CUANDO el avión privado aterrizó en Dhemen, Demi tomó en brazos
a su hijo Tazeem y lo abrazó con cariño.
-¿Quién es el niño más guapo del mundo? -murmuró besándolo en la
frente.
Tazeem la miró con sus inmensos ojos marrones, tan parecidos a
los de su padre, y Demi sonrió encantada al ver que se encontraba bien.
Durante sus primeras semanas de vida, el niño había enfermado
constantemente y sus padres se habían preocupado mucho, pero, poco a poco,
había ido ganando salud y ahora estaba perfectamente sano y feliz.
Sin embargo, las constantes enfermedades del pequeño habían provocado
que DEmi se quedara en Londres mientras Joe recorría el mundo por asuntos de
negocios.
Ahora, Tazeem tenía siete semanas y hacía tres que Demi no veía
a su padre. Se sentía nerviosa y deseosa de verlo cuanto antes.
Joe había mantenido su
férrea promesa de no volver a tocarla hasta que se hubiese llevado a cabo su
segunda boda y ni siquiera la había vuelto a besar después del nacimiento del
niño.
Aquello había hecho que Demi se sintiera prácticamente
rechazada, algo que le había dolido sobremanera y le había hecho asumir que Joe
estaba única y exclusivamente con ella por el bien del niño.
Tras entregarle el bebé a su niñera, Demi se puso en pie. Antes
de aterrizar, se había cambiado de ropa, eligiendo un precioso traje de
chaqueta azul porque el azul era un color muy apreciado en Dhemen, tal y como
había leído en los numerosos libros que había devorado sobre el país de origen
de su marido.
Al oír la voz de Joe, se giró y se dio cuenta de su marido había
abierto la puerta del avión y había entrado a buscarla.
-Joe... -murmuró yendo hacia él.
Joe la miró y sonrió, haciendo que a Demi se le acelerara el
corazón.
-Te he echado de menos -dijo Joe agarrándola de la mano y
soltándosela casi inmediatamente-. Tazeem -añadió mirando a su hijo y sonriendo
encantado-. Parece feliz y no es para menos ahora que, por fin, está en casa y
con su familia.
Dolida por el frío recibimiento, Demi miró por la ventanilla y
se quedó de piedra al ver a la muchedumbre allí congregada bajo el ardiente
sol.
-Dios mío, ¿pero qué ocurre? ¿Qué hace toda esa gente ahí?
-Han venido a daros la bienvenida al niño y a ti. ¿Preparada? Es
de mala educación hacer esperar a la gente bajo este sol.
-Madre mía... -suspiró Demi nerviosa.
-Sólo tienes que sonreír -la tranquilizó Joe tomándola de la
mano y conduciéndola hacía la escalerilla del avión.
Sintiéndose prácticamente cegada por el sol, Demi percibió que
una banda de música comenzaba a tocar. Antes de que le diera tiempo a
reaccionar, Joe la tomó de la mano.
-No te muevas -le ordenó-. Mantén la cabeza alta. Es nuestro
himno nacional -le explicó.
Demi así lo hizo.
Unos minutos después, ya en la pista, Joe le presentó a un
hombre ataviado con uniforme militar mientras la gente aplaudía y la saludaba
con respeto. A continuación, Joe la condujo a una marquesina con toldo, donde
se sentaron.
Una vez allí, una niña pequeña se acercó a entregarle a Demi un
ramo de flores y ella sonrió sinceramente agradecida y le dio las gracias en
árabe.
-Me has impresionado -admitió Joe.
-Bueno, no es para tanto -comentó Demi con timidez-. Me compré
un diccionario en Londres y me he aprendido unas cuantas palabras.
A continuación, un consejero ministerial les dio la bienvenida
con un discurso entusiasta y, al finalizar, apareció una inmensa limusina
blanca que paró junto a los príncipes herederos. Cuando se pusieron en pie, la
orquesta comenzó a tocar una pieza que a Demi le era muy conocida.
-En tu honor, los músicos han elegido una pieza compuesta por un
compositor inglés -le explicó Joe.
-Se llama Chanson de Matin -contestó Demi emocionada-. Era una
de las piezas preferidas de mi madre.
-No tenía ni idea de que supieras tanto de música clásica.
-En mi casa no había televisión y mi madre nos mantenía a mi
hermano y a mí ocupados por las noches con el piano... hasta que a mi padre le
pareció que nos lo pasábamos demasiado bien y lo vendió.
-Menudo canalla.
-A mi madre le destrozó aquel detalle y yo me prometí a mí misma
que algún día tendría un piano y podría tocar todo lo que me diera la gana -rió
Demi.
En el interior de la limusina, había aire acondicionado y Demi
alargó las piernas y suspiró encantada mientras Joe estudiaba su delicado perfil
y se decía que, además de tener un carácter independiente que le encantaba, su
mujer tenía una sorprendente sensibilidad.
Cuanto más sabía sobre aquella mujer, más quería saber. Demi era
como un cuadro que nunca pierde su atractivo. El elegante traje de chaqueta que
había elegido para la ocasión era propio de una mujer de su sorprendente
belleza.
En muchos aspectos, no dejaba de sorprenderlo y siempre
agradablemente. Llegados a aquel punto, Joe recordó el amargo incidente del
collar de diamantes y no pudo evitar tensarse disgustado.
-¡Madre mía! -exclamó Demi-. ¿Y eso? -añadió al ver una inmensa
fotografía de ella y de Joe en una valla publicitaria.
-Es el anuncio de nuestra boda -le informó Joe con frialdad-.
Todo el país lo celebrará con nosotros y será un día de fiesta popular.
Demi tragó saliva y se preguntó por qué Joe la estaba tratando
de manera tan distante. ¿Sería que no quería volver a casarse con ella? Tener
que casarse dos veces con una mujer a la que no se amaba tenía que ser
insoportable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario