Cinco
años después…
Demi aguzó la vista a través del parabrisas salpicado de
una intensa lluvia para adivinar el trazado de la carretera llena de curvas
mientras conducía hacia la mansión iluminada. En pleno mes de febrero, las
ramas desnudas de los robles se cernían sobre la estrecha calzada hasta
entrecruzarse y formar una suerte de armadura natural que apenas permitía el
paso de la luz. Era noche cerrada.
La finca de la familia Pierce, que constaba de más de cien acres de
tierra y que permanecía oculta a los curiosos gracias a un muro de piedra
cubierto de hiedra de más de dos metros y medio y una hilera de encinas, era
una obra maestra de diseño y privacidad. El centro neurálgico era una
espléndida mansión de estilo colonial, propiedad de William y Maureen Pierce, que eran los ciudadanos más destacados de la
ciudad.
Un antepasado de la familia Pierce había fundado Moriah's
Landing en 1652 y sus descendientes habían vivido allí desde entonces. La
familia mantenía una presencia activa en varios frentes, en especial en la
política y las ciencias. Los rumores señalaban que el baile de disfraces que
ofrecía el matrimonio Pierce en su lujosa mansión esa noche no respondía tan
solo al hecho de continuar la tradición iniciada en Año Nuevo para conmemorar
el trescientos cincuenta aniversario de la fundación de la ciudad, sino también
para ayudar financieramente a la primera campaña política de su primogénito.
A Demi le gustaba Drew Pierce y estaba convencida de que
sería un buen alcalde, sobre todo si pensaba en lo poco que le importaba
Frederick Thane, que ocupaba el cargo por el momento. Pero a pesar de los
chismorreos que circulaban entre los asistentes, Demi no estaba demasiado
emocionada con el baile. Nunca se había sentido muy a gusto en esa clase de
acontecimientos y un baile de máscaras era algo que le resultaba bastante
ajeno. Pero había decidido que disfrazarse y aparentar ser otra persona distinta
a ella podría no ser tan malo. Una aristócrata del siglo XVII, vestida con un
deslumbrante vestido dorado y un atrevido escote, tal vez sabría cómo manejar
la situación y aprovechar sus oportunidades, si se presentaba alguna. Algo que
nunca habría podido acometer Demi Douglas. Se miró el escote, desconcertada por
la amplitud del mismo, y suspiró.
Un relámpago repentino la cegó por un momento y redujo la
marcha de su coche. Nubes negras y plomizas ensombrecían la línea del horizonte
y podía escucharse, por encima del ruido del motor, el terrible sonido de los
truenos.
A última hora de la tarde, cuando las primeras gotas
golpearon el techo de su acogedor chalé, había abierto la ventana
comprendiendo, mientras un escalofrío recorría su cuerpo, que esa noche habría
tormenta. Siempre estallaba una tormenta en Moriah's Landing en los momentos
más trascendentales. Así había ocurrido, tal y como le habían contado, veinte
años atrás la noche en que asesinaron a la madre de Miley Ridgemont. Y así
también había ocurrido quince años después la noche en que Taylor Cavendish
desapareció dentro de la cripta embrujada.
Encontraron a Taylor vagando por el cementerio al cabo de
varios días. Tenía el cuerpo magullado y estaba tan trastornada que se mostró
incapaz de relatar lo sucedido. Fue internada en un hospital psiquiátrico,
ciento cincuenta kilómetros al oeste de Moriah’s Landing. Cada vez que Demi
había acudido a visitarla su sentido de la culpabilidad se había agudizado.
Sabía que ese comportamiento no era racional. Ella no
habría podido hacer nada para salvar a Taylor aquella noche. Ni ella ni el
resto de las chicas habían visto quién se había llevado a Taylor. Hasta ese
día, las autoridades no habían podido desentrañar el misterio. Nadie comprendía
cómo el asaltante había logrado entrar en el mausoleo, reducir a Taylor y
llevársela sin ser visto. Al principio, las chicas habían resultado
sospechosas. La ceremonia de iniciación para entrar en la fraternidad podría
haber derivado en algo terrible. Pero todas se habían mostrado tan destrozadas,
tan aterrorizadas, que la policía había terminado por aceptar su versión.
La sola idea de que cualquiera de ellas hubiera podido
hacer algo semejante a la pobre Taylor era sencillamente…
El coche tomó una curva cerrada a la derecha y, por un
momento, Demi se situó en dirección este. En la distancia atisbo The Bluffs, un castillo de piedra sobre un acantilado muy
escarpado que terminaba en el mar. Fue en aquel lugar, sobre las rocas abruptas
que rodeaban el castillo, donde Ashley Pierce había encontrado su fatal
destino, apenas un mes después de que hubiera aparecido Taylor. También había
ocurrido en una noche tormentosa.
