El cielo había estado despejado todo el día. Pero, a
medida que caía la tarde, llegaron desde la costa grandes nubes de tormenta que
ocultaron la luz de la luna y extendieron sus sombras amenazadoras sobre un
paisaje inhóspito e inquietante. También se había levantado el viento, que
arrastraba las hojas caídas sobre el cementerio.
Demi Douglas sintió un escalofrío. Había algo extraño en
el aire, algo diabólico. Miró la esfera luminosa de su reloj. Era casi medianoche.
La hora en que los espíritus salían de sus refugios…
Acurrucada al lado de sus amigas junto a la tapia del
cementerio observaron las extrañas formas de las lápidas y los mausoleos, en un
estado de extrema agitación. Recortadas contra la oscuridad de la noche se
erigían las figuras esculpidas en bronce de los ángeles custodios, las cabezas
bajas y las alas recogidas, centinelas celestiales tan fríos y callados como
las tumbas que vigilaban.
Demi no quería estar allí. Hubiera preferido encontrarse
en cualquier otro sitio. La idea de pasar la noche en el Cementerio de St. John
formaba parte de las pruebas de iniciación para entrar en la fraternidad. Pero,
además de tratarse de una auténtica locura, iba contra las reglas. Se meterían
en un buen lío si la escuela se enteraba de lo que estaban haciendo.
— ¿Crees que veremos al fantasma de Leary esta noche?
—preguntó Taylor Cavendish con voz trémula.
Era una chica muy pálida, delgada y estaba todavía más
asustada que Demi ante la noche que se avecinaba. Un golpe de viento agitó las
grandes puertas de hierro forjado. El sonido metálico, sordo y carente de eco
hizo que Taylor diera un brinco.
—Dicen que aparece cada cinco años —añadió.
— ¡Vamos, por favor! —Se burló Miley Ridgemont—. No
creerás en serio todas esas historias de brujas y fantasmas, ¿verdad? No es más
que una invención para atraer a los turistas. No hay nada de cierto en todo
eso.
— ¿Y qué me dices de esas mujeres que murieron asesinadas
en Moriah's Landing hace quince años? —indicó Taylor en tono desafiante—.
¿También se inventaron eso?
— ¡Taylor! —Le reprendió en voz baja Selena Dudley.
— ¡Oh, Dios mío, Miley! —Taylor se llevó la mano a la
boca—. Lo siento mucho. Lo había olvidado.
—No te preocupes —Miley le quitó importancia—. Yo misma
lo olvido algunas veces.
Pero Demi no creía que eso fuera verdad. La madre de Miley
había sido la primera víctima de un asesino en serie que había aterrorizado a
la población de Moriah's Landing quince años atrás. Antes de que su reino de
terror finalizara, el asesino había acabado con la vida de tres mujeres más. Demi
sabía que, aunque Miley fingiera indiferencia, la obsesionaba el recuerdo de la
muerte de su madre. Los asesinatos todavía angustiaban al pueblo porque el
asesino nunca había sido detenido.
Demi sintió cómo se le erizaba el pelo de la nuca.
Deseaba creer con todas sus fuerzas que no tenían nada que temer, ni por parte
del asesino ni por parte del espíritu de Leary, pero no lograba librarse de la
congoja que la atenazaba.
A sus quince años, era la más pequeña del grupo. El resto
de las chicas ya habían cumplido los dieciocho y Demi era consciente en todo
momento de la diferencia de edad. No tenía intención de ser la primera en
proponer que dieran media vuelta.
— ¿Demi?
Parpadeó al recibir el haz de luz de una linterna sobre
los ojos.
— ¿Estás bien? —Preguntó Selena con cierta preocupación—.
Estás más callada que un muerto. No has dicho una palabra desde que hemos
llegado.
—Solo estaba pensando —contestó Demi.
— ¿Pensabas en McFarland Leary? —La atormentó Miley, que
la miraba por encima del hombro.
— ¿Y en quién si no? —replicó en un tono ligeramente
defensivo.
—Tú también crees en los fantasmas, ¿verdad? —Le susurró
al oído Taylor.
Demi tenía muchas dudas. No estaba muy segura de sus
propias creencias. Pero tenía la absoluta certeza de que ocurrían cosas en el
mundo que no tenían explicación.
— ¡Mirad! —Dijo Ashley Pierce en un susurro ahogado—.
¡Ahí está!
Ashley y Miley iban a la cabeza del grupo. Se pararon en
seco y Ashley iluminó con su linterna la tumba de Leary. El paso del tiempo y
el clima habían limado la superficie de la lápida. Apenas se apreciaba la
huella de las letras talladas sobre la piedra, pero todas sabían que se trataba
de la tumba de Leary.
Los rayos centelleaban sobre sus cabezas y el viento
racheado barría el cementerio. Ashley, con las manos temblorosas, se recogió la
melena rubia con una pinza.
—Será mejor que nos pongamos manos a la obra antes de que
estalle la tormenta —dijo.
