viernes, 10 de agosto de 2012

Errores Del Ayer Cap 8


Demi  arqueó una ceja.
—Entonces, ¿dónde están las cabezas que te han robado? No pueden haberse desvanecido así como así en el aire.
—El sheriff encontró algunas pieles con nuestra marca en una zona remota a unas setenta y cinco millas de aquí. Al parecer, los cuatreros están descuartizando el ganado en la parte trasera de un tráiler refrigerador y se llevan la carne ya despellejada.
— ¿Y los inspectores? Deberían haber localizado alguna partida de carne ilegal en el mercado.
Joe se encogió de hombros.

— ¿Quién sabe? Puede que haya algún inspector implicado, o alguna empresa de productos cárnicos —se levantó de la silla—. En cualquier caso, no supone una gran diferencia. Después de lo sucedido la pasada noche, yo diría que se están impacientando. Sólo es cuestión de tiempo que metan la pata —su tono se volvió frío y su sonrisa mortal—. Y cuando lo hagan, estaré allí para dar su merecido a esos bastardos.
Demi sintió un escalofrío mientras se levantaba. No le gustaría estar en la piel de los cuatreros cuando Joe los atrapara. Solo hacía falta mirar aquellos intensos ojos marrones para saber que podía ser un adversario muy peligroso.

Sintió su mirada clavada en la espalda mientras subía las escaleras. Sabía que, a sus ojos, nadie estaba libre de sospechas. Ni siquiera ella.
Pero eso no importaba. Joe podía pensar lo que quisiera. Pero si hubiera sabido que tenía aquella clase de problema en el rancho, tal vez no habría insistido en que cumpliera con su contrato.
Movió la cabeza y enseguida apartó aquel pensamiento. Huir de los problemas era el camino de los cobardes.

Y nadie había sido capaz de decir nunca que Demi Lovato fuera una cobarde.
—Te aseguro que creía que el furgón estaba bien, Jed, o de lo contrario no te lo habría prestado —dijo Whiskers mientras pasaba un trapo por la encimera—. Si Joe no me hubiera dicho que la explosión del tubo de escape asustó a Demi, no te habría creído.
—Pues te aseguro que la oí —dijo ella, entrando en ese momento en la cocina.
—Buenos días, señorita Lovato —Jed señaló su mano herida—. Después de lo que sucedió anoche, seguro que está deseando salir corriendo de aquí.

Demi negó con la cabeza y se sentó ante un plato lleno de galletas de aspecto delicioso.
—Hace falta algo más que una astilla para que renuncie a adiestrar a un potencial campeón.
—Joe ha dicho que resultaste herida —dijo Whiskers, preocupado—. Tal vez será mejor que no intentes trabajar con Satin esta mañana.
Conmovida por su preocupación, Demi sonrió y le mostró su mano vendada.
—Estaré perfectamente. He trabajado con heridas mucho peores que ésta.
—No me gusta la idea de que una pequeña como tú se meta en el corral con ese diablo negro —dijo Whiskers, a la vez que tomaba el plato de Jed para vaciarlo de los restos.
—Aún no he terminado —protestó el vaquero.
Whiskers dejó el plato en el fregadero.
—Sí has terminado.
Jed fue a protestar, pero se interrumpió cuando un nudoso dedo lo señaló.
—El resto de los hombres ha terminado de comer hace un cuarto de hora —dijo Whiskers—. Y ahora, levanta tu trasero de ahí para que pueda seguir trabajando.
Jed se puso en pie.

—Si sigues hablando así a la gente, alguien te va a arrancar un día la cabeza y va a cerrar el agujero.
— ¿Y quién alimentaría entonces tu despreciable cuerpo? —preguntó Whiskers.
—Eso es lo único que me contiene, viejo —Jed tomó su sombrero y salió de la cocina.
Afectada por el evidente enfado del vaquero, Demi perdió el apetito.
—No tengo mucha hambre, Whiskers —se levantó de la mesa—. Pero gracias de todos modos.
—No puedes haber acabado —al ver que Demi asentía, el cocinero alzó las manos—. No es de extrañar que seas tan chiquita.

—Tiene que ser fibrosa y rápida para trabajar con caballos como Satin —dijo Joe, que había entrado en ese momento en la cocina.
Demi bajó la cabeza para ocultar su asombro. Aquel no era el argumento que Joe había utilizado el día anterior para tratar de romper su contrato. La había acusado de no tener fuerza suficiente para trabajar con su caballo, ¿Qué le había hecho cambiar de opinión?
Decidió ignorar el comentario. Debía concentrarse por completo en Satin y su adiestramiento. Se ajustó las perneras.

—Hablando de Satin, será mejor que me ponga en marcha.
Joe sintió que se le secaba la boca al fijarse en cómo ceñía y enmarcaba el cuero el trasero de Demi. Tragó con esfuerzo. No lograba olvidar lo que había sucedido la noche anterior en el porche y en el pasillo. El recuerdo de Demi semidesnuda y entre sus brazos ya lo había obligado a tomar una ducha fría esa mañana.

—El almuerzo es a las doce —dijo Whiskers tras ella. Luego miró a Joe con ojos brillantes y sonrió traviesamente—. A menos que el gran lobo malo se la coma a ella primero.
Joe tuvo que hacer un esfuerzo increíble para no ruborizarse. Debería haber supuesto que Whiskers notaría su incomodidad. El viejo tenía la vista de un halcón.
—Me alegra ver que te interesas por esa pequeña —dijo el cocinero, sonriente—. Me gusta mucho más que la otra con la que solías estar.
—No sé de qué estás hablando —mintió Joe—. La señorita Lovato solo me interesa como adiestradora de Black Satin.
— ¿Y por eso da la impresión de que vas a convertirla en tu próxima comida?
Joe frunció el ceño.

—Maldita sea, Whiskers. Yo no…
—Ahórrate el aliento, muchacho. He tenido el horno encendido esta mañana y ya hay suficiente aire caliente en la cocina. Si tuviera cuarenta años menos, yo mismo le echaría el lazo. Acuérdate de mis palabras: esa jovencita es un magnífico partido.
El ceño de Joe se marcó aún más.
—No me interesa ella ni ninguna otra mujer. Si aún te queda algo de memoria, recordarás que ya lo intenté y resultó un desastre.

Whiskers agitó una cuchara ante Joe.
—Si uno juega con un gato salvaje corre el riesgo de que lo arañe. Te advertí sobre esa mujer antes de que te liaras con ella. Ella es la responsable de que ahora estés asustado.
—No estoy asustado —protestó Joe—. Simplemente no quiero volver a cometer el mismo error.
—Eso sería imposible con Demi.

— ¿Desde cuándo te has convertido en un experto en mujeres?
Whiskers dejó en el fregadero los platos que había recogido de la mesa y sirvió dos tazas de café. Tras hacer un gesto para indicar a Joe que se sentara, ocupó una silla frente a él.
—Sabes distinguir un Mustang de una pura sangre, ¿no?
Joe sabía que lo mejor que podía hacer era dejar el tema pero, en lugar de irse, se sentó.
— ¿Qué tienen que ver los caballos con las mujeres?
Whiskers sonrió.
—Demi es como un Mustang…
Joe rio.
—Estoy seguro de que le halagaría la comparación.
—¿Vas a callarte y a escucharme?
—De acuerdo. Sigue.

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