La voz de Selena me sobresaltó. Rápidamente, salí
del dormitorio, cerré la puerta, sabiendo que no podía volver al pasado cada
vez que necesitara hacer pis por la noche.
— ¡Vamos!
Logré mantener mi tono de voz normal.
— ¡Dios! Sé paciente por una vez en tu vida.
Luego, con una sonrisa forzada, fui a ver la
película con mis amigas.
Después de pensarlo durante un rato, decidí que ser
la “Duff”
tenía muchos beneficios. Beneficio número uno: no tiene sentido preocuparse por
el pelo. Beneficio número dos: ninguna presión para actuar de manera cool.
Nadie se fija en ti... Beneficio número tres: ningún drama con los chicos. Me
di cuenta del beneficio número tres mientras estábamos viendo Atonement en la
habitación de Miley. En la película, la pobre Keira Knightley tiene que
pasar por toda esa maldita tragedia con James McAvoy, pero si Keira no hubiera
sido atractiva, el nunca se habría fijado en ella y no le habría roto el
corazón. Al fin y al cabo todos sabemos eso de que “es mejor haber amado y
perdido...”, todo ese rollo es una mierda. Esta teoría se aplica a un montón de
películas. Piensa en ello.
Si Kate Winslet hubiese sido la “Duff”,
Leonardo DiCaprio no se habría enamorado de ella en Titanic y nosotros nos
habríamos ahorrado un montón de lágrimas. Si Nicole Kidman hubiese sido fea en
Cold Mountain, no tendría que haberse preocupado por Jude Law cuando se fue a
la guerra. La lista es interminable. He visto a mis amigas pasarlo mal por un
chico continuamente. Normalmente, las relaciones terminaban con ellas llorando
(Miley)
o gritando (Selena). A mi sólo me habían roto el corazón una vez, pero
había sido más que suficiente. Así que, viendo Atonement con mis amigas, me di
cuenta de lo agradecida que tenía que estar de ser la “Duff”.
Bastante jodido ¿no? Desafortunadamente, ser la “Duff” no me salvaba de experimentar
dramas familiares. Llegué a casa sobre la una y media de la tarde del día
siguiente.
Todavía me estaba recuperando de la fiesta de pijamas – donde
ninguna habíamos dormido- y apenas podía mantener los ojos abiertos. Sin
embargo, el ver mi casa en un estado de completa devastación, me espabiló al
instante. Cristales rotos esparcidos por el suelo del salón, la mesita de café
estaba boca abajo, como si le hubieran dado una patada y tardé más o menos un
minuto en darme cuenta de que había botellas de cerveza dispersas por toda la
habitación. Durante un segundo me quedé helada en la puerta pensando que nos
habían robado. Entonces escuché los fuertes ronquidos de mi padre en su
habitación a través del pasillo y supe que la verdad era aún peor. No vivíamos
en una casa museo por lo que se podía caminar con los zapatos puestos por la
alfombra. Hoy era indispensable. Cristales, que suponía procedían de varios
marcos de fotos rotos, crujían bajo mis pies mientras iba a la cocina a por una
bolsa de basura.
La necesitaría
para limpiar todo este caos. Me sentí extrañamente entumecida mientras me movía
por la casa. Sabía que tenía que estar alucinando. Quiero decir, mi padre había
estado sobrio al menos los últimos dieciocho años y las botellas de cerveza
dejaban bastante claro que esa sobriedad estaba en peligro, pero yo no sentía
nada, tal vez porque no sabía cómo debía sentirme. ¿Qué podría haber pasado que
fuese tan grave como para que recayera después de tanto tiempo? Encontré la
respuesta en la mesa de la cocina, cuidadosamente disimulada en un sobre
manila. — Papeles de divorcio— murmuré mientras examinaba el contenido del
paquete abierto.
— ¿Qué demonios...? —me quedé mirando la firma de mi madre en
estado de shock. Quiero decir, sí, ya me imaginaba que la cosa acabaría más o
menos así. Cuando tu madre desaparece durante más de dos meses te lo acabas
imaginando. — Pero, ¿ahora?, ¿en serio? ¡Ni siquiera me había llamado para avisarme!,
ni a papa. — ¡Maldita sea! — susurré con los dedos temblorosos. Papá no lo
había visto venir. ¡Dios!, no era de extrañar que se emborrachara de repente.
¿Cómo podía hacerle esto? ¿Cómo podía hacernos eso a ninguno de los dos? A la
mierda. En serio. Que le jodan. Aparté el sobre hacia un lado y cayó contra el
armario donde guardamos las cosas de limpieza luchando contra las lágrimas que
me ardían en los ojos. Cogí una bolsa de basura y me dirigí a la devastada sala
de estar. Todo me vino de repente. Sentí un nudo en la garganta mientras cogía
una de las botellas de cerveza vacías. Mamá no iba a regresar, papá había
vuelto a beber y yo estaba recogiendo literalmente los pedazos. Reuní los
fragmentos de vidrio más grandes y las botellas vacías y los tiré a la bolsa
intentando no pensar en mi madre.
