Demi terminó de guardar su ropa en el
armario y se volvió a contemplar su habitación. Unas cortinas indias a juego
con la colcha de la cama enmarcaban las altas y antiguas ventanas. Sobre la
cabecera había un «atrapa sueños» adornado con tiras de cuero y plumas de
halcón para asegurar un plácido sueño al ocupante de la cama.
Sonrió. No era en absoluto una
habitación femenina, pero el contraste de los brillantes colores con las
paredes blancas le daban un ambiente amistoso y agradable.
—Justo lo opuesto a su dueño —murmuró
mientras se encaminaba hacia las escaleras.
Siguiendo un delicioso aroma, acabó en
la espaciosa cocina de la casa.
—Algo huele maravillosamente.
Whiskers se volvió para dedicarle una
sonrisa carente de dientes.
—Espero que te guste el guiso de hija
de… —sus arrugadas mejillas se tiñeron de rubor por encima de su barba blanca—…
de ternera, quiero decir.
Demi rio y le palmeó el brazo.
—Lo llames como lo llames, estoy
segura de que estará delicioso.
Whiskers sacó una bandeja de galletas
del horno.
— ¿Qué te parece tu cuarto? Hace
tiempo que no tenemos una dama por aquí, y puede que no sea todo lo elegante
que debería.
Demi tragó saliva. ¿Cuánto tiempo hacía que a nadie
le preocupaba si le gustaba su dormitorio, o si tenía uno?
—Es perfecto —dijo—. Gracias.
Un niño de unos cinco años abrió la
puerta de la cocina y entró corriendo con una caja en las manos.
— ¡Mira lo que he encontrado,
Whiskers! —al ver a Demi se detuvo en
seco—. ¿Quién eres tú?
—Cuida tus modales, Ryan Jonas —dijo
Whiskers en tono severo—. Ni siquiera has saludado a la señorita.
—Lo siento —dijo el niño, y sonrió
amistosamente—. Hola, ¿quién eres?
Demi rio cuando Whiskers suspiró, exasperado.
—Soy Demi Lovato.
— ¿Quieres ver lo que he encontrado, Demi?
—el niño levantó la tapa de la caja para que lo viera—. Es un gatito.
Demi y Whiskers se quedaron petrificados en el
sitio.
El niño los miró, desconcertado.
— ¿Qué sucede? Ya sé que huele un
poco, pero puedes tocarlo.
— ¡Eso es una mofeta! —exclamó Whiskers.
Como a cámara lenta, Ryan dejó la caja
en el suelo y los tres observaron al animalito mientras salía. Negro, con dos
rayas blancas a lo largo de la espalda, recorrió la cocina husmeando su nuevo
territorio.
—Que nadie se mueva —susurró Whiskers.
Cuando el animal se acercó a la puerta, tomó el escobón y utilizó el mango para
abrirla—. Saca a Ryan de aquí mientras yo me ocupo de esta alimaña.
— ¡Quiero mi gatito! —protestó el
niño.
Temiendo que Ryan asustara a la
mofeta, Demi apoyó una mano sobre su boca y salió de la cocina caminando de
espaldas. Pero apenas había dado unos pasos cuando se topó con un objeto
inmóvil plantado en medio del pasillo.
Flint se puso tenso al sentir la
calidez de aquel trasero femenino contra sus muslos. Alzó las manos para sujetarla.
Se dijo que solo trataba de evitar que cayera. Pero cuando ella se volvió a
mirarlo por encima del hombro, su cuerpo rozó la parte más vulnerable de la
anatomía de Joe, que se sintió como si acabara de rozar una valla
electrificada.
Apretó los dientes y trató de ignorar
la reacción de su cuerpo. Debía centrarse en el modo en que había visto salir a
Demi de la cocina con el niño. Sintió una mezcla de enfado y suspicacia. ¿Acaso
estaba tratando de secuestrar a su hijo?
— ¿Qué diablos haces? —preguntó, y su
poderosa voz resonó por toda la casa.
