Miley despertó temprano. La luz del
amanecer se filtraba a través de las cortinas y se quedó tendida un momento
antes de salir de la cama.
Con lentos y
cuidadosos movimientos recogió el neceser y salió de la habitación. Se vistió
en la galería antes de bajar a la cocina, donde preparó un café.
Más tarde,
se sirvió una taza y salió a la terraza.
Un nuevo
día, reflexionó mientras el sol empezaba a despuntar por el horizonte y se oía
el débil piar de los pájaros en los árboles cercanos.
-Te has
despertado temprano -dijo Nick
desde la puerta abierta.
Ella se
volvió a mirarlo.
Despeinado,
en vaqueros, con el torso desnudo y descalzo. La imagen sofisticada había
desaparecido y en su aspecto había algo de primitivo.
-No quise
perturbar tu sueño.
Nick se encogió de hombros.
-Me desperté
cuando saliste de la habitación.
El recuerdo
de la noche pasada fue tan vivido que casi se le escapó un gemido.
—Me gustaría
marcharme pronto. Tengo cosas que hacer y necesito visitar a mi padre.
—Voy a
preparar el desayuno.
—No. Por
favor no lo hagas por mí. Termino el café, recojo el neceser y me marcho.
Uniendo la
acción a la palabra, Miley terminó el café de un trago, luego
se dirigió a la puerta principal, de paso recogió el neceser y se volvió para
despedirse.
Él estaba
muy cerca y ella no estaba preparada para recibir el beso que le dio en la
boca.
Sin poder
decir una palabra mientras él abría la puerta, rápidamente fue en busca de su
coche, se puso tras el volante, arrancó el motor y salió a la calle.
Una vez en
su apartamento hizo las tareas habituales y pasó algún tiempo observando el
correo electrónico antes de ir a casa de su padre.
La
fragilidad de Alexander la dejó preocupada y no se quedó
mucho tiempo. Necesitaba descansar. Luego se puso en contacto con Cameron para ver cuál de los dos hablaba con el cardiólogo
del padre.
Esa noche se
acostó temprano y durmió bien. Al día siguiente se levantó con el sonido de la
alarma del despertador.
En la
oficina, tras una breve reunión para organizar su agenda, tasar los artículos
de joyería y ver las prioridades del trabajo fue a su taller y
ajustó el microscopio binocular hasta quedar satisfecha.
Era casi
mediodía cuando sonó el teléfono móvil. Al ver el mensaje en la pequeña
pantalla, sonrió. Era Taylor.
En unos
cuantos minutos organizaron la hora y el lugar de encuentro para esa noche.
De pronto,
el día le pareció más luminoso y se descubrió tarareando suavemente mientras
trabajaba una gema bajo una potente lupa.
Eran casi
las siete cuando Miley entró en el modernísimo café, muy
de moda. Allí servían comida soberbia, el servicio era excelente y era tan
popular que había que reservar mesa con anticipación.
El camarero
la condujo a una mesa, y tras pedir agua mineral se dedicó a estudiar la carta
mientras esperaba a Taylor.
Casi fue
capaz de predecir el momento exacto en que la amiga entró en el café porque
todas las cabezas masculinas se volvieron hacia la puerta.
-Smiley, siento llegar tarde. No sabes cuánto me ha costado aparcar.
A muy pocas
personas les permitía usar ese diminutivo, y Siobhan era una de ellas.
La ropa, la
larga melena rubia, el leve y exquisito maquillaje, todo hacía de ella una
mujer única en su hermosura. Cosa de genes, decía Taylor alegremente cuando alguien le preguntaba con envidia cómo se las
arreglaba para tener ese aspecto.
A los quince
años, una de las más prestigiosas agencias de modelos la había contratado y dos
años más tarde se presentaba en las pasarelas de Roma, Milán y París.
Sin embargo,
ni la fama ni la fortuna se le habían subido a la cabeza.
Tras
compartir los mismos colegios privados habían trabado una sólida amistad que se
mantenía hasta entonces.
Casi antes
de acomodarse, llegó el camarero a su lado.
-Agua
mineral. Natural.
El pobre
hombre estaba tan embelesado que escasamente podía hablar y apenas se contuvo
de hacer una reverencia al marcharse.
Con una leve
sonrisa, Miley se reclinó en su asiento.
-¿Cómo te
fue en Italia?
-¿Sobre qué
quieres que te hable? ¿Sobre el trabajo de pasarela, los contratiempos detrás
del escenario o la divina pieza de joyería que he adquirido?
-La joya
-dijo Miley al punto, y luego dejó escapar un murmullo
apreciativo cuando su amiga le indicó el brazalete de diamantes que lucía en la
muñeca. Una joya verdaderamente exquisita-. Muy hermosa. ¿Un regalo?
-Sí, de mí
para mí -sonrió Taylor.
Miley rió con deleite.
-Háblame del
conde italiano.
-Primero
vamos a comer, Miley querida. Estoy hambrienta.
No era justo
que Taylor pudiera comer de todo con tan buen apetito y conservara una esbeltez
tan fabulosa que los diseñadores se peleaban para que luciera sus modelos.
Cuando
apareció el camarero, ambas ordenaron lo que deseaban.
-Cenar
contigo es una experiencia increíble. Los camareros se pelean por servirte.
-Muy útil
cuando una tiene prisa y debe comer en cinco minutos -dijo ella.
En ese
momento, su teléfono móvil empezó a sonar y ella lo ignoró.
-¿No
respondes?
-No.
-De acuerdo.
¿Es porque no sueles responder o se trata de una persona en particular?
-Lo último
que has dicho.
Muy pronto,
el camarero puso ante ellas unas apetitosas ensaladas de pollo.
-¿Problemas?
-Algunos.
-¿El conde
italiano?
-La ex
esposa del conde italiano.
-Se opone a
que mantengas una relación sentimental con él.
-Has dado en
el clavo. Quiere retener el título que adquirió por su matrimonio.
-Pero a ti
el título no te interesa para nada, Miley afirmó más que preguntó.
-Lo que pasa
es que comparten la custodia de la hija y la ex lo amenaza con cambiar los
términos de la custodia.
-¿Y puede
hacerlo?
-Sí,
cuestionando mi capacidad para atender a la niña mientras está con el padre a
causa de mi profesión y mi estilo de vida. Aparte de eso, Roma estaba
maravillosa. Y, en general, el pase de modelos fue todo un éxito. Y ahora te
toca a ti.
¿Por dónde
comenzar? Quizá sería mejor ni siquiera empezar. ¿Cómo podía justificar
circunstancias tan personales y complejas?
-Como
siempre. Ninguna novedad.
-Se comenta
que estás saliendo con Nick.
-Nos
invitaron a una cena y asistimos juntos a una exposición de arte, nada más.
Miley, recuerda que estás hablando
conmigo. Durante el año pasado también coincidiste con él en varias reuniones
sociales. Pero llegar a la velada juntos y luego marcharse juntos ya es otra
cosa.
-¿Otra cosa?
-Así que
cuéntame.
-Me pareció
que acompañarlo era una buena idea-dijo con alegre ligereza.
-Estás loca
por él.
-Nunca en la
vida. Te equivocas. Él es...
-Un demonio
de hombre -Taylor terminó por ella.
Al instante
dejó escapar una alegre risa en tanto alzaba su vaso y lo chocaba contra el de Miley.
-Buena
suerte, Miley querida.
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