domingo, 2 de septiembre de 2012

Errores Del Ayer Cap 23



La tarde siguiente, Joe estaba sentado en su despacho, con la mirada fija en un gran sobre marrón que tenía sobre la mesa. El investigador había completado su informe, pero Joe no estaba seguro de querer enterarse de los secretos que contenía.
Dos semanas atrás quería que Demi desapareciera del rancho a toda costa. En aquellos momentos lo único que quería era que su estancia se prolongara.

No habían hablado desde su regreso al rancho por la mañana. Él había estado ocupado con los papeleos y ella con el adiestramiento de Black Satin. Pero ambos sabían que las cosas habían cambiado entre ellos. Joe sabía que demi le había dado algo muy especial, algo que solo podía darse una vez en la vida. Y él nunca había experimentado algo como lo que habían compartido en la cabaña.
A lo largo de la noche habían despertado con renovado deseo y, en cada ocasión, su pasión había sido más intensa que la anterior. Él había instruido a Demi en el acto físico del amor, pero ella le había enseñado mucho más. Había extraído emociones de su interior que ni siquiera sabía que existían.
Sonrió mientras pensaba en cómo iba a demostrarle su agradecimiento y abrió el sobre. Pero, tras echar una ojeada al informe que había en el interior, la sonrisa abandonó su rostro. Se apoyó contra el respaldo del asiento y miró el collar de la repisa. Sus brillantes piedras preciosas parecieron burlarse de él con su belleza.
Se sintió como un idiota.

Había supuesto que habría algo como unas multas sin pagar en el pasado de Demi, pero en ningún momento había esperado que la información sobre ella fuera a ser de aquella magnitud. Y tampoco esperaba que el informe fuera a plantearle más preguntas de las que contestaba.
Demi encendió las luces del establo y miró la larga hilera de casillas. Le había parecido que las yeguas preñadas estaban especialmente inquietas.
Se acercó a la primera casilla y una yegua castaña asomó la cabeza, curiosa. Acarició distraídamente su hocico. Había salido a dar un paseo para tratar de aclarar sus ideas. Desafortunadamente, aún no había llegado a ninguna conclusión.
Había hecho el amor con Joe y nada le haría lamentar lo que habían compartido. Pero cuando llegara el momento, ¿cómo iba a irse del Rocking M sin dejar su corazón atrás?
— ¿Qué haces aquí?

Demi se sobresaltó al escuchar la áspera voz de Joe. Al volverse y ver que estaba apuntándola con su rifle, frunció el ceño.
—Baja el arma —dijo, molesta.
Con expresión pétrea, él hizo lo que le pedía.
—Te he hecho una pregunta.
Afectada por la dureza de su tono, Demi se sentó en un fardo de heno que había junto a las puertas.
—He salido a dar un paseo y me ha parecido que las yeguas estaban inquietas, de manera que he entrado a echar un vistazo.

—No parecen tan inquietas como tú.
Demi se preguntó si Joe habría perdido el juicio.
— ¿No te pondrías nervioso tú si alguien te apuntara con un rifle?
— ¿Cómo iba a saber que eras tú la que había entrado?
Demi hizo un esfuerzo por calmarse. Con los problemas que había habido en el rancho, era lógico que Joe hubiera asumido lo peor al ver una luz en el establo.
—Lo siento. Debería haber advertido a alguien que iba a salir a dar una vuelta.
—Sí, deberías haberlo hecho —Joe apoyó el rifle contra la pared del establo y se cruzó de brazos—. Pero ahora tenemos otras cosas de las que hablar al margen de tu paseo.
—De acuerdo —dijo Demi, preguntándose que habría hecho para merecer aquella amenazadora y fría mirada—. ¿De qué quieres que hablemos? ¿Del tiempo? ¿De los precios del ganado?
—Los precios del ganado pueden ser un buen comienzo. Al parecer, varios de los ranchos en los que has trabajado han sufrido robos de ganado.

Demi miró fijamente a Joe. ¿Acaso creía que era ella la que le estaba robando?
—Sí, es cierto. Pero ambos sabemos que los ranchos grandes como este son objetivos fáciles para los cuatreros. Siempre lo han sido y siempre lo serán.
—Pero coincide que tú estabas en ellos cuando sufrieron los robos.
Demi apretó los puños y se esforzó por no perder la paciencia.
— ¿No tenías problemas antes de que yo llegara?
—Sí.
— ¿Y eso no te hace pensar que no estoy implicada?
—Las cosas se calentaron en cuanto tú llegaste.
—También el tiempo —espetó ella—. ¿Quieres culparme también de eso?
Joe entrecerró los ojos.
—Si yo estuviera en tu lugar no me mostraría tan insolente. Aún no me has explicado por qué llevas la vida de un nómada teniendo más de un cuarto de millón de dólares en un banco en Austin y otros veinticinco mil en Oklahoma.