Primero había sido Taylor y después Ashley.
Tan solo quedaban tres con vida. Miley, Selena y ella. Y
la pobre Selena no había gozado de una vida especialmente dichosa. Había tenido
que abandonar la universidad después de quedarse embarazada. Y desde entonces
había luchado a brazo partido para sacar adelante a su hijo, que nunca había
conocido a su padre, y cuidar de su madre enferma. Demi frunció el ceño. A
veces no podía evitar pensar que aquella noche había desatado algo terrible, un
poder maligno. Y a veces se preguntaba si ella y Miley no serían las siguientes
en la lista.
Pero entonces pensó que Miley ya había sufrido. Su madre
había sido asesinada cuando ella tenía tan solo tres años y nunca habían
detenido al responsable. Eso dejaba a Demi como única víctima posible.
Los rayos resplandecieron sobre el cielo negro y, por un
segundo, la silueta del castillo se recortó contra la noche oscura. Se
encontraba a varios kilómetros de distancia, pero Demi habría jurado que había
visto una figura acechante sobre una de las torres. Estremecida, pensó en David
Bryson. El hombre que quizá había asesinado a su amiga Ashley.
Detuvo el coche frente a la mansión de los Pierce y
esperó a que dos sirvientes acudieran a su encuentro. Uno de ellos llevaba un
paraguas para protegerla de la lluvia mientras bajaba del coche. El otro subió
al asiento del conductor para aparcarle su nuevo y flamante Audi. Demi hizo una
mueca de disgusto al escuchar el chirrido de las ruedas contra el pavimento
mojado, pero no se volvió. Al contrario, se envolvió en su chal de terciopelo y
subió los escalones de granito. Las enormes puertas de madera de roble se
abrieron a su paso y Demi hizo su entrada en el vestíbulo. Alguien le quitó el
chal de los hombros a la entrada. Demi se tomó un momento para arreglar los
pliegues dorados de su vestido. Al levantar la vista se quedó sin aire.
Había estado en la mansión en el pasado, antes de la
muerte de Ashley. Demi había olvidado la elegancia y la opulencia del lugar.
Unos escalones de mármol con incrustaciones daban paso a
un inmenso vestíbulo, a un nivel más bajo que la entrada, presidido por un
suelo de tablero de ajedrez. Justo al otro lado, una magnífica escalera
conducía al piso superior y estaba coronada por una inmensa vidriera que,
durante el día, filtraría los rayos del sol. Esa noche, sin embargo, solo se
escuchaba el golpeo constante de la lluvia contra el cristal. Bajo la vidriera,
la escalera se dividía en dos brazos que desembocaban en una amplia galería,
profusamente iluminada con candelabros de pared y lámparas de araña.
A la izquierda del vestíbulo otra puerta de doble hoja se
abría al salón de baile. Demi echó un vistazo. Apreció el murmullo del roce de
los vestidos mientras los cuerpos livianos giraban en el aire igual que si
estuvieran flotando. Demi tuvo la impresión de adentrarse en otra época. Las
mujeres Lucían joyas y vestidos de seda sacados de otra época, de otro siglo. Y
los hombres estaban engalanados de las más variadas formas, desde los uniformes
militares hasta las togas de magistrados, incluidas las pelucas.
¡Y qué decir de las flores! Seguramente habían vaciado
todas las floristerías y todos los invernaderos desde Moriah's Landing hasta
Boston para preparar unos arreglos tan suntuosos. Casi todos los adornos
florales estaban hechos en blanco y rojo, en honor al Día de San Valentín,
aunque la celebración no tuviera mucho que ver con el baile. Había ciclámenes rojos y rosas que sobrevolaban como mariposas
una fuente, dispuesta con mucho colorido junto a las mesas del bufé. Velas en
forma de corazón flotaban en el agua entre pétalos de rosa y capullos de
gardenia.
Demi no podía pensar en un entorno más romántico, pero
había acudido sola.
Mientras permanecía de pie en el vestíbulo, reacia a
sumarse a la multitud, una mujer vestida con un deslumbrante vestido azul y una
máscara elaborada a partir de plumas de pavo real emergió de entre la muchedumbre
y acudió a su encuentro. La mujer se quitó la máscara y Demi sonrió, contenta
al reconocer una cara amiga.
