lunes, 24 de septiembre de 2012

The Duff Capitulo 25 Jemi



a Joseph y sólo pensaba en ir directa a la habitación, por encima de todo lo demás. Pero esa noche, en lo alto de la escalera, Joseph mencionó la mesa de billar y empezó a jactarse de que era un genio con el palo de billar. Por alguna razón, provocó una vena competitiva en mí, no veía la hora de limpiar el suelo con él y borrarle esa sonrisa arrogante de la cara. Sólo estaba empezando a lamentar mi decisión de desafiarlo en este juego porque, como se vio después, él no estaba muy lejos de la verdad. Yo tampoco era mala en el billar, pero él podía patearme el culo. Y no había nada que pudiera hacer para salir de esta. —Quédate ahí —susurró él. Sus labios acariciaron detrás de mis orejas, poniéndose detrás de mí. Sus manos se colocaron en mis caderas y sus dedos jugaron con el dobladillo de mi camisa. —Céntrate, Duffy

¿Te estás concentrando? Él estaba intentando distraerme. Y, mierda, estaba funcionando. Me aparté de él, intentando empujarlo con la parte trasera de mi palo. Por supuesto él me esquivó, y yo sólo logré golpear la bola blanca en dirección opuesta a la que había querido, enviándola a la derecha de uno de los agujeros de las esquinas. —Cero —anunció Joseph. — ¡Maldita sea! —me di la vuelta para mirarlo—. ¡Eso no debe contar! —Pero cuenta —él sacó la bola blanca del agujero y la envió cuidadosamente al final de la mesa. —Todo vale en el amor y en el billar. —Guerra —corregí.

—Es lo mismo —él echó el palo hacia atrás, mirando hacia delante, antes de disparar de nuevo. Medio segundo después, la bola navegó hacia el hoyo. Fue ganadora. —Idiota —susurré. —No seas mala perdedora —dijo él, apoyando el palo contra la pared—. ¿Qué esperabas? Obviamente, soy increíble en todo —sonrió—. Pero oye, no puedes estar en mi contra, ¿de acuerdo? No podemos dejar de ser como Dios nos hizo. —Eres un arrogante tramposo —arrojé mi palo de billar a un lado, dejándolo en el suelo estrepitosamente. —Los malos ganadores son peor que los malos perdedores. ¡Y no he ganado porque me distrajiste! No podías mantener tus jodidas manos lo suficientemente lejos de mí para hacer un disparo decente. Y por otra cosa… Sin avisar, Joseph  me subió en la mesa de billar. Sus manos se movieron en mis hombros, y un segundo más tarde, estaba tumbada mirando como sonreía.

 Él se subió a la mesa también, inclinándose sobre mí, con su cara a pocos centímetros de la mía. —¿En la mesa de billar? —dije, estrechando mis ojos—. ¿En serio? —No puedo resistirme —dijo—. ¿Sabes? Estás muy sexy cuando te enfadas conmigo, Duffy. En primer lugar, me llamó la atención la ironía de esa declaración. Quiero decir, usó: sexy y duffy, -que implicaba que era gorda y fea-, en la misma frase. El contraste era casi cómico. Casi. Lo que realmente me extrañaba, sin embargo, era que nadie, ni siquiera Sterling Gaither, me había llamado alguna vez sexy. Joseph fue el primero. Y la verdad era que estando con él me sentía atractiva. La forma en que me tocaba. La forma en que me besaba. Podía decir que su cuerpo me quería. Vale. Vale. Así era Joseph

Su cuerpo quería a todo el mundo. Pero hasta entonces, era un sentimiento que no había experimentado. Bueno, nunca había experimentado nada. Era extraño. Pero nada de eso podía borrar la punzada de dolor de la última palabra de su declaración. Joseph había sido el primero en llamarme sexy, pero también el primero en llamarme Duff. Esa palabra me había estado rondando, persiguiéndome, durante semanas. Y era por su culpa. Así que, ¿cómo podía él verme sexy y duff al mismo tiempo? Pregunta mejor: ¿por qué me importaba? Antes de que pudiera pensar alguna respuesta decente, empezó a besarme y sus dedos ya habían localizado los botones y las cremalleras de mi ropa. Nos convertimos en una maraña de labios, manos y rodillas y la cuestión se fue completamente de mi cabeza. Por el momento, al menos. — ¡Vamos Panteras! —gritó Selena y unos pocos miembros de la Brigada de Skinny hicieron volteretas a lo largo del margen.

 A mi lado, Miley agitaba uno de los pompones de dos dólares azul y naranja, con el rostro radiante de entusiasmo. Sterling y Tiffany estaban cenando con los padres de Tiffany esa noche, lo que significaba que debía pasar un par de horas con ella, incluso si ese par de horas era en un estúpido evento deportivo. La verdad era que yo odiaba todo lo que requiriera espíritu escolar, porque, obviamente, no tenía ninguno. Odiaba Hamilton High. Odiaba el horrible brillo de los colores del colegio, la increíble mascota, y por lo menos, al noventa por ciento de los estudiantes. Eso era por lo que no podía esperar a dejar el colegio. —Tú lo odias todo —me había dicho Selena temprano, el día que le expliqué que no tenía ningún deseo de asistir al partido de baloncesto. —Eso no es verdad. —Sí, lo es. Tú lo odias todo. Pero te quiero.

