Jed fue el primero en romper el silencio.
—Gracias, señorita —dijo, a la vez que se llevaba una mano al
sombrero.
—Whiskers, tú y Ryan tenéis que lavaros con el zumo de tomate —Demi
tosió varias veces más y apoyó la espalda contra el tronco del árbol—. El olor
desaparecerá de vuestra piel, pero me temo que tendréis que quemar vuestras
ropas.
Lo último que quería Joe era sentir admiración por aquella mujer
pero, después de lavar a Ryan con el zumo de tomate, no le quedó más remedio
que hacerlo. En medio de un montón de hombres curtidos por la vida y el trabajo
duro, ella había sido la única capaz de superar el repugnante olor. Tras vestir
al niño con las ropas que le había llevado Whiskers, se acercó a llevarle un sándwich
y una lata de refresco.
—Toma. Te lo has ganado.
Demi aceptó el refresco, pero no quiso el sándwich.
—Gracias, pero ahora mismo no tengo apetito.
Joe se sentó junto a ella. Después de lo que acababa de hacer
por Ryan y sus hombres, se merecía algún elogio, pero las palabras parecían
negarse a salir de su boca.
—Yo… te agradezco lo que has hecho —logró decir finalmente—. Y antes,
en el pasillo… supongo que he sido un poco… brusco —se aclaró la garganta—.
Desde que mi ex esposa murió y obtuve la custodia del niño, tengo una actitud
demasiado protectora con él.
Demi lo miró con suspicacia. Además de haber empezado a
tutearla, Joe parecía dispuesto a establecer una especie de tregua.
—No te preocupes —dijo—. Yo siempre he sido así con mi hermano
Cooper, y eso que es mayor que yo.
Joe la miró pensativamente.
— ¿Cooper Lovato es tu hermano? —Al ver que Demi asentía, añadió—:
Es uno de los mejores montadores de toros que he visto. Le vi alcanzar una
puntuación de noventa y cuatro en un rodeo en Mesquite, y de noventa en
Amarillo. ¿No llegó a las finales nacionales hace un par de años?
Demi volvió a asentir.
—Ganó el segundo puesto, y el cuarto en la puntuación global.
Ryan abrió los ojos como platos y se sentó entre ellos.
— ¡Guau! ¡Debe ser realmente valiente!
Al recordar a otro especialista en montar toros y las dos mil
libras de carne que acabaron con su vida, un estremecimiento recorrió la
espalda de Demi. Miró a lo lejos. La imagen, grabada a fuego en su memoria, la
perseguiría hasta su muerte.
—Los toros pueden ser muy peligrosos —murmuró.
—Papá no me deja ir a los corrales de los toros—. Ryan miró a su
padre con cara de pocos amigos—. No me deja acercarme a ningún animal si no me
acompaña alguien mayor.
—Supongo que le dará miedo que te hagas daño —dijo Demi,
agradecida por la distracción.
—No mi papá. Él no tiene miedo de nada —Ryan miró a su padre con
una admiración sin límites.
Demi sonrió. Ella solía pensar lo mismo de su padre. Alzó una
mano y revolvió cariñosamente el pelo del niño.
—Estoy segura de ello.
Ryan se puso en pie de un salto y se volvió hacia ellos,
emocionado.
—Yo quiero montar toros cuando sea mayor.
Joe sonrió.
—La semana pasada querías ser un caballero Jedi. Y la anterior
ibas a tocar la guitarra y a cambiar tu nombre por el de Garth.
—También puedo hacer eso. Pero quiero montar toros y competir en
todos los rodeos.
Demi se puso en pie.
—Voy a limpiar la cocina mientras los hombres terminan de comer —dijo.
Joe negó con la cabeza.
—No. Nosotros…
— ¿Hay algún voluntario para la patrulla de limpieza? —preguntó Demi
a los hombres reunidos en torno a la mesa. Las miradas volaron hacia el
horizonte y hubo un movimiento generalizado de pies bajo la mesa, pero todos
permanecieron en silencio—. De acuerdo, no insistiré —dijo, y se encaminó hacia
la casa.
¿A qué estaba jugando?, se preguntó Joe. Si creía que
mostrándose servicial iba a disculpar su engaño respecto al contrato, estaba
muy equivocada.
Se palmeó mentalmente la espalda por una lección bien aprendida.
Ahora que sabía cómo funcionaba aquella mujer, no iba a dejarse engañar por
ella.
Demi salió al porche a contemplar la puesta de sol. En la
distancia se oyó el solitario aullido de un coyote.
A pesar de que no hacía frío, se rodeó con los brazos para
reprimir un escalofrío. Aquella hora del atardecer siempre le recordaba su
soledad.
