— ¿Has terminado por hoy con Satin, Demi? —preguntó.
—Sí —ella logró contener la risa. Era un consuelo saber que no
era la única que estaba sufriendo a causa de un calor que no tenía nada que ver
con la temperatura exterior.
—Necesito que me ayudes a trasladar uno de los rebaños pequeños
al Cañón del Diablo —dijo Joe mientras se ponía el sombrero.
—El hombre del tiempo ha advertido de la posibilidad de alguna
inestabilidad atmosférica —advirtió Whiskers—. Si la cosa empieza a ponerse
fea, buscad un lugar en el que refugiaros, ¿de acuerdo?
Demi recogió el pelo en el interior de su sombrero y siguió a Joe.
—No te preocupes. Si es necesario, lo haremos —prometió.
Cuando la pareja se hubo alejado lo suficiente, Whiskers rio
animadamente.
—Con eso cuento, pequeña.
Demi se alejó con pesar del cañón. Le había parecido uno de los
lugares más bonitos del rancho de Joe. El contraste de la hierba verde y
exuberante con los estratos de tierra multicolor de las paredes del cañón la
habían dejado maravillada.
—Es difícil llegar aquí —comentó cuando salieron del estrecho
desfiladero —, pero es un lugar realmente precioso. Es casi como un oasis en medio
del desierto.
Joe rio.
— ¿Un trozo de cielo en medio del infierno?
—Eso lo resume más o menos —asintió Demi, sonriendo.
Joe miró un momento a lo lejos antes de volver a hablar.
—Ya no tendrás que volver a preguntar a Brad en qué parte del
rancho vas a trabajar.
— ¿Por qué?
Joe detuvo su caballo y esperó a que ella hiciera lo mismo.
—Porque de ahora en adelante vas a trabajar conmigo.
—Soy perfectamente capaz de cuidar de mí misma.
—Esto no es negociable —dijo Joe con firmeza. —Alargó una mano
para tomarla del brazo—. Ayer, alguien en el rancho trató de hacerte daño. El
único modo de impedir que vuelva a suceder es manteniéndote junto a mí.
La sensación de la mano de Joe en su brazo, la mirada protectora
de sus oscuros ojos marrones, hicieron que el estómago de Demi se encogiera.
—De acuerdo —dijo, sencillamente. Cuando el sonido de un trueno
retumbó en la distancia, señaló hacia el horizonte—. Puede que por fin nos de
un respiro el calor.
Joe la soltó y observó el cúmulo de nubes oscuras que se estaban
amontonando en el suroeste. Maldijo entre dientes. Aún a varios kilómetros de
ellos, el centro de la tormenta iba adquiriendo fuerza según avanzaba por la
pradera. El viento arreciaba mientras las quebradas líneas de los rayos
iluminaban amenazadoramente el horizonte. Empezó a llover.
Evaluó rápidamente la situación. Estaban demasiado lejos del
cañón como para refugiarse en él y, a menos que la tormenta cambiara
rápidamente de dirección, se iban a topar de lleno con ella.
—Esperaremos a que pase en la vieja cabaña del Circle S —dijo,
tomando una rápida decisión. Protegida en tres de sus caras por las laderas de
las montañas, la maciza cabaña se hallaba a sólo medio kilómetro de allí y era
el mejor refugio que podían encontrar en aquellas circunstancias—. Sígueme.
Hizo girar su caballo y lo puso al galope. Demi lo siguió de
inmediato. En cuanto llegaron a su destino y ataron a los caballos en el
cobertizo, Joe tomó las alforjas y empujó a Demi hacia la cabaña justo cuando
empezaba a granizar.
Una vez dentro, le hizo tumbarse rápidamente en el suelo y la
cubrió con su cuerpo para protegerla. El viento en el exterior se convirtió en
un rugido ensordecedor.
—Es un tornado —dijo junto a su oído—. Estate quieta.
Demi aferró con ambas manos la pechera de la camisa de Joe,
cuyos músculos se tensaron de inmediato. La deseaba con cada fibra de su
cuerpo. Quería…
Y entonces, tan rápido como había llegado, la tormenta pasó.
Demi movió las piernas y Joe necesitó unos segundos para
comprender que trataba de levantarse.
—Tranquila, cariño —se levantó y tiró de ella—. Ya ha terminado.
—Gracias a Dios —dijo Demi con voz temblorosa.
Joe miró su rostro arrebolado y sintió un destello de ardiente
deseo. Tenerla debajo había sido una mezcla de cielo e infierno. Lo que más
deseaba en aquellos momentos era desnudarla y dar el último paso hacia el final
de la tormenta.
