Joe tomó el rostro de Demi entre sus
manos.
— ¿Estás segura? Si no, dilo ahora,
porque no sé si podré detenerme si cambias de opinión luego.
Demi reconoció el intenso deseo que
revelaba su mirada.
—Más vale que no pares, vaquero. Eres tú
el que ha hecho que me sienta así, de manera que será mejor que hagas algo al
respecto.
Joe sonrió.
—Siempre apago los fuegos que enciendo.
Sus labios reclamaron los de ella en el
beso más tierno y conmovedor que Demi había experimentado. Cuando sus lenguas
se encontraron, cada célula de su cuerpo despidió chispas de placer. Disfrutó
del sabor de Joe, se deleitó con las caricias de sus labios. Una seductora y
provocativa excitación la recorrió.
Joe deslizó las manos desde su rostro
hasta sus pechos. Cuando le acarició los pezones con los pulgares, Demi sintió
que iba a arder.
— ¿Te gusta? —Susurró él junto a su oído—.
¿O quieres que pare?
—Por favor…
Demi apartó las manos.
— ¿Quieres que pare?
— ¡No! Si pararas ahora… no sé si
sobreviviría.
Mirándola a los ojos, Joe le quitó
lentamente la camiseta y la tiró a la silla. Sonrió y deslizó los dedos por el
borde superior del sujetador, pero cuando se lo soltó y deslizó las tiras hacia
abajo por sus hombros, la sonrisa se esfumó de su rostro y contuvo el aliento.
Se inclinó para besar cada pecho.
—Eres perfecta. Tan suave. Tan dulce.
Arrojó el sujetador sobre la camiseta y
tomó las manos de Demi para guiarlas hacia los botones de su camisa.
—Tu turno, cariño.
Demi los desabrochó rápidamente.
Anhelaba volver a sentirlo como aquella primera noche en el porche. Al apoyar
las manos sobre su musculoso pecho, el crujiente pelo que lo cubría le
cosquilleó en las manos. La sensación provocó destellos de excitación a lo
largo de todo su cuerpo.
Cuando Joe le apartó las manos para
estrecharla contra sí, la sensación de piel contra piel, el roce de sus pezones
contra él le hicieron gemir. Convencida de que su deseo había alcanzado la
culminación, dejó escapar un gritito ahogado cuando Joe apoyó ambas manos en su
trasero y la alzó hacia sí. La evidencia de su dura excitación presionada
contra su bajo vientre hizo que la sangre fluyera ardiente por sus venas.
—Joe…
La pasión de su voz excitó a Joe como
pocas cosas lo habían hecho en su vida.
—Cuando dices mi nombre así me vuelves
loco.
La besó, dejándole saborear su
necesidad, la profundidad de unos sentimientos que ya no quería ocultar. De algún
modo, encontró la fuerza para apartarla de sí y quitarse rápidamente la camisa.
Luego se inclinó y le quitó las botas. Cuando la tomó en brazos tuvo que
apretar los dientes para mantener el escaso control que le quedaba.
Cuando la dejó sobre la cama, comprendió
que estaba más excitado de lo que nunca había estado en su vida.
—Querida, no voy a poder aguantar mucho
más esto. Necesito sentirte entera y desnuda contra mí.
Mientras deslizaba hacia abajo los
vaqueros y las braguitas de Demi por sus piernas, ella gimió su nombre. Nunca
le había afectado tanto la excitación de una mujer. Pero lo cierto era que
tampoco creía haber excitado nunca tanto a una mujer.
Una sonrisa satisfecha curvó las
comisuras de sus labios. La respuesta de Demi a sus más mínimas caricias y la
pasión que veía en sus ojos no eran algo que se pudiera simular. No necesitaba
cualquier hombre. Lo necesitaba a él.
Aquel pensamiento envió una oleada de
calor entre sus piernas. Tuvo que apretar los dientes para contenerse y,
levantándose rápidamente, se quitó los vaqueros y los calzoncillos.
El primer impulso de Demi fue de
cubrirse, pero la pasión que oscureció los ojos de Joe cuando la miró le
hicieron sentirse bella y especial por primera vez en su vida.
Cuando lo vio ante sí completamente
desnudo se quedó sin aliento. Joe era la muestra perfecta de un hombre en su
plenitud. Sus hombros anchos y musculosos se estrechaban hasta un estómago
plano y unas estrechas caderas. Cuando deslizó la mirada más abajo, su pulso se
desbocó al ver su poderosa erección. Cuando alzó los ojos hacia él vio que la
estaba mirando como si fuera la mujer más deseable del mundo.
En breves momentos pertenecería a Joe en
todo el sentido de la palabra. Y él sería su hombre. Al menos por una noche.
Joe dejó bajo la almohada el pequeño
envoltorio que había sacado del bolsillo de sus pantalones y se tumbó junto a
ella. Cuando la atrajo hacia sí, cerró los ojos.
Nunca había querido satisfacer a una
mujer tanto como a Demi, pero su cuerpo palpitaba de anticipación, y la tensión
que latía entre ellos había transformado su sangre en un torrente de necesidad.
Demi deslizó sus curiosas manos por la
espalda de Joe y éste sintió que sus pulmones dejaban de funcionar.
