viernes, 30 de noviembre de 2012

Amor Desesperado Capitulo 23




Anillo de amistad.
Cuando Nick se marchó, Miley no pudo parar quieta en toda la mañana. No quería quedarse a solas con sus dudas, que la martilleaban la cabeza como cien pelotas de ping-pong.
Acosada por pensamientos que no quería pensar y por sentimientos que no debería sentir, Miley decidió mantenerse ocupada durante el resto del día. Había terminado los exámenes y sólo le quedaba esperar a que llegaran las notas. Lissa Roberts no se le había quitado de la cabeza, así que Miley la llamó y la invitó a ir de compras o al cine.
Lissa aceptó, y Miley fue a buscarla a su casa. Cuando llegó al porche de los Roberts, volvió a mirar el anillo emocionada. Era una joya exquisita y cada vez que pensaba que Nick lo había elegido para ella se le iba la cabeza.

«¿Anillo de amistad?» Sí, eran amigos. Pero también eran amantes. Miley tamborileó con los dedos en el volante. Que Dios la ayudara, no sabía como se habían complicado tanto las cosas. ¿Qué iba a ocurrir con su corazón cuando pasaran los treinta días?
Sintió una punzada de miedo y cerró los ojos para tranquilizarse. Se dijo que era una superviviente, había hecho frente a muchas cosas en su vida, y también soportaría eso.
—Además —murmuró cuando salía del coche—. No estoy enamorada de Nick. Cerró la puerta de un golpe, para acallar la protesta de su conciencia.
Lissa salió corriendo, como un pájaro recién liberado. Llevaba gafas oscuras y un gorro, pero su sonrisa hizo que Miley se sintiera mejor.
—¿Prefieres ir de compras o al cine?
—Las dos cosas —dijo Lissa—. Fui al cine la semana pasada, estaba oscuro y fue genial. Nadie se fijó en mí. También quiero comprar regalos de Navidad para mi familia.
Entraron en el coche y Miley se volvió para mirar a Lissa.
—¿Son imaginaciones mías o las cicatrices están mucho mejor?
—Llevo maquillaje para ocultar la rojez, pero el doctor dice que quizá no sean tan profundas como pensaba —Lisa sonrió de felicidad—. Siempre tendré cicatrices, pero no tantas y seguramente no tan horribles. Lo único malo es que van a tardar una eternidad en curarse.
—¿Una eternidad?
—Hasta que acabe el instituto.
—Supongo que eso te parece un eternidad —Miley hizo una mueca—. ¿Has dejado que vengan a verte tus amigos?
—La semana pasada vino mi mejor amiga —asintió Lissa—. Yo estaba nerviosa y ella me hizo muchas preguntas, pero se alegró de verme. Está intentando convencerme de que vuelva a clase.
—¿Lo estás pensado?
—Para nada. No soporto que la gente me mire.
Miley asintió lentamente y arrancó el coche. La recuperación era lenta, pero había señales de vida en Lissa.
Primero hicieron las compras, porque el centro comercial estaba menos lleno por la mañana. Tomaron un tentempié y fueron a la primera sesión de cine. Después, Miley encontró una mesa libre en una esquina y se sentaron a tomar un helado.
Lissa miró con envidia a un grupo de adolescentes que paseaban por el centro riendo a carcajadas.
—Yo solía hacer eso con mis amigas —suspiró.
—Y volverás a hacerlo —dijo Miley—. Necesitas tiempo para que tu corazón y tu rostro se curen.
—Mi madre quiere que asista a terapia psicológica, pero no quiero hablar del accidente. Y no quiero darle lástima a nadie —dijo Lissa, con voz acalorada.
—Has pasado por una experiencia muy traumática —apuntó Miley—. Tu madre quiere que te pongas mejor.
—No necesito un psicólogo.
—Puede que no —concedió Miley, evitando una confrontación directa—. Pero podrías probarlo un par de veces —sonrió—. Como si fueras a que te hicieran la manicura.
Lissa calló, como si considerara la perspectiva de Miley. Dio un bocado al helado.
—Hay una cosa que sé con seguridad, ningún chico me pedirá que salga con él.

—Claro que sí —Miley notó que Lissa necesitaba algo de esperanza—. Saldrás con unos cuantos tontos y luego encontrarás a un chico que adore tu pelo rojizo, tus ojos y tu sonrisa. Y lo que es más importante aún, te adorará por haber sobrevivido a tus cicatrices.
—¿Es así el señor Nolan contigo? ¿Te quiere como siempre deseaste que te amaran?
Miley se mordió el labio. Se sentía como un fraude. Sobre todo en ese momento, cuando quería ser honesta con Lissa.
—Él no mira sólo las apariencias —dijo, sabiendo que eso al menos era verdad—. Esa es una de las razones por las que es tan especial.
—Tienes suerte —dijo Lissa.
Miley consiguió esbozar una sonrisa forzada. No se sentía especialmente afortunada. Tuvo que recordarse a sí misma que en realidad era una suerte tener a Nick como amigo.
—¿Pensáis tener niños en cuanto os caséis?
—¿Perdón? ¿Niños? —Miley se quedó sin respiración al imaginarse teniendo un bebé de Nick—. No tendré niños hasta que acabe la universidad.
—¿A él no le importa?

—No —Miley tragó saliva y decidió seguir adelante—. Él quiere que acabe la carrera. Sabe que es muy importante para mí. Mi madre nunca hizo nada fuera de casa porque mi padre la desanimó, y Nick no será así conmigo. Nunca.
—Debe ser agradable tener a alguien que te quiera tanto. Tienes mucha suerte.
Miley volvió a sonreír, pero le costó un esfuerzo doloroso. No sabía que le molestaba más: sentirse deshonesta por decir que Nick y ella estaban prometidos, o saber que todo lo que había dicho sobre él era cierto.
Cuando llegó a casa, después del trabajo, Nick abrió la boca para llamar a Miley, pero calló al oírla hablar por teléfono.

—Claro que iré a casa en Navidad, mamá —decía Miley, paseando descalza por la cocina—. Simplemente no iré pronto. He quedado en…, en cuidarle la casa a un amigo —dijo cruzando dos dedos— que me deja quedarme gratis el resto del mes.
Siguió un silencio.

—Supongo que tendré buenas notas —dijo Miley—. Eso no es problema. Pero me alegro de no haber buscado trabajo este semestre, porque algunas clases eran difíciles —otra pausa—. No. El dinero no es problema —dijo, cruzando más dedos y poniendo los ojos en blanco—. Sí, tengo otro apartamento apalabrado desde el uno de enero —dijo, cruzando los dedos de la otra mano —hizo una mueca de contrariedad—. Sí, me estoy manteniendo apartada de los hombres —cruzó dos dedos más y cerró los ojos—. Sí, mamá, desde luego que me voy a mudar más cerca de la universidad en enero —descruzó todos los dedos—.

 Yo también te quiero. No trabajes demasiado. Pronto nos veremos —colgó el teléfono y suspiró—. Ay, qué telarañas tejemos —murmuró—. Cuando mentimos como perros.
Nick se acercó por detrás y le tiró suavemente del pelo

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