a Joseph y sólo pensaba en ir directa a la habitación, por
encima de todo lo demás. Pero esa noche, en lo alto de la escalera, Joseph mencionó
la mesa de billar y empezó a jactarse de que era un genio con el palo de
billar. Por alguna razón, provocó una vena competitiva en mí, no veía la hora
de limpiar el suelo con él y borrarle esa sonrisa arrogante de la cara. Sólo
estaba empezando a lamentar mi decisión de desafiarlo en este juego porque,
como se vio después, él no estaba muy lejos de la verdad. Yo tampoco era mala
en el billar, pero él podía patearme el culo. Y no había nada que pudiera hacer
para salir de esta. —Quédate ahí —susurró él. Sus labios acariciaron detrás de
mis orejas, poniéndose detrás de mí. Sus manos se colocaron en mis caderas y
sus dedos jugaron con el dobladillo de mi camisa. —Céntrate, Duffy.
¿Te estás concentrando? Él estaba intentando distraerme. Y, mierda, estaba
funcionando. Me aparté de él, intentando empujarlo con la parte trasera de mi
palo. Por supuesto él me esquivó, y yo sólo logré golpear la bola blanca en
dirección opuesta a la que había querido, enviándola a la derecha de uno de los
agujeros de las esquinas. —Cero —anunció Joseph. — ¡Maldita sea! —me di la vuelta
para mirarlo—. ¡Eso no debe contar! —Pero cuenta —él sacó la bola blanca del
agujero y la envió cuidadosamente al final de la mesa. —Todo vale en el amor y
en el billar. —Guerra —corregí.
—Es lo mismo —él echó el palo hacia atrás, mirando
hacia delante, antes de disparar de nuevo. Medio segundo después, la bola
navegó hacia el hoyo. Fue ganadora. —Idiota —susurré. —No seas mala perdedora
—dijo él, apoyando el palo contra la pared—. ¿Qué esperabas? Obviamente, soy
increíble en todo —sonrió—. Pero oye, no puedes estar en mi contra, ¿de acuerdo?
No podemos dejar de ser como Dios nos hizo. —Eres un arrogante tramposo —arrojé
mi palo de billar a un lado, dejándolo en el suelo estrepitosamente. —Los malos
ganadores son peor que los malos perdedores. ¡Y no he ganado porque me
distrajiste! No podías mantener tus jodidas manos lo suficientemente lejos de
mí para hacer un disparo decente. Y por otra cosa… Sin avisar, Joseph me
subió en la mesa de billar. Sus manos se movieron en mis hombros, y un segundo
más tarde, estaba tumbada mirando como sonreía.
Él se subió a la mesa también,
inclinándose sobre mí, con su cara a pocos centímetros de la mía. —¿En la mesa
de billar? —dije, estrechando mis ojos—. ¿En serio? —No puedo resistirme
—dijo—. ¿Sabes? Estás muy sexy cuando te enfadas conmigo, Duffy.
En primer lugar, me llamó la atención la ironía de esa declaración. Quiero
decir, usó: sexy y duffy, -que implicaba que era gorda y fea-, en la misma
frase. El contraste era casi cómico. Casi. Lo que realmente me extrañaba, sin
embargo, era que nadie, ni siquiera Sterling Gaither, me había llamado
alguna vez sexy. Joseph fue el primero. Y la verdad era que estando con él
me sentía atractiva. La forma en que me tocaba. La forma en que me besaba.
Podía decir que su cuerpo me quería. Vale. Vale. Así era Joseph.
Su cuerpo quería a todo el mundo. Pero hasta entonces, era un sentimiento que
no había experimentado. Bueno, nunca había experimentado nada. Era extraño.
Pero nada de eso podía borrar la punzada de dolor de la última palabra de su
declaración. Joseph había sido el primero en llamarme sexy, pero
también el primero en llamarme Duff. Esa palabra me había estado rondando,
persiguiéndome, durante semanas. Y era por su culpa. Así que, ¿cómo podía él
verme sexy y duff al mismo tiempo? Pregunta mejor: ¿por qué me
importaba? Antes de que pudiera pensar alguna respuesta decente, empezó a
besarme y sus dedos ya habían localizado los botones y las cremalleras de mi
ropa. Nos convertimos en una maraña de labios, manos y rodillas y la cuestión
se fue completamente de mi cabeza. Por el momento, al menos. — ¡Vamos Panteras!
—gritó Selena
y unos pocos miembros de la Brigada de Skinny hicieron volteretas a lo largo
del margen.
A mi lado, Miley agitaba uno de los pompones de dos dólares azul y
naranja, con el rostro radiante de entusiasmo. Sterling y Tiffany estaban cenando con los
padres de Tiffany esa noche, lo que significaba que debía pasar un
par de horas con ella, incluso si ese par de horas era en un estúpido evento
deportivo. La verdad era que yo odiaba todo lo que requiriera espíritu escolar,
porque, obviamente, no tenía ninguno. Odiaba Hamilton High. Odiaba el horrible
brillo de los colores del colegio, la increíble mascota, y por lo menos, al
noventa por ciento de los estudiantes. Eso era por lo que no podía esperar a
dejar el colegio. —Tú lo odias todo —me había dicho Selena temprano,
el día que le expliqué que no tenía ningún deseo de asistir al partido de
baloncesto. —Eso no es verdad. —Sí, lo es. Tú lo odias todo. Pero te quiero.
Y Miley
también. Es por eso que te voy a pedir, como tu mejor amiga, que vengas traigas
al partido. Cuando Miley me había dicho que quería salir esa noche, mi
primer instinto fue ir a mi casa y ver una película. Por eso la obligación de Selena
como animadora del partido había interferido. Eso no podía ser un gran plan —Miley
y yo podríamos haber visto una película— pero Selena tuvo que hacerlo muy complicado.
Ella quería ver a Miley, también. Y quería que la viéramos animar, incluso
si iba en contra de todo lo que representaba. —Vamos, D —dijo,
sonando irritada—. Sólo es un juego. Ella había estado irritada estos días,
especialmente conmigo. Y yo no estaba de humor para discutir con ella. Y así
era como había acabado aquí, en una grada incómoda, aburriendo mi mente, con
los vítores y gritos de la gente provocándome una migraña de mierda.
Absolutamente maravilloso. Había acabado de decidir que conduciría a donde Joseph
después del partido cuando Miley me dio un codazo en el costado. Por un segundo,
creí que era un accidente, que había llegado un poco emocionado agitando su pom
pom, pero entonces sentí un tirón en la muñeca. —Demi.
— ¿Humm? —giré mi cabeza hacia su cara, pero ella no
me estaba mirando. Su mirada estaba centrada en unas pocas personas en las
gradas de abajo- tres alta y guapas chicas — junior, pensé— estaban sentada en
primera fila, recostadas en sus asientos y con las piernas cruzadas. Tres
perfectas colas de caballo. Tres vaqueros de talle bajo. Y luego, por el
pasillo, se dirigía la cuarta. Era más pequeña y pálida, con el pelo corto y
negro. Era evidente que era estudiante de primer año.
Llevaba varias botellas de
agua y unos perritos calientes en las manos, como si acabara de volver del
puesto de comida. Vi como la sonriente estudiante de primer año pasaba las
botellas y la comida. Vi como cada junior la cogía. Vi como apreciaban menos su
aspecto. Ella tomó asiento al final de la pequeña
fila, y ninguna de las chicas mayores parecía hablar con ella, sólo con algunas
de las de atrás. Vi como ella intentaba saltar en sus conversaciones, su
pequeña boca abriéndose y cerrándose otra vez cuando alguna de las junior la interrumpía,
ignorándola por completo.
Hasta que, después de un momento, una la miró, habló
rápidamente, y miró hacia atrás de sus amigas. La de primer año se puso de pie
otra vez, y se fue, sin dejar de sonreír. Rehaciendo sus pasos, bajó las gradas
y fue al puesto de comida. Volviendo a obedecer sus órdenes. Cuando miré a Miley de nuevo, sus ojos estaban oscuros y...
tristes. O tal vez enfadados. Era difícil de decir de ella porque no mostraban
ninguna de esas emociones muy a menudo. De cualquier manera, la entendía. Miley había sido como esa estudiante de primer año
una vez. Así es como Casey y yo la encontramos. Dos chicas mayores, animadoras
como Selena con el—total estereotipo de
porristas: perras, rubias y parecían tontas —habían estado alardeando sobre
alguna tonta estudiante de segundo año que mantenían como una “mascota”, y más
de una vez Selena las había visto hablarle
con desdén—Vamos a hacer algo con eso, D
—había dicho ella instantáneamente—. No podemos dejar que la traten de esa
manera. Selena pensaba que tenía que salvar
a todo el mundo. Al igual que me había salvado en el patio hacía tantos años.
Yo estaba acostumbrada a eso. Sólo una vez, ella había necesitado de mi ayuda.
Normalmente, yo habría estado de acuerdo porque Selena
sólo estaba preguntando. Pero Miley Gaither
era una chica a la que yo no deseaba conocer, que se salvara sola. No es que no
tuviera corazón. Yo sólo no quería conocer a la hermana de Sterling Gaither. No después de lo que me había
hecho. No después del drama que había atravesado el año antes. Y me las arreglé
para mantenerme firme... hasta ese día en la cafetería. —Dios, Miley, ¿tu cerebro está muerto o qué? Selena yo giramos las cabezas para ver a una de
las flacas animadoras humillando a Miley,
que era por lo menos una cabeza más baja que ella. O tal vez fue que Miley se
había desplomado, acobardada. —Te pedí que hicieras una cosa simple —escupió la
animadora, golpeando con el dedo el plato que Miley
llevaba—. Una cosa estúpidamente simple. No echar mierda en mi ensalada.
¿Tan difícil es eso? —Así es como viene la ensalada, Mía —masculló Miley, con las mejillas brillantemente rosas—. Yo
no hice… —Tú eres una idiota —la animadora se giró y se fue, moviendo la cola
de caballo detrás de ella.
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