Joe se sintió como un pirata que podría haberla tomado entre sus
brazos, haberla tumbado en la mesa y haberla poseído de manera tan exquisita y
placentera, que Demi se habría convertido voluntariamente en su esclava.
La sonrisa de Joe cautivó a Demi y se preguntó qué sentiría si
la besara.
Entonces, de repente, se dio cuenta de lo que estaba pensando y
bajó la cabeza avergonzada, sintiéndose una mujerzuela.
-Tengo que volver al trabajo -murmuró ella.
-No es eso lo que te apetece hacer.
-No... -admitió Demi.
-¿En qué estabas pensando? -quiso saber él.
Demi se estremeció.
Venga, dímelo y no me mientas.
-Me estaba preguntando qué sentiría si me besaras...
Joe murmuró algo en árabe, la tomó de los antebrazos y se acercó
a ella. Sentía la sangre latiéndole en las sienes y no podía pararse a escuchar
a la vocecilla que dentro de su cabeza le advertía que no debía hacerlo.
-Deja que te lo demuestre...
Acto seguido, Demi sintió aquellos maravillosos labios en la
boca. El beso de Joe fue firme y apasionado, pero no lo suficiente como para
satisfacer el increíble deseo que Demi sentía en la más profundo de su ser.
Demi se puso de puntillas
y le pasó los brazos por el cuello, acariciándole el pelo. Se sentía como si
estuvieran dentro de una tormenta, como si el mundo girara a toda velocidad
alrededor de ellos.
La excitación se había apoderado por completo de su cuerpo y
ahora lo único que importaba era la potente sensación de tener a Joe tan cerca,
pegado a su piel, sentir sus brazos, sus manos y su lengua.
Demi estaba tan entregada a lo que estaba haciendo, que cuando
alguien habló en árabe por el interfono no pudo evitar dar un respingo
asustada.
-¿Quién es ése? ¿Qué ha dicho? -preguntó.
-Es mi secretario personal y me informa de que ha venido una persona
a verme -contestó Joe.
Se hizo el silencio entre ellos.
Demi no se atrevía a mirarlo y, de repente, abrió la puerta que
tenía cerca y salió corriendo como alma que lleva el diablo.
A Joe le habría gustado correr tras ella y disculparse, pero lo
estaban buscando y era obvio que Demi estaba disgustada, así que sería una
locura arriesgarse a que se produjera una escena que lo único que haría sería
atraer la atención sobre ella y acrecentar su vergüenza.
¿Qué demonios le había pasado? No entendía cómo había podido
perder el control de aquella manera y estaba furioso por ello. Había sido como
si su libido se hubiera desbordado y él no hubiera podido hacer absolutamente
nada para someterla.
Demi se miró al espejo y comprobó que había un brillo de
culpabilidad y de sorpresa en sus ojos, que tenía los labios enrojecidos y que
sentía el cuerpo más prieto y voluminoso que nunca.
La culpa y la vergüenza se apoderaron de ella con saña. ¿Cómo se
había atrevido a decirle al príncipe Joe que se estaba preguntando qué sentiría
si la besara? ¡Se había comportado como una fulana!
Intentó concentrarse en el trabajo, pero no podía olvidar cómo
había respondido al beso de joe. Jamás se le había ocurrido que un hombre
pudiera hacerla reaccionar de aquella manera, pudiera hacerla estremecerse de
pasión, una pasión que ni siquiera era consciente de poseer hasta aquella
tarde.
No conocía al príncipe absolutamente de nada y, sin embargo, no
habría dudado en entregarse a él.
¡Le parecía tan irresistible que habría permitido que le hiciera
cualquier cosa y lo que peor la hacía sentirse era que había sido él quien
había dejado de besarla al oír a su secretario por el interfono!
Aquella tarde, al salir del trabajo, Demi estaba montándose en
la bicicleta cuando se percató de que un hombre la miraba fijamente desde un
descapotable.
Hola, soy Kevin Judd, fotógrafo de moda -le dijo desde la distancia-.
¿Es usted consciente de lo increíblemente guapa que es? Si fuera también
fotogénica, podría ser una de las mejores modelos del mundo, ¿sabe? -añadió
acercandose-. ¿Le parece bien que quedemos para hacerle una sesión de
fotografías?
-No, gracias -contestó Demi.
-¿Pero no me ha oído lo que le he dicho?
-Déjeme en paz -le dijo Demi alejándose pedaleando a toda
velocidad.
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