martes, 18 de septiembre de 2012

The Duff Capitulo 17 Jemi



No sé si técnicamente se le podría llamar una mansión, pero la casa tenía tres plantas y dos balcones. ¡Balcones!. Millones de veces me había quedado mirándola embobada mientras pasaba con el coche, pero nunca pensé que llegaría a entrar. Cualquier otro día habría estado un poco emocionada por ver el interior (por supuesto nunca le habría dicho esto a nadie), pero estaba tan ensimismada pensando en los papeles del divorcio que estaban en la mesa de la cocina que sólo podía sentirme ansiosa y miserable. Joseph se encontró conmigo en la puerta de la entrada, con un molesto gesto de confianza en su cara.

 Se apoyó contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre su ancho pecho. Llevaba puesta una camisa azul oscuro de botones con las mangas subidas hasta los codos, y por supuesto había dejado unos cuantos botones sin abrochar. —Hola Duffy—. ¿Sabía cuánto me molestaba aquel nombre? Eché un vistazo hacia el camino de entrada que estaba vacío con la excepción de mi Saturn y su Porsche. — ¿En dónde están tus padres? — pregunté. —Se han ido- contestó con un guiño—. Parece que sólo estamos tú y yo—. Le empujé hacia dentro y pasé a un amplio recibidor poniendo los ojos en blanco del disgusto.

 Una vez puestos mis zapatos cuidadosamente en la esquina, me di la vuelta hacia Joseph que me estaba mirando con vago interés. — Vamos a acabar con esto de una vez—. — ¿No quieres hacer un tour por la casa? —En realidad no—. Joseph se encogió de hombros. — Tú te lo pierdes. Sígueme—. Se dirigió hacia el enorme salón el cual, seguramente, era tan grande como la cafetería del Hamilton High. Dos grandes pilares sostenían el techo y tres sofás de color beige junto a dos adorables butacas estaban colocados por la habitación. En una pared vi una enorme televisión de pantalla plana y en la otra una gigantesca chimenea. El sol de enero entraba por las ventanas que se extendían desde el techo hasta el suelo iluminando toda la sala de una manera cálida y natural, pero Joseph giró y empezó a subir las escaleras alejándose de la confortable habitación. — ¿A dónde vas? — pregunté. 

Me miró por encima del hombro suspirando exasperado. —A mi habitación, por supuesto—. — ¿No podemos hacer el trabajo abajo? — pregunté. Los extremos de su boca se curvaron ligeramente hacia arriba mientras enganchaba un dedo en su cinturón. —Podríamos Duffy, pero iremos mucho más rápido si escribo en el teclado y mi ordenador está arriba. Tú eres la que dijo que quería acabar con esto de una vez—. Gemí y subí pisando fuerte. —De acuerdo—. La habitación de Joseph estaba en el último piso, una de las habitaciones con balcón, y era más grande que mi sala de estar. Su cama gigante estaba sin hacer todavía y había caratulas de videojuegos tiradas por el suelo al lado de su PlayStation 3 la cual estaba enchufada a una tele grande. Sorprendentemente la habitación olía bien, a una mezcla entre su colonia Burberry y ropa recién lavada, como si hubiera dejado la colada por ahí o algo así.

 La estantería a la que Joseph se dirigía estaba llena de libros de diferentes autores, desde James Patterson hasta Henry Fielding. Joseph se dobló por la cintura para mirar la estantería, aparté la mirada de sus pantalones Diésel mientras cogía La Letra Escarlata de la balda y se sentaba en su cama. Me hizo un gesto para que me uniera a él y lo hice reacia. —Bien— dijo ojeando distraídamente su libro de tapa dura. —¿Sobre qué escribimos el trabajo?, ¿alguna idea?— No—. —Estaba pensando que podríamos hacer un análisis de Hester— sugirió. —Suena a cliché, pero me refiero a un análisis más profundo del personaje. Principalmente, ¿por qué tiene el affaire? ¿Por qué se acuesta con Dimmesdale? ¿Le ama o simplemente es promiscua? Puse los ojos en blanco. —¡Oh Dios mío!. ¿Siempre vas a por las respuestas más fáciles? Hester es mucho más complicada que eso. —Ninguna de esas opciones demuestra algo de imaginación—.

Joseph me miró con una ceja levantada. —De acuerdo— dijo lentamente. —Si eres tan inteligente, ¿por qué lo hizo entonces? Ilumíname—. Por distracción—. Vale, tal vez era algo descabellado, pero yo seguía viendo ese maldito sobre manila. Pensando en la zorra egoísta de mi madre. Seguía preguntándome lo que significaba que mi padre estuviera borracho por primera vez en dieciocho años. Mi mente buscaba cualquier cosa, cualquiera, que me distrajera de esos pensamientos tan dolorosos, entonces, ¿era tan ridículo pensar que Hester se hubiera sentido de la misma manera? Estaba sola, rodeada de puritanos hipócritas y casados con un chico inglés horrible y que estaba ausente.

—Sólo quería algo que la distrajera de toda la mierda que había en su vida— mascullé. — Una vía de escape... —. Si eso fue por eso, no funcionó muy bien. Le salió el tiro por la culata—. En realidad no le estaba escuchando. Mi mente había vuelto a una noche de no hace mucho cuando encontré una manera de apartar las preocupaciones de mi cabeza. Recordé la manera en que mis pensamientos se habían vuelto silenciosos dejando a mi cuerpo que tomara el control. Recordé el éxtasis de la nada. Recordé cómo, antes de que acabara, estaba tan concentrada en lo que había hecho que mis preocupaciones apenas existían. 

—...Supongo que tiene sentido. Definitivamente es un punto de vista diferente, y a Perkins le gusta la creatividad. Deberíamos sacar un sobresaliente—. Joseph se giró para mirarme y su expresión se volvió preocupada de repente. —Duffy, ¿estás bien?, estás con la mirada pérdida—. —No me llames Duffy—. —Vale. ¿Estás bien Dem...? —. Antes de que pudiera decir mi nombre, me acerqué a él. Rápidamente mis labios se acercaron a los suyos. El vacío mental y emocional tomó el control al instante, pero físicamente estaba más alerta que nunca. La sorpresa de joe no duró mucho y en cuestión de segundos ya tenía sus manos en mi cuerpo. Mis dedos se enredaron en su suave pelo y su lengua se introdujo en mi boca y se convirtió en una nueva arma de guerra. Una vez más, mi cuerpo tomó el control completo de todo. 

Nada más existía en mi mente ningún pensamiento irritante que me agobiara. Incluso el sonido del estéreo de Joseph, que estaba tocando algún rock suave que no reconocí, se desvanecía mientras mi sentido del tacto se agudizaba. Era plenamente consciente de la mano de Joseph que subía por mi torso para tocar mi pecho. Con esfuerzo le aparté de mí. Sus ojos se abrieron mientras se inclinaba de nuevo hacia mí. — Por favor, no me pegues otra vez— dijo. — ¡Cállate! — Podría haber parado en ese momento. Podría haberme levantado y marchado de la habitación. Podría haber terminado con ese beso, pero no lo hice. La sensación de entumecimiento de mi mente que conseguí al besarle era tan eufórica, como si estuviera drogada, que no pude soportar que terminara tan rápido. Odiaría a Joseph, pero él tenía la llave para escapar y en ese momento le quería...le necesitaba. Sin hablar, sin dudar, me quité la camiseta y la tiré al suelo. No tuvo oportunidad de decir nada antes de que pusiera mis manos en sus hombros y lo empujara sobre su espalda. 

Un segundo más tarde estaba sentada a horcajadas sobre él y nos besábamos de nuevo. Sus dedos me desabrochaban el sujetador que se unió a mi camiseta en el suelo. No me importaba. No era consciente ni me sentía tímida. Es decir, él ya sabía que yo era  

la Duff y no tenía que impresionarle. Desabroché su camisa mientras él me quitaba el pasador de pelo con forma de lagarto y dejaba caer mis rizos caoba sobre nosotros. Selena tenía razón, Joseph tenía un gran cuerpo. La piel se estiraba sobre su pecho esculpido y mis manos bajaban por sus musculosos brazos con asombro. Sus labios se movieron por mi cuello dándome un respiro. Sólo podía oler su colonia estando tan cerca de él. Mientras su boca bajaba por mi hombro un pensamiento me vino a la cabeza. Me preguntaba por qué no me había rechazado, a mi, Duffy. Entonces me dí cuenta.

 Joseph no era precisamente conocido por rechazar a ninguna chica y yo era la que debería estar disgustada. Pero su boca presionó la mía otra vez y ese pequeño y breve pensamiento desapareció. Actuando por instinto, tiré del labio de Joseph con mis dientes, él gimió suavemente. Sus manos se movieron sobre mis costillas, dándome escalofríos en la espalda. Éxtasis. Puro y auténtico éxtasis. Sólo una vez, mientras Joseph me daba la vuelta sobre mi espalda, pensé seriamente en parar. Miró hacía mí mientras su mano experta alcanzaba la cremallera de mis vaqueros.

 Mi cerebro aletargado se despertó y me pregunté a mi misma si las cosas no habrían ido demasiado lejos. Pensé en quitármelo de encima y terminar justo en ese momento. ¿Pero, por qué tendría que parar? ¿Qué tenía que perder? ¿Qué podía ganar? ¿Cómo me sentiría dentro de una hora... o menos? Antes de que pudiera contestar a esas preguntas, Joseph me había quitado los vaqueros y las bragas. Sacó un condón de su bolsillo (vale, ahora que lo pienso, ¿quien lleva condones en los bolsillos? En la cartera vale, pero ¿en el bolsillo? Bastante presuntuoso, ¿no crees?). Sus pantalones ya estaban en el suelo también. De repente, estábamos practicando sexo y mis pensamientos estaban en silencio otra vez. 

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