Se suponía que las cosas no deberían haber salido así, pensó con
tristeza. La vida debería ser compartida.
—Bonita noche, ¿no?
Sorprendida, Demi se volvió y vio a Joe apoyado contra una de
las columnas del porche.
—Creía que estaba sola.
—Lo siento. No pretendía asustarte.
Avergonzada por el hecho de que Joe hubiera sido testigo de su
meditabundo humor, Demi dejó caer los brazos a los lados y se volvió de nuevo
para contemplar el horizonte.
Pasaron varios minutos antes de que Joe volviera a hablar.
—El olor ha desaparecido de la cocina. Gracias.
Ella se encogió de hombros.
—Afortunadamente, la mofeta no soltó una dosis completa, y el
jugo de tomate y el amoníaco se han hecho cargo de eliminar el olor.
— ¿Cómo sabías lo que había que hacer?
Demi fue hasta el asiento de balancín y se sentó.
—Cuando has viajado tanto como yo, aprendes cosas sin recordar
cómo ni dónde.
—Quería preguntarte algo respecto a eso —dijo Joe con un matiz
de suspicacia—. Lo normal es que el caballo acuda al entrenador, no al revés.
Demi puso el balancín en marcha con un empujón de los pies.
—He comprobado que los caballos se encuentran más relajados en
un entorno familiar, y es mucho más fácil conseguir su confianza. Una vez
conseguido eso, puedo enseñarles casi cualquier cosa.
Joe se apartó de la columna y fue a sentarse en la barandilla
frente a ella.
— ¿Llevas mucho tiempo viajando?
—Toda mi vida. Mi padre solía seguir el circuito de rodeos. Mi
hogar siempre ha sido un saco de dormir en la parte trasera de una furgoneta.
Joe frunció el ceño.
—Supongo que permanecerías en algún lugar el suficiente tiempo
como para ir a la escuela.
—Mamá se ocupó de enseñarnos una temporada —Demi tragó con
esfuerzo. No quería recordar ciertos acontecimientos de su infancia. Eran
demasiado dolorosos—. Después, Cooper y yo seguimos estudiando por
correspondencia —de pronto se hizo de noche y, alterada por los desagradables
recuerdos, se puso en pie—. Será mejor que me vaya a dormir. Me gustaría
empezar a trabajar con Satin a primera hora de la mañana.
— ¿Necesitas algo especial?
—No. He visto que ya lleva dogal, así que supongo que está
adiestrado para ser guiado, ¿no?
Joe asintió.
Demi abrió la puerta para regresar al interior de la casa, pero
se volvió repentinamente y al hacerlo chocó contra el ancho pecho de Joe. Él la
sujetó por los hombros con sus encallecidas manos y el estómago de Demi dio un
vuelco al ver su atractivo rostro tan cerca. Joe la miró un largo momento. Ella
vio cómo se entreabrían sus labios y notó que su respiración se volvía más
agitada. Cuando la atrajo hacia sí, los latidos de su corazón se aceleraron al
percibir el deseo que iluminó la mirada de Flint y al aspirar el aroma limpio y
masculino de su piel.
Alzó las manos para empujarlo y liberarse, pero la sensación de
su musculoso pecho bajo las palmas hizo que las rodillas se le volvieran de
goma. ¿Cómo podía provocarle aquella reacción un hombre al que apenas conocía?
Y sobre todo, ¿por qué estaba permitiendo que sucediera?
En algún lugar del fondo de su mente, una vocecita le advirtió
que estaba coqueteando con el desastre. Pero cuando los labios de Joe se
acercaron a los de ella para marcarla con su beso, la advertencia quedó en el
olvido.
Joe alzó las manos de sus hombros para acariciarle el pelo y Demi
sintió que cada célula de su cuerpo revivía. Un repentino y ardiente deseo se
acumuló entre sus piernas. Trató de presionar los muslos para contenerlo, pero
la musculosa y cálida pierna que Joe había colocado entre las suyas se lo
impidió. Un ronco gemido escapó de la garganta de este a la vez que apoyaba una
mano en su trasero y la presionaba contra la áspera tela vaquera que cubría su
muslo.
El repentino sonido de una puerta cerrándose hizo volver a Demi
a la realidad.
—Por favor… —dijo, y empujó a Joe con ambas manos.
Él la soltó, metió las manos en sus bolsillos y fue a apoyarse
de nuevo contra la columna, de espaldas a ella. Respiró profundamente.
— ¿Necesitas algo más, Demi?
Su repentina retirada y el desapasionado tono con que había
hablado apagaron por completo el deseo de Demi.
—No.
