—Ahí está —Demi se estremeció al ver el cuerpo caído en el
suelo. Rogando para que no fuera demasiado tarde, saltó del caballo y corrió
junto al hombre—. Jim. Jim, despierta.
Joe se arrodilló y apoyó los dedos contra el cuello del joven
vaquero.
—Su pulso es fuerte, pero creo que está prácticamente
deshidratado —tomó su cantimplora y empapó el pañuelo que Jim llevaba al cuello—.
Trata de despertarlo para que podamos darle un poco de agua.
Demi se colocó de manera que su cuerpo protegiera del ardiente
sol al vaquero.
—Vamos, Jim —dijo mientras le humedecía el rostro—. Tienes que
despertarte.
Joe se acercó con las alforjas y las dejó en el suelo. Luego
desabrochó la camisa de Jim y deslizó las manos por su torso.
—Por el moretón que tiene en el costado, yo diría que se ha roto
un par de costillas —señaló con una mano el extraño ángulo de una de las
piernas—. Debe tenerla rota por debajo de la rodilla.
Cuando desgarró con el cuchillo la tela del pantalón, la visión
de la pierna retorcida hizo que Demi apartara la vista.
— ¿Vas a estar bien? —preguntó Joe.
—Sí —contestó ella, y su expresión reveló a Joe que iba a
utilizar sus agallas para hacer lo que hubiera que hacer.
—Bien, porque la inflamación en torno a su bota está cortando la
circulación de su pie. Vas a tener que sujetarle la pierna con firmeza mientras
yo trato de quitársela. ¿Crees que podrás hacerlo?
—Sí —replicó Demi, pálida, pero con expresión resuelta.
Joe la miró y supo que no se iba a rajar, por muy desagradable
que pudiera llegar a ser la situación. Las palabras de Whiskers resonaron en su
mente. «Sí, señor. Cuando es necesario, seguro que lo da todo hasta que ya no
le queda nada dentro».
Siguiendo un repentino impulso, se inclinó hacia ella, apoyó una
mano tras su nuca y le dio un rápido y duro beso.
—Sigue así, querida. Lo estás haciendo muy bien —solo pretendía
que fuera un beso de ánimo, pero su cuerpo parecía tener otra opinión—. ¿Estás
lista? —preguntó, decidido a ignorar la repentina tensión de su bragueta.
Demi apretó los labios y alargó las manos para sujetar la pierna
de Jim. Era evidente que le estaba costando, pero no se iba a echar atrás. Joe
admiraba aquella clase de agallas.
Desgarró la costura lateral de la bota.
—Sujétalo con firmeza mientras trato de quitársela.
Jim recuperó la consciencia en ese momento y gimió.
—Duele… mucho.
—Aguanta solo un poco más, amigo —para distraerlo de su evidente
dolor, Joe preguntó—: ¿Qué ha pasado?
—Regresaba del cañón… cuando he visto un coyote arrastrando el
pellejo de un ternero —Jim contuvo el aliento mientras Joe liberaba su pie
hinchado. Cuando el dolor remitió en parte, continuó—. Como un idiota, he
sujetado las riendas a la silla y he sacado el rifle para cazarlo. Pero no
esperaba cruzarme con una cascabel. El viejo Red la ha olfateado y se ha vuelto
loco. Me ha arrojado al suelo de dos saltos y para terminar de arreglarlo me ha
coceado en las costillas.
— ¿Y has atrapado al coyote?
Jim rio débilmente.
— ¡No! Se ha dado la vuelta en cuanto me ha visto y luego se ha
quedado a observar el rodeo. Te juro que después de caer del caballo me ha
parecido oírle reír.
—Probablemente lo haya hecho. Imagino que tú y Red habéis dado
un buen espectáculo —la bota salió finalmente del pie y Joe respiró aliviado. Entregó
a Demi su cantimplora—. Trata de hacerle beber un poco.
Demi colocó la cantimplora sobre los agrietados labios de Jim y
este dio un sorbo.
—Es muy agradable despertar viendo el rostro de un ángel —dijo
el vaquero. De pronto se puso pálido y su rostro se contrajo en una mueca de
dolor.
—Tranquilo, Jim —dijo Demi con suavidad—. Ahora que estamos aquí
todo va a ir bien.
Joe sintió envidia cuando vio que apoyaba una mano en la mejilla
de Jim. El sonido de su aterciopelada voz pronunciando el nombre de otro hombre
y la visión de su mano acariciándolo hicieron que deseara ser él el herido.
Apretó los dientes para frenar aquellos absurdos pensamientos y
fue a buscar la manta que llevaba enrollada tras la silla.
—Quítate el cinturón, Demi —dijo mientras colocaba la manta
junto a la pierna herida de Jim. Luego se quitó su propio cinturón—. También
voy a necesitar el tuyo, Jim. ¿Puedes quitártelo?
Jim trató de erguirse, pero el dolor lo obligó a volver a
recostarse contra Demi.
—Dame un minuto… para recuperar el aliento… y lo intentaré de
nuevo.
—Yo te lo quito —dijo Demi.
Joe vio cómo acercaba sus manos a la hebilla del cinturón de
Jim. ¿Cuántas veces a lo largo de los últimos días había imaginado que hacía
aquello con él? No quería que se lo hiciera a otro hombre.
Mascullando una maldición, apartó las manos de Demi a un lado y
se ocupó personalmente de retirar el cinturón de Jim.
—Sostenle la pierna mientras pongo la manta debajo —ordenó,
ignorando la mirada de exasperación que le dirigió ella.
Tras envolver la pierna con la manta, colocó dos tablillas a los
lados y las sujetó firmemente con los cinturones. Luego alzó la mirada y vio
que Demi estaba ayudando a Jim a quitarse la camisa.
— ¿Qué crees que estás haciendo?
— ¿No has dicho que es probable que tenga dos costillas rotas?
—Sí.
— ¿Y no crees que habría que vendarle el torso?
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