El asiento
era demasiado pequeño para su enorme estatura. Casi no tenía espacio y eso sin contar con los bultos de la muchacha
que ocupaba el asiento de al lado. La miró con aire irritado y ella se sonrojó.
Con los ojos bajos, cambió inmediatamente su bolso de sitio y se abrochó nerviosamente
el cinturón de seguridad.
Él la
observó y lanzó un suspiro. Una solterona, pensó con disgusto, al fijarse en
las gafas de montura metálica, el jersey
blanco, tan holgado, y aquella púdica falda gris. Evidentemente
concluyó, se trataba de un tesoro que nadie se molestaría en reclamar. Volvió
la mirada al estrecho pasillo del avión. Malditos vuelos baratos, pensó
malhumorado. Si no hubiera perdido el avión en el que había hecho la reserva,
no se vería ahora intentando acomodarse en aquella lata de sardinas que le
habían dado por asiento. Ni estaría al lado de aquel espantajo.
Nunca había
aguantado a las mujeres. Y menos todavía ahora que se veía obligado a soportar
precisamente la compañía de aquella mujer durante los varios cientos de
kilómetros que había de San Antonio a Veracruz, México. La miró de reojo y vio
que estaba ocupada con un montón de libros. ¡Libros, cielo santo! ¿Es que no
sabía que -el equipaje se llevaba en un compartimiento aparte?
-Debería
haber reservado un asiento para los libros _murmuró, echando una ojeada a lo
que tenía todo el aspecto de ser un montón de novelas rosas.
Ella tragó
saliva, un tanto intimidada, mientras observaba a aquel hombre alto y rubio, de
aspecto atlético, y que la miraba con una expresión francamente hostil. Las
manos las tenía bonitas, y eran fuertes y bronceadas. En el dorso de una de
ellas había varias cicatrices...
-Perdone -le
dijo, rehuyendo sus ojos-. Es que acabo de estar en San Antonio, en donde una
autora de novelas románticas me ha dedicado todos estos libros suyos. Cuando
acabe mis vacaciones en Méjico, les llevaré todos estos ejemplares a mis
amigas. Me ha dado miedo facturarlos.
-¿Son joyas
de valor incalculable? -preguntó él sarcásticamente mientras la muchacha
colocaba la bolsa de libros debajo de su asiento.
-Para
algunas personas sí -repuso ella.
Miró
nerviosamente por la ventanilla al notar que el avión se ponía en movimiento.
La azafata
empezó a hacer una vez más la aburrida demostración de cómo debía utilizarse el
equipo de salvamento. Suspirando con aire impaciente, el hombre se cruzó de
brazos y se quedó mirando a la azafata. Era una belleza, pero no le interesaba.
Llevaba bastantes años sin interesarse por las mujeres, salvo para satisfacer
una necesidad no muy frecuente en él. Se rió para sus adentros al fijarse mejor
en la pudorosa muchacha que estaba sentada junto a él. Se preguntó si sabría
algo de aquella necesidad infrecuente y decidió que no, Parecía tan casta como
una monja, con aquella mirada asustadiza y aquellas manos temblorosas. Y, sin
embargo, las manos las tenía bonitas, se dijo, frunciendo los labios mientras
las examinaba. Dedos largos y gráciles, con las uñas sin pintar. Eran manos de
señora.
Le irritó
el" haberse fijado en aquel detalle. Se quedó mirando a la chica con una
expresión más adusta todavía.
A la
muchacha le llamó la atención aquel gesto. Una cosa era que a uno lo tolerasen
con más o menos impaciencia, pero otra muy distinta, y que no le gustaba nada,
era aquella mirada de superioridad. Le sostuvo la mirada y vio que algo
brillaba en sus ojos oscuros antes de que se volviese otra vez hacia la
azafata.
Así que
tenía coraje, pensó él. Aquello era algo sorprendente en una monjita remilgada.
Se preguntó si .sería bibliotecaria. Sí, aquello explicaría su fascinación por
los libros. Y las historias de amor... seguramente estaba ansiosa por vivir
una. Qué tontos eran los hombres, se dijo, al no hacer caso de una pobrecilla
como aquélla por correr tras otras más exuberantes y liberadas. De pronto, oyó
un fervoroso murmullo. -Santa María, madre de...
¡No podía ser! Se volvió para mirarla con los
ojos dilatados de asombro. ¿Sería de veras una monja?
Ella le vio
mirarla y se' mordió los labios tímidamente. -Es una costumbre -musitó-. Mi
mejor amiga era católica. Ella me enseñó el rosario y siempre lo rezábamos
juntas cuando íbamos en avión. Personalmente -"-añadió con los ojos muy
abiertos-, creo que en esa cabina de ahí delante no hay nadie pilotando el
avión.
-¿En serio
cree eso? -preguntó él, arqueando las cejas. -¿Alguna vez ha visto a alguien
ahí dentro? -explicó la muchacha, inclinándose hacia él-. La puerta está
siempre cerrada. Y, si no hay nada que
esconder, ¿por qué la. Cierran? Él no pudo reprimir una sonrisa. -¿Tal vez es
que quieren ocultamos el autómata que pilota el avión.
ahhaahha me encanto vane♥ por favor no tardes en subir me muero por saber como se llegan a casar!
ResponderEliminarsigelaaaaaaaaaa plissssssss
me encanto :D♥-♥