A él le habría gustado detenerse.
Se le ocurrió que ella intentaba calmarse,
borrar su aprensión con el masaje. Posiblemente sufría de ansiedad, y era de
las que llevaban el corazón a flor de piel.
Una lianta, se dijo, aún mirándola. Seguro
que no escondía sus risas ni sus lágrimas. Ni su pasión.
Inspiró lentamente cuando una imagen erótica invadió
su mente. Nunca había tenido que calmar a una mujer sexualmente. No había
conocido a ninguna que necesitara ese tipo de ternura.
Nick la vio levantar un pie y apoyarlo en una
silla. Se untó aceite en el pie y la
pantorrilla, moviendo las manos hacia el muslo. Era un movimiento
increíblemente femenino y sexual al mismo tiempo.
Nick soltó una maldición. Tenía que
dejar de mirar. Solo era una mujer que estudiaba todas las noches. Una mujer
con un cuerpo que le estaba haciendo papilla el cerebro. Tan sólo una mujer con
una botella de aceite corporal. Se preguntó qué sensación le provocarían las
manos de ella.
Volvió a maldecir. ¿De dónde había salido esa
Idea? Un exceso de autonegación, supuso, y apartó la vista. Dio un trago de
cerveza y consideró la posibilidad de echársela por la cabeza.
Sintiéndose ridículo, decidió bajar la
persiana. Comenzó a bajarla y volvió a verla, esta vez con un camisón
transparente. Ella levantó los dedos hacia la boca, como si tomara una
pastilla, y bebió de un vaso.
Nick frunció el ceño, pero bajó la
persiana y se encaminó a la ducha.
Lo despertó el olor a humo. Nick se sentó en la cama esperando
oír la alarma de incendios, pero no sonó. Se levantó y recorrió toda su casa.
No vio nada extraño. Volvió al dormitorio y pensó en la mujer que le había
hecho recordar sus debilidades humanas; subió la persiana. Salía humo por una
claraboya.
Se le contrajo el estómago. Rápidamente,
agarró el teléfono. El 911 atendió su llamada, pero Nick sabía que en situaciones así una
vida se perdía en cuestión de segundos. Se vistió rápidamente, corrió escaleras
abajo y cruzó la explanada que lo separaba de la casa vecina.
Golpeó la puerta y gritó varias veces sin
recibir respuesta. Se preguntó por qué. Recordó la última imagen que había
visto y comprendió que ella había tomado un somnífero. Estaba demasiado dormida
para notar el humo.
Alarmado, decidió entrar. Rompió el cerrojo
con facilidad. El vestíbulo estaba lleno de humo. Gritando, subió los escalones
de dos en dos hasta el segundo piso, donde las llamas crepitaban con furia.
Una lluvia de chispas cayó sobre él y se
agarró a la barandilla de metal, abrasándose las palmas de las manos. El calor
y el dolor le habrían cortado la respiración, si no hubiera sido porque él ya
la estaba conteniendo.
«Podría estar muerta». Ese pensamiento pudo
más que todo. Nick dio
una patada a la puerta. El dormitorio era una neblina de humo. Agachando la
cabeza para respirar, corrió hacia la cama.
La levantó en brazos y la cubrió con una
sábana. Le pareció ligera y muy relajada. Inconsciente. Sintió una opresión en
el pecho. Eso no era bueno. Se agachó para inhalar de nuevo y corrió fuera del
dormitorio y escaleras abajo. Oyó el ruido de las sirenas por encima del
crepitar de las llamas.
Salió de la casa corriendo y casi tropezó con
su vecina, la concejala, envuelta en un albornoz.
— ¿Es Clarence?
Nick negó con la cabeza e inspiró con
deleite el aire puro
y fresco.
—Es una mujer. Supongo que alquila el piso de
arriba.
—Creo que él está de viaje. El cableado
eléctrico de la casa está hecho un desastre. Debería haberlo renovado hace
años. Tendrá suerte si no lo demanda.
—Sí —musitó Nick, dejando a la mujer en el suelo. La adrenalina
aún corría por sus venas. Su profesión era demandar, pero estaba preocupado por
la mujer. Ojalá se moviera.
— ¿Está bien?
Nick no contestó. Levantó la sábana de
su cara para ver si respiraba. Dormía tranquilamente.
—¡Menudo somnífero! —exclamó asombrado.
Las sirenas anunciaron la llegada de los
bomberos y del equipo de salvamento. Saltaron del vehículo casi antes de que se
detuviera.
—¿Está inconsciente? —preguntó un enfermero,
acachándose junto a Nick para comprobar las constantes vitales de la mujer.
—Creo que ha tomado un somnífero.
El enfermero asintió y pasó un frasco de
amoníaco por la nariz de la mujer.
Ella tosió y se estremeció. Abrió lo ojos con
alarma.
— ¿Qué… qué…?
Sus ojos intrigaron a Nick. Estudió su rostro. Algo en ella
le resultaba familiar, una especie de dulzura que le hizo sentir nostalgia.
Ella miró del enfermero a él y de nuevo al
enfermero, con cara confusa. Levantó la mano y se apartó el pelo.
A la luz de los faros, Nick vio una marca en su frente.
¿Cicatriz o marca de nacimiento? Entrecerró los ojos. ¿Un mordisco de cigüeña?
Lo invadió una extraña sensación.
Con voz tranquila, el enfermero explicó lo
que había sucedido y comenzó a hacer preguntas, que ella intentó contestar.
—Estuve levantada hasta tarde, estudiando
para un examen. No recuerdo nada desde que apoyé la cabeza en la almohada.
— ¿Su nombre? —preguntó el enfermero.
—Miley —respondió ella.
—Miley Polcenek —murmuró Nick con asombro, al comprender quién
era. Después de tantos años. Se había preguntado varias veces qué habría sido
de ella después de que él y su familia se mudaran de barrio.
— ¿Quién eres tú? —preguntó ella confusa.
—Es el hombre que te salvó la vida —replicó
la concejala—. Entró en el edificio y te sacó de allí —explicó. Miró hacia el
otro lado—. ¡Uy! ¿Esos son periodistas? Tengo que vestirme.
—Periodistas —repitió Miley con disgusto. Se irguió y estrechó la sábana contra sí.
Con la mirada aún fija en Nick, se estremeció ligeramente—. ¿Cómo sabes mi nombre? ¿Quién eres?
Sin saber por qué, a Nick lo incomodó tener que contestar.
—Soy Nick Nolan, tu vecino —replicó. Ella abrió los ojos con
sorpresa, lo recorrió de arriba abajo con la mirada y negó con la cabeza.
— ¿Machácalos Nick Nolan? —Preguntó incrédula—. Pero, no
pareces… —calló y buscó sus ojos—. Has cambiado.
—Sí —asintió él. Ya no era un chico
escuchimizado y vulnerable. Su nivel de adrenalina comenzó a descender y Nick
sintió que sus manos
palpitaban.
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