—Eh, tienes algunas quemaduras en la cara y
en el brazo —comentó el enfermero, asiéndolo de la mano.
Una ráfaga de dolor hizo que casi se le
doblaran las rodillas. Hizo una mueca.
— ¿Qué ocurre? —preguntó Miley preocupada.
El enfermero levantó las manos de Nick
y dio un silbido al ver
sus palmas abrasadas.
—Habrá que vendarlas —dijo. Ignoró a la gente
y a los periodistas que comenzaban a rodearlos—. ¿Por qué no me dijo que se
había quemado las manos?
Nick se las miró como si no fueran
suyas. Sentía una oleada de dolor con cada pulsación.
—Se me había olvidado.
Dos horas después, agotada, Miley se sentó en
una silla de plástico naranja, cerca del mostrador de la sala de espera de
urgencias. La cabeza le daba vueltas. Como era imposible entrar en la casa para
recoger su ropa, llevaba puesto un chándal viejo que le había dado un asistente
social. No sabía dónde iba a dormir esa noche, y mucho menos lo que haría la
semana siguiente. Además, esa mañana tenía un examen de Civilización
Occidental.
Cada dos minutos sufría un ataque de pánico.
Podría haber muerto en el incendio. Habría muerto si Nick Nolan no la hubiera sacado. Ni darle las
gracias ni llevarlo a casa era suficiente.
Se le hacía un nudo en el estómago al pensar
que estaba herido por su culpa. Inspiró profundamente, e intentó distraerse con
la conversación de las dos recepcionistas.
—En Richmond se le considera el guaperas del año, y cuando
la prensa se entere de que rescató a su vecina, las mujeres lo van a perseguir
como un gato a un ratón.
Las palabras «rescató a su vecina» llamaron
la atención de Miley, después asimiló el resto de la frase. « ¿Guaperas del
año?» repitió entre dientes.
—Los demás abogados no le llaman «guaperas»
—resopló la recepcionista mayor—. Casi todo lo que le llaman es demasiado
fuerte para repetirlo. Mi hermano trabaja en el juzgado y me dijo que cuando
los abogados se enteran de que tienen que enfrentarse a Nick Nolan se ponen suspensorio antes de ir
al tribunal.
Miley dio un respingo de sorpresa.
—Debe ser un hombre difícil de manejar, si no
imposible.
—Puede, pero sería divertido intentarlo.
—Aquí llega el soldado herido, deja de
relamerte.
Intentando asimilar la conversación, Miley
observó a Nick entrar
en la sala de espera con las manos vendadas. Tenía un cierto aire despiadado,
pensó, era muy distinto del chico que conoció en Cherry Lane. Alto, de espalda ancha, delgado
y musculoso, emanaba un aura de fuerza y poder. La fuerza la atraía, su aire
despiadado la incomodaba. La estructura ósea de su rostro, claramente
esculpida, amplificaba la imagen de poder. La fuerte mandíbula unida a su
mirada intensa y su postura erguida sugerían una seguridad viril que resultaba
casi intimidante.
Estaba claro que ese hombre ya no estaba a
merced de abusones y matones. Se preguntó si Nick le explicaría el secreto; ella llevaba toda
la vida enfrentándose a abusones, casi siempre sin éxito.
Negándose a sentirse intimidada por él, se irguió.
—Pensé que te vendría bien que te llevara a
casa —dijo.
—Gracias. Estaba a punto de llamar a un taxi
—dijo él, tras dudar un segundo.
—Es lo menos que puedo hacer. Me salvaste la
vida —dijo Miley cuando lo guiaba hacia el coche. Vio el pequeño bulto que
tenía en la nariz e hizo una mueca—. No tienes suerte conmigo. Es la segunda
vez que sales herido por rescatarme.
Él se pasó una mano vendada por la nariz y la
miró, irónico.
—El primer rescate marcó el principio de una
nueva vida para mí, y el incendio no ha sido culpa tuya.
MILEY abrió la puerta del coche y le
vio encoger las largas piernas para meterse en el turismo.
—Siento mucho lo de tus manos —le dijo,
mirándolo a los ojos. Él le devolvió la mirada, se miró los vendajes y frunció
el ceño.
—Disculpas aceptadas. Más que nada va a ser
incómodo. ¿Quién sabe? No soy muy dado a realizar obras de caridad, quizás ésta
sirva para salvarme del infierno.
Tenía sentido del humor pero ninguna
suavidad, pensó Miley, reafirmándose en su opinión de que el hombre no se
parecía en nada al niño que había conocido. Aunque hervía de curiosidad, no le
hizo ninguna pregunta en el trayecto a su casa. Impulsivamente, paró en una
cafetería y compró café y una galleta gigante para él. Cuando llegaron a la
casa, Nick tuvo
dificultades con la llave. Ella se la quitó y abrió la puerta, él maldijo. Miley
no se lo reprochó, los vendajes eran tan abultados que sus manos eran
prácticamente inútiles.
— ¿Cuánto tiempo tendrás que llevar los
vendajes? —preguntó.
—Una semana o dos —casi gruñó él y añadió—.
Gracias por traerme y por comprar el desayuno.
Ella se dio cuenta de que él se comería las
uñas antes que pedir ayuda.
—Te llevaré el periódico y la bolsa a la
cocina —dijo, y lo siguió hacia la cocina. Instintivamente, tomó nota de la
limpieza y orden imperantes. Pensó desdeñosamente, pero con cierta envidia, que
era un maniático del orden. Ella opinaba que esos especímenes se perdían
algunas de las experiencias más divertidas de la vida. Pero, a cambio, siempre
sabían dónde habían dejado las llaves del coche.
