martes, 7 de agosto de 2012

Errores Del Ayer Cap 3



—No me apetece bailar esta tarde, señor Jonas, así que déjese de dar vueltas y hable claro. El motivo por el que no quiere que me ocupe de su caballo no tiene nada que ver con mi supuesta falta de experiencia o fuerza, sino con el hecho de que soy una mujer.
Joe sintió que empezaba a perder el control de la situación.
—Usted ha tergiversado las cosas —dijo, agitando el contrato ante ella—. No pienso tratar con alguien dispuesto a utilizar engaños para conseguir un trabajo.
—Si echa un vistazo al contrato, verá que no ha habido ningún tipo de engaño. Mis honorarios y lo que puede esperar de mí están claramente expresados.
— ¿Incluye parte de su trabajo dejarse matar? La «proeza» que ha realizado en el corral ha sido una de las más descabelladas que he visto en mi vida.
—Admito que mis métodos no son muy ortodoxos, pero le aseguro que funcionan —dijo Demi, y se encogió de hombros—. Satin y yo nos estábamos entendiendo a la perfección hasta que usted y sus hombres han llegado.
Veía que Jonas estaba cada vez más enfadado, pero no le iba a quedar más remedio que acostumbrarse al hecho de que el mejor hombre para aquel trabajo era una mujer. Además, ella no podía permitirse empezar a cancelar contratos si pretendía alcanzar su meta. Y estaba cerca de alcanzarla. Muy cerca.
—No quiero que se ocupe de mi caballo —dijo Joe, tenso—. A Satin le espera un gran futuro, pero, después de conocerla, creo que su influencia no sería buena para mi caballo.

Demi sintió que la rabia se iba acumulando en su interior. Si sabía hacer algo era transformar un animal brioso y díscolo como Satin en un magnífico caballo para la competición. A fin de cuentas, hacía más de seis años que era entrenadora profesional de caballos y llevaba toda su vida junto a ellos.
—El año pasado, un caballo entrenado por mí ganó la segunda plaza en la National Reining Horse, otros dos ganaron el primer premio en competiciones similares y tres de los principales competidores de este año también han sido entrenados por mí.

—Está muy bien recomendada por Cal, señorita Lovato, pero…
—Pero nada —Demi se levantó, apoyó las manos en el escritorio y se inclinó hacia delante—. Si tiene una razón válida para querer cancelar el contrato, yo seré la primera en romperlo. Pero no la tiene. El hecho de que sea una mujer es intranscendente. Cuando entro en un corral carezco de género. No soy ni hombre ni mujer. Adiestro caballos y punto. Eso es todo lo que debería importarle.
Joe se levantó y adoptó una postura similar a la de ella, de manera que sus narices estuvieron a punto de tocarse.
—Voy a cancelar el contrato, señorita Lovato.

—Me llamo Demi, y no puede cancelarlo. Es un contrato blindado, a menos que ambas partes estén de acuerdo en anularlo. Y le aseguro que las gallinas empezarán a dar leche antes de que yo me eche atrás —se encaminó hacia la puerta y se volvió para sonreír a su rabioso patrón—. Hable con su abogado y él le aclarará las cosas. O me paga por adiestrar a su caballo, o me paga por no hacer nada. Punto. Usted elige. Pero deje que le recuerde que la lista de espera de mis clientes incluye a sus principales competidores. Sólo acepté adiestrar a su caballo y ponerle a usted por delante por hacerle un favor a Cal. De lo contrario, habría tenido que esperar por lo menos un año.

A continuación salió del despacho y cerró la puerta suavemente a sus espaldas, pero apenas logró caminar unos pasos antes de tener que detenerse para apoyar la espalda contra la pared. Todo el cuerpo le temblaba, y las rodillas se le habían vuelto de gelatina.

Hacía tiempo que había aprendido a enfrentarse a cierta animosidad por parte de los criadores de caballos de mentes más estrechas. Pero Jonas se había excedido criticando su habilidad profesional y su experiencia. Si le hubiera dicho desde el principio que prefería no tratar con ella, o que se sentía incómodo con la situación, se habría planteado la posibilidad de liberarlo del contrato. Pero ya no estaba dispuesta a hacerlo. Quería demostrarle lo que valía.

Sonrió para sí. Aquello era una primicia para ella. Además de adiestrar un caballo para la competición, se le había presentado una oportunidad de oro para dar una o dos lecciones a un asno.
Su sonrisa dio paso a una risita cuando una maldición, seguida del sonido de un teléfono al ser colgado con violencia, llegó desde el despacho de Joe. Al parecer, su abogado acababa de darle las buenas noticias. J.J. Adams adiestraría a su caballo y, a menos que quisiera pagarle por no trabajar, no iba a poder hacer nada al respecto.
Sonriendo, Demi se apartó de la pared. Había llegado el momento de recoger sus cosas de Daisy y buscar un lugar en el que alojarse en los barracones.
Joe se pasó la mano por la frente, tensa.

—Hilliard dice que recuerda que el contrato es uno de los más claros que ha visto en su vida. No hay nada que hacer. O D.D. Lovato  hace su trabajo, o le pago por no hacerlo y me busco otro entrenador.
—Debería haber buscado algún otro —dijo Brad con expresión sombría—. Cal no me dijo que D.D. Lovato era una mujer.
—No os culpo ni a ti ni a Cal —Joe lanzó una mirada iracunda hacia la puerta—. Es evidente que la señorita Lovato ya ha practicado este pequeño engaño antes con sus iniciales y le ha salido bien. Tuvo oportunidad de sobra de identificarse cuando hablasteis sobre el contrato. Además, yo debería haber hecho que investigaran su nombre antes de firmarlo —volvió la mirada hacia la urna de cristal—. Y puede que no sea mala idea hacerlo ahora.
Brad se levantó para irse.

—Haz lo que mejor te parezca. Ya que una de las condiciones del contrato es que el adiestrador tenga una habitación en los barracones, será mejor que me ocupe de eso antes de la cena.
—No. La señorita Lovato va a ser la única mujer de menos de sesenta años viviendo en un radio de treinta y cinco millas, y no quiero problemas entre los hombres —Joe siguió a Brad al vestíbulo—. Puede ocupar una de las habitaciones de arriba.
—le lo diré.
Joe negó con la cabeza.
—De ahora en adelante, yo me ocupare de Demi Lovato. Ya veremos cuánto le gusta tratar con alguien inmune a la distracción de su bonito rostro.
Brad se encogió de hombros antes de salir.
—Tú eres el jefe.
Joe fue a la cocina.
—Whiskers, necesito que prepares una de las habitaciones de invitados.
El viejo cocinero removió el contenido de una gran perola que tenía en el fuego y luego miró una bola de masa que se hallaba sobre la encimera.
— ¿No tengo bastante que hacer como para que vengas a pedirme que haga otra cosa?
—Pareces un poco agitado. ¿Te ha dado mucho la lata Ryan? —preguntó Joe a la vez que deslizaba un dedo por encima de una tarta de chocolate.
Whiskers tomó una cuchara de madera y golpeó con ella el dorso de la mano de Joe.
—Mantente alejado de esa tarta. Es para la cena —agitó la cuchara ante él—. Controlar a ese hijo tuyo es como tratar de retener al viento en una jaula. Es imposible.
Joe sonrió.

—Sospecho que vas a tener que echarte una siesta antes de la cena.
—Muchacho, sabes muy bien que apenas hago algo más que cerrar unos momentos los ojos durante el día.
Flint reprimió una risa. Los ronquidos de Whiskers mientras «cerraba unos momentos los ojos», podrían causar una estampida.
— ¿Dónde está Ryan? —preguntó, mirando a su alrededor.
—Supongo que fuera, buscando algún modo de crear problemas —Whiskers volvió a remover el contenido de la perola—. Hace unos momentos he oído un revuelo procedente de tu despacho. ¿Qué es lo que te ha irritado tanto?
Flint se puso repentinamente serio.
—La mujer que va a adiestrar a Satin.
Whiskers se quedó boquiabierto.
— ¿Mujer? ¿Has dicho mujer? ¿La que he visto cruzar el patio en dirección a los barracones?
—Sí.

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