LOS delicados dedos de Demi acariciaban las teclas del piano,
arrancándole unas notas preciosas que invadían el salón y salían al pasillo,
donde el personal de servicio escuchaba extasiado.
-Si no te hubieras casado con Joe y te hubieras convertido en
una esposa y madre devota, podrías haber sido una gran concertista -observó
Daniel arrellanándose en su butaca mientras se tomaba una limonada.
Demi sonrió.
Habían abierto las puertas correderas de cristal y entraba en el
salón el sol y el aroma del jardín. Levantándose del piano, fue a ver qué tal
estaba Squeak, que dormitaba tranquilo, y se sentó junto al carrito de Tazeem.
-No toco tan bien.
-Claro que sí, pero has decidido que preferías convertirte en
princesa, tener varios palacios, legiones de criados y un estupendo piano de
cola -bromeó su hermano.
-Todos los bienes materiales me dan igual, lo único importante es
que soy feliz -sonrió Demi. Daniel
sonrió también y se despidió de su hermana para volver a Londres. Era el tercer
fin de semana que iba a visitarlos en dos meses, desde que Joe le había
entregado un billete abierto que podía utilizar siempre que quisiera.
Desde que habían vuelto del desierto, Demi se había hecho muy
amiga de Jahan y lo cierto era que toda la familia de Joe la había recibido con
los brazos abiertos.
A veces, se le hacía increíble pensar que ya llevaba dos meses
viviendo en Dhemen. Las primeras semanas, aquellas que habían pasado en Zurak
sin separarse ni un solo momento, habían sido pura gloria, semanas en las que
la pasión desenfrenada había convertido los días en noches y las noches en días.
Nadie hubiera creído jamás que Joe no estaba enamorado de su
mujer porque era el centro de su vida... y no solamente en la cama. Joe la
había llevado al desierto a ver atardecer y allí le había leído maravillosos
poemas de Kahlil Gibran.
Era raro el día en el que llegaba a casa sin un regalo para ella
o para el niño. A veces, sólo era una sencilla flor, un libro o un juguete y
otras una joya, pero lo cierto era que Joe era increíblemente generoso con
ella.
Joe le había hablado de la férrea disciplina que le habían
impuesto en la escuela militar en la que había estudiado y de cómo le había
sorprendido la libertad total de la que había disfrutado en Harvard. Demi
entendía mejor ahora las fuerzas que habían influido en forjar su carácter
reservado.
Durante una visita a un campamento beduino, lo había visto
participar en un baile con espadas y en una carrera de camellos y le había
encantado ver aquel lado salvaje de su temperamento volátil, que normalmente
mantenía bajo control.
En aquella ocasión, habían pasado la noche en una tienda cuyo
suelo estaba cubierto por alfombras antiguas y Joe le había hecho el amor de
manera apasionada sobre ellas. Al día siguiente, lo había acompañado a hacer
volar a su halcón, que volaba muy alto, y Joe le había dicho que así era como
ella lo hacía sentir cuando hacían el amor.
Demi estaba completamente enamorada de su marido e intentaba no
pensar demasiado a menudo en ello porque se entristecía al pensar que él no
estaba enamorado de ella. Intentaba no recordar lo que le había dicho el día de
su boda sobre que ya no estaba enamorado de Camila.
Suponía que jamás le habría confesado su amor a su hermana de
leche y, aunque era feliz a su lado, lo cierto era que una pequeña parte de su
corazón se sentía profundamente herido.
Por eso, intentaba estar siempre perfecta, comportarse
constantemente como la mujer ideal, se tomaba muchas molestias para que su
apariencia fuera perfecta y había puesto mucho esmero en ser una buena
compañera de cama.
A juzgar por cómo Joe tomaba un avión desde Londres para estar
con ella apenas un par de horas antes de volver a tenerse que ir por motivos de
trabajo, en ese aspecto no tenía queja.
-¿Demi...? -la llamó Joe desde la puerta.
Demi levantó la mirada ansiosa, lo miró y salió corriendo a
recibirlo. Al llegar junto a él, Joe la tomó en brazos, como solía hacer, pero
no la besó como de costumbre sino que la dejó en el suelo y la miró muy serio.
-¿Qué ocurre? -quiso saber Demi.
