Tendré cuidado entonces para no cruzarme en su camino porque no
quiero perder mi trabajo.
Cuando la habían contratado, le habían advertido que debía
trabajar en el más absoluto silencio y que, si alguna vez se encontraba con el
jeque en un pasillo, debía irse a toda velocidad, así que Demi no creía muy
probable que pudiera verlo de cerca.
Si yo tuviera tu cuerpo y tu cara, haría todo lo que estuviera
en mi mano para tropezarme con él -bromeó Jeanie-. Si le gustaras, podría
apartarte de todo este mundo y ponerte una casa para ti. ¡Te solucionaría la
vida! -exclamó-. Imagínate la ropa que podrías tener, y las joyas, y, además...
¡un hombre impresionante en tu cama! Demi, eres una mujer realmente guapa. Si
hay alguien que pueda encandilar al príncipe Joe, ésa eres tú.
Demi la miró sorprendida y se sonrojó.
Yo no soy así...
Pues te iría mucho mejor si lo fueras -insistió la pelirroja-.
La vida es para disfrutarla y para divertirse. ¡Cómo no tengas cuidado, al
final tu padre va a terminar convirtiéndote en una solterona!
Tras terminar de lavar la vajilla de Sevres, Demi la secó con
cuidado a pesar de que sus pensamientos estaban a años luz de allí.
Se sentía muy diferente a Jeanie porque a ella la habían educado
en una casa en la que la única referencia que se hacía sobre el sexo la hacía
su padre y siempre diciendo que era «el pecado de la fornicación».
Lo único que le estaba permitido leer era la Biblia y otros textos
sagrados y ahora que había tenido acceso a otro tipo de publicaciones,
periódicos y revistas, en los que se hablaba de otras cosas completamente
diferentes Demi se sentía secretamente atraída por la ropa y los lugares
exóticos que había visto en ellas.
Ojala su padre fuera un hombre más razonable.
Ojala le permitiera salir y conocer a gente, como hacían otras
chicas de su edad. Demi razonaba que, al fin y al cabo, él tenía que haber
salido con su madre antes de casarse y que aquello no podía ser malo, ¿no?
A medida que había ido pasando el tiempo, su padre se había ido
haciendo cada vez más irrazonable; hasta el punto de que había discutido con
los parroquianos en la iglesia y había decidido dejar de ir, prohibiéndoles a
Demi y a Mabel que lo hicieran.
A Demi le encantaba la música y uno de los pocos placeres que
tenía en la vida era escuchar la radio, pero su padre se la había roto cuando
Mabel se había quejado de que la chica pasaba demasiado tiempo escuchándola y
tardaba mucho en preparar el desayuno.
Demi todavía recordaba la cara de horror de su madrastra al ver
la airada reacción de su marido.
Aquella tarde, después de comer, otra compañera le dio una
revista que ella ya había terminado de leer y Demi la aceptó con la cabeza baja.
Mientras se iba, escuchó cómo sus compañeras comentaban que era
una pena cómo la había educado su padre y, palabras textuales de la que le
había regalado la revista: «a esa pobre chica le da miedo hasta su propia
sombra».
No es cierto», se dijo Demi mientras pedaleaba rumbo a casa.
No tenía tanto miedo, pero tampoco estaba tan loca como para
buscar un enfrentamiento abierto con su padre antes de disponer de los medios
necesarios para irse.
La belleza de aquel día de principios de verano pronto apaciguó
su ánimo y la llenó de vitalidad.
Era viernes, su día favorito de la semana porque terminaba
pronto de trabajar y solía tener la casa entera para ella durante la tarde
porque su padre y Mabel estaban haciendo la compra semanal.
Demi decidió sacar a pasear al perro y leer la revista y, media
hora después, salía de casa de su padre y atravesaba la pradera verde en
dirección al bosque. Una vez allí, entre los árboles, se quitó los zapatos, se
desabrochó un par de botones de la blusa y se soltó el pelo para tumbarse al
sol.
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