Demi arqueó una ceja.
—Entonces, ¿dónde están las cabezas que te han robado? No pueden
haberse desvanecido así como así en el aire.
—El sheriff encontró algunas pieles con nuestra marca en una
zona remota a unas setenta y cinco millas de aquí. Al parecer, los cuatreros
están descuartizando el ganado en la parte trasera de un tráiler refrigerador y
se llevan la carne ya despellejada.
— ¿Y los inspectores? Deberían haber localizado alguna partida
de carne ilegal en el mercado.
Joe se encogió de hombros.
— ¿Quién sabe? Puede que haya algún inspector implicado, o
alguna empresa de productos cárnicos —se levantó de la silla—. En cualquier
caso, no supone una gran diferencia. Después de lo sucedido la pasada noche, yo
diría que se están impacientando. Sólo es cuestión de tiempo que metan la pata —su
tono se volvió frío y su sonrisa mortal—. Y cuando lo hagan, estaré allí para
dar su merecido a esos bastardos.
Demi sintió un escalofrío mientras se levantaba. No le gustaría
estar en la piel de los cuatreros cuando Joe los atrapara. Solo hacía falta
mirar aquellos intensos ojos marrones para saber que podía ser un adversario
muy peligroso.
Sintió su mirada clavada en la espalda mientras subía las
escaleras. Sabía que, a sus ojos, nadie estaba libre de sospechas. Ni siquiera
ella.
Pero eso no importaba. Joe podía pensar lo que quisiera. Pero si
hubiera sabido que tenía aquella clase de problema en el rancho, tal vez no
habría insistido en que cumpliera con su contrato.
Movió la cabeza y enseguida apartó aquel pensamiento. Huir de
los problemas era el camino de los cobardes.
Y nadie había sido capaz de decir nunca que Demi Lovato fuera
una cobarde.
—Te aseguro que creía que el furgón estaba bien, Jed, o de lo
contrario no te lo habría prestado —dijo Whiskers mientras pasaba un trapo por
la encimera—. Si Joe no me hubiera dicho que la explosión del tubo de escape asustó
a Demi, no te habría creído.
—Pues te aseguro que la oí —dijo ella, entrando en ese momento
en la cocina.
—Buenos días, señorita Lovato —Jed señaló su mano herida—.
Después de lo que sucedió anoche, seguro que está deseando salir corriendo de
aquí.
Demi negó con la cabeza y se sentó ante un plato lleno de
galletas de aspecto delicioso.
—Hace falta algo más que una astilla para que renuncie a
adiestrar a un potencial campeón.
—Joe ha dicho que resultaste herida —dijo Whiskers, preocupado—.
Tal vez será mejor que no intentes trabajar con Satin esta mañana.
Conmovida por su preocupación, Demi sonrió y le mostró su mano
vendada.
—Estaré perfectamente. He trabajado con heridas mucho peores que
ésta.
—No me gusta la idea de que una pequeña como tú se meta en el
corral con ese diablo negro —dijo Whiskers, a la vez que tomaba el plato de Jed
para vaciarlo de los restos.
—Aún no he terminado —protestó el vaquero.
Whiskers dejó el plato en el fregadero.
—Sí has terminado.
Jed fue a protestar, pero se interrumpió cuando un nudoso dedo
lo señaló.
—El resto de los hombres ha terminado de comer hace un cuarto de
hora —dijo Whiskers—. Y ahora, levanta tu trasero de ahí para que pueda seguir
trabajando.
Jed se puso en pie.
—Si sigues hablando así a la gente, alguien te va a arrancar un
día la cabeza y va a cerrar el agujero.
— ¿Y quién alimentaría entonces tu despreciable cuerpo? —preguntó
Whiskers.
—Eso es lo único que me contiene, viejo —Jed tomó su sombrero y
salió de la cocina.
Afectada por el evidente enfado del vaquero, Demi perdió el
apetito.
—No tengo mucha hambre, Whiskers —se levantó de la mesa—. Pero
gracias de todos modos.
—No puedes haber acabado —al ver que Demi asentía, el cocinero
alzó las manos—. No es de extrañar que seas tan chiquita.
—Tiene que ser fibrosa y rápida para trabajar con caballos como
Satin —dijo Joe, que había entrado en ese momento en la cocina.
Demi bajó la cabeza para ocultar su asombro. Aquel no era el
argumento que Joe había utilizado el día anterior para tratar de romper su
contrato. La había acusado de no tener fuerza suficiente para trabajar con su
caballo, ¿Qué le había hecho cambiar de opinión?
Decidió ignorar el comentario. Debía concentrarse por completo
en Satin y su adiestramiento. Se ajustó las perneras.
—Hablando de Satin, será mejor que me ponga en marcha.
Joe sintió que se le secaba la boca al fijarse en cómo ceñía y
enmarcaba el cuero el trasero de Demi. Tragó con esfuerzo. No lograba olvidar
lo que había sucedido la noche anterior en el porche y en el pasillo. El
recuerdo de Demi semidesnuda y entre sus brazos ya lo había obligado a tomar
una ducha fría esa mañana.
—El almuerzo es a las doce —dijo Whiskers tras ella. Luego miró
a Joe con ojos brillantes y sonrió traviesamente—. A menos que el gran lobo
malo se la coma a ella primero.
Joe tuvo que hacer un esfuerzo increíble para no ruborizarse.
Debería haber supuesto que Whiskers notaría su incomodidad. El viejo tenía la
vista de un halcón.
—Me alegra ver que te interesas por esa pequeña —dijo el
cocinero, sonriente—. Me gusta mucho más que la otra con la que solías estar.
—No sé de qué estás hablando —mintió Joe—. La señorita Lovato
solo me interesa como adiestradora de Black Satin.
— ¿Y por eso da la impresión de que vas a convertirla en tu
próxima comida?
Joe frunció el ceño.
—Maldita sea, Whiskers. Yo no…
—Ahórrate el aliento, muchacho. He tenido el horno encendido
esta mañana y ya hay suficiente aire caliente en la cocina. Si tuviera cuarenta
años menos, yo mismo le echaría el lazo. Acuérdate de mis palabras: esa
jovencita es un magnífico partido.
El ceño de Joe se marcó aún más.
—No me interesa ella ni ninguna otra mujer. Si aún te queda algo
de memoria, recordarás que ya lo intenté y resultó un desastre.
Whiskers agitó una cuchara ante Joe.
—Si uno juega con un gato salvaje corre el riesgo de que lo
arañe. Te advertí sobre esa mujer antes de que te liaras con ella. Ella es la
responsable de que ahora estés asustado.
—No estoy asustado —protestó Joe—. Simplemente no quiero volver
a cometer el mismo error.
—Eso sería imposible con Demi.
— ¿Desde cuándo te has convertido en un experto en mujeres?
Whiskers dejó en el fregadero los platos que había recogido de
la mesa y sirvió dos tazas de café. Tras hacer un gesto para indicar a Joe que
se sentara, ocupó una silla frente a él.
—Sabes distinguir un Mustang de una pura sangre, ¿no?
Joe sabía que lo mejor que podía hacer era dejar el tema pero,
en lugar de irse, se sentó.
— ¿Qué tienen que ver los caballos con las mujeres?
Whiskers sonrió.
—Demi es como un Mustang…
Joe rio.
—Estoy seguro de que le halagaría la comparación.
—¿Vas a callarte y a escucharme?
—De acuerdo. Sigue.
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