Una gota de sudor se deslizó por la frente de Demi. A pesar de
que una suave brisa mecía las ramas del roble que se hallaba junto a la casa,
el calor resultaba opresivo.
Hacía una semana que sufrían una ola de calor, hasta el punto de
que había tenido que trasladar prácticamente a la madrugada su horario de
trabajo con Satin.
— ¿Vas a jugar? —Preguntó Ryan, con sus pequeñas y redondeadas
mejillas rosadas a causa de calor—. Es tu turno.
Demi miró sus cartas.
— ¿Tienes algún cuatro?
—No.
Demi alargó una mano para tomar otra carta, pero un movimiento
en la distancia llamó su atención. No sabía quién era el jinete, pero debía
estar loco para hacer galopar al caballo con aquel calor.
Pero cuando el animal se acercó vio con preocupación que ningún
jinete lo montaba. Aquello solía indicar que había un vaquero con problemas, y
estos podían ser especialmente graves con aquel calor.
Dejó las cartas sobre la mesa y se puso en pie.
—Ve a avisar a tu padre, Ryan —dijo, a la vez que se encaminaba
al corral.
Ya estaba esperando cuando el caballo se detuvo ante la valla cerrada,
con el pecho cubierto de sudor y espuma saliendo de su boca. Se acercó
lentamente para evitar asustarlo y lo sujetó por la brida. Al ver las riendas
enrolladas en torno al pomo de la silla su preocupación fue en aumento. Era un
indicio innegable de que el jinete había salido disparado de la silla de forma
repentina e inesperada.
— ¿Qué ha pasado? —Preguntó Joe en cuanto se reunió con ella—.
¿Dónde está Jim?
—Yo diría que en algún lugar entre este y aquel al que Brad lo
haya enviado a trabajar esta mañana —contestó Demi.
Joe asintió.
—Brad lo ha enviado a comprobar cómo están los pastos en el
Cañón del Diablo.
— ¿Qué sucede? —preguntó Whiskers cuando él y Ryan llegaron.
—Parece que Jim ha tenido algún problema —dijo Joe a la vez que
se encaminaba al establo. Cuando volvió, dejó su silla en lo alto de la valla y
luego eligió uno de los caballos del corral—. Voy a buscarlo.
Demi fue a pasar la valla para tomar otro caballo. No quería
quedarse en el rancho si podía servir de ayuda para el amistoso vaquero.
—Voy contigo.
Joe le bloqueó el camino.
—No —dijo, mientras sacaba su caballo—. No va a ser un viaje de
placer, Demi.
—No seas cretino, Jonas —ella señaló con el pulgar por encima de
su hombro—. Hay un hombre perdido solo Dios sabe dónde, y tal vez herido, y
cuanto antes lo encontremos, mejor.
Joe entrecerró los ojos e interrumpió sus preparativos.
—Lo que más me preocupa es encontrar a Jim. Más allá del arroyo
seco se extiende uno de los territorios más duros de este lado del infierno. Ni
siquiera se puede acceder a él con un todo terreno. Lo que menos necesito es la
responsabilidad añadida de tener que cuidar de ti.
Demi alzó la barbilla.
—Sé cuidar de mí misma. Además, dos jinetes pueden cubrir más
terreno que uno.
—Eso es cierto —dijo Whiskers—. Vas a tener que traer a Jim en
tu caballo. Si se ha roto una pierna o algo, puede que necesites ayuda. Por si
hay que llevarlo al doctor, Ryan y yo podemos reunimos con vosotros en el todo
terreno a este lado del arroyo seco.
A Joe no le gustaban en lo más mínimo sus opciones. ¿Por qué su
única ayuda posible tenía que ser aquella pequeña y deseable rubia? Llevaba
días haciendo lo posible por evitarla, trabajando como loco para caer rendido
de noche y no pensar en ella.
Frunció el ceño mientras miraba su reloj. No tenía opciones. No
podía esperar a que regresaran sus hombres de las distintas zonas del rancho en
que estaban trabajando para empezar la búsqueda. Jim podía necesitar atención
inmediata.