Demi tomó aire compulsivamente.
— ¿Cómo te atreves a husmear en mi vida? No es asunto tuyo.
Joe la taladró con la mirada.
—Yo creo que sí lo es. Explícame por qué llevas la vida que llevas teniendo tanto dinero. Podrías permitirte una buena a casa y un vehículo decente para viajar.
Demi se puso en pie.
—Por lo que a mí se refiere, no tenemos nada de qué hablar —replicó. No tenía intención de explicar su estilo de vida a Joe ni a nadie. Y se negaba a seguir escuchando sus acusaciones.
Él la tomó por un brazo.

—Aún no me has contestado.
Demi bajó la mirada hacia su mano. La reacción que siempre acompañaba a su contacto estaba allí, pero decidió ignorarla. Joe se había entrometido en una parte de su vida que no tenía intención de compartir con él ni con nadie. Y en aquellos momentos lo despreciaba por ello.
—No tienes ningún derecho a meter tu nariz en mis asuntos, Jonas —dijo, furiosa, y dio un tirón para librarse de su mano—. Y no pienso justificar tu prepotencia respondiendo a tus preguntas.
—Ahora trabajas para mí, y me gusta saberlo todo sobre mis empleados.
Demi le lanzó una mirada iracunda.

—Nuestro contrato estipula que estoy aquí para adiestrar a tu caballo, no para convertirme en tu sierva.
Demi se volvió hacia la puerta del establo, pero Joe le bloqueó el paso.
— ¿No sospecharías tú de una adiestradora de primera que conduce una furgoneta de tercera mano?
Dolida, Demi sintió deseos de llorar, pero se negó a permitir que Joe viera el alcance de su tristeza.
—No sabes de qué estás hablando, Jonas. Y no pienso ilustrarte al respecto. Está claro que ya has tomado tu decisión y que no me creerías de todos modos.
Trató de pasar junto a él, pero Joe apoyó las manos en sus hombros.
— ¿Por qué, Demi? Explícamelo.
Repentinamente poseída por años de desolación, Demi miró por encima del hombro de Joe hacia la oscuridad del exterior. Con voz carente de toda emoción, susurró:
—No podrías comprender…
La repentina conmoción de unos caballos agitados al otro extremo del establo llamó su atención. Al volverse vio un inquietante brillo anaranjado extendiéndose por la pared del fondo.
Joe la apartó a un lado y corrió hacia el fuego.
—Avisa a los hombres.

Olvidando de inmediato su enfrentamiento, Demi tomó el rifle, salió rápidamente al exterior y disparó al aire varias veces seguidas. Luego apoyó el rifle contra un abrevadero, volvió a entrar en el establo y abrió la primera casilla.
Mientras conducía a los nerviosos animales al corral más cercano, los hombres de Joe empezaron a soltar una manguera larga y a empapar mantas con agua. Ignoró sus gritos y volvió a entrar en el establo. Las llamas se estaban extendiendo velozmente, y las valiosas yeguas corrían serio peligro. Tenía que evacuar tantas como pudiera.

Saltaban chispas por todas partes, y el crujido de la madera siendo consumida por el fuego era ensordecedor. Las lágrimas no dejaban de derramarse de sus ojos a causa del humo, pero se negaba a salir. Sólo quedaba por abrir una casilla.
Cuando lo hizo trató de sujetar el ronzal de la yegua, pero esta estaba demasiado asustada y no fue posible manejarla. Encontró un saco en el lateral de la casilla, lo envolvió en torno a los ojos del animal y logró sacarlo al pasillo. La nerviosa yegua comenzó a girar a su alrededor y Demi tuvo que utilizar toda su fuerza para sujetarla.

El crujido de una viga al quebrarse asustó tanto a la yegua que dio un bandazo y aprisionó a Demi contra los tableros laterales de la casilla. Sintió un dolor punzante y se quedó sin aire.
Buscó a Joe entre los hombres que luchaban con las llamas y cuando fue a gritar su nombre la voz le falló. Un dulce letargo de apoderó de ella. Su imagen se volvió confusa y los sonidos que la rodeaban parecieron alejarse. Mientras se sumergía en la pacífica quietud de un negro abismo, sintió un gran alivio al pensar que ya no iba a tener que esforzarse en respirar. Su último pensamiento fue para Joe. No quería dejarlo. Él aún no lo sabía, pero la necesitaba.

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