Aunque no la conocía demasiado, se habían encontrado en
Threads, la tienda de ropa de diseño regentada por Rebecca Smith, donde había
ido a buscar su vestido. Becca, amable pero muy firme, la había alejado de los
diseños más austeros, hacia los que se había dirigido de forma automática. Muy
al contrario, la convenció para que eligiera un vestido de fantasía, bordado en
oro, compuesto por un corpiño ajustado en la espalda y una falda larga hasta
los tobillos.
Demi se quitó su máscara de cisne e hizo una reverencia
ante Becca.
— ¿Y bien? —preguntó—. ¿Qué tal estoy?
—Deslumbrante —respondió una voz masculina que surgió
tras ella.
Demi se giró y su mirada se posó directamente sobre el
hombre que estaba en lo alto de los escalones de la entrada. Acababa de entrar
y los hombros de su capa negra brillaban debido a la lluvia atrapada en la
tela. Se deshizo de la esclavina y se la tendió al mayordomo sin mirarlo, con
la vista fija en las dos mujeres que aguardaban en el vestíbulo. Vestía todo de
negro, igual que un fantasma, y la máscara dorada que le tapaba la mitad del
rostro resultaba a un tiempo terrorífica y atractiva.
Descendió lentamente los escalones y Demi tuvo que
reprimir el impulso de alejarse de él. Había algo sobre ese hombre que…
—Mi nombre es Lucian LeCroix —se presentó con una voz tan
lúgubre como la noche, y antes de que Demi pudiera reaccionar, tomó su mano y
la besó.
— ¿Profesor LeCroix? —Acertó a balbucear finalmente.
—Sí, en efecto —y arqueó la ceja que no ocultaba la
máscara—. ¿Nos conocemos? Estoy convencido de que la recordaría.
—No, no nos conocemos —aseguró Demi—. Pero sabía que
vendría esta noche. Lo hemos estado esperando.
— ¿Quiénes? —preguntó, desconcertado.
—El equipo del Instituto Heathrow. Ha venido a sustituir
al Doctor Vinter, ¿verdad?
Ernst Vinter, director del Departamento de Inglés, había
fallecido repentinamente de un infarto hacía varias semanas. En vez de nombrar
a alguno de los adjuntos, el Profesor Barloft, director del Instituto, había
contratado al protegido de un antiguo amigo de la familia. El Profesor LeCroix
traía unas referencias inmejorables, pero Demi no pudo evitar sentir un cierto
resentimiento hacia él. Tenía amigos entre los profesores de la facultad que
habrían merecido ese puesto.
El Profesor LeCroix todavía sostenía su mano y Demi la
retiró. Levantó ligeramente la barbilla antes de hablar.
—Me llamo Demi Douglas. Soy profesora de Criminología en
Heathrow.
—Doctora Douglas —añadió Becca.
Si lo sorprendió el título y la edad de Demi, el Profesor
LeCroix lo ocultó.
—Entonces seguro de que esta es mi noche de suerte.
Confiaba en coincidir con algún colega esta noche y resulta que usted es la
primera persona que me encuentro. Si pudiera convencerla para que se apiadara
de mí y me enseñara el campus mañana, entonces sería un hombre afortunado.
Demi vaciló un momento y el profesor se apresuró a tomar
la delantera.
—Siempre que esté libre, por supuesto —añadió—. Creo que
he sido un poco presuntuoso, pero he llegado hoy mismo desde Boston y todavía
no he tenido tiempo para orientarme.
Demi todavía dudaba. No quería destinar toda la jornada
del sábado a un perfecto desconocido, si bien la cortesía profesional la obligaba
a cumplir con un colega. Además, ¿acaso tenía algo mejor que hacer ese fin de
semana? Tendría que poner la lavadora y corregir exámenes.
Y Demi tenía que admitir que Lucian LeCroix, a tenor de
lo que dejaba ver la máscara, era un hombre muy atractivo. Aparentaba unos
treinta años, diez más que ella, y era moreno. Sus ojos eran negros y muy
penetrantes.
Decidió que no sería tan mala idea recorrer el campus en
compañía de un hombre tan apuesto. Quizá de ese modo sus alumnos dejarían de
llamarla «Hermana Demi», una referencia a su falta de experiencia en el campo
de los placeres terrenales más que a sus cualidades de santa. Para Demi era un
misterio el modo en que las adolescentes podían calar con tanta precisión a sus
profesores.
Pero la verdad era que gran parte de la vida seguía
siendo un misterio para Demi.
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