Llamar a Vikki una cualquiera o una perra era
como llamar a alguien la Duff. Era insultante y doloroso, y era uno de esos
títulos que solo alimentaban un miedo interno que toda chica debió tener de
tiempo en tiempo. Sucia, perra, mojigata, idiota. Eran todos lo mismo. Toda
chica se siente como si una de estas etiquetas sexistas la haya descrito hasta
cierto punto.
Así que, quizás, toda chica se sentía como la Duff,
¿también?
—Dios, es tarde, —dijo Vikki mientras
sonaba el timbre de entrada—. Debo irme. Observé mientras cogía su bolso y sus
libros del mostrador, preguntándome qué estaba
sucediendo en su cabeza. ¿Todo esto la había hecho
consciente de las consecuencias de sus elecciones?
Nuestras elecciones.
—Nos vemos, Demi, —Dijo ella, caminado hacia la
puerta.
—Hasta luego, —dije. Luego, sin quererlo, añadí, —Y,
Vikki...Lo
siento. Está muy mal la forma en que la gente está hablando de ti. Solo
recuerda que lo que ellos dicen no importa.
—De nuevo, pensé en Joseph y en lo que me había dicho en su
habitación—. Las personas que te insultan solo están tratando de hacerse sentir
mejores. Ellos también la han jodido antes. No eres la única.
Vikki
parecía sorprendida. —Gracias, —dijo ella. Abrió su boca como si fuera a decir
algo más, pero luego la cerró de nuevo. Sin otra palabra, dejó el baño.
Por todo lo que sabía, Vikki podría
salir y juntarse con otro tipo esa misma noche. Ella quizás no haya aprendido
nada de esta experiencia. O quizás cambiaría todo su comportamiento —en el
último caso, podría ser más cuidadosa. Quizás nunca lo sepa. Esa era su
elección. Su vida. Y no era mi papel el juzgarla.
Nunca era mi papel el juzgar.
Y mientras caminaba por el pasillo, cinco minutos
tarde para inglés, decidí que lo pensaría dos veces antes de llamar a Vikki,
o a cualquier otra en ese caso, una perra de nuevo.
Porque ella era como yo.
Justo como todos los demás.
Eso era algo que todos teníamos en común. Todos
éramos fáciles o sucias o mojigatas o Duffs.
Yo era la Duff. Y eso era algo bueno. Porque nadie
que no se sintiera como la Duff no tendría amigos. Todas las chicas se sienten feas
alguna vez. ¿Por qué me había tomado
todo este tiempo el descubrirlo? ¿Por qué me había
estresado por esa tonta palabra por tanto tiempo cuando era tan simple? Debería
estar orgullosa de ser la Duff. Orgullosa de tener grandes amigas que, en sus
mentes, eran mis Duffs.
Demi, —me saludó el Sr. Perkins mientras entraba al
salón y tomaba mi asiento—. Bueno, mejor tarde que nunca, supongo.
—Sí, —dije—. Lamento que me llevara tanto tiempo.
Cuando llegué a mi casa esa tarde, estaba muy
cansada para subir las escaleras, así que me tumbe en el sofá y caí en un
bonito sueño. Había olvidado lo bueno que uno se sentía después de una siesta
en la mitad del día. Quiero decir, los europeos tenían la idea correcta con sus
siestas. Los americanos deberían incluirlas en sus agendas diarias porque son
increíblemente refrescantes, especialmente después de un día dramático como el
que yo había tenido.
Eran casi las siete cuando me desperté, lo cual no
me daba mucho tiempo para prepararme para mi cita. Mi pelo se veía como un
pajar luego de dormitar en el sofá, tomaría casi la hora completa para
repararlo. Genial.
Desde que comencé a salir con Logan,
he estado prestando más atención a cómo me veo. No es como si a él le
importaran esa clase de cosas.
El tipo probablemente diría que me veo bien
vestida con un traje de payaso, con la peluca de colores y todo. Pero sentía la
necesidad constante de impresionarlo. Así que alisé mi cabello y lo arreglé en
una cola de caballo alta, me puse un par de pendientes de plata de pinza , soy
muy cobarde como para hacerme los agujeros en las orejas y la camisa que me
había regalado Selena por mi diecisiete cumpleaños. Era de seda blanca con
diseños intrincados de plata y me quedaba ceñida en el pecho, lo que hizo que
mis senos diminutos parecieran algo más grandes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario