miércoles, 31 de octubre de 2012

Durmiendo con su rival Capitulo 15




Demi no sólo le despertaba la libido, sino que apelaba a su necesidad de sentirse seguro emocionalmente.
-Esto es muy divertido -dijo Demi con una son­risa seductora.
-¿El qué? ¿Enrollarse en público? -preguntó él atrayéndola más hacia sí.
-No. Torturarte.
Maldita fuera. Joe tenía que haberlo su­puesto. Aquella bruja sólo quería hacerle sufrir. Había convertido su mutua atracción en un juego sin corazón. Tal vez Gina sólo tenía hielo en las venas.
-Creo que voy a tomarme otra copa -dijo ella levantándose.
Muy bien. La dejaría emborracharse. ¿Qué más le daba a él? Aquel falso romance terminaría pronto, y Joe se buscaría entonces una mujer para reemplazarla. Alguien sincero. Alguien cá­lido. Alguien que consiguiera arrancarle a Demi Lovato de la cabeza.
El jueves por la tarde, Demi escuchó el sonido del teléfono, soltó un gemido y descolgó el apa­rato.
-¿Diga?

-¿Por qué no has ido hoy a trabajar?
-Porque estoy enferma -contestó al reconocer la voz áspera de Joe.
-Llevas cuatro días enferma. Te estás cargando nuestro plan. Sal de la cama y arréglate. Voy a ir a buscarte.
-Déjame en paz -contestó Demi llevándose las rodillas al pecho.
El estómago le ardía como una estufa.
-A nadie le dura tanto tiempo la resaca -insistió Joe-. Lo que te pasa es que te da miedo enfren­tarse a la prensa.
—No es verdad.
Demi le echó un vistazo a las revistas que tenía en la mesilla de noche. Le había demi pedido a su secre­taria que se las llevara. Las fotos de la sesión eró­tica habían salido el día anterior, provocando un auténtico escándalo. Su reputación no volvería a ser nunca la misma.
-Necesito tiempo para recuperarme. Ya te he dicho que estoy enferma.
-Y yo te he dicho que te levantes de la cama.

Demi miró fijamente al teléfono. Joe había es­tado llamando todos los días, y había conseguido gravar su enfermedad. Su insistencia sólo había servido para provocarle más estrés.
Y ella ya tenía suficientes problemas. Nada más publicarse las fotos, la habían llamado todos los miembros de su familia. Todos excepto su padre. Su madre le había dejado un mensaje diciéndole que su padre no estaba nada contento. Pensaba que había ido demasiado lejos.
No importaba que ella lo hubiera hecho por Lovato, que hubiera sacrificado su reputación personal para salvar la compañía. Su padre nunca le había dado ningún crédito como profesional, nunca la había tratado como a una igual en el tra­bajo.
-¿Sigues ahí? -preguntó Joe-. Pues levántate y arréglate. Tenemos que dejarnos ver, Demi. Hacer una aparición pública.
-Ya te he dicho que no. Voy a colgar.
-No irás a...
Ella cumplió su amenaza y apretó la tecla co­rrespondiente del inalámbrico. Cuando el telé­fono volvió a sonar, no contestó. Estaba agotada, así que se dio media vuelta en la cama y se dur­mió.
Una hora más tarde, se despertó sobresaltada. Creía estar soñando, y se frotó los ojos para borrar aquella visión.

Joe estaba a los pies de su cama, y parecía el hombre del saco. Llevaba una gabardina larga, y tenía las facciones duras, los pómulos afilados como cuchillos y el pelo revuelto por el viento.
Cielo Santo. Una pesadilla. Demi volvió a cerrar los ojos hasta que escuchó el sonido de su voz.
-Tienes un aspecto horrible.
Ella se sentó sobre la cama y estrechó la almohada contra su pecho. Aquello era real. De­masiado real.
-¿Qué estás haciendo aquí?
-Tengo llave, ¿recuerdas?
-Eso no te da derecho a invadir mi intimidad.
-Tengo derecho a saber qué te pasa, a compro­bar que estás bien.
-Si te cuento el problema, ¿te marcharás? -pre­guntó Demi poniendo los ojos en blanco.
-No. Pero seguro que un hombre más conven­cional sí que lo haría. ¿Qué te pasa?
Demi sabía que él no se iría de allí hasta que le contara por qué llevaba casi toda la semana me­tida en la cama.

-Tengo una úlcera, Joe. Pero mantén la boca cerrada. No quiero que mi familia lo sepa.
-¿Te está sangrando? -preguntó él alzando las cejas.
-No, sólo estoy pagando las consecuencias de todo el alcohol que me tomé. Y de la comida pi­cante.
-¿Desde cuándo te pasa? -dijo Joe quitándose el abrigo y colocándolo sobre una silla.
-Desde hace años. Tiende a curarse, pero se me abre con el estrés o cuando como algo que no me sienta bien.
-Tendrías que habérmelo dicho antes -pro­testó Joe poniéndose en pie-. No te habría de­jado comer ni beber todo aquello. Voy a traerte algo de leche. Eso ayuda, ¿no?
-Sí -respondió ella casi sonriendo.

Luego volvió a tumbarse y esperó a verlo apare­cer con una taza de leche humeante. Demi aceptó la bebida y se la fue bebiendo a sorbos, sintiendo cómo le disminuía el ardor.
-Puedes volver a dormirte si quieres -dijo Joe colocándole la taza en la mesilla cuando hubo ter­minado.
-Tal vez luego -contestó Demi girándose para observar mejor su pelo alborotado y la camisa mal colocada-. Parece como si te hubieran dado una paliza...
-He tenido que luchar para entrar en tu casa. La prensa ha copado la entrada -dijo Joe apar­tándole un mechón de la cara-. Creo que en ade­lante deberíamos pasar más tiempo en mi casa. No es justo que tus hermanas tengan que pasar por esto.

-Me parece bien —aseguró Demi antes de com­poner una mueca-. ¿Qué te parece nuestro debut?
-Creo que estamos muy sexys -respondió Joe agarrando una de las revistas en la que aparecían ambos en la portada, con Demi de rodillas-. Tene­mos que seguir con esto, pero no quiero presio­narte. Tómate el tiempo que necesites hasta que te encuentres mejor.
-Tienes que prometerme que no se lo contarás a mi familia.
-Pero ellos deberían saber lo que te pasa. Ade­más, ¿no tienes una hermana enfermera?
-Piensan que tengo la gripe. Por favor, Joe, prométemelo -imploró Demi.
-De acuerdo. Lo prometo.
-Gracias -dijo ella cerrando los ojos y apoyán­dose contra su pecho.

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