Furiosa consigo misma por haberse dejado llevar, permitió que el
enfado ocupara el lugar del deseo.
—Y tampoco necesitaba «eso».
—No he notado que protestaras.
—Tampoco lo he pedido.
Joe se volvió hacia ella y sonrió significativamente.
—Vamos, cariño. Ya somos bastante mayorcitos como para andarnos
con tonterías. ¿Por qué si no te has arrojado entre mis brazos?
—Me he vuelto para pedirte que mantuvieras a los hombres
alejados del corral mientras trabajo con Satin —replicó Demi, indignada—. Nada
más —tras volver a abrir la puerta para entrar en la casa, añadió—: Quiero que
quede bien claro que eres tú el que me ha sujetado a mí, no al revés. Y si no
estuvieras tan pagado de ti mismo, lo admitirías, Jonas.
Joe recibió las palabras de Demi como una auténtica bofetada
mientras observaba en silencio cómo se cerraba la puerta a sus espaldas. Era
cierto que él la había sujetado, pero solo para evitar que cayera. Lo que no
entendía era por qué había permitido que las cosas fueran más allá. Tal vez se
había debido al modo en que lo había mirado con aquellos grandes ojos grises…
unos ojos que no solo prometían el éxtasis, sino que también reflejaban una
soledad tan grande como la suya.
Masculló una maldición. Fuera cual fuese el motivo, cuando había
sentido la suavidad del cuerpo de Demi bajo sus manos, había actuado con la
delicadeza de una apisonadora.
Salió del porche y se encaminó hacia el pasto oeste. Tenía que
olvidar la sensación de Demi presionada contra su cuerpo, el sabor de sus
labios…
Movió la cabeza. Seguía siendo un misterio por qué había
permitido que se metiera bajo su piel. Pero, pasara lo que pasase en el futuro,
no iba a permitir que sucediera de nuevo. Hacía tiempo que había aprendido que
más allá del verde de su dinero no era más que un vaquero cubierto de polvo con
muy poco que ofrecer a una mujer. Era una lección que había aprendido por el
camino difícil, y mantenía el collar de diamantes que compró para su ex esposa
en una urna de cristal en su despacho para asegurarse de no olvidarla.
Lo único que sucedía era que llevaba demasiado tiempo sin una
mujer. Todo hombre necesitaba una liberación física de vez en cuando. Y ya
hacía tiempo que había vencido su plazo.
Demi permaneció despierta largo rato después de dejar a Joe.
Había tenido tiempo para reflexionar sobre el incidente, y la rabia que sentía
se había vuelto hacia sí misma. Era posible que él hubiera iniciado lo
sucedido, pero ella podía haberlo concluido en cualquier momento.
¿Por qué no lo había hecho? ¿Qué tenía aquel hombre que la
afectaba tanto?
La habían besado muchas veces antes, pero nunca se había sentido
como esa noche. En cuanto Joe la había tomado entre sus brazos, el sentido
común la había abandonado.
Ni siquiera los besos de Dan le habían provocado un estado tan
febril. Y ella lo había amado.
Una mezcla de culpabilidad y tristeza la envolvieron cuando
pensó en el hombre con el que había prometido casarse. A esas alturas ya
estarían a punto de celebrar su sexto aniversario. Pero la vida le había
enseñado que los planes cambiaban, y que no había ninguna garantía para la
felicidad. Dan murió en la arena del rodeo el mismo día que le pidió que se
casara con él, y ella había tenido que aprender a seguir adelante con su vida.
Frotó con impaciencia una lágrima de su mejilla y se volvió de
costado para tratar de relajarse. Ya había perdido demasiado tiempo sintiendo
lástima de sí misma. Tenía un nuevo caballo con el que trabajar y debía
descansar para poder hacerlo adecuadamente. Además, tratar de comprender sus
reacciones ante Joe Jonas era como tratar de resolver una adivinanza sin
ninguna pista.
Estaba a punto de dormirse cuando el sonido de unos disparos la
despejó al instante. Giró en la cama rápidamente y aterrizó en el suelo de
madera con un golpe seco. Su mano golpeó la mesilla de noche y algo afilado
desgarró su palma, pero, tras un grito de sorpresa, ignoró el dolor y se
arrastró lentamente hacia la puerta.
Tal vez debería reconsiderar su insistencia en que Joe cumpliera
con el contrato, pensó, sintiendo los fuertes latidos de su corazón contra las
costillas. Si iba a tener que dedicarse a esquivar disparos, prefería irse.
Cuando la puerta se abrió de repente, apenas tuvo tiempo de
cubrirse la cabeza con las manos antes de que un gran cuerpo se abalanzara
sobre ella.
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