Para controlarse, se obligó a mirar a su alrededor.
—Hace tiempo que no venía por aquí, pero parece que está
bastante limpia.
—He visto lugares peores —dijo Demi.
Joe fue hasta la puerta y se asomó al exterior. El tornado había
pasado, pero los rayos aún iluminaban de cuando en cuando el cielo y la lluvia
no mostraba señales de ir a remitir.
Probablemente necesitaba que le examinaran la cabeza, pero no
lamentaba en lo más mínimo verse atrapado en aquel lugar. Había alcanzado su
límite, y era suficientemente hombre como para reconocerlo. Mordiéndose el
interior del labio para no sonreír, trató de buscar el modo más adecuado de
poner al tanto a Demi de algo de lo que probablemente no querría saber nada.
Finalmente decidió que lo mejor era ser directo.
—Vamos a tener que pasar la noche aquí, querida.
—Supongo que estás de guasa, ¿no?
—Me temo que no. Aunque ahora mismo dejaran de caer rayos, la
riada nos impediría volver. Esta clase de lluvia es capaz de transformar la
quebrada en un torrente indomable.
Demi no dudó de la palabra de Joe. Sabía que una quebrada seca
como un hueso podía transformarse en un instante en un río de corriente rápida.
Miró a su alrededor y gimió. Solo había una cama.
Se volvió hacia Joe.
— ¿Estás seguro de que no hay forma de salir de aquí?
—Ninguna —contestó él, y a continuación hizo una rápida llamada
a Whiskers para hacerle saber que se encontraban bien. Luego se encaminó hacia
la puerta—. Voy a atender a los caballos.
Incapaz de decir nada, Demi se limitó a mirar cómo salía.
Joe regresó unos minutos después y encontró a Demi leyendo las
etiquetas de algunas latas. Fue hasta la cama y se sentó en ella.
—Aún nos quedan algunos sándwiches del almuerzo.
—Sí, pero he pensado que sería agradable acompañarlos con algo
más —dijo Demi—. ¿Crees que al dueño le importará?
—No —Joe se quitó las botas y se estiró en el catre—. De hecho,
le alegrará que haya cierta variedad en su próxima comida.
Demi arqueó una ceja.
—Creía que habías dicho que esta cabaña pertenecía al Circle S.
—Así solía ser —Joe empujó el sombrero sobre sus ojos y colocó
las manos tras su cabeza—. Hace unos treinta años, mi padre compró el Cicle S
al padre de Jed —vio que Demi miraba una lata con gesto escéptico—. Eso debería
estar en perfecto estado. Los muchachos usan la cabaña como campamento base
durante la época de caza.
Por debajo del ala de su sombrero, Joe vio que Demi asentía y
luego se volvía hacia la mesa. Se le cayó el abrelatas. Estaba tan nerviosa
como él. Ambos sabían que ya no había obstáculos… ni viejos entrometidos y
charlatanes, ni niños jugueteando alrededor, ni ojos siniestros observándolos.
Esa noche, nada impediría que exploraran la química que había entre ellos.
Cuando Demi dejó la lata en la mesa, él se quitó el sombrero, se
levantó de la cama, se acercó a ella de dos zancadas y la tomó entre sus
brazos.
—Joe…
—Calla, querida —Joe deslizó las manos por su rígida espalda y
la besó en la sien—. Te deseo. Lo sabes. Pero no voy a saltar sobre ti
simplemente porque estemos a solas. Nunca he tomado nada que una mujer no
quisiera darme voluntariamente, y no voy a empezar a hacerlo ahora. Cuando
hagamos el amor, será porque tú lo desees tanto como yo.
Demi se apartó un poco para mirarlo a los ojos. Cuando era más
joven se convenció a sí misma de que deseaba a Dan. Pero sus escasos y torpes
intentos de hacer el amor acabaron por avergonzarlos a ambos. En aquellos
momentos comprendió que lo que había sentido por Dan había sido el amor puro e
inocente de una adolescente. Sin embargo, sus sentimientos por Joe eran los de
una mujer.
Nunca había experimentado la necesidad de una mujer, la pasión
de una mujer por un hombre. No hasta que Joe la había abrazado y besado.
Y en aquel momento también comprendió que nunca volvería a
experimentarlo con otro hombre. Solo con Joe.
Trató de pensar en las complicaciones que podía traerle aquello,
pero las apartó enseguida de su mente. La decisión había sido tomada en el
momento en que Joe la había estrechado entre sus brazos.
La madre naturaleza los había empujado a aquella pequeña y
desolada cabaña para que estuvieran juntos.
—Te deseo —susurró.
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