viernes, 21 de septiembre de 2012

Amor Desesperado Capitulo 4 Niley



—Dices que aunque haya una docena de mujeres telefoneándole, quieres que te ponga la primera de la lista —dijo Miley con voz divertida—. La verdad es que son más de una docena, pero le daré tu mensaje al señor Nolan. Adiós.
Desde fuera de la cocina, Nick la vio colgar el teléfono. No había descansado mucho. Las manos no le dejaban dormir y se resistía a tomar calmantes porque lo iban a dejar atontado. Nick era muy celoso de su vida privada y de su soledad, así que no entendía por qué había insistido en que Miley se quedara en su casa. Debía ser un ridículo sentido protector que le quedaba de su infancia.
No tenía que ver con haberla visto desnuda o a haberla rescatado la noche antes. Nada que ver, se dijo. Sin embargo, cuando volvió a fijarse en el deformado chándal recordó su cuerpo desnudo brillante de aceite a la luz de la lámpara. Ese chándal debería estar en la basura, pensó.
—Esa era la número diecisiete —murmuró ella, sin percatarse de su presencia—. Me pregunto si estará batiendo algún récord.
—No por gusto —refunfuñó Nick.
Miley dio un salto y se volvió hacia él, con el flequillo cayéndole sobre la cara.
—No sabía que estabas abajo —dijo, mirándolo con suave reprobación—. Creí que dormías.
—No necesito dormir mucho —contestó él. Y menos mal, pensó, solía sufrir de insomnio.
— ¿Te duelen las manos? —preguntó ella.
Él se encogió de hombros.
—¿Quién ha dejado los mensajes?
—Cuatro canales de televisión local y tres emisoras de radio quieren una entrevista —replicó ella, echando una ojeada a varias páginas de papel—. El resto eran mujeres con… —se aclaró la garganta— peticiones varias. Por orden de llamada: Kathleen, Melissa, Joan, Jennifer, Becky, Camille, Amy, Janece, Helen…
—Helen —repitió Nick—. Olvídate de las demás. ¿Qué quería Helen?
Helen Barnett. Ah, ésa es la que tenía sentido del humor. Sólo dijo que la llamaras cuando hubieras descansado. Nada urgente —repuso. Se mordió el labio como si quisiera evitar una sonrisa—. La señorita Barnett sugirió que dijera a todas las demás que encargaran una pizza en China; que las atenderían más rápido que tú.
—Eso suena típico de Helen —rió él.
—Su número es…
—Sé su número.
—Si quieres te marco el teléfono —ofreció Miley.
—Lo tengo en marcación abreviada.
— ¡Ah! —exclamó Miley, arqueando las cejas.
—Helen es una de las mujeres más importantes de mi vida —admitió Nick, e hizo una ligera pausa—. Es mi secretaria —añadió. Ver los cambios de expresión de Miley le pareció tan interesante que casi se olvidó del dolor de las manos—. Has pensado que tenía una relación sentimental con ella.
—Bueno, después de todas las llamadas que has recibido de mujeres que quieren… —apretó los labios, como estuviera buscando las palabras adecuadas—… acabar con tu soltería, pensé que quizás… —murmuró y se encogió de hombros—. Me daba pena pensar que Kathleen, Joan, Jennifer, Amy y todas las demás sufrían en vano.
—Ya se les pasará —replicó Nick, entrando en la cocina—. A ese tipo siempre se les pasa.
— ¿Ese tipo? —Miley lo siguió—. ¿Y si una de ellas es la mujer de tus sueños?
Nick gruñó con incredulidad.
—No hay mujer de mis sueños. No tengo tiempo.
Siguió un silencio; Nick la miró, esperando recibir una charla sobre la importancia del amor y el romance. Pero en vez de eso, ella asintió con la cabeza.
—Eso lo entiendo. Ahora mismo, el amor tampoco es una prioridad para mí.
—Tu prioridad son los estudios —aseveró él, sorprendido.
—Sí.
— ¿No te gustaría en el fondo que apareciera el Príncipe Encantador para no tener que estudiar más? —preguntó Nick.
—No. En el fondo me gustaría licenciarme con matrícula de honor —dijo ella sonriente.
— ¿Y qué pasará si aparece el hombre de tus sueños? —insistió, pues ella no reaccionaba como había esperado.
—Puede esperarme —dijo—. Quiero estar a la altura de cualquier hombre con quien desee compartir toda la vida.
— ¿Esto no tendrá nada que ver con las Barbies decapitadas?
