No sé si técnicamente se le podría llamar una
mansión, pero la casa tenía tres plantas y dos balcones. ¡Balcones!. Millones
de veces me había quedado mirándola embobada mientras pasaba con el coche, pero
nunca pensé que llegaría a entrar. Cualquier otro día habría estado un poco
emocionada por ver el interior (por supuesto nunca le habría dicho esto a
nadie), pero estaba tan ensimismada pensando en los papeles del divorcio que
estaban en la mesa de la cocina que sólo podía sentirme ansiosa y miserable. Joseph se
encontró conmigo en la puerta de la entrada, con un molesto gesto de confianza
en su cara.
Se apoyó contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre
su ancho pecho. Llevaba puesta una camisa azul oscuro de botones con las mangas
subidas hasta los codos, y por supuesto había dejado unos cuantos botones sin
abrochar. —Hola Duffy—. ¿Sabía cuánto me molestaba aquel nombre? Eché un
vistazo hacia el camino de entrada que estaba vacío con la excepción de mi
Saturn y su Porsche. — ¿En dónde están tus padres? — pregunté. —Se han ido-
contestó con un guiño—. Parece que sólo estamos tú y yo—. Le empujé hacia
dentro y pasé a un amplio recibidor poniendo los ojos en blanco del disgusto.
Una vez puestos mis zapatos cuidadosamente en la esquina, me di la vuelta hacia
Joseph
que me estaba mirando con vago interés. — Vamos a acabar con esto de una vez—.
— ¿No quieres hacer un tour por la casa? —En realidad no—. Joseph
se encogió de hombros. — Tú te lo pierdes. Sígueme—. Se dirigió hacia el enorme
salón el cual, seguramente, era tan grande como la cafetería del Hamilton High.
Dos grandes pilares sostenían el techo y tres sofás de color beige junto a dos
adorables butacas estaban colocados por la habitación. En una pared vi una
enorme televisión de pantalla plana y en la otra una gigantesca chimenea. El
sol de enero entraba por las ventanas que se extendían desde el techo hasta el
suelo iluminando toda la sala de una manera cálida y natural, pero Joseph
giró y empezó a subir las escaleras alejándose de la confortable habitación. —
¿A dónde vas? — pregunté.
Me miró por encima del hombro suspirando exasperado.
—A mi habitación, por supuesto—. — ¿No podemos hacer el trabajo abajo? —
pregunté. Los extremos de su boca se curvaron ligeramente hacia arriba mientras
enganchaba un dedo en su cinturón. —Podríamos Duffy, pero iremos mucho más rápido si
escribo en el teclado y mi ordenador está arriba. Tú eres la que dijo que
quería acabar con esto de una vez—. Gemí y subí pisando fuerte. —De acuerdo—.
La habitación de Joseph estaba en el último piso, una de las habitaciones
con balcón, y era más grande que mi sala de estar. Su cama gigante estaba sin
hacer todavía y había caratulas de videojuegos tiradas por el suelo al lado de
su PlayStation 3 la cual estaba enchufada a una tele grande. Sorprendentemente
la habitación olía bien, a una mezcla entre su colonia Burberry y ropa recién
lavada, como si hubiera dejado la colada por ahí o algo así.
La estantería a la
que Joseph
se dirigía estaba llena de libros de diferentes autores, desde James Patterson
hasta Henry Fielding. Joseph se dobló por la cintura para mirar la estantería,
aparté la mirada de sus pantalones Diésel mientras cogía La Letra Escarlata de
la balda y se sentaba en su cama. Me hizo un gesto para que me uniera a él y lo
hice reacia. —Bien— dijo ojeando distraídamente su libro de tapa dura. —¿Sobre
qué escribimos el trabajo?, ¿alguna idea?— No—. —Estaba pensando que podríamos
hacer un análisis de Hester— sugirió. —Suena a cliché, pero me refiero a un
análisis más profundo del personaje. Principalmente, ¿por qué tiene el affaire?
¿Por qué se acuesta con Dimmesdale? ¿Le ama o simplemente es promiscua? Puse
los ojos en blanco. —¡Oh Dios mío!. ¿Siempre vas a por las respuestas más
fáciles? Hester es mucho más complicada que eso. —Ninguna de esas opciones
demuestra algo de imaginación—.
Joseph me miró con una ceja levantada. —De
acuerdo— dijo lentamente. —Si eres tan inteligente, ¿por qué lo hizo entonces?
Ilumíname—. Por distracción—. Vale, tal vez era algo descabellado, pero yo
seguía viendo ese maldito sobre manila. Pensando en la zorra egoísta de mi
madre. Seguía preguntándome lo que significaba que mi padre estuviera borracho
por primera vez en dieciocho años. Mi mente buscaba cualquier cosa, cualquiera,
que me distrajera de esos pensamientos tan dolorosos, entonces, ¿era tan
ridículo pensar que Hester se hubiera sentido de la misma manera? Estaba sola,
rodeada de puritanos hipócritas y casados con un chico inglés horrible y que
estaba ausente.