-Selena Anstruther está aquí –contestó Joe-. Quiere hablar
contigo para pedirte perdón.
-¿Lady Selena? -se sorprendió Demi-. ¿Pedirme perdón a mí? ¿Y
eso?
-Morag Stevens confesó ayer que Selena la sobornó para que
pusiera el colgante de diamantes en tu taquilla y luego dijera que te había
visto ponerlo a ti -le explicó Joe-. Temiendo que su falso testigo cediera ante
la presión de mis investigaciones, Selena cometió el error de amenazar a Morag,
que sintiéndose acorralada entró en pánico y confesó todo.
-Entonces, ¿mi nombre ha quedado limpio?
-Por supuesto.
Demi sonrió encantada.
-¿Y para qué quiere verme?
-La voy a llevar a juicio. Sabe que conmigo no tiene nada que
hacer porque no me inspira la más mínima compasión, así que ha decidido hablar
contigo por si tiene más suerte. Supongo que querrá despertar tu compasión.
Recuerda que ella no tuvo ninguna contigo.
-No sé...
-Si no quieres recibirla, no tienes obligación.
-Sí, sí quiero verla, quiero que me cuente en persona por qué lo
hizo, pero no quiero que entre en nuestro hogar -contestó Demi.
-No será necesario.
Joe la acompañó al edificio en el que estaban situadas las
oficinas de palacio y la hizo pasar a una pequeña sala de audiencias. Una vez
allí, Demi le indicó que prefería entrevistarse con Selena a solas.
-Como quieras... -contestó Joe.
Su formalidad ofendió a Demi. Estaba encantada porque, por fin,
su reputación había quedado impoluta y su inocencia demostrada y, sin embargo,
su marido se mostraba como si hubiera muerto alguien.
Llevaron a Selena ante ella. La aristócrata estaba visiblemente
cansada y con toda la ropa arrugada por el viaje, nada que ver con Demi, que
lucía fresca y espléndida un precioso conjunto en tonos turquesas y rosas con
pendientes y collar de perlas.
-Alteza... -la saludó Selena arrodillándose ante ella sin
dudar-. Gracias por recibirme.
-Sólo quiero saber por qué lo hiciste.
Selena la miró con incredulidad.
-Obviamente, porque el príncipe Joe estaba enamorado de ti. ¿Por
qué iba a ser?
Demi se quedó de piedra.
-¿Perdón?
-Yo también estaba perdidamente enamorada de él y no podía
soportar que tú te pusieras en medio.
-¿Estabas celosa?
-Vi al príncipe contigo en dos ocasiones, en la limusina aquel
día que te recogimos y te llevamos a tu casa y el día que lo invité a tomar el
té conmigo. Por cómo te miraba, me di cuenta rápidamente de que estaba
enamorado de ti y tú ni siquiera te percatabas.
-Si no me podías ni ver, ¿por qué me pediste que te ayudara con
los preparativos de la fiesta?
Selena suspiró.
-Porque lo tenía todo planeado desde el principio. Quería que te
acusaran de robo. Quería que dejaras de trabajar en el castillo y que te
alejaras de Joe, pero te aseguro que no era nada personal.
-¿Ah, no? -la interrumpió Demi con sequedad.
-Claro que no -insistió Selena-. Me dije que el fin justificaba
los medios y que yo no tenía nada que hacer con el príncipe mientras tú
siguieras por allí. Ahora me doy cuenta de que no tenía nada que hacer de todas
maneras, de que el príncipe estaba completamente loco por ti, como demuestra
que se haya casado finalmente contigo. Estoy metida en un buen lío. Tendré que
vender mi propiedad del valle e irme porque todos se han enterado de lo que he
hecho y me dan la espalda.
-No es culpa mía.
-No, pero, ¿de verdad crees que merezco ir a juicio? Después de
todo, es obvio que el príncipe Joe se habría casado contigo aunque hubieras
estado acusada de asesinato -observó Selena con acidez-. Te pido perdón por
haberme metido entre vosotros, te pido perdón por haberte acusado de algo que
no habías hecho y por haber propiciado que perdieras el trabajo, pero también
me siento en la obligación de hacerte notar que es obvio que nada de eso
arruinó tus posibilidades sociales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario