—No me apetece bailar esta tarde,
señor Jonas, así que déjese de dar vueltas y hable claro. El motivo por el que
no quiere que me ocupe de su caballo no tiene nada que ver con mi supuesta
falta de experiencia o fuerza, sino con el hecho de que soy una mujer.
Joe sintió que empezaba a perder el
control de la situación.
—Usted ha tergiversado las cosas —dijo,
agitando el contrato ante ella—. No pienso tratar con alguien dispuesto a utilizar
engaños para conseguir un trabajo.
—Si echa un vistazo al contrato, verá
que no ha habido ningún tipo de engaño. Mis honorarios y lo que puede esperar
de mí están claramente expresados.
— ¿Incluye parte de su trabajo dejarse
matar? La «proeza» que ha realizado en el corral ha sido una de las más
descabelladas que he visto en mi vida.
—Admito que mis métodos no son muy
ortodoxos, pero le aseguro que funcionan —dijo Demi, y se encogió de hombros—.
Satin y yo nos estábamos entendiendo a la perfección hasta que usted y sus
hombres han llegado.
Veía que Jonas estaba cada vez más
enfadado, pero no le iba a quedar más remedio que acostumbrarse al hecho de que
el mejor hombre para aquel trabajo era una mujer. Además, ella no podía
permitirse empezar a cancelar contratos si pretendía alcanzar su meta. Y estaba
cerca de alcanzarla. Muy cerca.
—No quiero que se ocupe de mi caballo —dijo
Joe, tenso—. A Satin le espera un gran futuro, pero, después de conocerla, creo
que su influencia no sería buena para mi caballo.
Demi sintió que la rabia se iba
acumulando en su interior. Si sabía hacer algo era transformar un animal brioso
y díscolo como Satin en un magnífico caballo para la competición. A fin de
cuentas, hacía más de seis años que era entrenadora profesional de caballos y
llevaba toda su vida junto a ellos.
—El año pasado, un caballo entrenado
por mí ganó la segunda plaza en la National
Reining Horse, otros dos ganaron el primer premio en competiciones
similares y tres de los principales competidores de este año también han sido
entrenados por mí.
—Está muy bien recomendada por Cal,
señorita Lovato, pero…
—Pero nada —Demi se levantó, apoyó las
manos en el escritorio y se inclinó hacia delante—. Si tiene una razón válida
para querer cancelar el contrato, yo seré la primera en romperlo. Pero no la
tiene. El hecho de que sea una mujer es intranscendente. Cuando entro en un
corral carezco de género. No soy ni hombre ni mujer. Adiestro caballos y punto.
Eso es todo lo que debería importarle.
Joe se levantó y adoptó una postura
similar a la de ella, de manera que sus narices estuvieron a punto de tocarse.
—Voy a cancelar el contrato, señorita Lovato.
—Me llamo Demi, y no puede cancelarlo.
Es un contrato blindado, a menos que ambas partes estén de acuerdo en anularlo.
Y le aseguro que las gallinas empezarán a dar leche antes de que yo me eche
atrás —se encaminó hacia la puerta y se volvió para sonreír a su rabioso patrón—.
Hable con su abogado y él le aclarará las cosas. O me paga por adiestrar a su
caballo, o me paga por no hacer nada. Punto. Usted elige. Pero deje que le
recuerde que la lista de espera de mis clientes incluye a sus principales
competidores. Sólo acepté adiestrar a su caballo y ponerle a usted por delante
por hacerle un favor a Cal. De lo contrario, habría tenido que esperar por lo
menos un año.
A continuación salió del despacho y
cerró la puerta suavemente a sus espaldas, pero apenas logró caminar unos pasos
antes de tener que detenerse para apoyar la espalda contra la pared. Todo el
cuerpo le temblaba, y las rodillas se le habían vuelto de gelatina.
Hacía tiempo que había aprendido a
enfrentarse a cierta animosidad por parte de los criadores de caballos de
mentes más estrechas. Pero Jonas se había excedido criticando su habilidad
profesional y su experiencia. Si le hubiera dicho desde el principio que
prefería no tratar con ella, o que se sentía incómodo con la situación, se
habría planteado la posibilidad de liberarlo del contrato. Pero ya no estaba
dispuesta a hacerlo. Quería demostrarle lo que valía.
Sonrió para sí. Aquello era una
primicia para ella. Además de adiestrar un caballo para la competición, se le
había presentado una oportunidad de oro para dar una o dos lecciones a un asno.
Su sonrisa dio paso a una risita
cuando una maldición, seguida del sonido de un teléfono al ser colgado con
violencia, llegó desde el despacho de Joe. Al parecer, su abogado acababa de
darle las buenas noticias. J.J. Adams adiestraría a su caballo y, a menos que
quisiera pagarle por no trabajar, no iba a poder hacer nada al respecto.
Sonriendo, Demi se apartó de la pared.
Había llegado el momento de recoger sus cosas de Daisy y buscar un lugar en el
que alojarse en los barracones.
Joe se pasó la mano por la frente,
tensa.
—Hilliard dice que recuerda que el
contrato es uno de los más claros que ha visto en su vida. No hay nada que
hacer. O D.D. Lovato hace su trabajo, o
le pago por no hacerlo y me busco otro entrenador.
—Debería haber buscado algún otro —dijo
Brad con expresión sombría—. Cal no me dijo que D.D. Lovato era una mujer.
—No os culpo ni a ti ni a Cal —Joe
lanzó una mirada iracunda hacia la puerta—. Es evidente que la señorita Lovato
ya ha practicado este pequeño engaño antes con sus iniciales y le ha salido
bien. Tuvo oportunidad de sobra de identificarse cuando hablasteis sobre el
contrato. Además, yo debería haber hecho que investigaran su nombre antes de
firmarlo —volvió la mirada hacia la urna de cristal—. Y puede que no sea mala
idea hacerlo ahora.
Brad se levantó para irse.
—Haz lo que mejor te parezca. Ya que
una de las condiciones del contrato es que el adiestrador tenga una habitación
en los barracones, será mejor que me ocupe de eso antes de la cena.
—No. La señorita Lovato va a ser la
única mujer de menos de sesenta años viviendo en un radio de treinta y cinco
millas, y no quiero problemas entre los hombres —Joe siguió a Brad al vestíbulo—.
Puede ocupar una de las habitaciones de arriba.
—le lo diré.
Joe negó con la cabeza.
—De ahora en adelante, yo me ocupare
de Demi Lovato. Ya veremos cuánto le gusta tratar con alguien inmune a la
distracción de su bonito rostro.
Brad se encogió de hombros antes de
salir.
—Tú eres el jefe.
Joe fue a la cocina.
—Whiskers, necesito que prepares una
de las habitaciones de invitados.
El viejo cocinero removió el contenido
de una gran perola que tenía en el fuego y luego miró una bola de masa que se
hallaba sobre la encimera.
— ¿No tengo bastante que hacer como
para que vengas a pedirme que haga otra cosa?
—Pareces un poco agitado. ¿Te ha dado
mucho la lata Ryan? —preguntó Joe a la vez que deslizaba un dedo por encima de
una tarta de chocolate.
Whiskers tomó una cuchara de madera y
golpeó con ella el dorso de la mano de Joe.
—Mantente alejado de esa tarta. Es
para la cena —agitó la cuchara ante él—. Controlar a ese hijo tuyo es como tratar
de retener al viento en una jaula. Es imposible.
Joe sonrió.
—Sospecho que vas a tener que echarte
una siesta antes de la cena.
—Muchacho, sabes muy bien que apenas
hago algo más que cerrar unos momentos los ojos durante el día.
Flint reprimió una risa. Los ronquidos
de Whiskers mientras «cerraba unos momentos los ojos», podrían causar una
estampida.
— ¿Dónde está Ryan? —preguntó, mirando
a su alrededor.
—Supongo que fuera, buscando algún
modo de crear problemas —Whiskers volvió a remover el contenido de la perola—. Hace
unos momentos he oído un revuelo procedente de tu despacho. ¿Qué es lo que te
ha irritado tanto?
Flint se puso repentinamente serio.
—La mujer que va a adiestrar a Satin.
Whiskers se quedó boquiabierto.
— ¿Mujer? ¿Has dicho mujer? ¿La que he
visto cruzar el patio en dirección a los barracones?
—Sí.
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