jueves, 27 de septiembre de 2012

The Duff Capitulo 33 Jemi



Papá no estaba mejor al siguiente día.
O el día después de ese.
Regresó al trabajo al final de la semana, pero estaba segura de que no era la única que notó que llevó las resacas con él. Parecía que siempre había cerveza o whiskey alrededor de la casa ahora. Siempre estaba desmayado en el sofá o encerrado en su habitación. Y nunca me lo mencionó. Como si no lo notara. ¿Se suponía que debía ignorarlo? ¿Pretender que no era un problema?

Quería decir algo. Quería decirle que se detuviera. Que estaba cometiendo un error enorme. Pero ¿cómo? ¿Cómo una chica de diecisiete años convence a su padre de que ella sabe lo que es mejor? Si trataba de detenerlo, quizás se pondría a la defensiva. Quizás pensaría que lo he abandonado también. Quizás se molestaría conmigo.

Desde que papá había dejado de tomar antes de que yo naciera, realmente no sabía mucho acerca del proceso completo de sobriedad. Supe que tuvo un padrino una vez. Un tipo alto, calvo de Oak Hill al que mamá siempre le enviaba tarjetas de navidad cuando era una niña. Papá ya no habla más de él, y yo estaba segura de que, aún si lo intentara, no sería capaz de encontrar su número. Si lo hiciera, ¿qué diría? ¿Cómo funcionaba todo eso del padrino?

Me sentía impotente e inútil, y más que todo, avergonzada. Sabía que, con mamá ausente, era mi trabajo hacer algo. Sólo que no tenía idea de lo que ese algo era.
Así que en las semanas después de que mi mamá dejara Tennessee, pasé la mayor parte del tiempo evitando a mi papá en la casa. Realmente nunca lo había visto ebrio en mi vida, así que no sabía que esperar. Todo lo que tenía eran los detalles de conversaciones que había escuchado por casualidad cuando era una niña. Él había sido una persona violenta una vez. Tenía temperamento. No podía imaginarme esto viniendo de mi padre, pero no quería empezar a hacerlo en algún momento pronto. Así que me quedé en mi habitación, y él se quedó en la suya.

Me seguía diciendo que esto pasaría. Mientras tanto, había mantenido su pequeño secreto para mí misma. Por suerte para mí, mamá era lo suficientemente crédula para creerme cada vez que le decía que todo estaba bien por teléfono, a pesar de mis menos que buenas habilidades para la actuación.
Honestamente, pensé que esconder mis secretos de Selena sería lo más difícil. Siempre podía ver a través de mí, después de todo. Traté evitándola al principio, ignorando sus llamadas e inventando excusas cuando me pedía que saliéramos. Nunca la llamé para lo

de la Noche de Chicas que había sugerido en el baño. Estaba segura de que me bombearía con preguntas en el segundo en que me tuviera sola, así que siempre traté de usar a Miley, la pobre ignorante, como parachoques. Pero al pasar una semana, tuve esta extraña sensación de que Selena se estaba alejando de mí.
Llamó menos y menos.
Dejó de preguntarme si quería ir al Nest los fines de semana.
Hasta cambió asientos con Jeanine en el almuerzo, poniéndose al otro lado de la mesa – tan lejos de mí como fuera posible. Una o dos veces, la había pillado brindándome miradas malvadas.

Quería saber cuál era su maldito problema, pero tenía miedo de confrontarla. Sabía que si realmente hablásemos de ello, no sería capaz de seguir mintiendo acerca de papá. No a ella. Pero era su secreto, su vergüenza, no era mía para contarla. No dejaría que nadie, ni siquiera Selena, lo supiera.
Así que tuve que dejar pasar su rareza extrema por un tiempo.
Joseph era la única cosa llenándome esas semanas. Una parte de mi estaba horrorizada de mí misma, pero ¿qué podía decir? Necesitaba ese escape –esa altura— más que nunca, y siempre estaba a una corta distancia. Una dosis tres o cuatro veces por semana era todo lo que necesitaba para mantenerme cuerda.
Dios, era como una endemoniada drogadicta. Quizás mi cordura ya se había largado hace mucho tiempo.

— ¿Qué harías sin mí? —preguntó una noche. Estábamos enredados en las sábanas de seda de su cama gigante. Mi corazón todavía estaba palpitando por la altura de lo que acababa de hacer, y no me estaba ayudando colocando sus labios muy cerca de mi oído.
—Vivir una vida feliz...feliz, —murmuré—. Quizás hasta sería...optimista...si no estuvieras alrededor.
—Mentirosa. —Mordió el lóbulo de mi oreja juguetonamente—. Serías completamente miserable. Admítelo, Duffy. Soy el viento tras tus alas.
Mordí mi labio, pero aún así no pude contener la risa –y justo cuando estaba recuperando el aliento, también. —Acabas de imitar a Bette Midler*...en la cama. Estoy comenzando a cuestionarme tu sexualidad, Joseph.

Joseph me miró con un brillo desafiante en su ojo. —Oh, ¿en serio? —Sonrió antes de mover su boca de vuelta a mi oído y susurrando, —Ambos sabemos que mi masculinidad nunca se ha puesto en duda...pienso que solamente estás cambiando el tema porque sabes que es verdad. Soy la luz de tu vida.
—Tú... —luché en busca de palabras mientras Joseph presionaba su boca en el hueco de mi cuello. La punta de su lengua se movió abajo hacia mi hombro e hizo que mi cerebro se pusiera todo confuso. ¿Cómo se supone que iba a poder discutir bajo estas condiciones? —Como digas. Solo te estoy usando, ¿recuerdas?