 Y Miley también. Es por eso que te voy a pedir, como tu mejor amiga, que vengas traigas al partido. Cuando Miley me había dicho que quería salir esa noche, mi primer instinto fue ir a mi casa y ver una película. Por eso la obligación de Selena como animadora del partido había interferido. Eso no podía ser un gran plan —Miley y yo podríamos haber visto una película— pero Selena tuvo que hacerlo muy complicado. 

Ella quería ver a Miley, también. Y quería que la viéramos animar, incluso si iba en contra de todo lo que representaba. —Vamos, D —dijo, sonando irritada—. Sólo es un juego. Ella había estado irritada estos días, especialmente conmigo. Y yo no estaba de humor para discutir con ella. Y así era como había acabado aquí, en una grada incómoda, aburriendo mi mente, con los vítores y gritos de la gente provocándome una migraña de mierda. Absolutamente maravilloso. Había acabado de decidir que conduciría a donde Joseph después del partido cuando Miley me dio un codazo en el costado. Por un segundo, creí que era un accidente, que había llegado un poco emocionado agitando su pom pom, pero entonces sentí un tirón en la muñeca. —Demi.

— ¿Humm? —giré mi cabeza hacia su cara, pero ella no me estaba mirando. Su mirada estaba centrada en unas pocas personas en las gradas de abajo- tres alta y guapas chicas — junior, pensé— estaban sentada en primera fila, recostadas en sus asientos y con las piernas cruzadas. Tres perfectas colas de caballo. Tres vaqueros de talle bajo. Y luego, por el pasillo, se dirigía la cuarta. Era más pequeña y pálida, con el pelo corto y negro. Era evidente que era estudiante de primer año.

 Llevaba varias botellas de agua y unos perritos calientes en las manos, como si acabara de volver del puesto de comida. Vi como la sonriente estudiante de primer año pasaba las botellas y la comida. Vi como cada junior la cogía. Vi como apreciaban menos su aspecto. Ella tomó asiento al final de la pequeña fila, y ninguna de las chicas mayores parecía hablar con ella, sólo con algunas de las de atrás. Vi como ella intentaba saltar en sus conversaciones, su pequeña boca abriéndose y cerrándose otra vez cuando alguna de las junior la interrumpía, ignorándola por completo. 
Hasta que, después de un momento, una la miró, habló rápidamente, y miró hacia atrás de sus amigas. La de primer año se puso de pie otra vez, y se fue, sin dejar de sonreír. Rehaciendo sus pasos, bajó las gradas y fue al puesto de comida. Volviendo a obedecer sus órdenes. Cuando miré a Miley de nuevo, sus ojos estaban oscuros y...

 tristes. O tal vez enfadados. Era difícil de decir de ella porque no mostraban ninguna de esas emociones muy a menudo. De cualquier manera, la entendía. Miley había sido como esa estudiante de primer año una vez. Así es como Casey y yo la encontramos. Dos chicas mayores, animadoras como Selena con el—total estereotipo de porristas: perras, rubias y parecían tontas —habían estado alardeando sobre alguna tonta estudiante de segundo año que mantenían como una “mascota”, y más de una vez Selena las había visto hablarle con desdén—Vamos a hacer algo con eso, D —había dicho ella instantáneamente—. No podemos dejar que la traten de esa manera. Selena pensaba que tenía que salvar a todo el mundo. Al igual que me había salvado en el patio hacía tantos años. Yo estaba acostumbrada a eso. Sólo una vez, ella había necesitado de mi ayuda. Normalmente, yo habría estado de acuerdo porque Selena sólo estaba preguntando. Pero Miley Gaither era una chica a la que yo no deseaba conocer, que se salvara sola. No es que no tuviera corazón. Yo sólo no quería conocer a la hermana de Sterling Gaither. No después de lo que me había hecho. No después del drama que había atravesado el año antes. Y me las arreglé para mantenerme firme... hasta ese día en la cafetería. —Dios, Miley, ¿tu cerebro está muerto o qué? Selena yo giramos las cabezas para ver a una de las flacas animadoras humillando a Miley, que era por lo menos una cabeza más baja que ella. O tal vez fue que Miley se había desplomado, acobardada. —Te pedí que hicieras una cosa simple —escupió la animadora, golpeando con el dedo el plato que Miley llevaba—. Una cosa estúpidamente simple. No echar mierda en mi ensalada. ¿Tan difícil es eso? —Así es como viene la ensalada, Mía —masculló Miley, con las mejillas brillantemente rosas—. Yo no hice… —Tú eres una idiota —la animadora se giró y se fue, moviendo la cola de caballo detrás de ella.

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