-Todavía no hemos acabado el
uno con el otro, Joe.
Demi le deslizó la mano por el
torso y luego apretó el pulgar contra su ombligo. La respiración de Joe se hizo más agitada mientras
se le tensaban todos los músculos abdominales. Ella lo miró a los ojos y vio
en ellos reflejos dorados mientras jugueteaba con sus calzoncillos,
introduciendo los dedos en la goma elástica.
-Estoy muy excitado -reconoció
Joe con voz ronca.
-Lo sé. Yo también -respondió Demi ayudándole a sacarse los
calzoncillos.
-Demi... -susurró él rodando sobre
la cama mientras ella se quitaba a toda prisa la ropa interior.
Joe utilizó los dientes, la
lengua, toda la boca para excitarla. Le dejó marcas por todo el cuerpo,
succionándole el cuello y mordiéndole los hombros. Demi podía sentir los círculos de calor, los
anillos de fuego.
No eran capaces de hacer el
amor sin volverse locos, y ella se dejó llevar por aquella locura. Demi entró en él, esta vez
colocada encima, y lo cabalgó.
Joe se agarró al cabecero
mientras ella lo montaba, moviéndose arriba y abajo, embistiéndolo,
fundiéndolo.
Se miraron a los ojos, y sus
miradas se quedaron enganchadas mientras sus caderas hacían lo mismo.
Entonces, Joe
soltó el cabecero
para abrazarla, para que ambos alcanzaran el climax en los brazos uno del otro.
Y cuando eso ocurrió, Demi se dejó llevar, sabiendo que
ella también era adicta a Joe.
Más tarde, aquella misma
noche, Joe
llevó a Demi a
casa. No se había atrevido a pedirle que se quedara, que durmiera a su lado.
Aquello le parecía demasiado tierno, demasiado amoroso. Demasiado
comprometido.
Pero ahora que estaba aparcado
frente a la casa de piedra, no quería dejarla marchar. Y eso le daba muchísimo
miedo.
-Vamos, te acompañaré a la
puerta —dijo apagando el motor del coche.
-Gracias. ¿Quieres entrar a
tomar algo?
Joe dudó unos instantes, sin
saber muy bien qué decir. ¿Qué ocurriría si acababa quedándose a dormir con
ella? Entonces, quedaría atrapado por la intimidad que había estado tratando de
evitar.
«Dile que no», le advirtió una
voz interior.
-De acuerdo -se escuchó decir
a sí mismo.
Una copa no le haría ningún
daño. Se la tomaría rápido.
Ambos se acercaron a la puerta
de la casa de piedra y Demi abrió
con sus llaves.
-Gracias a Dios, los
reporteros se han marchado.
-Sí. Ya hemos tenido
suficiente por un día.
Joe estaba deseando abrazarla, y,
para evitarlo, se metió las manos en los bolsillos del abrigo.
Entraron en la casa y subieron
las escaleras. Todo el edificio estaba en silencio, por lo que Joe dio por hecho que las hermanas
de Demi
ya se habían
acostado.
Su apartamento estaba oscuro,
y cuando ella encendió una luz, Joe se quedó inmóvil como una estatua.
De pronto, deseaba dormir en
su cama, despertarse a su lado por la mañana, hacer el amor al alba y tomarse
un café con cruasanes antes de volver a hacerlo en la ducha.
Joe casi podía sentir el calor
del agua, el vaho, el...
-¿Cerveza?
-Lo siento, ¿cómo dices?
-Que si quieres una cerveza.
-¿Tienes algo más fuerte?
-Mira tú mismo en el mueble
bar -respondió Demi quitándose la chaqueta antes de colocarla en
el respaldo de una silla.
-Me tomaré un tequila -dijo Joe tras echar un vistazo a las
bebidas.
Quería tomarse algo de un
plumazo, algo que apartara su mente de una cama caliente. Y de una mujer aún
más caliente.
Yo iré a la cocina a servirme
un vaso de leche y algo de comer -dijo Demi-. Mi úlcera me lo pide. ¿Tú tienes hambre?
-Yo no, gracias -respondió
él-. Pero sí me tomaré otra copa.
Joe se sirvió otro tequila,
preguntándose por qué lo hacía. ¿Acaso estaba esperando a que lo invitaran a
quedarse a pasar la noche?
Sí. Aquello era exactamente lo
que esperaba. Joe trató
de sacudirse su sentimiento de culpa. No era ningún delito. Después de todo,
eran amantes. Y Demi se
había mostrado conforme con seguir adelante con la relación al menos hasta la
fiesta, en la que todo terminaría.
Mientras la esperaba, le echó
un vistazo a su colección de películas de vídeo. A Demi le gustaban los clásicos de Hollywood, en
los que aparecían damas y gángsteres. Joe le alababa el gusto, pero cuando se encontró
inesperadamente con una cinta de serie B del oeste, rodada a finales de los
sesenta, se le formó un nudo en la garganta.
No quería pasar por aquello.
Al menos no esa noche.
Invadido por un dolor
repentino, Joe terminó
su bebida y contempló fijamente la carátula de la película. Conocía a fondo
aquel film. Antes se sentía muy orgulloso de él, pero desde hacía algún tiempo
le provocaba dolor.
Demi regresó al salón con un
sandwich a medio morder, un vaso de leche y una servilleta en una bandeja que
dejó sobre la mesa.
-No sabía que tuvieras una de
las películas de mi madre -comentó él tratando de aparentar normalidad.
-Iba a contártelo. La compré
hace tiempo, nada más conocerte -reconoció Demi agarrando su sandwich-. Sentía curiosidad
por ella.
-¿Por qué? -preguntó él
girando la película, fingiendo todavía indiferencia.
-Porque es tu madre, y quería
ver si os parecíais -respondió Demi sentándose en el sofá-. Te pareces muchísimo a ella, Joe. No sólo físicamente, sino
también en los gestos. Y en la sonrisa. Tenía mucho encanto. Siento que la
perdieras, Joe.
-Yo era sólo un bebé
—respondió él, apretando con fuerza los dientes para tratar de contener su
emoción.
-Es muy triste -comentó Demi dándole un sorbo a su vaso de
leche-. Para tu padre tuvo que ser muy duro perder a su mujer nada más nacer su
hijo.
Durante un instante, Joe sintió la tentación de
contarle la verdad a Demi.
Quería confiar en ella, revelarle toda la historia, tan dolorosa. Pero el tormento
que sufría su corazón le impedía admitir lo que su madre había hecho.
-La muerte nunca es fácil
-respondió desviando la mirada-. Pero mi padre encontró a otra persona y
volvió a casarse.
-Te he puesto triste, ¿verdad?
-preguntó Demi
captando por fin
el dolor que desvelaban los gestos de Joe.
-No pasa nada -contestó él,
que lo último que deseaba era su compasión-. ¿Qué me dices de ti? ¿Tienes mejor
el estómago?
Demi asintió con la cabeza y le
dedicó una sonrisa cargada de dulzura. Joe resistió la tentación de tomarla en brazos
y llevarla a la cama para acomodarse dentro de ella. No le parecía bien acostarse
con Demi
sólo para calmar
su dolor.
-Será mejor que me vaya -dijo
entonces.
-Si te quieres quedar aquí,
eres bienvenido —contestó ella.
-Creo que no es una buena
idea. Se está haciendo tarde, y mañana tenemos que madrugar los dos.
-¿Estás seguro, Joe? -insistió Demi mientras lo acompañaba a la
puerta.
-Si, lo estoy.
Joe la besó fugazmente en la
frente y se marchó a su casa con el corazón lleno de congoja.
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