Pero fue algo temporal.
—Una anomalía irrepetible —dijo él con voz tranquila, pero cada vez más impaciente.
—Sí —asintió ella.
Que se fuera al diablo el control, pensó él. Sólo era un beso, una forma de sacársela de la cabeza. Nick había aprendido que la realidad de una mujer pocas veces era tan intrigante como la fantasía. Puso los brazos a ambos lados de la encimera, atrapándola.
—Si es irrepetible, no deberíamos desaprovecharla.
—¿Desaprovecharla? —gimió ella, abriendo los ojos de par en par.
Él agachó la cabeza.
—¿Qué haces? —susurró.
—Curar esa mutua locura temporal —murmuró, y la besó. Ella, atónita, se puso rígida, pero tras un segundo se relajó. Sus labios le parecieron suaves y carnosos, y cuando los entreabrió él introdujo la lengua en su boca. Sabía a pastel de cerezas y a algo más provocativo.

Miley gimió suavemente y todo el cuerpo de Nick vibró. Frotó sus labios contra los de ella, que respondió mordisqueándole el labio inferior.
Nick se acercó más y sintió los pezones erectos a través de la blusa. Hubiera dado cualquier cosa por tocarle los senos, pero tenía las manos vendadas. Agitado, continuó besándola, comiéndole la boca y dejando que ella le respondiera.
Siguió besándola, deseando más cada vez. Ella levantó las manos y le agarró la cabeza, apretándose contra él.
Nick, completamente excitado, comenzó a frotarse contra ella. Se la imaginó húmeda y volvió a desear tocarla con los dedos. Con la boca. Con el cuerpo.
Centímetro a centímetro, Miley deslizó los dedos hasta sus caderas y lo atrajo hacia sí, sintiendo su excitación.
—Oh, Dios mío —susurró, apartó la boca y lo miró consternada—. Tengo que parar —dijo, como si hablara consigo misma—. Tú tienes que parar.
«Parar». Aunque él captó el significado, su cuerpo deseaba más. Ella cerró los ojos con determinación un segundo y luego lo miró.

—No puedo hacer esto —explicó—. Cuando volví a estudiar decidí desenchufar mi sistema hormonal y debe seguir así. ¡No puedo suspender!
Si no hubiera sido por su obvia angustia, Nick se habría reído a carcajadas de la tontería de desenchufar un sistema hormonal. Sin embargo, su consternación le llegó a lo más hondo. Eso le sorprendió, hacía mucho tiempo que Nick había protegido su corazón contra todo tipo de asalto.

—¡Eh! —exclamó—. ¿Qué es eso de suspender? Un beso no hará que suspendas.
Vio multitud de expresiones fugaces pasar por sus ojos antes de que ella desviara la mirada. Tuvo la impresión de que estaba a punto de echarse a llorar.
Miley ¿qué es esa bobada de suspender?
—Algunos no creen que sea una bobada —protestó Miley, con los ojos marrones brillantes de lágrimas, que se esforzó en esconder—. Algunas personas creen que voy a suspender.
—Algunas personas no tienen ni idea. De hecho, muchas personas no tienen ni idea —repuso Nick, sintiéndose fieramente protector.
—Mi familia no me ha dado muchos ánimos —comentó ella
.
—Pero eso no te sorprende —dijo Nick, con voz cínica—. La familia puede ser el mayor apoyo de una persona o su mayor detractor. Tú eres la que vas a clase y estudias. Tú quien lo va a conseguir. No ellos. Uno de los mayores placeres de la vida es hacer algo que otros consideran un imposible.
Nick calló de repente, sintiendo cierta vergüenza ante su propia convicción. Pensó que probablemente sonaba como un anuncio. Pero la cara de Miley se iluminó igual que si hubiera encendido una vela. Le pareció ver una mezcla de esperanza y determinación en sus femeninos rasgos.

—De acuerdo —dijo ella, y con esa voz que era naturalmente sensual, añadió—. Súper Comando Guerrero.
Mientras ella se dirigía a su habitación, él recordó su comentario sobre desenchufar el sistema hormonal y movió la cabeza de lado a lado. Para conseguirlo le haría falta un hábito, un velo y, quizás, un guardián.
Nick maldijo cuando colgó el teléfono.