—Me encanta sentir tus manos sobre mi
cuerpo, querida… —cuando Demi llevó los dedos hasta la curva de sus nalgas, un
estrangulado y ronco sonido surgió de la garganta de Joe—… pero si sigues así,
esto va a acabar muy pronto.
Sin saber cuánto tiempo más iba a
soportar la tortura de tenerla abrazada sin dar el paso final, deslizó una mano
entres sus cuerpos y apoyó la palma entre los muslos de Demi.
Sentir que ya estaba preparada para él y
escuchar su sorprendido gemido avivaron aún más el fuego. Cuando se arqueó
contra él, supo que no iba a poder aguantar mucho más.
—Tranquila, querida.
Sacó el envoltorio de debajo de la cama,
se ocupó de su protección y luego separó las rodillas de Demi. Tomó sus manos y
las sujetó a ambos lados de su cabeza.
— ¿Qué necesitas, Demi?
—A ti…
Parecía un poco indecisa.
— ¿Estás segura?
— ¡Sí!
Ante su apasionada admisión, Joe la
reclamó suya de un solo movimiento. Pero su júbilo se transformó en
consternación al sentir una inesperada resistencia y ver el destello de dolor
que ensombreció la mirada de Demi.
Se quedó paralizado.
— ¿Qué diablos…?
Ella se mordió el labio y Joe sintió que
su cuerpo trataba de resistirse involuntariamente a ser invadido. Ni siquiera
se le había ocurrido pensar en la posibilidad de que fuera virgen. A fin de
cuentas, Demi tenía ya veintiséis años.
— ¿Por qué no me has dicho que nunca
habías estado con un hombre? —preguntó, preocupado por el temor de haberle
hecho daño.
— ¿Qué te había hecho pensar lo
contrario? —la voz de Demi fue apenas un susurro.
Joe vio que una lágrima se deslizaba por
su mejilla. Se sintió como un completo asno. Encima de haberle hecho daño, sólo
se le ocurría quejarse.
Manteniendo la parte baja del cuerpo
quieta, abrazó a Demi y secó la lágrima con sus labios. Ella acababa de darle
algo muy especial, y lo último que deseaba era que se arrepintiera de haberlo
hecho.
—Lo siento, Demi. No merecías esto… —enterrado
en ella como estaba, su cuerpo lo instaba a terminar. Pero él sabía que Demi
necesitaba tiempo para adaptarse. Respiró profundamente para tratar de
controlarse—. Si me lo hubieras dicho, habría tenido más cuidado.
—Estoy bien, Joe. De verdad.
Cuando estaba alcanzando el límite de su
resistencia, Joe vio que los ojos de Demi se suavizaban y supo que el dolor
estaba dando paso al deseo insatisfecho.
—Ahora voy a amarte, querida.
Se movió lentamente, atento al menor
indicio de incomodidad por parte de Demi. Nunca había estado con una virgen.
¿Cuánto tiempo duraba el dolor? ¿Qué podía hacer para aliviarlo?
Pero cuando ella apoyó las manos en sus
nalgas y lo atrajo hacia sí, el control de Joe se esfumó por completo. Se
entregó a ella como ella se estaba entregando a él, y cuando sintió que
empezaba a ponerse rígida, aceleró sus movimientos.
Cuando Demi gritó su nombre y se sintió
envuelto en su placer, experimentó una satisfacción totalmente nueva para él.
Solo entonces cedió a la fuerza de la necesidad que latía en su interior y, con
un empuje final, fue poseído por el triunfo de su explosión.
—Ha sido increíble —murmuró Demi varios
minutos después.
—Desde luego —Joe la estrechó contra su
costado y apoyó una mano en su cadera—. ¿Estás bien?
—Estoy muy bien.
—Ojalá me lo hubieras dicho. Podría
haberte hecho daño.
—Pero no me lo has hecho Demi le
mordisqueó juguetonamente el hombro—. Además, ha sido mi elección.
Sus palabras fueron como una caricia para
Joe. Demi había querido que fuera el primer hombre en su vida, y un repentino
fuego en su interior le hizo comprender que él quería ser el último. La idea de
que otro hombre tocara a Demi intensificó la llamarada de su cuerpo,
impulsándolo a volver a hacerla suya para dejar de nuevo en ella su marca.
Cuando Demi deslizó una mano desde su
pecho hasta su costado, abandonó toda especulación. Analizaría sus emociones
más tarde. En aquellos momentos, la cautelosa exploración de la mano de Demi lo
estaba volviendo loco.
—No seas tímida —dijo, animándola—. Te
prometo que no voy a romperme.
Cuando ella lo tomó completamente en su
mano y empezó a moverla delicadamente de arriba abajo, Joe gimió como si
estuvieran torturándolo.
La mano de Demi se detuvo al instante.
— He hecho algo mal?
— ¡No! —Exclamó Joe, y se volvió paro
sujetarla contra el colchón—. Lo estás haciendo muy bien. Demasiado bien.
Ella lo miró a los ojos, expresándole su
necesidad, rogándole que acabara con aquella dulce tortura.
Su gemido de placer cuando Joe la hizo
suya impulsó a este a darle todo lo que tenía. Y cuando sus cuerpos se
fundieron para celebrar el gozo de su mutua liberación, ella se entregó a él en
cuerpo y alma.