—Dices que aunque haya una docena de mujeres
telefoneándole, quieres que te ponga la primera de la lista —dijo Miley con voz
divertida—. La verdad es que son más de una docena, pero le daré tu mensaje al
señor Nolan. Adiós.
Desde fuera de la cocina, Nick la vio colgar
el teléfono. No había descansado mucho. Las manos no le dejaban dormir y se
resistía a tomar calmantes porque lo iban a dejar atontado. Nick era muy celoso de su vida privada y
de su soledad, así que no entendía por qué había insistido en que Miley se
quedara en su casa. Debía ser un ridículo sentido protector que le quedaba de
su infancia.
No tenía que ver con haberla visto desnuda o
a haberla rescatado la noche antes. Nada que ver, se dijo. Sin embargo, cuando
volvió a fijarse en el deformado chándal recordó su cuerpo desnudo brillante de
aceite a la luz de la lámpara. Ese chándal debería estar en la basura, pensó.
—Esa era la número diecisiete —murmuró ella,
sin percatarse de su presencia—. Me pregunto si estará batiendo algún récord.
—No por gusto —refunfuñó Nick.
Miley dio un salto y se volvió hacia
él, con el flequillo cayéndole sobre la cara.
—No sabía que estabas abajo —dijo, mirándolo
con suave reprobación—. Creí que dormías.
—No necesito dormir mucho —contestó él. Y
menos mal, pensó, solía sufrir de insomnio.
— ¿Te duelen las manos? —preguntó ella.
Él se encogió de hombros.
—¿Quién ha dejado los mensajes?
—Cuatro canales de televisión local y tres
emisoras de radio quieren una entrevista —replicó ella, echando una ojeada a
varias páginas de papel—. El resto eran mujeres con… —se aclaró la garganta—
peticiones varias. Por orden de llamada: Kathleen, Melissa, Joan,
Jennifer, Becky, Camille, Amy, Janece, Helen…
—Helen —repitió Nick—. Olvídate de las demás. ¿Qué quería Helen?
Helen Barnett. Ah, ésa es la que tenía sentido del humor. Sólo dijo que la llamaras
cuando hubieras descansado. Nada urgente —repuso. Se mordió el labio como si
quisiera evitar una sonrisa—. La señorita Barnett
sugirió que dijera a todas las demás que encargaran una pizza en China; que las atenderían más
rápido que tú.
—Eso suena típico de Helen —rió él.
—Su número es…
—Sé su número.
—Si quieres te marco el teléfono —ofreció Miley.
—Lo tengo en marcación abreviada.
— ¡Ah! —exclamó Miley,
arqueando las cejas.
—Helen es una de las mujeres más importantes de mi vida —admitió Nick, e hizo una ligera pausa—. Es mi secretaria —añadió. Ver los cambios de
expresión de Miley le pareció tan
interesante que casi se olvidó del dolor de las manos—. Has pensado que tenía
una relación sentimental con ella.
—Bueno, después de todas las llamadas que has
recibido de mujeres que quieren… —apretó los labios, como estuviera buscando
las palabras adecuadas—… acabar con tu soltería, pensé que quizás… —murmuró y
se encogió de hombros—. Me daba pena pensar que Kathleen,
Joan, Jennifer, Amy y
todas las demás sufrían en vano.
—Ya se les pasará —replicó Nick, entrando en la cocina—. A ese
tipo siempre se les pasa.
— ¿Ese tipo? —Miley
lo siguió—. ¿Y si una de ellas es la mujer de tus sueños?
Nick gruñó con incredulidad.
—No hay mujer de mis sueños. No tengo tiempo.
Siguió un silencio; Nick la miró, esperando recibir una
charla sobre la importancia del amor y el romance. Pero en vez de eso, ella
asintió con la cabeza.
—Eso lo entiendo. Ahora mismo, el amor
tampoco es una prioridad para mí.
—Tu prioridad son los estudios —aseveró él,
sorprendido.
—Sí.
— ¿No te gustaría en el fondo que apareciera
el Príncipe Encantador para no tener que estudiar más? —preguntó Nick.
—No. En el fondo me gustaría licenciarme con
matrícula de honor —dijo ella sonriente.
— ¿Y qué pasará si aparece el hombre de tus
sueños? —insistió, pues ella no reaccionaba como había esperado.
—Puede esperarme —dijo—. Quiero estar a la
altura de cualquier hombre con quien desee compartir toda la vida.
— ¿Esto no tendrá nada que ver con las Barbies
decapitadas?