—Algo —concedió ella, echándose a reír—. Mi padre era muy duro con Butch. Su infancia no fue un camino de rosas. Era un hermano difícil —reflexionó.
—Era un ser humano difícil —murmuró Nick—. Sólo por curiosidad morbosa, ¿qué hace ahora?
—Es cuidador.
— ¿De niños? —se asombró Nick.
—De árboles, trabaja en un vivero —continuó Miley, con una sonrisa en los labios—. Está casado y tiene tres hijas.
—Apabullado por mujeres —dijo Nick—. Por fin se hizo justicia.
—Es algo protector con su familia, pero creo que sus días de abusón y mandamás quedaron atrás —dijo Miley, estudiándolo con atención—. ¿Cuándo vas a tomarte los calmantes? Te duele mucho.
—No tanto —negó él.
Ella se acercó y levantó los dedos, poniéndolos a milímetros de su cara. Él aguantó la respiración. Su olor era limpio y sensual. Recordó el aceite y sintió la respuesta de su cuerpo.
—Estás frunciendo los ojos todo el rato. Voy a traerte agua —insistió ella, volviéndose hacia la encimera.
—No. Todavía no he decidido tomarlos —dijo él, incómodo por su ayuda. Ella lo miró.
—Espero que no seas un mártir, uno de esos hombres que creen que es mejor sufrir.
—Me dejarán fuera de combate varias horas —replicó él.
—Para eso son. No te culpo por estar de mal humor —sonrió ella comprensiva—. Te duelen las manos.
Una enfermera con cuerpo de sirena, pensó Nick. Si fuera algo menos emocional y algo más mundana, podría causarle problemas.
—Muchos opinan que siempre estoy de mal humor.
—Entonces no deben conocerte bien. Quizá si que te haga falta una novia.
Lo impacientó que ella estuviera tan convencida de que no era un cascarrabias. Podía haberse convertido en un criminal desde que se vieron por última vez. Estaba claro que deseaba pensar lo mejor de él; eso lo molestaba y reconfortaba al mismo tiempo.
— ¿Estás ofreciéndote como novia? —preguntó para provocarla. Vio su reacción de sorpresa y un atisbo de sensualidad en sus ojos oscuros.
—Creo que tienes voluntarias más que suficientes —contestó Miley con voz sedosa, volviéndose para llenar un vaso de agua—. Tómate la medicina, necesitas dormir. Lo sabes perfectamente —sonrió, embrujadora.
Al ver su boca, Nick pensó en todas las formas en que podría usarla para dar placer a un hombre y se tragó un juramento. ¿Acaso su imaginación había decidido jugarle una mala pasada? Era posible que necesitara dormir.
—Tomaré la medicina —dijo—. Voy a llamar a Helen antes de que me haga efecto. El médico me dijo que si me tomaba dos no sentiría dolor, ni nada, durante un buen rato.
En cuanto se tomó las pastillas llamó a Helen y comentó con ella la crisis del día. Esta vez, su oponente estaba intentando cambiar las fechas del juicio. Estudió su calendario y aceptó una de las fechas.
—Qué amable estás —comentó Helen sorprendida.
—Sólo le he dejado elegir el día en que voy a machacarlo —respondió Nick con una mueca.
Continuó hablando sobre uno de sus nuevos clientes, pero pronto comenzó a sentirse mareado.
Miley se fijó en el tono de su voz mientras hablaba. Tardó unos momentos en identificar lo que notaba: pasión. A Nick lo apasionaba su trabajo. Siempre había oído comentar que la pasión era una de las bases del éxito. Se preguntó cómo había descubierto Nick su pasión, y también si podría aprender algo de él.
Lo estaba observando, y notó inmediatamente que la medicina empezaba a hacerle efecto. Nick se frotó los ojos con la muñeca, y movió la cabeza de lado a lado. Apoyó la cabeza contra la pared, limitándose a asentir a lo que decía su secretaria. Miley le pasó una mano por delante de los ojos.
Él parpadeó, respiró profundamente y se frotó la cara con el dorso de una mano vendada.
—Tengo que dejarte, Helen. Estoy a punto de caer fulminado. Llámame por  si hay alguna emergencia —dijo. Colgó el teléfono y se estiró.
— ¿Estás bien? —preguntó Miley.
—Sí. Me voy arriba —respondió. Posó sus intensos ojos azules en ella y parpadeó lentamente. Sin saber por qué, a Miley le pareció un gesto muy sexy.
Miley observó como adelantaba un pie y luego otro pausadamente, como si estuviera borracho.

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