QUIERO que averigües dónde está trabajando Demi Ross porque
quiero hablar con ella en privado. Disponlo con la máxima discreción -le dijo
Joe a su secretario privado, que a duras penas consiguió disimular su sorpresa.
Una vez a solas, Joe se quedó mirando las rosas rojas que había
en el florero situado junto a la ventana. A continuación, acarició
delicadamente uno de los pétalos y pensó en los labios de Demi.
Aquello lo hizo maldecir pues, aunque la pasión de aquella mujer
lo había sorprendido, no debía permitir que sus pensamientos volvieran una y
otra vez a ella.
Al cabo de unos minutos, llamaron a la puerta y entró lady Selena,
con la que había quedado para hacer la lista de la próxima fiesta que iba a
tener lugar en el castillo y que ella, como en otras ocasiones, iba a
organizar.
Al verlo, lady Selena sonrió encantada y Joe le devolvió la
sonrisa, pero no era una sonrisa de complicidad como otras veces porque ahora
lo cierto era que aquella mujer se le hacía demasiado obvia comparada con Demi
y no lo atraía.
Demi estaba limpiando los ventanales de la galería y, como de
costumbre, se quedó mirando el piano de cola que había en aquella estancia y se
preguntó si todavía sería capaz de tocar.
Hacía muchos años que no lo hacía y, en cualquier caso, no se
atrevía a tocar una pieza tan antigua sin permiso.
Su madre había sido profesora de música antes de casarse y se
había encargado de que su hija fuera una maravillosa pianista.
Demi había llegado incluso a sustituir con asiduidad al
organista en la iglesia, pero cuando la gente había comenzado a comentar lo
bien que lo hacía, su padre había decidido que la música era una frivolidad,
había vendido el piano y le había prohibido volver a tocar.
Aquello le había roto el corazón a su madre y había sido
entonces, aquel mismo día, cuando Demi se había jurado que algún día tendría un
piano propio que podría tocar tantas horas al día como le diera la gana.
En aquel momento, apareció un hombre y le pidió que pasara a la
sala a limpiar un servicio de té que había caído al suelo. Demi asintió, agarró
un trapo y rezó para que no se hubiera manchado una de las valiosas alfombras
del castillo.
Afortunadamente, sólo se había derramado un poco de leche sobre
el suelo de madera y Demi no tardó nada en recogerlo.
Cuando se incorporó, el hombre había desaparecido y Demi se
encontró en un precioso salón lleno de flores.
Cuando se disponía a retirarse, se abrió otra puerta y apareció
Joe. Demi no pudo ni moverse del sitio. Estaba tan guapo, que no pudo evitar
quedarse mirándolo fijamente.
-Espero que me perdones por haber dispuesto este encuentro.
-¿Lo tenías planeado? -se sorprendió Demi.
-Sí, quería hablar contigo a solas. Quería verte, quería pedirte
perdón por cómo me comporté el otro día. Lo que hice fue inapropiado, una
equivocación por mi parte.
Demi lo miró con la boca abierta.
-Pero yo...
-Tú no tuviste absolutamente ninguna culpa.
Demi quedó gratamente sorprendida al comprobar que Joe no se
había dejado llevar por el orgullo sino que, lejos de ello, había querido verla
para pedirle perdón. Seguramente, cualquier otro hombre en su posición, no se
habría tomado la molestia de hacer eso por una empleada.
-Yo también tuve mi parte de culpa -insistió Demi.
-No, tú eres muy joven y la inocencia no es ninguna culpa
—murmuró Joe con amabilidad.
Demi lo miró a los ojos y Joe recordó la tarde en la que se
habían conocido, aquel momento en el que se había fijado en su pelo dorado y
sus ojos como esmeraldas y se dijo que debía comportarse como un hombre adulto
y no como un adolescente que no puede dejar de pensar en la chica que le
gustaba.
-Yo...
-Supongo que no querrás que la gente se entere de que has estado
a solas conmigo, así que no es inteligente que nos quedemos mucho tiempo
charlando -la interrumpió Joe.
Demi bajo la cabeza avergonzada.
-No me gusta que hagas trabajos tan duros porque no pareces muy
fuerte -comentó Joe.
-Te aseguro que soy fuerte como un caballo percherón -rió Demi-.
Aunque no quede muy bonito decirlo...
Joe se quedó mirándola unos segundos, hasta que pudo reaccionar
y sacarse del bolsillo una tarjeta de visita.
-Si alguna vez necesitas ayuda, no dudes en llamarme a este
número.
Demi tuvo que hacer un gran esfuerzo para disimular su sorpresa
porque Joe no estaba flirteando con ella y ella se moría por que lo hiciera.
Tragando saliva, aceptó la tarjeta, se la guardó y volvió a su
trabajo.
Aquella misma semana, volvía a casa una tarde en bicicleta
cuando su rueda trasera pinchó.
Lo peor era que no llevaba bomba ni parches para arreglarla y
estaba lloviendo.
A pesar de que intentó remolcar la bicicleta a toda velocidad,
pronto se encontró calada hasta los huesos, así que, cuando un gran coche paró
a su lado, se asustó porque no lo había visto.
-Hola, te llevo a casa -dijo Joe bajando la ventanilla.
A Demi le hubiera gustado negarse, pero resultó completamente
imposible porque el conductor, siguiendo las instrucciones de Joe, estaba
metiendo la bicicleta en el maletero.
-De verdad... no hacía falta que pararas. Podría haber ido
andando perfectamente... estoy calada y te voy a poner el coche perdido...
-balbuceó Demi entrando en la limusina.
Sin embargo, al percatarse de que Joe no viajaba solo, calló
inmediatamente y se sonrojó de pies a cabeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario