Demi no sólo le despertaba la
libido, sino que apelaba a su necesidad de sentirse seguro emocionalmente.
-Esto es muy divertido -dijo
Demi con una sonrisa seductora.
-¿El qué? ¿Enrollarse en
público? -preguntó él atrayéndola más hacia sí.
-No. Torturarte.
Maldita fuera. Joe tenía que haberlo supuesto.
Aquella bruja sólo quería hacerle sufrir. Había convertido su mutua atracción
en un juego sin corazón. Tal vez Gina sólo tenía hielo en las venas.
-Creo que voy a tomarme otra
copa -dijo ella levantándose.
Muy bien. La dejaría
emborracharse. ¿Qué más le daba a él? Aquel falso romance terminaría pronto, y Joe se buscaría entonces una
mujer para reemplazarla. Alguien sincero. Alguien cálido. Alguien que
consiguiera arrancarle a Demi Lovato
de la cabeza.
El jueves por la tarde, Demi escuchó el sonido del
teléfono, soltó un gemido y descolgó el aparato.
-¿Diga?
-¿Por qué no has ido hoy a
trabajar?
-Porque estoy enferma
-contestó al reconocer la voz áspera de Joe.
-Llevas cuatro días enferma.
Te estás cargando nuestro plan. Sal de la cama y arréglate. Voy a ir a
buscarte.
-Déjame en paz -contestó Demi llevándose las rodillas al
pecho.
El estómago le ardía como una
estufa.
-A nadie le dura tanto tiempo
la resaca -insistió Joe-. Lo
que te pasa es que te da miedo enfrentarse a la prensa.
—No es verdad.
Demi le echó un vistazo a las
revistas que tenía en la mesilla de noche. Le había demi pedido a su secretaria
que se las llevara. Las fotos de la sesión erótica habían salido el día
anterior, provocando un auténtico escándalo. Su reputación no volvería a ser
nunca la misma.
-Necesito tiempo para recuperarme.
Ya te he dicho que estoy enferma.
-Y yo te he dicho que te
levantes de la cama.
Demi miró fijamente al teléfono. Joe había estado llamando todos
los días, y había conseguido gravar su enfermedad. Su insistencia sólo había
servido para provocarle más estrés.
Y ella ya tenía suficientes
problemas. Nada más publicarse las fotos, la habían llamado todos los miembros
de su familia. Todos excepto su padre. Su madre le había dejado un mensaje
diciéndole que su padre no estaba nada contento. Pensaba que había ido
demasiado lejos.
No importaba que ella lo
hubiera hecho por Lovato,
que hubiera sacrificado su reputación personal para salvar la compañía. Su
padre nunca le había dado ningún crédito como profesional, nunca la había
tratado como a una igual en el trabajo.
-¿Sigues ahí? -preguntó Joe-. Pues levántate y arréglate.
Tenemos que dejarnos ver, Demi. Hacer una aparición pública.
-Ya te he dicho que no. Voy a
colgar.
-No irás a...
Ella cumplió su amenaza y
apretó la tecla correspondiente del inalámbrico. Cuando el teléfono volvió a
sonar, no contestó. Estaba agotada, así que se dio media vuelta en la cama y se
durmió.
Una hora más tarde, se
despertó sobresaltada. Creía estar soñando, y se frotó los ojos para borrar
aquella visión.
Joe estaba a los pies de su cama,
y parecía el hombre del saco. Llevaba una gabardina larga, y tenía las
facciones duras, los pómulos afilados como cuchillos y el pelo revuelto por el
viento.
Cielo Santo. Una pesadilla. Demi volvió a cerrar los ojos hasta
que escuchó el sonido de su voz.
-Tienes un aspecto horrible.
Ella se sentó sobre la cama y
estrechó la almohada contra su pecho. Aquello era real. Demasiado real.
-¿Qué estás haciendo aquí?
-Tengo llave, ¿recuerdas?
-Eso no te da derecho a
invadir mi intimidad.
-Tengo derecho a saber qué te
pasa, a comprobar que estás bien.
-Si te cuento el problema, ¿te
marcharás? -preguntó Demi poniendo
los ojos en blanco.
-No. Pero seguro que un hombre
más convencional sí que lo haría. ¿Qué te pasa?
Demi sabía que él no se iría de
allí hasta que le contara por qué llevaba casi toda la semana metida en la
cama.
-Tengo una úlcera, Joe. Pero mantén la boca cerrada.
No quiero que mi familia lo sepa.
-¿Te está sangrando? -preguntó
él alzando las cejas.
-No, sólo estoy pagando las
consecuencias de todo el alcohol que me tomé. Y de la comida picante.
-¿Desde cuándo te pasa? -dijo Joe quitándose el abrigo y
colocándolo sobre una silla.
-Desde hace años. Tiende a
curarse, pero se me abre con el estrés o cuando como algo que no me sienta
bien.
-Tendrías que habérmelo dicho
antes -protestó Joe poniéndose
en pie-. No te habría dejado comer ni beber todo aquello. Voy a traerte algo
de leche. Eso ayuda, ¿no?
-Sí -respondió ella casi
sonriendo.
Luego volvió a tumbarse y
esperó a verlo aparecer con una taza de leche humeante. Demi aceptó la bebida y se la fue
bebiendo a sorbos, sintiendo cómo le disminuía el ardor.
-Puedes volver a dormirte si
quieres -dijo Joe
colocándole la taza en la mesilla cuando hubo terminado.
-Tal vez luego -contestó Demi girándose para observar mejor
su pelo alborotado y la camisa mal colocada-. Parece
como si te hubieran dado una paliza...
-He tenido que luchar para
entrar en tu casa. La prensa ha copado la entrada -dijo Joe apartándole un mechón de la
cara-. Creo que en adelante deberíamos pasar más tiempo en mi casa. No es
justo que tus hermanas tengan que pasar por esto.
-Me parece bien —aseguró Demi antes de componer una mueca-.
¿Qué te parece nuestro debut?
-Creo que estamos muy sexys
-respondió Joe
agarrando una de las revistas en la que aparecían ambos en la portada, con Demi de rodillas-. Tenemos que
seguir con esto, pero no quiero presionarte. Tómate el tiempo que necesites
hasta que te encuentres mejor.
-Tienes que prometerme que no
se lo contarás a mi familia.
-Pero ellos deberían saber lo
que te pasa. Además, ¿no tienes una hermana enfermera?
-Piensan que tengo la gripe.
Por favor, Joe, prométemelo -imploró Demi.
-De acuerdo. Lo prometo.
-Gracias -dijo ella cerrando
los ojos y apoyándose contra su pecho.
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