—Algo —concedió ella, echándose a reír—. Mi
padre era muy duro con Butch. Su infancia no fue un camino de rosas. Era un
hermano difícil —reflexionó.
—Era un ser humano difícil —murmuró Nick—.
Sólo por curiosidad
morbosa, ¿qué hace ahora?
—Es cuidador.
— ¿De niños? —se asombró Nick.
—De árboles, trabaja en un vivero —continuó Miley, con una sonrisa en los labios—. Está casado
y tiene tres hijas.
—Apabullado por mujeres —dijo Nick—. Por fin se hizo justicia.
—Es algo protector con su familia, pero creo
que sus días de abusón y mandamás quedaron atrás —dijo Miley,
estudiándolo con atención—. ¿Cuándo vas a tomarte los calmantes? Te duele
mucho.
—No tanto —negó él.
Ella se acercó y levantó los dedos,
poniéndolos a milímetros de su cara. Él aguantó la respiración. Su olor era
limpio y sensual. Recordó el aceite y sintió la respuesta de su cuerpo.
—Estás frunciendo los ojos todo el rato. Voy
a traerte agua —insistió ella, volviéndose hacia la encimera.
—No. Todavía no he decidido tomarlos —dijo
él, incómodo por su ayuda. Ella lo miró.
—Espero que no seas un mártir, uno de esos
hombres que creen que es mejor sufrir.
—Me dejarán fuera de combate varias horas
—replicó él.
—Para eso son. No te culpo por estar de mal
humor —sonrió ella comprensiva—. Te duelen las manos.
Una enfermera con cuerpo de sirena, pensó Nick.
Si fuera algo menos
emocional y algo más mundana, podría causarle problemas.
—Muchos opinan que siempre estoy de mal
humor.
—Entonces no deben conocerte bien. Quizá si que
te haga falta una novia.
Lo impacientó que ella estuviera tan
convencida de que no era un cascarrabias. Podía haberse convertido en un
criminal desde que se vieron por última vez. Estaba claro que deseaba pensar lo
mejor de él; eso lo molestaba y reconfortaba al mismo tiempo.
— ¿Estás ofreciéndote como novia? —preguntó
para provocarla. Vio su reacción de sorpresa y un atisbo de sensualidad en sus
ojos oscuros.
—Creo que tienes voluntarias más que
suficientes —contestó Miley con voz sedosa,
volviéndose para llenar un vaso de agua—. Tómate la medicina, necesitas dormir.
Lo sabes perfectamente —sonrió, embrujadora.
Al ver su boca, Nick pensó en todas las formas en que
podría usarla para dar placer a un hombre y se tragó un juramento. ¿Acaso su
imaginación había decidido jugarle una mala pasada? Era posible que sí necesitara
dormir.
—Tomaré la medicina —dijo—. Voy a llamar a Helen antes de que me haga efecto. El médico me
dijo que si me tomaba dos no sentiría dolor, ni nada, durante un buen rato.
En cuanto se tomó las pastillas llamó a
Helen y comentó con ella la crisis del día. Esta vez, su oponente estaba
intentando cambiar las fechas del juicio. Estudió su calendario y aceptó una de
las fechas.
—Qué amable estás —comentó Helen sorprendida.
—Sólo le he dejado elegir el día en que voy a
machacarlo —respondió Nick con una mueca.
Continuó hablando sobre uno de sus nuevos
clientes, pero pronto comenzó a sentirse mareado.
Miley se fijó en el tono de su voz mientras hablaba. Tardó unos momentos en
identificar lo que notaba: pasión. A Nick lo apasionaba su trabajo. Siempre había oído
comentar que la pasión era una de las bases del éxito. Se preguntó cómo había descubierto
Nick su pasión, y
también si podría aprender algo de él.
Lo estaba observando, y notó inmediatamente que
la medicina empezaba a hacerle efecto. Nick se frotó los ojos con la muñeca, y movió la
cabeza de lado a lado. Apoyó la cabeza contra la pared, limitándose a asentir a
lo que decía su secretaria. Miley le pasó
una mano por delante de los ojos.
Él parpadeó, respiró profundamente y se frotó
la cara con el dorso de una mano vendada.
—Tengo que dejarte, Helen. Estoy a punto de caer fulminado. Llámame por si hay alguna emergencia —dijo. Colgó el
teléfono y se estiró.
— ¿Estás bien? —preguntó Miley.
—Sí. Me voy arriba —respondió. Posó sus
intensos ojos azules en ella y parpadeó lentamente. Sin saber por qué, a Miley le pareció un gesto muy sexy.
Miley observó
como adelantaba un pie y luego otro pausadamente, como si estuviera borracho.
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