jueves, 6 de septiembre de 2012

Amor Desesperado Cap 1



Era muy tarde y ella seguía levantada, como él.
Nick Nolan se apartó de la ventana del dormitorio, negando su curiosidad sobre su nueva vecina. Pero su imagen se le quedó grabada. Todas las noches paseaba de un lado a otro de la habitación vestida con un ligero camisón y con un libro en la mano. Una lámpara silueteaba el movimiento de su largo pelo castaño y las curvas de su cuerpo. Notaba preocupación en su forma de andar, y eso lo intrigaba. ¿Una estudiante preparando un examen? Parecía más madura que otras universitarias.

Nick tenía sus propias razones para estar insomne. Su profesión de abogado era demasiado absorbente. En contra de sus normas, había aceptado un caso fuera de horas de trabajo, y la cara desfigurada de la adolescente lo estaba obsesionando. Estaba cansado físicamente, por una reciente sesión de ejercicio, pero su mente seguía trabajando en el caso, estimulándolo a pesar de su agotamiento.
En los años que había dedicado a la abogacía Nick había comprendido la triste verdad: el sistema judicial americano no siempre cumplía su función. Los criminales no siempre pagaban las consecuencias.
Lo de esa noche era un ejemplo perfecto. Un conductor borracho, hijo de un acaudalado y respetado médico, había atropellado a una adolescente. El conductor sólo había recibido unas palabras de advertencia del juez, la chica quedaba desfigurada para siempre.

Su trabajo comenzaba entonces. En los juicios civiles las reglas eran distintas y Nick había desarrollado una habilidad especial para conseguir que el malo pagara. Aunque en muchos casos habría sido preferible el linchamiento, Nick había llegado a la conclusión de que golpear a alguien en la cuenta bancaria era el equivalente adulto a darle una patada a un matón del colegio donde más le doliera. El malo sufría y la víctima recibía una compensación; Nick creía que así ayudaba a equilibrar la balanza de la justicia.
Dio un trago a su cerveza y paseó por la habitación. Hacía varios años que se había mudado a Fan, un distrito de moda de Richmond, Virginia, porque no le apetecía vivir en la periferia. Las casas eran viejas y estaban muy cerca unas de otras, los comercios eran una mezcla de tiendas antiguas y ultramodernas, y los vecinos iban desde pensionistas a universitarios. A Nick le gustaba esa ecléctica mezcla.
La vecina de un lado era concejala. El del otro, un artista que alquilaba la buhardilla de su casa para poder subsistir. La mujer que veía pasear por la habitación ocupaba esa buhardilla.

Volvió a mirar por la ventana: estaba envuelta en una toalla. Supuso que acababa de ducharse. Tenía el pelo recogido, pero sacudió la cabeza y el pelo se derramó como una cascada sobre sus hombros desnudos.
La toalla cayó al suelo y Nick se olvidó del trabajo por primera vez en varios meses.
Tenía el cuello largo y grácil, los senos llenos y exuberantes. Estaba demasiado delgada, pensó, viendo como la luz de la lámpara jugueteaba con sus costillas y su estrecha cintura. Sus caderas y muslos dibujaban atractivas curvas.
Verla le hizo recordar lo que se había perdido por culpa del trabajo. Diablos, pensó, irritado consigo mismo, no era por escasez de mujeres. Desde que la revista Richmond Magazine publicó el maldito artículo que lo nominaba «Soltero del año», había recibido tantas llamadas que tuvo que cambiar su número de teléfono y eliminarlo de la guía telefónica.
El problema con las mujeres que revoloteaban a su alrededor era que como siempre le parecía que faltaba algo. No sabía exactamente qué, y como no le gustaba aprovecharse de la situación, pasaba muchas noches solo.
Siguió observando a la mujer y se preguntó cómo sería el tacto de su piel, qué vería si la mirara profundamente a los ojos. El deseo comenzó a quemarlo. Intentó parpadear, pero no podía apartar la vista.
Había cautivado su atención con la misma facilidad con la que estaba sujetando un frasco que parecía de loción, o aceite. Ella vertió un poco sobre la mano y comenzó a extendérselo sobre la piel. Era una fresca noche de noviembre y la ventana no cerraba bien, pero Nick sintió calor.

Con movimientos descuidados, pero sensuales, ella masajeó el aceite desde el cuello hasta su torso y senos. Se le erizaron los pezones y él sintió una rigidez similar. Él hubiera dedicado más tiempo a esos pezones, acariciándolos con las manos, con la boca.
Ella extendió el aceite desde los hombros hasta la punta de los dedos, e incluso entre los dedos; eso le pareció excitante a Nick.
Sus manos continuaron moviéndose espalda abajo, hasta llegar a su redondo trasero. Él respiró con dificultad. Era lo más sexy que había visto nunca. Tenía un cuerpo precioso, pero sobre todo lo afectaba su manera de tocarse: durante el tiempo suficiente para sentir placer pero sin detenerse.

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