SI hubiera podido, Demi no habría ido a trabajar a la mañana
siguiente, pues tenía el pómulo amoratado e hinchado y estaba segura de que
alguien le iba a preguntar qué le había ocurrido.
También estaba segura de que, si no quería denunciar a su padre
a la policía, iba a tener que mentir.
Si en el momento del impacto no hubiera girado la cabeza, lo más
seguro sería que tuviera también la nariz rota.
El hecho de que su padre se hubiera atrevido a pegarle una vez
quería decir, sin ningún género de duda, que podría volverlo a hacer.
Demi sintió que se le
formaba una bola de angustia en la boca del estómago al recordar la furia de su
padre y lo poco que le había importado hacerle daño, algo que aparentemente no
le había hecho sentirse en absoluto avergonzado.
Al oír gritar a Demi, Mabel había bajado las escaleras a toda
velocidad y se había quedado de piedra al ver la escena, pero al cabo de una
hora ya le estaba echando la culpa a la visita de Kevin Judd y justificando la
violencia de su marido.
Demi sentía los ojos hinchados y doloridos por las lágrimas que
había derramado en silencio la noche anterior porque, aunque su padre nunca
había sido un hombre de carácter fácil, tampoco se había mostrado nunca tan
violento.
Obviamente, Jeanie tenía razón en pensar que era imposible que
Demi consiguiera irse de casa con la aprobación de su padre y, sin embargo,
ahora más que nunca necesitaba salir de allí, así que no le iba a quedar más
remedio que irse en secreto. Para colmo, apenas tenía dinero y lo único que se
le ocurría era hacer horas extras.
-Madre mía, pero, ¿qué te ha pasado en la cara? -le preguntó
Selena Anstruther en cuanto la vio aparecer.
-Nada, que ayer me tropecé y me di con el borde de una mesa
-contestó Demi encogiéndose de hombros-. Menos mal que no me he roto nada.
-Pues sí, menos mal -dijo la aristócrata mirándola sin rastro de
sospecha-. Pobrecilla. Hoy solamente voy a necesitarte una hora, así que,
cuando hayas terminado de limpiar y de organizar mi habitación, puedes
incorporarte a tus ocupaciones normales.
Demi se sintió profundamente decepcionada y resentida porque, de
nuevo, otro día en el que no le iban a permitir ayudar a organizar la fiesta.
Era obvio que la aristócrata había preferido tomarla como doncella personal,
algo que desagradaba profundamente a Demi.
Joe se quedó mirando la carta que había recibido aquella mañana
de un primo suyo y apretó las mandíbulas. A continuación, se rió con amargura,
hizo una bola con el papel y lo tiró a la papelera.
Aquello, desde luego, era la guinda del pastel.
Acababa de enterarse de que Camila, la única mujer a la que
había amado, se acababa de casar con otro hombre.
¡Y él sin saber siquiera que estuviera prometida!
Debido a la reciente muerte de un pariente, la boda de Camila
había sido pequeña y familiar y se había llevado a cabo a toda velocidad para
que la pareja pudiera irse cuanto antes a Londres, donde el novio trabajaba
como cirujano.
Joe se dijo que, tarde o temprano, aquello tenía que suceder. El
hecho de estar casada no quería decir que la hubiera perdido porque, en
realidad, jamás la había tenido.
«Tengo que ser fuerte», se dijo.
Una hora después, llegó Selena para recoger la lista de
invitados que le había dejado el día anterior para que le echara un vistazo.
-Me parece que a Demi Ross no le van bien las cosas -comentó con
los ojos en blanco.
Joe la miró enarcando una ceja.
-Parece ser que Demi se ha estado viendo a escondidas con el
albañil polaco y, la verdad, no me extraña que haya intentado que nadie se
enterara porque teniendo el padre que tiene... lo malo ha sido que se ha
enterado de todas formas y
-Ya sabes que no me gustan los cotilleos -la interrumpió Joe.
-Esto no es un cotilleo -sonrió Selena-. Sé que te preocupas
mucho por esa chica, por eso te lo cuento. En fin, para ir al grano, creo que
su padre le ha pegado.
Joe no se inmutó.
-¿Te lo ha dicho ella?
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