Tratando de no pensar en que probablemente
tendría un bronceado perfecto. Intentando no pensar en el atractivo latino de
veintidós años al que probablemente se estaba tirando. Tratando de no pensar en
la perfecta firma que había utilizado en los papeles del divorcio. Estaba
enfadada con ella. Tan, tan enfadada... ¿Cómo podía haberles hecho esto? ¿Cómo
podía haber enviado los papeles del divorcio sin venir a casa, ni avisarnos?
¿Acaso no sabía lo que le haría a papá? ¿Y ni siquiera había pensado en mí?,
dejando a un lado que ni me había llamado para prepararme. Justo entonces,
mientras daba una vuelta alrededor de la sala, me di cuenta de que odiaba a mi
madre. La odiaba por haberse ido para siempre. La odiaba por habernos dejado en
estado de shock con esos papeles. La odiaba por haberle hecho daño a papá.
Mientras llevaba la bolsa de basura llena de marcos de fotos destrozados a la
cocina, me pregunté si mi padre había querido de verdad romper aquellos
recuerdos, aquellos que las fotos habían capturado de mi padre y mi madre
juntos. Seguramente no.
Esa es la razón por la cual necesitó beber. Cuando
incluso eso no consiguió borrar la cara de mi madre de su mente, debió de
destrozar la habitación como un borracho loco. Nunca había visto a mi padre
beber, pero sé por qué lo había dejado. Alguna vez, cuando era pequeña, les
había oído hablar sobre ello. Supuestamente tenía mal genio cuando estaba
borracho. Tan malo que mi madre se había asustado y le había rogado que dejara
de beber. Lo cual explicaba la mesa de café volcada. Pero la idea de mi padre
borracho...simplemente no tenía lógica. Quiero decir, ni siquiera podía
imaginarme a mi padre usando una palabra más fuerte que otra ¡maldita sea!,
¿mal genio?, no me lo podía ni creer. Esperaba que no se hubiera cortado con
ningún cristal.
Quiero decir, que yo no le culpaba por esto, culpaba a mi
madre. Ella era la que le había hecho esto. Yéndose, desapareciendo, no
llamando, no avisando. Mi padre no hubiera recaído si no hubiera visto esos
estúpidos papeles. Estaría bien, viendo la televisión por cable y leyendo el
Hamilton Journal, no durmiendo la borrachera. Me dije a mí misma que no llorara
mientras ponía la mesita de café de nuevo en su sitio y aspiraba los restos de
cristales de la alfombra. No podía llorar, si lloraba no tendría nada que ver
con el hecho de que mis padres se estuvieran divorciando. No era una sorpresa.
No tendría nada que ver con el hecho de haber perdido a mi madre, se había ido
hace mucho tiempo como para llorar. No me pondría de luto por la familia que
una vez tuve. Era feliz con mi vida tal y como era, sólo mi padre y yo. No, si
lloraba, sería de rabia, de miedo o por algo totalmente egoísta. Podría haber
llorado por lo que significaba para mí. Tendría que ser la adulta ahora.
Tendría que cuidar de papá. Por el momento mi madre vivía como una estrella en
el condado de Orange, ya estaba actuando egoístamente por las dos, así que
tendría que echar a un lado las lágrimas. Justo cuando estaba guardando la
aspiradora en el cuarto de la lavadora, empezó a sonar el teléfono inalámbrico.
— ¿Hola? — dije. -Buenas tardes Duffy- ¡Oh, mierda!. Me había olvidado de
que tenía que trabajar con Joseph en el estúpido proyecto. De toda la gente que
podría ver hoy, ¿por qué tenía que ser justamente él? ¿Por qué el día tenía que
ir a peor? —Son casi las tres— dijo. - ya estoy listo para ir hasta tu casa. Me
dijiste que te llamara antes de salir... Estoy siendo considerado.
-Ni siquiera
sabes lo que significa eso- eché un vistazo hacia el pasillo, de donde venían
los ronquidos de mi padre. El salón, aunque ya no era una trampa mortal,
todavía se veía desordenada y no había forma de saber de qué humor se
levantaría mi padre, sólo sabía que no iba a ser bueno. - mira, pensándolo
bien, mejor voy yo a la tuya. Te veo en veinte minutos-.
En todos los pueblos había una casa de ese tipo. Ya sabes, la que es tan
increíblemente bonita que no pega con el resto del pueblo. Esa casa que es tan
fastuosa que parece como si los dueños estuviesen restregándote su dinero por
la cara. Cualquier pueblo en el mundo tiene una casa como esa y en Hamilton,
esa casa pertenecía a la familia Jonas.
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