Un olor agrio invadió de pronto el
aire, seguido de una vehemente maldición de Whiskers.
—Mofeta —dijo Demi, y se tapó la nariz
con una mano.
Flint entró en la cocina. Tosió varias
veces, se tapó la nariz y miró a Whiskers con el ceño fruncido.
— ¿Cómo ha llegado aquí?
—Vas a tener que sentarte a enseñar a
ese hijo tuyo a qué animales no debe acercarse —contestó Whiskers, enfadado—.
Creía que el maldito bicho era un gato —fue cojeando a apagar el fuego, acentuando
cada paso con una retahíla de maldiciones—. Ahora nos hemos quedado sin cena y
tendremos que comer fuera durante un mes. Y todo por culpa tuya. Si no hubieras
hablado tan alto, la habría echado de la cocina antes de que decidiera marcarla
con su hedor.
—Quiero mi gatito, papá —gimió Ryan
desde el pasillo.
— ¿Cuándo fue la última vez que
tomaste un baño, Whiskers? —preguntó Brad, que acababa de asomarse por la
puerta trasera. Los demás vaqueros se amontonaron tras él.
Tom Davison agitó su sombrero.
— ¡Guau! Huele a una mezcla de cabra
vieja y los pies de Jed.
—Whiskers, ¿has muerto y alguien ha
olvidado decírtelo? —bromeó Jim Kent.
—Fuera —dijo Joe, corriendo hacia la
puerta. Permaneció unos momentos en el patio aspirando profundas bocanadas de
aire. Cuando Whiskers se acercó a él, se puso en contra del viento—. ¿Te
importa apartarte un poco?
—No ha sido culpa mía que el niño
atrapara una mofeta —protestó Whiskers mientras Ryan y Demi se reunían con el
grupo—. No entiendo cómo no lo ha mordido al atraparla. Esos bichos pueden
tener hidrofobia.
Preocupado, Joe se arrodillo frente a
su hijo y buscó indicios de alguna herida.
— ¿Te ha mordido o arañado, Ryan? —preguntó.
El niño negó con la cabeza.
—No. ¿Qué es hidro… hidrografía?
—Hidrofobia. Es otro nombre de la
rabia —explicó Joe con delicadeza—. Es una enfermedad peligrosa que tienen
algunos animales. Por eso no quiero que vuelvas a tratar de atrapar ninguno sin
avisarme antes, ¿de acuerdo?
Ryan asintió. El viento cambió en ese
momento de dirección y el niño arrugó la nariz.
—Apestas, Whiskers.
Claramente exasperado, el viejo
cocinero abrió y cerró la boca varias veces en busca de epítetos adecuados para
los oídos de una dama y de un niño.
—Tú tampoco hueles precisamente como
una rosa, muchacho.
— ¿Y qué vamos a hacer con la cena? —preguntó
Jed, que estaba hambriento.
— ¿Cómo puedes pensar en comer en
medio de este olor? —preguntó Jim, asqueado—. Yo voy a ayunar una semana.
—No puedo evitarlo —protestó Jed—.
Tengo tanta hambre que sería capaz de comerme la maldita mofeta.
Whiskers se cruzó de brazos.
—Pues yo no pienso volver a la cocina
hasta que esté aireada.
Jed señaló a Demi.
— ¿Qué hace?
Joe se volvió a tiempo de ver a Demi
inspirando profundamente antes de entrar en la cocina. Unos minutos después,
con lágrimas corriendo por su rostro, salió cargada de comida y la dejó en la
mesa de picnic que había en un lateral de la casa. Tras toser varias veces,
regresó decididamente al interior.
Cuando salió con varias latas de
cerveza, algunos refrescos y un bote de zumo de tomate, Whiskers dio con el
codo a Joe en el costado.
— ¿No supera eso todo lo que has
visto? Demi se frotó los ojos con la manga de la camisa y se dejó caer bajo la
sombra de un roble. Joe y sus hombres la miraron, maravillados.
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