Mascullando una maldición, tomó las riendas del alazán de Jim de
manos de Demi y se las entregó a Whiskers.
—Tranquiliza al caballo de Jim —ignoró la sonrisa del viejo
cocinero y se volvió hacia Demi—. Voy a la casa por el botiquín. Si no estás
lista para cuando vuelva, me iré sin ti.
Whiskers miró a lo alto, exasperado.
—No hay duda de que sabes hablar con dulzura a una joven.
Joe ignoró el comentario y se encaminó hacia la casa. Lo que
quería hacer con Demi no requería palabras, pero sin duda sería dulce.
Cuando regresó al corral, metió el rifle en su funda y ató las
alforjas y una manta extra a la silla.
—Quiero que sepas desde ahora que si no puedes mantener mi ritmo
seguiré sin ti.
Demi montó el caballo que había ensillado.
—No te preocupes. Si por casualidad me caigo del caballo,
siempre puedes hacer lo decente y pegarme un tiro para que no sufra.
Joe contuvo el aliento y pensó en el «sufrimiento» que estaba
experimentando él. Una mirada a los firmes muslos de Demi ceñidos en torno al
caballo había bastado para que el sudor cubriera su frente y los vaqueros se le
quedaran repentinamente pequeños.
—No me tientes —murmuró, y a continuación metió el pie en el
estribo y montó su caballo.
Whiskers observó a los dos jinetes mientras enfilaban sus
monturas hacia el Cañón del Diablo. Movió la cabeza mientras se volvía hacia Ryan.
—Cuando te hagas mayor y empieces a cortejar a las damas,
recuérdame que sea yo el que te enseñe a hacerlo.
Joe se centró en las oleadas de calor que brillaban en la
distancia mientras seguían avanzando. Su preocupación por Jim había ido
creciendo según pasaban los minutos. Esperaba haberlo encontrado ya, un tanto
avergonzado por haber perdido su montura, pero sano. Pero cuanto más se
acercaban al cañón, menos posibilidades había de que eso sucediera.
Al parecer, sus peores temores iban a confirmarse. Lo más
probable era que Jim estuviera inmovilizado.
Un pesado sentimiento de culpa se apoderó de él. Merecía que lo
fusilaran. Había insistido en que Demi se quedara en el rancho cuando lo cierto
era que iba a necesitar toda la ayuda posible para encontrar a Jim.
Pero estar cerca de ella suponía un auténtico suplicio para su
sistema nervioso, y por eso había exagerado un poco respecto a los peligros del
camino.
En realidad había exagerado bastante, admitió para sí, pero lo
cierto era que cuanto más tiempo pasaban juntos, más tiempo quería estar con
ella. Y eso, además de no ser una exageración, era un auténtico peligro.
Demi siguió a Joe mientras cruzaban el arroyo seco. Él no le
había dirigido la palabra desde que habían salido del rancho, pero le daba lo
mismo. De hecho, casi lo prefería. Durante los días pasados, Joe Jonas había
demostrado tener la personalidad de un poste de madera, y ella habría preferido
comunicarse con uno de estos que con él.
Tampoco había esperado que se mostrara agradecido cuando se había
ofrecido a acompañarlo, pero sí que al menos aceptara su ayuda sin protestar.
No habría insistido en ir, pero un vaquero herido y en medio de
aquel calor podía deshidratarse rápidamente, y encontrarlo cuanto antes era
cuestión de vida o muerte. Había ido por Jim, no porque quisiera pasar un rato
con el señor «amabilidad».
— ¿Cómo consigues traer el ganado aquí, Jonas? —preguntó.
—Lo traemos del este. Hay un paso bastante estrecho a unas
cuatro millas. Nosotros estamos siguiendo un atajo.
Cabalgaron unos minutos más en silencio, hasta que Demi señaló
unos buitres que volaban en círculos a poca distancia de ellos.
— ¡Maldición! —Murmuró Joe—. Me lo temía.
Pusieron los caballos al trote y se acercaron a la zona que
sobrevolaban los buitres.
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