Se recordó a sí misma que su misión no era
ayudar a Nick Nolan a
pasarlo bien. Tiró el periódico encima de la mesa de la cocina y miró la foto y
el titular de la portada.
—Prominente abogado salva a su vecina, —leyó
en voz alta—. El prominente abogado Nick Nolan, nominado Soltero del Año por el Richmond Magazine, rescató a su vecina de un incendio.
—Justo lo que necesitaba —gruñó Nick—.
Ya he tenido que cambiar
mi número de teléfono y quitarlo de la guía por toda esa estupidez de Soltero
del Año, y…
Sonó el teléfono. Miley miró a Nick.
— ¿Quieres que conteste? —preguntó al cuarto
toque.
—No —dijo—. Si es importante me llamarán por
el busca.
—¿Por qué no te sientas y te comes la
galleta? Yo me marcharé. ¿Tienes bolsas de plástico grandes? —preguntó,
abriendo los cajones.
—En el cajón de arriba a la izquierda. ¿Por
qué?
—Porque te protegerán los vendajes —explicó Miley,
sacando dos. Desenvolvió la galleta, le puso las bolsas de plástico en las
manos y se apartó. Notó que la miraba con curiosidad, y deseó llevar puesto
algo que no fuera un chándal viejo y deformado. Algo de Christian Dior. O una armadura—. Ya estás listo
—dijo, consiguiendo esbozar una sonrisa.
—¿Qué haces en Richmond, Miley? ¿Estudias en la
universidad?
—Sí —asintió, sorprendida—. ¿Cómo lo has
sabido?
—Pura suerte. Clarence suele alquilar el apartamento a
estudiantes universitarios —respondió, y mordisqueó la galleta.
Miley luchó contra su recurrente
punzada de duda sobre la universidad. Una punzada era mucho mejor que una
puñalada, y había luchado mucho para conseguir que su falta de confianza se
redujera a una punzada.
—Conseguí una beca. Me encantan las clases,
pero han pasado años desde el instituto y es más difícil de lo que creía.
—Ya te acostumbrarás. ¿Qué has hecho desde
que acabaste el instituto?
—Ser peluquera en Georgetown.
Él se rió entre dientes y Miley parpadeó. Era
la primera vez que veía algo parecido a una sonrisa en su cara.
— ¿Por qué será que no me sorprende? ¿No
solías masacrar el pelo de tus muñecas cuando eras pequeña?
—No masacraba —lo corrigió, mientras él
acababa la galleta y bebía un sorbo de café—. Era una primera fase de diseño.
Genialidad precoz —se medio burló—. ¿Y tú, qué? Abogado. ¿Persigues a los
chicos malos?
Él volvió a beber y su sonrisa se apagó.
—Eso me gusta pensar. Otros no dirían lo
mismo.
—Con «otros» te refieres a los que has ganado
en los tribunales.
—Sí, supongo.
Complejo, pensó atraída. Fascinante. Su
mirada daba la impresión de poder llegar hasta el corazón de una persona, hasta
el corazón de una mujer. Se estremeció.
— ¿Súper Comando Guerrero o Malvado Rey
del Submundo? —preguntó, recordando los días en que habían intercambiado
cómics.
—Depende del día —dijo—. Según lo que haga
falta para ganar.
Ella volvió a sentir admiración, casi
envidia, por su confianza en sí mismo. «¿Qué tipo de mujer le gustará?» se
preguntó. Probablemente una rubia fría, sofisticada y poco exigente, imaginó,
sonriéndose. Si ése era el caso, ella estaba a salvo.
—¿Eso te hace gracia? —preguntó él, ladeando
la cabeza y estudiándola.
—Pensaba en los Comandos Guerreros —replicó
ella, ruborizándose—. Debería dejarte descansar. ¿Puedo hacer algo por ti?
Nick negó con la cabeza y se puso en
pie.
— ¿Dónde vas a dormir?
—No lo sé. El asistente social mencionó un
par de albergues.
—Un albergue —repitió él con voz desaprobadora.
Miley notó su desagrado y se maravilló de su
control. Todos los hombres de su vida mostraban sus emociones negativas a
gritos. Se encogió de hombros.
—No pasa nada. Será sólo durante unos…
—Quédate aquí —ofreció él.
Emitió la invitación, u orden, con
un tono muy razonable, como si fuera un hombre que no suponía peligro para ninguna mujer.
Miley tropezó y Nick la
agarró, haciendo una mueca de dolor cuando sus manos contactaron con los
hombros de ella. Ella cayó contra su pecho.
Preocupada porque él se había hecho daño al
intentar sujetarla, se apartó.
—Tienes que olvidar esa manía de rescatarme
—le dijo—. Me he caído un millón de veces y siempre he sabido levantarme. Ir a
un albergue a pasar…
—No te saqué del incendio para que acabaras
en un albergue —interrumpió él.
—No me creo que siempre seas así de protector
—replicó ella, deseando que su corazón no latiese tan acelerado.
—Tienes razón. No lo soy. Considéralo un
ramalazo de Comando Guerrero. Quédate aquí… —lo interrumpió el sonido del
teléfono—. Cuando no estés en clase puedes destrozar el maldito teléfono.
Con esas palabras, salió de la habitación. El
teléfono siguió sonando incansable, y Miley lo vio subir las escaleras mientras
pensaba que Machácalos Nick no podía engañarla. Se había convertido en un Comando Guerrero.
Con él estaba a salvo. ¿No?
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