viernes, 21 de septiembre de 2012

Pasion Peligrosa Jemi




El cielo había estado despejado todo el día. Pero, a medida que caía la tarde, llegaron desde la costa grandes nubes de tormenta que ocultaron la luz de la luna y extendieron sus sombras amenazadoras sobre un paisaje inhóspito e inquietante. También se había levantado el viento, que arrastraba las hojas caídas sobre el cementerio.
Demi Douglas sintió un escalofrío. Había algo extraño en el aire, algo diabólico. Miró la esfera luminosa de su reloj. Era casi medianoche. La hora en que los espíritus salían de sus refugios…
Acurrucada al lado de sus amigas junto a la tapia del cementerio observaron las extrañas formas de las lápidas y los mausoleos, en un estado de extrema agitación. Recortadas contra la oscuridad de la noche se erigían las figuras esculpidas en bronce de los ángeles custodios, las cabezas bajas y las alas recogidas, centinelas celestiales tan fríos y callados como las tumbas que vigilaban.
Demi no quería estar allí. Hubiera preferido encontrarse en cualquier otro sitio. La idea de pasar la noche en el Cementerio de St. John formaba parte de las pruebas de iniciación para entrar en la fraternidad. Pero, además de tratarse de una auténtica locura, iba contra las reglas. Se meterían en un buen lío si la escuela se enteraba de lo que estaban haciendo.
— ¿Crees que veremos al fantasma de Leary esta noche? —preguntó Taylor Cavendish con voz trémula.
Era una chica muy pálida, delgada y estaba todavía más asustada que Demi ante la noche que se avecinaba. Un golpe de viento agitó las grandes puertas de hierro forjado. El sonido metálico, sordo y carente de eco hizo que Taylor diera un brinco.
—Dicen que aparece cada cinco años —añadió.
— ¡Vamos, por favor! —Se burló Miley Ridgemont—. No creerás en serio todas esas historias de brujas y fantasmas, ¿verdad? No es más que una invención para atraer a los turistas. No hay nada de cierto en todo eso.
— ¿Y qué me dices de esas mujeres que murieron asesinadas en Moriah's Landing hace quince años? —indicó Taylor en tono desafiante—. ¿También se inventaron eso?
— ¡Taylor! —Le reprendió en voz baja Selena Dudley.
— ¡Oh, Dios mío, Miley! —Taylor se llevó la mano a la boca—. Lo siento mucho. Lo había olvidado.
—No te preocupes —Miley le quitó importancia—. Yo misma lo olvido algunas veces.
Pero Demi no creía que eso fuera verdad. La madre de Miley había sido la primera víctima de un asesino en serie que había aterrorizado a la población de Moriah's Landing quince años atrás. Antes de que su reino de terror finalizara, el asesino había acabado con la vida de tres mujeres más. Demi sabía que, aunque Miley fingiera indiferencia, la obsesionaba el recuerdo de la muerte de su madre. Los asesinatos todavía angustiaban al pueblo porque el asesino nunca había sido detenido.
Demi sintió cómo se le erizaba el pelo de la nuca. Deseaba creer con todas sus fuerzas que no tenían nada que temer, ni por parte del asesino ni por parte del espíritu de Leary, pero no lograba librarse de la congoja que la atenazaba.
A sus quince años, era la más pequeña del grupo. El resto de las chicas ya habían cumplido los dieciocho y Demi era consciente en todo momento de la diferencia de edad. No tenía intención de ser la primera en proponer que dieran media vuelta.
— ¿Demi?
Parpadeó al recibir el haz de luz de una linterna sobre los ojos.
— ¿Estás bien? —Preguntó Selena con cierta preocupación—. Estás más callada que un muerto. No has dicho una palabra desde que hemos llegado.
—Solo estaba pensando —contestó Demi.
— ¿Pensabas en McFarland Leary? —La atormentó Miley, que la miraba por encima del hombro.
— ¿Y en quién si no? —replicó en un tono ligeramente defensivo.
—Tú también crees en los fantasmas, ¿verdad? —Le susurró al oído Taylor.
Demi tenía muchas dudas. No estaba muy segura de sus propias creencias. Pero tenía la absoluta certeza de que ocurrían cosas en el mundo que no tenían explicación.
— ¡Mirad! —Dijo Ashley Pierce en un susurro ahogado—. ¡Ahí está!
Ashley y Miley iban a la cabeza del grupo. Se pararon en seco y Ashley iluminó con su linterna la tumba de Leary. El paso del tiempo y el clima habían limado la superficie de la lápida. Apenas se apreciaba la huella de las letras talladas sobre la piedra, pero todas sabían que se trataba de la tumba de Leary.
Los rayos centelleaban sobre sus cabezas y el viento racheado barría el cementerio. Ashley, con las manos temblorosas, se recogió la melena rubia con una pinza.
—Será mejor que nos pongamos manos a la obra antes de que estalle la tormenta —dijo.