Las chicas se arrodillaron y formaron un círculo
alrededor de la lápida. Ashley colocó su linterna en el centro. Después sacó
una caja de madera de su mochila y la sostuvo en alto sobre la luz.
—Dentro de esta caja hay cinco rollos de papel —entonó
solemnemente elevando su voz sobre el viento—. Todos están en blanco excepto
uno. Quien elija la imagen de McFarland Leary deberá entrar en el mausoleo
encantado. Sola.
Demi era la última y no tuvo elección. El resto había
aguardado por ella y ahora todas se disponían a desenrollar los rollos de papel
que habían seleccionado.
A su lado, Taylor lanzó aullido de terror. Sostuvo en
alto la tira de papel frente al resto de las chicas para que todas pudieran ver
el grabado de McFarland Leary.
De todas ellas, Taylor era la que estaba menos pre—parada
para entrar sola en la cripta embrujada. Era la más sensible y la más
asustadiza.
—Yo iré en tu lugar, Taylor —se ofreció Demi haciendo
acopio de todo su valor.
—No —intervino Selena—. Eres la más joven, Demi. No voy a
permitir que vayas sola a ninguna parte. Iré yo.
—Yo lo haré —apuntó Ashley, que arrugó su papel y lo
guardó en el bolsillo—. Este cementerio está habitado por todos mis
antepasados. Ellos me protegerán.
—Ninguna de nosotras irá —dijo Miley, cerró la caja de
madera y miró al resto de las chicas. El viento le azotaba el rostro y le
apartaba el pelo negro de la cara hasta conferirle un aspecto sobrenatural—. No
pueden obligarnos a hacerlo. Las novatadas son propias de la Edad Media.
Hubo murmullos de asentimiento entre las chicas, pero Taylor
sacudió la cabeza y se puso en pie.
—No se trata realmente de una novatada. Al menos, no en
el mal sentido. Es una tradición. Además, no quiero que nos expulsen de la
fraternidad por mi culpa.
— ¿Y a quién demonios le importa…? —apuntó Miley con
enojo.
—A mí —afirmó Taylor en voz baja—. Puedo hacerlo. Tengo
que hacerlo. Estaré bien.
Ignorando las quejas del grupo, Taylor tomó su linterna y
avanzó hacia el viejo mausoleo. Cada vez que un rayo iluminaba el cielo Demi
podía ver el perfil de una cruz rota recortado contra un cielo de tormenta.
Lentamente, Taylor subió los escalones de piedra, empujó
la puerta y, tras girarse una sola vez hacia el grupo, se adentró en la
oscuridad. Por un momento, sus amigas pudieron seguir con la mirada el haz de
luz de la linterna rebotado contra las paredes. Pero, de súbito, la puerta se
cerró a su espalda con un chasquido.
—Voy a ir a buscarla —dijo Miley.
Hizo intención de levantarse, pero Ashley la sujetó de la
mano.
—No, espera. Quizá sea algo que realmente quiera hacer
por sí misma. Además, estaremos aquí por si nos necesita.
—Entonces tenemos que llevar a cabo nuestra parte —señaló
Selena—. ¿Estamos todas de acuerdo?
—De acuerdo —susurró Demi.
Pero se sentía culpable porque, si bien estaba muy
asustada por Taylor, también se sentía muy aliviada por no encontrarse en su
lugar.
—Una vez que juntemos nuestras manos, el círculo no debe
romperse —advirtió Ashley—. Ni física ni mentalmente.
Demi cerró los ojos con fuerza mientras las chicas se
daban las manos y cerraban el círculo. Dispuestas de ese modo convocaron a las
fuerzas de la Naturaleza para que protegieran a Taylor del espíritu de
McFarland Leary o de cualquier criatura maligna que vagara por la noche.
Pero, durante una fracción de segundo, la mente de Demi
rompió la promesa y acudió a su mente la imagen de Joseph Jonas, un chico del
que había estado enamorada durante años. Debido a sus problemas con la
justicia, había dejado la escuela el año anterior y había abandonado el pueblo
en medio de la noche. Demi no tenía la menor idea de adonde habría ido ni si lo
volvería a ver. Pero rezó para que, allá donde estuviera, también se encontrara
a salvo.
Y en el instante preciso en que su concentración se había
debilitado y el círculo se había roto, un trueno estalló sobre sus cabezas y un
grito rasgó la noche.
¡Taylor!
Las chicas se levantaron atropelladamente y corrieron
hacia la cripta. La puerta parecía atrancada, pero Miley consiguió abrirla de
un empujón. La luz de su linterna alejó las sombras y despidió destellos de las
telarañas, suspendidas sobre el techo. El olor a muerte y decadencia impregnaba
el aire, pero no había señal de Taylor.
El corazón de Demi empezó a latir con fuerza, presa de
una terrible sospecha. Sabía lo que había ocurrido. El círculo protector se
había roto cuando ella había pensado en Joe. Ella había abierto la puerta al
Mal y ahora Taylor había desaparecido.
Y ella había tenido la culpa.
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