Demi era consciente de de que no quería quedarse en su casa, así
que decidió meter sus pertenencias en una pequeña maleta e irse a casa de
Jeanie con Squeak porque no quería dejar al viejo perro atrás por miedo a que
su padre la pagara con él.
Demi dejó la bandeja llena de platos sobre la mesa de la cocina.
-No hace falta que hagas eso -le dijo Donald con amabilidad-. Tú
ocúpate de cobrar, no del trabajo duro.
Demi asintió y esperó a que su jefe se hubiera ido para
masajearse las lumbares, que la estaban matando de dolor.
A la hora de la cena siempre había un montón de gente y el resto
de las camareras no daban abasto, así que a ella le resultaba imposible
quedarse sentada junto a la caja registradora sin echar una mano a sus
compañeras.
Hacía ya más de siete meses que se había ido de casa dejando tras
de sí solamente una nota explicativa.
Donald era el hermano de Jeanie y él y su mujer, Elspeth, se
habían portado de maravilla con ella y la habían ayudado mucho.
El fin de semana siguiente a que Demi se fuera a de casa, Donald
y Elspeth se habían presentado allí para recoger sus cosas y la habían llevado
a Londres, donde le habían alquilado una habitación en su propia casa y Donald
le había dado trabajo como camarera en la cafetería que tenía.
Al principio, se había sentido muy perdida en la ciudad y el ruido
y la cantidad de gente la habían apabullado. A menudo, echaba de menos la
naturaleza, las montañas, la paz y el silencio del valle. Eso la había empujado
a explorar los parques londinenses acompañada por Squeak.
Una de las primeras cosas que había hecho aparte de trabajar
había sido informarse sobre diversos cursos y pronto había decidido que quería
formarse como profesora de música.
Para empezar, estaba yendo a clase dos veces por semana porque,
a pesar de que sus conocimientos musicales eran suficientes, tenía que pasar un
examen de otras asignaturas antes de poder colocarse como profesora.
La idea de pasar varios años estudiando y viviendo con poco
dinero hubiera deprimido a otra persona, pero a ella la llenaba de orgullo
porque había tenido el valor de intentarlo y de sacar de la vida mucho más de
lo que su padre le hubiera permitido tener jamás.
El futuro se le antojaba prometedor, pero pronto sus sueños se
vieron truncados.
Patsy, una de sus compañeras, se puso a rellenar botes de
kétchup y, cuando Demi intentó ayudarla, la otra camarera le indicó que se
sentara y se estuviera quietecita.
-Estás tan delgada que, si viniera una ráfaga de viento un poco
fuerte, saldrías volando -dijo la mujer agarrándola del antebrazo para
enfatizar su preocupación—. ¿Cómo andas de salud? ¿Cuándo ha sido la última vez
que has ido al médico?
-Siempre he sido muy delgada -le aseguró Demi sin querer
contestar a su pregunta porque se había quedado dormida y no había ido a la
última cita-. No te preocupes tanto por mí. No hace falta, de verdad.
-No lo puedo evitar. No tienes fuerzas ni para levantar una
cucharilla y el bebé nacerá dentro de unas semanas -suspiró Patsy.
-Estoy bien -insistió Demi.
A continuación, se giró para atender a un cliente y se golpeó
con la tripa en la mesa. Todavía no se había acostumbrado a su nuevo cuerpo y,
a veces, cuando se miraba en algún escaparate por la calle, no se reconocía.
Se había dado cuenta de que estaba embarazada cuando casi estaba
de cuatro meses. Había descubierto que las continuas náuseas que sentía no eran
el resultado de una gastroenteritis persistente.
Lo cierto era que había llegado a Londres sintiéndose muy mal,
teniendo que hacer un gran esfuerzo para no pensar día y noche en Joe.
Para intentar apartar su mente del príncipe, se había dedicado a
trabajar y a estudiar sin descanso, apenas comía y dormía poco y había pasado
una eternidad hasta que se había dado cuenta de que no le había llegado el
periodo en varios meses.
Entonces, lo achacó al estrés y a la pérdida de peso y tampoco
se preocupó demasiado, pero, como no paraba de tener náuseas, decidió ir al
médico.
Ni siquiera entonces se le había pasado por la cabeza que
pudiera estar embarazada, lo que recordándolo ahora le parecía increíble
porque, aunque era virgen, obviamente sabía que mantener relaciones sexuales
con un hombre podía desembocar en un embarazo.
En cuanto pensaba en Joe, las emociones la bloqueaban así que,
para protegerse, había decidido no volver a pensar en él ni recordar la pasión
que habían compartido aquel día.
