—Déjame un poco de oreja, preciosa dijo
Demi, desenredando los dedos de Abbie. Puede
que la necesite alguna vez.
—Quizá sea mejor que la tenga yo se
ofreció Joseph.
—Cálmate, Joe
Demi le frunció el ceño. Abbie y yo nos llevamos muy bien, gracias.
Abbie rió, como si las palabras de Demi
le pareciesen graciosísimas. Joseph se quedó
en silencio.
Sam tiró a Demi
de un brazo, celoso porque su hermana hubiese acaparado toda la atención:
—Tengo unas zapatillas nuevas dijo,
apuntando hacia ellas. Las otras se me habían quedado pequeñas.
— ¿Sí? Demi
trató de sonar impresionada— ¡Qué rápidamente estás creciendo!
—Papá dice que me va a poner un
ladrillo encima de la cabeza comentó Sam
con una risilla. Le dije que era una tontería. Aun así, seguiría creciendo.
—Cierto. Y estarías muy raro
paseando con un ladrillo en la cabeza todo el tiempo, ¿verdad?
Sam rió de nuevo y se acercó un
centímetro más a Demi.
Claire, que había estado dormida en
un cochecito a los pies de Wade, empezó a lloriquear.
—Será mejor que nos vayamos dijo Emily, poniéndose de pie. A pesar de lo agradable que
ha sido la velada, va siendo hora de que bañemos y acostemos a los niños.
Clay no pareció muy entusiasmado,
pero obedeció sin rechistar y fue junto a sus padres mientras los mayores se
despedían. Demi los saludó desde el sofá,
todavía con Abbie en brazos.
—Por mucho que me guste sujetar a
esta niña, creo que ya es hora de irme yo también a casa anunció Demi minutos después de que los Davenport se
hubieran ido. Le dio un besito a Abbie y se la entregó a Joseph antes de ponerse de pie y dirigirse a Bobbie.
Muchas gracias por invitarme a cenar, señóla... quiero decir, Bobbie.
—Ha sido un placer, cielo Bobbie se
levantó. Sé que quieres que dejemos de darte la lata, pero necesito darte las
gracias una última vez por lo que hiciste en la piscina. Ninguno de nosotros lo
olvidará jamás.
Consciente de que Joseph y Sam estaban de pie tras ella, Demi murmuró algo apropiado para la ocasión y se
giró hacia Caleb.
—Buenas noches, Demi le dijo él, dándole una palmada en un brazo
paternalmente. Ven a vernos cuando quieras.
—Encantada. Gracias.
—Joseph,
acompaña a Demi hasta el coche. Yo me quedó
con Abbie Bobbie agarró a la niña, dando
por sentado que sus instrucciones serían obedecidas, como solía ocurrir.
—Yo voy también dijo Sam.
—No, cariño, quédate conmigo y con
el abuelo Bobbie detuvo a su nieto. Despídete de la señorita Lovato. Ya la verás otro día.
—Buenos días, señorita Lovato dijo Sam, desilusionado, extendiendo una
mano como había visto hacer a los mayores.
—Buenas noches, Sam Demi le estrechó la mano. Ya nos veremos, ¿de acuerdo?
—Eso espero.
Joseph avanzó
hacia la puerta del salón:
—Después de usted, señorita Lovato dijo
con marcada cortesía.
—Vaya, muchas gracias, señor Jonas Demi
sonrió. Buenas noches de nuevo a todos.
Luego, disimuladamente, miró a
Bobbie mientras acompañaba a Joseph fuera
del salón. La mirada de la mujer la dejó dubitativa: ¿qué había sido aquello
exactamente?, ¿una cena de agradecimiento... o una cita enmascarada?
—Mi madre no es la persona más
sutil murmuró Joseph
mientras salían a la calle.
A fin de esquivar sus ojos, Demi se
concentró en admirar las estrellas del cielo.
—Es muy agradable dijo en tono
ausente.
—Sí, pero también puede ser muy
testaruda cuando se le mete una idea en la cabeza.
Como prefería no andarse con
rodeos, Demi se apoyó contra su coche y miró
a Joseph a la cara:
— ¿Y a qué idea te refieres?
—Seguro que te has dado cuenta de
que ha tratado de que estuviéramos juntos toda la noche.
—Teniendo en cuenta que éramos los
únicos solteros, supongo que es natural, ¿no? Demi
se encogió de hombros.
—Puede. Pero en caso de que tenga
algo más en mente, espero que no te resulte embarazoso.
—No es fácil que hagan que me
ruborice dijo ella, sonriente.
— ¿Por qué no me sorprende esto que
dices?
En ocasiones, Demi no podía contenerse. Estiró un brazo para
acariciar con un dedo la barbilla de Joseph.
— ¿Y tú, Joseph?,
¿te ruborizas con facilidad?
—Normalmente no murmuró él.
Impulsada aún por el mismo impulso
incontenible, Demi deslizó ambas manos por
el pecho de Joseph, hasta detenerlas sobre
sus hombros.
— ¿Y qué necesitas para
ruborizarte?
Joseph
esbozó una leve sonrisa al responder:
—No me ruborizo desde el instituto.
— ¿Y cuál fue la causa entonces? Demi jugueteó con el cuello de su camisa y lo
acarició suavemente con un dedo.
—Creó que fue una sugerencia que me
hiciste.
Demi
rió por el tono tan seco de la respuesta.
— ¿Y aprovechaste el ofrecimiento?
—No. Dejé pasar la oportunidad...
Sus bocas estaban a escasos
centímetros. Demi deseó que su sonrisa
relajada disimulara el frenético ritmo de su corazón:
— ¿Y ahora? le preguntó con voz
ronca.
—Ahora... Joseph
notaba el aliento de Demi en los labios.
Vaciló un segundo y, finalmente, se retiró. Creo que la volveré a dejar pasar.
—Lástima murmuró Demi.
Joseph le
abrió la puerta del coche:
—Conduce con cuidado. Y vigila la
velocidad.
—Tranquilo contestó ella. Me parece
que ya he puesto a prueba mis límites demasiado por esta noche.
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