Su risa sonó apagada contra mi piel. —Eso es gracioso, —dijo, con sus labios todavía apoyados sobre mi clavícula—. Porque estoy muy seguro de que tú ex está fuera de la ciudad ahora mismo. —Una de sus manos se deslizó entre mis rodillas—. Aún así sigues aquí, ¿cierto? —Sus dedos empezaron a deslizarse de arriba hacia abajo en mi muslo interno, haciéndome difícil el pensar en una respuesta. Parecía gustarle esto, porque se rió de nuevo—. No creo que me odies, Duffy. Pienso que te gusto mucho.

Me retorcí sin control mientras las manos de Joseph bailaron por el interior de mi pierna. Quería desesperadamente discutirle, pero estaba enviando corrientes eléctricas por mi espina dorsal.
Finalmente, cuando pensé que iba a explotar, su mano se movió a mi cadera y empujó su boca lejos de mi hombro. —Oh, gracias a Dios. —Susurré mientras él alcanzaba un condón en la gaveta de la mesita de noche, sabiendo qué venía después.

—Supongo que es una buena cosa que no me importe tenerte alrededor, —dijo con esa sonrisa arrogante—. Ahora, déjame responderte todas esas dudas que dices tener acerca de mi sexualidad.
Mi cabeza se llenó de nubes de nuevo.
Pero no podía negar que las cosas se estaban saliendo mucho de control. Se me hizo dolorosamente claro el viernes en la tarde en inglés que algo no estaba bien.

La Sra. Perkins estaba pasando unos ensayos viejos que había agarrado y hablando acerca de algún libro de Nora Roberts que acababa de terminar —totalmente inadvertida de que de que nadie la estaba escuchando— cuando se detuvo frente a mi escritorio. Me brindó esta grande y tonta sonrisa, como la sonrisa de una abuela orgullosa. —Tu ensayo estuvo maravilloso, —me susurró—. Una perspectiva tan interesante de Hester. Usted y el Sr. Jonas son un excelente equipo. —Luego me tendió una carpeta marrón y palmeó mi hombro.

Abrí la carpeta mientras se alejaba, un poco confundida acerca de lo que había dicho. Dentro había un papel que reconocí instantáneamente. El Escape de Hester: Un análisis por Demi Lovato y Joseph Jonas. En la esquina superior izquierda, la Sra. Perkins había
garabateado nuestra nota en tinta roja brillante. Un noventa y ocho. Una A. No pude evitar sonreír al ensayo. ¿Realmente había pasado un mes y medio desde que habíamos escrito esto en la habitación de Joseph? ¿Desde la primera vez que habíamos dormido juntos? Me sentí como si hubieran pasado décadas. Hasta milenios. Miré a través del salón hasta él, y mi sonrisa se desvaneció.

Estaba hablándole a Louisa Farr. No, no sólo hablando. Hablar solo implica la vibración de las cuerdas vocales, y había mucho más que eso sucediendo. La mano de él estaba en la rodilla de ella. Las mejillas de ella se estaban tornando rojas. Le estaba brindando su sonrisa linda, arrogante.
¡No! Sonrisa repulsiva. ¿Desde cuando pienso que esta muestra de arrogancia es linda? ¿Y qué fue este raro retortijón que sentí en mi estómago?
Miré lejos cuando Louisa comenzó a jugar con su cuello, una señal definitiva de coqueteo.
Perra.

Me sacudí, sorprendida y un poco preocupada. ¿Qué estaba mal conmigo? Louisa Farr no era una perra. Seguro, era una animadora de muy buen gusto —co capitana del equipo Skinny— pero Selena nunca decía nada malo acerca de ella. La chica solo estaba hablando con un chico guapo. Todas hemos hecho lo mismo. Y no era como si Joseph estuviera apartado o algo. No era como si estuviera comprometido con nadie.
Como yo...
¡Oh Dios! Pensé, dándome cuenta del significado de mi retortijón en la barriga. Oh Dios, estoy celosa. ¡Estoy jodida y seriamente celosa! ¡Oh, mierda!

Decidí que estaba enferma. Tenía fiebre o SPM** algo estaba perjudicando gravemente mi estabilidad mental, porque no había manera en el infierno de que estuviera celosa de que un hombre—perro como Joseph estuviera flirteando con alguien más. Quiero decir, esa era su naturaleza. El mundo realmente habría parado de girar si Joseph no flirteara con chicas pobres e ingenuas. ¿Por qué habría de estar celosa? Eso era ridículo. Así que debo estar enferma. Tenía que estarlo.

— ¿Estás bien, Demi? —preguntó Miley. Ella giró alrededor de su escritorio para mirarme—. Te ves como furiosa. ¿Estás molesta o algo?
—Estoy bien. —Pero mis palabras salieron a través de mis dientes apretados.
—De acuerdo, —dijo Miley. Era tan crédula como mi madre—. Escucha, Demi, en serio pienso que deberías hablar con Selena. Está algo molesta, y pienso que ustedes necesitan mucho tener un acercamiento. ¿Quizás hoy? ¿Después de clases?
—Sí... lo que sea. —Pero no estaba escuchando. Estaba muy ocupada buscando maneras de mutilar la cara perfecta de Louisa.
SPM. Esto era definitivamente un mal caso de SPM. 

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