Annette, es el señor Jonas. — Joseph se ajusto el Iphone contra
su oreja.
—Sí, ¿Señor Jonas?
—Dame todo lo que hay de Demi Lovato. Y me refiero a todo, los negocios y lo personal. Lo quiero todo.
Debemos de tener sus números en el archivo junto con los de su abuela Ester. —Maldición él había ayudado
a Ester con el archivo para el número de seguro social de la niña cuando él se
había dado cuenta de que los padres de Demi no tenían uno. En aquel entonces no era automático.
— ¿Demi? La pequeña niña de la…
—Todo, Annette.
—Sí, señor Jonas.
Joseph pulsó el botón de
desconexión con el pulgar y se metió el teléfono ancho en su bolsillo. Miró por
la oscura ventana privada de su limusina a la nada, mientras salían de la
clínica, de la casa de asilo. Dios, todavía no podía creer que era ella. Ella
había cambiado tanto, madurado... maravillosamente. Sin embargo, su olor era el
mismo, exactamente el mismo, a pesar de haber tomado un segundo para colocarlo.
Veintiún años era mucho tiempo, incluso para él.
Joseph movió la cabeza, se frotó
el cansancio de los ojos con ambas manos. Tal vez lo estaba imaginando, el olor
de los árboles rotos, savia, gasolina y goma quemada. Todavía podía oler la
sangre en el aire a su alrededor, la tierra y la lluvia. Todavía notaba las
lágrimas, las suyas, y de los suyos.
Tenía que estar imaginando. Su sentido olfativo era bueno, pero no
tan bueno como veintiún años. Sin embargo, ver a Demi
Lovato ahora le demostró que había tomado la decisión
correcta de todos estos años. Los recuerdos lo inundaron como arenas movedizas,
tirando de él tanto que apenas podía respirar.
En aquel entonces, se habría matado. Él tenía derecho de pedir a
su abuela, Ester, que la mantuviera lejos,
al menos impedir que se aventurara en su territorio del bosque. Sólo que no
podía soportar su olor, el olor de la muerte. Le dijeron que se limitara a los
caminos, y él las evitó. Había trabajado en eso. Hasta hoy.
Joseph arrebató el periódico de la
bolsa en la pared del coche. Se inclinó hacia atrás, desplegándolo y
replegándolo con un quebradizo ruido. La tinta aún estaba húmeda, no tanto como
el olor de los seres humanos, pero lo sentía en los dedos. Era una buena
sensación, un olor bueno, mundano. Inofensivo.
Se volvió a la sección de bienes raíces de primera clase de
compra-venta. Los negocios más importantes en sus pensamientos, Demi Lovato podía desaparecer en los
oscuros recovecos de su mente donde quisiera. Echó un vistazo a la lista.
Canela. Los otros olores estaban
allí, o no, pero él había olido canela eso era seguro. Y el chocolate. Ester siempre había tenido un sándwich de mantequilla de maní a
la espera de él, su favorito, o más bien su obligación. Pero por otra parte le habría
ofrecido algún tipo de delicioso pastel o una galleta para el postre.
Se había dado cuenta de que Demi tenía una de esas cestas de mimbre pintorescas con doble asa,
rojo y blanco, con un forro a cuadros. ¿Era proveedora de la pastelería
de Ester? Ester
nunca había mencionado las visitas de Demi, o por qué la había traído.
¿Por qué iba a hacerlo? Ester sabía cómo se sentía. Lo había dejado perfectamente claro hace
tantos años y Ester fue una verdadera amiga comprensiva.
Lo que había de muestra de dulces azucarados, sin embargo, fue
celestial. Mejor que la mayoría de los chefs profesionales que conocía.
¿Horneaba Demi por diversión o beneficio?
Él quería saberlo.
¿Dulce musgo de
turba, que le está tomando a Annette tanto tiempo? La pared de árboles a lo
largo de la carretera se rompió en un campo abierto y se dibujó en su mirada.
Miró fijamente, sólo a la mitad notó el montón de vacas, el granero y los silos
de maíz en la distancia. Su mente vagaba demasiado rápido en el pelo rojo y
largas piernas de seda.
Demi parecía lo suficientemente
buena para comer. Sabía que su pelo era rojo.
Lo había recordado en gran parte. Sin embargo, la luminosidad, el
espesor. ¡Dios, no había tenido la menor idea! El color le recordaba a las
hojas de otoño, las que habían en el bosque parecía que estuviera ardiendo con
el fuego frío. Y con los bloques de espesor que caían por el camino hasta la
curva superior de su trasero, parecía más como una capa de pelo.
Joseph trató de abrir y cerrar la
visión de su mente y se centró de nuevo en el periódico. Encontró el nombre que
había estado buscando por segundos.
—Anthony Cadwick, maldito viejo—. Sin duda el hombre estaba ocupado.
Acosando a Ester por la mañana, y por la tarde para cerrando un importante acuerdo
de bienes raíces. Intimidaba fuertemente a los propietarios de viviendas y los
manipulaba con las leyes de dominio eminente, lo cual era su especialidad.
Cadwick era cada pedacito del lobo
estereotipado que Ester le había descrito.
Joseph sólo esperaba que Ester pudiera mantener su juicio,
cuando él volviera otra vez. No podía permitir que Cadwick pusiera sus manos en la
tierra de los Lovato.
Sólo la idea de la evolución de viviendas y los supermercados de
descuento, estuvieran tan cerca de su bosque, hizo que sus bolas se encogieran.
Joseph supo sin mirar, el momento
en que llegaron a la carretera. La suspensión de la limusina fue superior, pero
la diferencia entre los caminos rurales y la carretera era como la de los lisos
adoquines con el vidrio.
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