Miley lo miró recelosa. Llevaba toda la tarde paseando de arriba abajo, callado y de mal humor. No quería acercase a él, sobre todo porque la preocupaba lo poco que le había costado excitarla el día del pastel. Estaba empeñada en que no volviera a suceder. Lo ayudaría hasta que le quitaran los vendajes y luego buscaría otro lugar para vivir. Era lo menos que podía hacer.
—¿Problemas? —preguntó.
—Sí. Bob Dell, un socio de mi bufete, me ha ordenado que vaya a un cóctel que da un cliente. Dice que ahora mismo estoy «de moda» y quiere aprovecharse de mi popularidad, «mientras dure» —añadió con sorna— para conseguir una nueva cuenta.
—Quizás no esté mal. Unas copas y unos canapés. Con los vendajes seguro que ni siquiera tienes que darle la mano a nadie.
Nick se miró las manos y puso mala cara.
A Miley le recordó a un tigre con una pata herida.
—Si quisiera dedicarme a la política, estaría trabajando para el fiscal de la comunidad de naciones —gruñó Nick.

—No —murmuró para sí Miley—. Serías el fiscal de la comunidad de naciones.
—Tienes razón —rió él. Suspiró y movió la cabeza con resignación—. Tengo que llevar pareja.
—Eso no es problema. Tenemos una larga lista de mujeres que se mueren por…
—Ni en un millón de años —cortó él—. No me hacen falta ese tipo de complicaciones. Necesito a alguien que entienda que esta fiesta no es más que un trabajo —dijo, mirándola enfurruñado.
Se hizo el silencio entre ellos. A Miley se le contrajo el estómago al notar cómo la miraba: analítico y calculador. Fue a por la lista de mujeres que lo habían llamado durante la semana.
—¿Estás seguro de que una de éstas no…?
—Tú —dijo rotundo.

Miley negó con la cabeza, aunque el corazón le dio un vuelco.
—Sabes que ahora mismo no quiero involucrarme sentimentalmente. Y yo sé que tú tampoco.
—Es el sábado por la noche —dijo Nick, como si ya estuviera todo decidido.
—No creo que sea buena idea.
— ¿Por qué? —inquirió él con tono razonable.
«Porque eres demasiado sexy, demasiado atractivo, demasiado fuerte». Miley se mordió el labio para evitar esos pensamientos.
—Simplemente no… —comenzó con vaguedad y luego soltó lo primero que se le ocurrió—. No tengo nada que ponerme.
—No es problema —replicó Nick sin dudarlo—. Te daré mi tarjeta de crédito y puedes ir a comprar algo.
—¡Oh, no! No puedo permitir que pagues…
—Insisto —interrumpió él—. No irías a la fiesta si no fuera por mí. Y no irías si yo no te hubiera rescatado.

—Oh —Miley tragó saliva, al recordarlo—. Supongo que es lo menos que puedo hacer.
Helen Barnett, la asistente de Nick, era una mujer rubia meticulosamente arreglada, y tenía más clase en un dedo meñique que la que la mayoría de las mujeres se atrevían a desear. Miley le calculó cuarenta y pico años, y se hubiera sentido intimidada de no ser por la calidez de su mirada. Fueron juntas a una elegante boutique de Libbie Avenue.
—Oh, no —murmuró tras echar una ojeada a los precios—. Decididamente este sitio no es para mí.

—Claro que sí —sonrió Helen—. Aquí encontraremos el vestido perfecto.
Dudosa, Miley miró los percheros.
—Son todos demasiado…
—¿Demasiado qué?
—Caros —susurró, tras carraspear.
—Nick dijo que el dinero no era problema y me dio su tarjeta de crédito. No tienes por qué preocuparte.
—Había pensado devolvérselo —objetó Miley.
—Considéralo un acto de caridad hacia él —dijo Helen, haciendo un gesto de rechazo con la mano—. Nick gana mucho dinero y no tiene tiempo para gastarlo. Además, eres la primera mujer normal que ha pasado por su vida en años.
Miley estaba segura de que Nick no la consideraba muy normal.
—Sigo pensando que debe haber alguien más apropiado que yo para asistir a la fiesta con Nick.
—No. Nick ni siquiera se ha acercado a conocer a la chica adecuada. No es que yo sea una casamentera, pero siempre he pensado que la mujer adecuada necesitaría tener una serie de cualidades muy inusuales; decididamente él está cortado por otro patrón.
—Cortado por otro patrón ¿en qué sentido? —preguntó Miley, curiosa por conocer la perspectiva de Helen. Esta ladeó la cabeza pensativa.

—Es casi demasiado inteligente para su propio bien, y todo el mundo sabe que tiene el instinto depredador de un león. De hecho, uno de los socios comentó una vez las diferentes formas de matar de leones y tigres. El león le rompe la espalda a su víctima.
—Para mí es muy difícil conciliar esa imagen con la del niño que conocí cuando vivíamos en Cherry Lane.
— ¿Conociste a Nick cuando era un niño? No me lo dijo. Tengo que preguntártelo, ¿qué tipo de niño era? ¿Un abusón?
Miley negó con la cabeza, pensando en su hermano.
—En absoluto. Nick se enfrentaba a los abusones. Incluso me defendió a mí unas cuantas veces.
—Entonces conoces su secreto —repuso Helen, mirando a Miley con curiosidad.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Miley, sintiendo una extraña sensación de mariposas en el estómago.
—Nick no sólo tiene el instinto depredador de un león, también tiene corazón de león. Pero mantiene su corazón amurallado y no disfruta de su tiempo libre. Es una pena ¿no crees?
Miley rememoró la semana que llevaba en casa de Nick y la imagen que Helen tenía de él encajó perfectamente.

—Sí lo es —dijo, pero se recordó que no podía, y no debía, hacer nada para arreglarlo. Aún así, la molestó pensar que Nick no estaba disfrutando de la alegría de vivir.
— ¡Santo cielo! —Exclamó Helen, interrumpiendo el pensamiento de Miley—. Sólo tengo cuarenta y cinco minutos para ayudarte a encontrar algo antes de volver a la oficina —Helen eligió un vestido negro—. Hay que darse prisa. ¿Qué te parece éste?
Aunque accedió a probárselo, Miley buscó en vano los vestidos largos y sueltos que solía ponerse cuando no llevaba vaqueros. En Georgetown había trabajado en una peluquería exclusiva pero moderna, y todas las estilistas seguían el dictamen de ropa informal de la dueña.
Treinta minutos después, Miley salía de la tienda con un vestido de punto blanco de diseño exclusivo que se ajustaba a su cuerpo a la perfección. Zapatos, bolso y chal completaban el conjunto, que había costado tanto como dos de las mensualidades que Miley pagaba por su coche.
—Aún no pareces convencida —comentó Helen—. El color es perfecto para tu tono de piel y tu pelo oscuro.
—Siempre que no me tire nada encima —balbució Miley, insegura. No debería ir a esa fiesta.

—Estarás maravillosa —rió Helen—. Con ese vestido puede que hasta Nick cambie de opinión sobre involucrarse en serio.
— ¡No! No quiero que cambie de opinión. No quiero tener una relación. Me he prometido no tener ningún romance ahora que voy a la universidad.
— ¿Ningún romance? —se sorprendió Helen.
—Eso es —dijo Miley—. Las relaciones sentimentales están prohibidas, sobre todo en mi primer año de universidad. Tengo que concentrarme en los estudios. He desenchufado mi sistema hormonal.
Helen sonrió suavemente, dubitativa.
— ¿De verdad crees que puedes desenchufar el corazón?
—Tengo que hacerlo —aseguró Miley, pero sintió que el corazón la oprimía en el pecho.


1 comentario:

  1. oowww amiga gracias por subir :D]
    Amo niley ♥
    y de nada sabes me encanta comentar por qe asi sabes qe adoro tus noves y cuanto me gustan =)
    y tu tmb cuidate tq♥
    besitos :3
    psdt: yo ya empeze a subir y mas tarde subo jemi♥ por qe se qe te gusta C:

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