—Sólo quería algo que la distrajera de toda la
mierda que había en su vida— mascullé. — Una vía de escape... —. Si eso fue por
eso, no funcionó muy bien. Le salió el tiro por la culata—. En realidad no le
estaba escuchando. Mi mente había vuelto a una noche de no hace mucho cuando
encontré una manera de apartar las preocupaciones de mi cabeza. Recordé la
manera en que mis pensamientos se habían vuelto silenciosos dejando a mi cuerpo
que tomara el control. Recordé el éxtasis de la nada. Recordé cómo, antes de
que acabara, estaba tan concentrada en lo que había hecho que mis
preocupaciones apenas existían.
—...Supongo que tiene sentido. Definitivamente
es un punto de vista diferente, y a Perkins le gusta la creatividad. Deberíamos
sacar un sobresaliente—. Joseph se giró para mirarme y su expresión se volvió
preocupada de repente. —Duffy, ¿estás bien?, estás con la mirada pérdida—. —No me
llames Duffy—.
—Vale. ¿Estás bien Dem...? —. Antes de
que pudiera decir mi nombre, me acerqué a él. Rápidamente mis labios se
acercaron a los suyos. El vacío mental y emocional tomó el control al instante,
pero físicamente estaba más alerta que nunca. La sorpresa de joe no duró mucho
y en cuestión de segundos ya tenía sus manos en mi cuerpo. Mis dedos se
enredaron en su suave pelo y su lengua se introdujo en mi boca y se convirtió
en una nueva arma de guerra. Una vez más, mi cuerpo tomó el control completo de
todo.
Nada más existía en mi mente ningún pensamiento irritante que me
agobiara. Incluso el sonido del estéreo de Joseph, que estaba tocando algún
rock suave que no reconocí, se desvanecía mientras mi sentido del tacto se
agudizaba. Era plenamente consciente de la mano de Joseph que subía por mi
torso para tocar mi pecho. Con esfuerzo le aparté de mí. Sus ojos se abrieron
mientras se inclinaba de nuevo hacia mí. — Por favor, no me pegues otra vez—
dijo. — ¡Cállate! — Podría haber parado en ese momento. Podría haberme
levantado y marchado de la habitación. Podría haber terminado con ese beso,
pero no lo hice. La sensación de entumecimiento de mi mente que conseguí al
besarle era tan eufórica, como si estuviera drogada, que no pude soportar que
terminara tan rápido. Odiaría a Joseph, pero él tenía la llave para escapar y
en ese momento le quería...le necesitaba. Sin hablar, sin dudar, me quité la
camiseta y la tiré al suelo. No tuvo oportunidad de decir nada antes de que
pusiera mis manos en sus hombros y lo empujara sobre su espalda.
Un segundo más
tarde estaba sentada a horcajadas sobre él y nos besábamos de nuevo. Sus dedos
me desabrochaban el sujetador que se unió a mi camiseta en el suelo. No me
importaba. No era consciente ni me sentía tímida. Es decir, él ya sabía que yo
era
la Duff y no tenía que impresionarle.
Desabroché su camisa mientras él me quitaba el pasador de pelo con forma de
lagarto y dejaba caer mis rizos caoba sobre nosotros. Selena tenía razón, Joseph
tenía un gran cuerpo. La piel se estiraba sobre su pecho esculpido y mis manos
bajaban por sus musculosos brazos con asombro. Sus labios se movieron por mi
cuello dándome un respiro. Sólo podía oler su colonia estando tan cerca de él.
Mientras su boca bajaba por mi hombro un pensamiento me vino a la cabeza. Me
preguntaba por qué no me había rechazado, a mi, Duffy. Entonces me dí cuenta.
Joseph
no era precisamente conocido por rechazar a ninguna chica y yo era la que
debería estar disgustada. Pero su boca presionó la mía otra vez y ese pequeño y
breve pensamiento desapareció. Actuando por instinto, tiré del labio de Joseph
con mis dientes, él gimió suavemente. Sus manos se movieron sobre mis
costillas, dándome escalofríos en la espalda. Éxtasis. Puro y auténtico
éxtasis. Sólo una vez, mientras Joseph me daba la vuelta sobre mi espalda,
pensé seriamente en parar. Miró hacía mí mientras su mano experta alcanzaba la
cremallera de mis vaqueros.
Mi cerebro aletargado se despertó y me pregunté a
mi misma si las cosas no habrían ido demasiado lejos. Pensé en quitármelo de encima
y terminar justo en ese momento. ¿Pero, por qué tendría que parar? ¿Qué tenía
que perder? ¿Qué podía ganar? ¿Cómo me sentiría dentro de una hora... o menos?
Antes de que pudiera contestar a esas preguntas, Joseph me había quitado los
vaqueros y las bragas. Sacó un condón de su bolsillo (vale, ahora que lo
pienso, ¿quien lleva condones en los bolsillos? En la cartera vale, pero ¿en el
bolsillo? Bastante presuntuoso, ¿no crees?). Sus pantalones ya estaban en el
suelo también. De repente, estábamos practicando sexo y mis pensamientos
estaban en silencio otra vez.
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