-Por supuesto, le pido perdón por asustarla.
-Bueno, yo también le pido perdón por haber dicho que había sido
usted el que había entrado en las tierras de mi padre con la motocicleta y las
había estropeado -contestó Demi.
-¿Estaba usted leyendo? -preguntó Joe recogiendo la revista de
Demi del suelo.
-Sí, gracias -contestó Demi aceptándola y sonrojándose al ver
que Joe la miraba intensamente.
Joe tuvo que hacer un gran esfuerzo para controlar su deseo pues
los labios de aquella mujer y sus preciosos y firmes pechos le hacían desearla
con tanta intensidad, que estaba atónito.
-¿Le habrá pasado algo a la moto? -preguntó Joe, nerviosa, pues
se había dado cuenta de que entre ellos se había instalado una extraña tensión
cuyo origen no acertaba a vislumbrar.
-No creo -contestó Joe.
Había conseguido controlarse, sí, pero estaba enfadado consigo
mismo porque no entendía cómo se sentía atraído por aquella mujer. Por muy
guapa que fuera, él estaba acostumbrado a mujeres increíblemente bellas, así
que no era aquélla la razón.
-¿Va usted muy lejos? -quiso saber Demi.
En otra circunstancia, jamás se hubiera atrevido a preguntar
algo así a un desconocido, pero lo cierto era que sabía que aquel hombre se iba
a ir y no quería que se fuera.
-No, voy al castillo -contestó Joe , levantando la motocicleta
del suelo.
Podría haberle dicho quién era, pero decidió que no había motivo
para hacerla pasar tal vergüenza porque lo más probable era que jamás volvieran
a verse.
Demi supuso que el motociclista estaba pasando una temporada
invitado en el castillo en el que ella trabajaba y rezó para que no diera un
mal informe de ella a nadie porque, de ser así, perdería el trabajo y su padre
se enfadaría.
Joe se puso el casco, puso la motocicleta en marcha, se montó y
se alejó sin siquiera mirarla, pero pensando en ella, en sus maravillosos ojos
verdes y en que parecía asustada e infeliz, lo que lo llevó a preguntarse qué
tipo de vida llevaría con aquel padre fanático del que le había hablado el
encargado del castillo.
De repente, se encontró preguntándose si Demi Ross estaría
dispuesta a convertirse en su amante.
Joe se enfureció consigo mismo por semejante pensamiento pues
tener una amante implicaba una relación y él prefería saltar de cama en cama
sin comprometerse con ninguna mujer.
No estaba dispuesto a perder su libertad por nadie y, además,
Demi Ross era una empleada.
¿Qué demonios le estaba sucediendo?
¡En menos de veinticuatro horas, se le había pasado por la
cabeza que tenía que encontrar esposa y ahora estaba pensando en tener una
amante!
Tras hacer un agujero bajo los árboles y enterrar la revista,
Demi corrió a casa seguida de cerca por Squeak.
Al llegar, entró por la puerta de atrás y, para su desgracia, se
encontró con su padre.
-Vaya, no sabía que ibais a volver tan pronto... ¿ha ocurrido
algo? -preguntó nerviosa al percibir la tensión en el ambiente.
-La madre de Mabel se ha puesto enferma y se va quedar a pasar
la noche con ella -contestó Angus Ross-. ¿Dónde has estado?
-He salido a dar un paseo -contestó Demi-. Perdón...
-Si yo hubiera estado en casa, no habrías estado holgazaneando
por ahí. ¿Qué has estado haciendo?
Demi se quedó de piedra.
-Nada.
-Espero que así sea -gruñó su padre acercándose a ella y
agarrándola del brazo con fuerza-. Prepárame la cena ahora mismo. Después de
cenar, leeremos la Biblia
y rezaremos para que no vuelvas a caer en el pecado de la holgazanería -añadió
saliendo de la cocina.
Una vez a solas, Demi se frotó el brazo con el ceño fruncido y
se dijo que no debía preocuparse, ya que su padre tenía mal genio, pero jamás
le había levantado la mano.
Sin embargo, tenía la penosa sospecha de que aquello estaba a
punto de cambiar.
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