Sin embargo, cuando el médico le dijo que podía estar
embarazada, Demi no tuvo más remedio que recordar sus momentos de intimidad y
entonces se dio cuenta de que Joe no había tomado precauciones.
En un principio, la idea de convertirse en madre soltera la
llenó de vergüenza y de miedo. Luego, se enfureció con Joe. ¿Por qué demonios
no había tenido más cuidado? Obviamente, porque le importaba un bledo cargarla
con la responsabilidad de un hijo.
Demi no tenía ni idea de cómo lo iba a hacer cuando naciera el
niño, pero lo que era obvio era que no iba a poder trabajar ni dar clases.
Evidentemente, ser madre le iba dificultar mucho la vida.
Había pensado en llamar a Joe para contarle lo sucedido, pero él
la había acusado de ser una ladrona y seguro que pensaba que estaba mintiendo.
Además, no debía olvidar que estaba enamorado de otra mujer y
que se arrepentía de haberse acostado con ella. El orgullo que le quedaba había
impedido a Demi ponerse en contacto con él.
-¿Qué tal está tu perrillo? -le preguntó Patsy.
-Duerme mucho, el veterinario me ha dicho que no es nada en
especial, simplemente es muy mayor... -contestó Demi con tristeza.
La idea de perder a Squeak se le hacía insoportable porque era
el único vínculo que le quedaba con su madre.
Cuando hubo terminado su turno, salió a la calle. Hacía frío y
las farolas alumbraban con su luz amarilla el pavimento húmedo. Bajo una de las
luces, había un coche del que se bajó un hombre de pelo negro.
Al principio, Demi no lo reconoció porque su rostro estaba en sombra,
pero cuando se incorporó por completo Demi vio que era Joe y no pudo evitar que
el corazón se le subiera a la garganta.
-¿Te he asustado?... no era mi intención –la saludó Joe en tono
amable, como si hablaran con regularidad.
-¿Cómo te has enterado de dónde estaba? -exclamó Demi
abrochándose el abrigo a toda velocidad para intentar esconder la barriga.
-Tengo mis contactos -contestó Joe-. ¿Estás bien? -añadió
mirándola con el ceño fruncido-. Estás muy pálida.
-¿De verdad? Será por esta luz... ¿a qué has venido?
-A verte.
Demi se cruzó de brazos, pero los descruzó a toda velocidad
porque aquella postura le marcaba la barriga.
-¿Y eso?
-Te dije antes de que te fueras que estuvieras en contacto y no
sabía nada de ti. Estaba preocupado. Te llevo a casa.
-No, no hace falta.
-Claro que hace falta. Estás temblando de frío.
Demi se dio cuenta de que era cierto, de que su ligero abrigo no
impedía que el frío de la noche entrara en su cuerpo. Tenía frío, estaba
cansada, le dolía mucho la espalda y de todo aquello tenía la culpa Joe.
Entonces, ¿por qué demonios estaba intentando esconder la
barriga precisamente del hombre que la había metido en todo aquello?
Con un movimiento repentino que tomó a Joe por sorpresa, Demi se
deslizó a su lado y subió a la limusina, donde se sintió muy a gusto porque se
estaba muy calentita.
-Podríamos cenar en mi hotel -propuso Joe.
-Tengo que ir primero a casa... -contestó Demi dándose cuenta de
que prácticamente había aceptado su invitación.
Era desconcertante, pero lo cierto era que su boca trabajaba más
deprisa que su cerebro. Sin comentar nada más, Joe le pidió su dirección y se
la comunicó al chofer.
Mientras lo hacía, Demi lo miraba de reojo, sin perder detalle
de lo bien vestido que iba. Desde luego, aquel hombre parecía recién sacado de
una revista de moda.
Era increíblemente guapo, el pecado personificado. No era de
extrañar que Demi se hubiera enamorado perdidamente de él y se hubiera metido
en su cama.
-Tardo diez minutos -dijo al llegar a casa.
Al ver el barrio tan lúgubre en el que vivía, Joe tuvo que hacer
un gran esfuerzo para no ofrecerse a acompañarla. Por supuesto, lo que sí hizo
fue dar instrucciones al guardaespaldas que iba en el asiento del copiloto, que
a su vez se puso en contacto con el equipo de seguridad que viajaba en el coche
de atrás.
Muriendooo en 3... 2... 1...
ResponderEliminarBOOOOOOOOOOOM!
se va a dar cuenta del bebé.
Dios Santo
seguila pronto Vane
me encantaron los capitulos
besos y abrazos