Las chicas se arrodillaron y formaron un círculo alrededor de la lápida. Ashley colocó su linterna en el centro. Después sacó una caja de madera de su mochila y la sostuvo en alto sobre la luz.
—Dentro de esta caja hay cinco rollos de papel —entonó solemnemente elevando su voz sobre el viento—. Todos están en blanco excepto uno. Quien elija la imagen de McFarland Leary deberá entrar en el mausoleo encantado. Sola.
Demi era la última y no tuvo elección. El resto había aguardado por ella y ahora todas se disponían a desenrollar los rollos de papel que habían seleccionado.
A su lado, Taylor lanzó aullido de terror. Sostuvo en alto la tira de papel frente al resto de las chicas para que todas pudieran ver el grabado de McFarland Leary.
De todas ellas, Taylor era la que estaba menos pre—parada para entrar sola en la cripta embrujada. Era la más sensible y la más asustadiza.
—Yo iré en tu lugar, Taylor —se ofreció Demi haciendo acopio de todo su valor.
—No —intervino Selena—. Eres la más joven, Demi. No voy a permitir que vayas sola a ninguna parte. Iré yo.
—Yo lo haré —apuntó Ashley, que arrugó su papel y lo guardó en el bolsillo—. Este cementerio está habitado por todos mis antepasados. Ellos me protegerán.
—Ninguna de nosotras irá —dijo Miley, cerró la caja de madera y miró al resto de las chicas. El viento le azotaba el rostro y le apartaba el pelo negro de la cara hasta conferirle un aspecto sobrenatural—. No pueden obligarnos a hacerlo. Las novatadas son propias de la Edad Media.
Hubo murmullos de asentimiento entre las chicas, pero Taylor sacudió la cabeza y se puso en pie.
—No se trata realmente de una novatada. Al menos, no en el mal sentido. Es una tradición. Además, no quiero que nos expulsen de la fraternidad por mi culpa.
— ¿Y a quién demonios le importa…? —apuntó Miley con enojo.
—A mí —afirmó Taylor en voz baja—. Puedo hacerlo. Tengo que hacerlo. Estaré bien.
Ignorando las quejas del grupo, Taylor tomó su linterna y avanzó hacia el viejo mausoleo. Cada vez que un rayo iluminaba el cielo Demi podía ver el perfil de una cruz rota recortado contra un cielo de tormenta.
Lentamente, Taylor subió los escalones de piedra, empujó la puerta y, tras girarse una sola vez hacia el grupo, se adentró en la oscuridad. Por un momento, sus amigas pudieron seguir con la mirada el haz de luz de la linterna rebotado contra las paredes. Pero, de súbito, la puerta se cerró a su espalda con un chasquido.
—Voy a ir a buscarla —dijo Miley.
Hizo intención de levantarse, pero Ashley la sujetó de la mano.
—No, espera. Quizá sea algo que realmente quiera hacer por sí misma. Además, estaremos aquí por si nos necesita.
—Entonces tenemos que llevar a cabo nuestra parte —señaló Selena—. ¿Estamos todas de acuerdo?
—De acuerdo —susurró Demi.
Pero se sentía culpable porque, si bien estaba muy asustada por Taylor, también se sentía muy aliviada por no encontrarse en su lugar.
—Una vez que juntemos nuestras manos, el círculo no debe romperse —advirtió Ashley—. Ni física ni mentalmente.
Demi cerró los ojos con fuerza mientras las chicas se daban las manos y cerraban el círculo. Dispuestas de ese modo convocaron a las fuerzas de la Naturaleza para que protegieran a Taylor del espíritu de McFarland Leary o de cualquier criatura maligna que vagara por la noche.
Pero, durante una fracción de segundo, la mente de Demi rompió la promesa y acudió a su mente la imagen de Joseph Jonas, un chico del que había estado enamorada durante años. Debido a sus problemas con la justicia, había dejado la escuela el año anterior y había abandonado el pueblo en medio de la noche. Demi no tenía la menor idea de adonde habría ido ni si lo volvería a ver. Pero rezó para que, allá donde estuviera, también se encontrara a salvo.
Y en el instante preciso en que su concentración se había debilitado y el círculo se había roto, un trueno estalló sobre sus cabezas y un grito rasgó la noche.
¡Taylor!
Las chicas se levantaron atropelladamente y corrieron hacia la cripta. La puerta parecía atrancada, pero Miley consiguió abrirla de un empujón. La luz de su linterna alejó las sombras y despidió destellos de las telarañas, suspendidas sobre el techo. El olor a muerte y decadencia impregnaba el aire, pero no había señal de Taylor.
El corazón de Demi empezó a latir con fuerza, presa de una terrible sospecha. Sabía lo que había ocurrido. El círculo protector se había roto cuando ella había pensado en Joe. Ella había abierto la puerta al Mal y ahora Taylor había desaparecido.
Y ella había tenido la culpa.

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