Miley sólo
se quedó ahí, mirando al plato de ensalada con grandes ojos tristes. Parecía
muy pequeña entonces, muy débil y tímida. En ese momento, yo no pensé en ella
como guapa. O incluso linda. Sólo frágil y asustada. Igual que un ratón. —Date
prisa, Miley
—una de las otras animadoras la llamó desde la mesa, sonando irritada—. No
vamos a guardarte el sitio para siempre. Jesús. Yo pude sentir a Selena mirándome,
y supe lo que quería. Y, mirando a Miley, no podía pretender no saber
exactamente por qué. Si alguien necesitaba una mano de Selena Salva
el Día, era esta chica. Además, ella no se parecía en nada a su hermano.
Eso
hizo que mi decisión fuera un poco más fácil. Suspiré, y dije en voz alta:
—Oye, Miley.
Ella saltó y se giró para mirarme, y la expresión temerosa de su cara casi
rompió mi corazón. —Ven, siéntate con nosotras —no era una pregunta. Ni
siquiera una oferta. Era mucho más que una orden. No quería darle elección.
Incluso pensé, que si era sensata, nos elegiría a nosotras. Entonces, Miley se
apresuró hacia nosotras, las animadoras mayores se enfadaron y Selena estaba
radiante. Y eso fue todo. Fin de la historia. Aunque ahora no parecía tanto
como en el pasado, vi el apuro de la de primer año en el puesto de comida.
Podía ver que los vaqueros le quedaban mal —no tenía suficientes curvas para
vaqueros de talle bajo— y sus hombros caídos le hacían parecer extrañamente
desequilibrada.
Todas esas cosas la separaban de sus mandonas amigas. Era el
eco andante de Miley mucho tiempo atrás. Sólo que ahora tenía una nueva
palabra para eso. Para esa chica. Duff. No había forma de evitarlo. La
estudiante de primer año era definitivamente Duff en comparación con las pequeñas
zorras que la rodeaban. No es que fuera poco atractiva, y definitivamente no
era gorda, pero de las cuatro ella era la última en la que alguien se fijaría.
Y no podía dejar de preguntarme si esa era la cuestión, si ellas la usaban para
algo más que la diligencia. ¿Estaba ahí para que ellas se vieran mejor? Miré de
nuevo a Miley,
recordando lo pequeña y débil que parecía esa día.
No parecía ni linda ni
guapa. Sólo patética. Duff. Ahora, ella era guapa, voluptuosa y adorable y…
bueno, sexy. Todos los chicos —excepto Harrison, desafortunadamente— la
querían. Pero lo extraño era, que ella no veía la diferencia. No en la
superficie, al menos. Había sido voluptuosa y rubia entonces. Así que, ¿qué
había cambiado? ¿Cómo podía una de las chicas más hermosas que había conocido
haber sido Duff? ¿Era lógico? Era como Joseph
llamándome Duffy y sexy al mismo tiempo. Simplemente, no tenía
sentido.
¿Era posible no ser gorda o no ser fea y ser Duff?
Creo que Joseph lo había dicho esa noche en el Nest. Duff
era una comparación. ¿Quería decir eso que incluso las chicas más atractivas
podían ser Duffs?
¿Debíamos
ayudarla? Me quedé sorprendida por un segundo, y un poco confusa. Me di cuenta
de que Miley estaba mirando a la de primer
año hacer su camino por la primera fila. Y tuve un horrible pensamiento. Uno
que me hizo oficialmente la zorra más grande que había existido jamás. Pensé en
ir y tomar a la estudiante de primer año como una de las nuestras, de modo que
tal vez, sólo tal vez, no sería más Duff.
Podía oír la voz de Joseph en mi cabeza “la
mayoría de la gente no hace nada por evitar ser Duff”.
Me dije que yo no era la mayoría de la gente, pero, ¿qué era? ¿Era yo igual que
esas animadoras, graduadas hacía ya tiempo, que habían maltratado a Miley, o
como esas tres chicas de perfectas colas de caballo de las gradas? Antes de que
pudiera tomar una decisión, pensé en la de ayudar a la de primer año —ya fuera
por razones correctas o incorrectas— el timbre sonó sobre nuestras cabezas. A
nuestro alrededor, la multitud estaba de pie vitoreando, bloqueando mi punto de
vista de la pequeña figura de pelo oscuro. Ella se había ido y así fue como
perdí mi oportunidad de salvarla o lo que pudiera haber hecho. El partido había
terminado. Las Panteras habían ganado. Y yo todavía era la Duff.
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