jueves, 25 de octubre de 2012

Dumiendo Con Su Rival Capitulo 11




Demi se preguntó qué estaría tramando Joe. La noche anterior él había estado en su aparta­mento, y aquella tarde había insistido en que fuera a su oficina. Al parecer, le tenía una sorpresa reservada. Demi no se fiaba de él, pero le pudo la curiosidad y se presentó allí.
Cuando atravesó el área de recepción, Kerry, la leal asistente de Joe, levantó la vista de la pantalla de su ordenador.
-La está esperando -le dijo la joven con una sonrisa-. Puede pasar.
-Gracias -contestó Demi exhalando un suspiro.
Encontró a Joe esperándola con tres perche­ros portátiles llenos de ropa, varias cajas de zapa­tos y un espejo de cuerpo entero traído especial­mente para la ocasión.
-¿Qué es todo esto? -preguntó ella.
-Una selección de tu guardarropa para las pró­ximas dos semanas -respondió él con su típica sonrisa de asesor-. Le dije a una estilista lo que ne­cesitarías y ella me lo ha enviado. Se encarga de vestir a algunas de las mujeres más famosas del mundo.
Demi le echó un vistazo a la ropa que había en las perchas: Trajes de noche, vestidos ajustados, faldas que apenas le cubrirían el trasero...
-Pruébate éste -dijo Joe sacando una vestido largo plateado-. Puedes cambiarte en mi baño. Y si te queda bien, te lo puedes poner mañana por la noche.
Demi observó aquel traje centelleante. Se abro­chaba por delante, dejando un espacio mínimo para cubrirle los senos.
-Supongo que estás de broma...
-Estarás muy sexy con él puesto, nena.
-Si tanto te gusta, puedes ponértelo tú.
 Dispuesto a no rendirse, Joe buscó otro traje, esta vez un vestido color cereza muy corto.
-¿Qué te parece este? Tiene un cinturón a juego.
Un cinturón que Demi iba a utilizar como co­rrea si él seguía sacándole trajes.
-No vas a convertirme en una tía buena, Joe. Así que olvídalo.
-Eres una mojigata, Demi —dijo Joe colgando el vestido en el perchero.
-No lo soy —respondió ella cruzándose de bra­zos.
-¿Ah, no? -contestó Joe sentándose en la es­quina de su escritorio con un mechón de pelo ca­yéndole sobre la frente-. Me apuesto lo que sea a que nunca has hecho el amor en un avión. Ni en el ascensor. Ni siquiera debajo de un árbol, en el parque.
Demi trató de actuar como si su acusación no la hubiera hecho avergonzarse.
-Es ilegal andar por ahí enrollándose en sitios públicos.
-Cierto, pero eso es lo que lo hace tan exci­tante.
Ella hizo todo lo que humanamente pudo por evitar su mirada, pero podía sentir aquellos ojos ardientes lanzando chispas sexuales en su direc­ción.
-Yo soy una dama -dijo entonces-. Me com­porto en público con propiedad.
-Ya, pero ¿no te gustaría hacer realidad alguna vez tus fantasías?
-No fantaseo con los aviones.

-¿Y qué me dices del ascensor? —insistió él ladeando suavemente la cabeza.
Muy bien, tal vez allí la había pillado, pero desde luego no iba a ser tan estúpida de admitirlo. Demi no era lo suficientemente lanzada como para llevar a cabo sus fantasías ni vivir al límite. Condu­cía un Sedan de lujo en lugar de un deportivo, se iba de vacaciones a lugares prácticos en vez de a si­tios exóticos e impredecibles, y batallaba contra una úlcera que se le abría cada vez que el estrés al­canzaba el nivel suficiente en su particular escala de Richter.
-¿Yen privado? —dijo entonces Joe.
-Perdona, ¿cómo dices? -preguntó ella alzando los ojos.
-¿En privado también te comportas con propie­dad? -se explicó él mientras examinaba un vestido de cuero negro digno de una profesional del sadomasoquismo.
A Demi se le secó la boca. Sólo se había acos­tado con dos hombres en su vida, y a ninguno le había arrancado nunca la ropa ni le había ara­ñado la espalda. Pero tampoco era ninguna puri­tana.
-Me comporto como debo.

-Ponte esto -ordenó Joe pasándole aquel minivestido-. Quiero verte las piernas. Enteras, hasta los muslos.
-No -respondió ella agarrando el traje que él le tendía.
-Se supone que tenemos que convencer al mundo de que somos amantes -aseguró él mirán­dola fijamente-. Eres consciente de eso, ¿verdad?
-Por supuesto que sí. Pero, ¿no podríamos fin­gir que nuestra primera cita es eso, una primera cita, y no convertirnos en amantes de inmediato?
-Sí, podemos hacerlo. Pero sólo tenemos unas pocas semanas para hacer este montaje, así que tendrás que rendirte a mis encantos lo más pronto posible.
-¿Y por qué no puedes tú rendirte a los míos?
-Porque irás vestida como una mojigata, por eso.
-Muy bien. Llevaré algo provocativo, pero lo comparé yo misma -aseguró Demi colgando aquel vestido de dominadora en el perchero-. ¿Dónde vamos a ir, por cierto?
-Al estreno de una obra de teatro. Una obra erótica -añadió Joe-. Así que prepárate para no­che tórrida.
Demi sintió cómo se le aceleraba al corazón dentro del pecho. ¿Una obra pornográfica? ¿Una noche tórrida?

-Puedo soportar cualquier cosa que se te ocu­rra —lo retó ella.
Demi observó su imagen en el espejo. ¿Se atre­vería de verdad a llevar aquello puesto en público?
El tejido blanco de su vestido se ajustaba a su cuerpo con líneas sencillas. Pero ese no era el pro­blema. El vestido dejaba la espalda completa­mente desnuda, lo que significaba que no llevaba puesto sujetador, algo que Demi no había hecho nunca hasta el momento.
¿Qué le ocurría? ¿Acaso estaba tratando de competir con la antigua Tara Shaw, intentando probarle a Joe que podía ser tan deseable como su ex amante?
Demi  miró su reloj y el corazón le dio un vuelco. Él llegaría en cualquier momento.
Echó un vistazo alrededor en busca de sus zapa­tos, el chal, y el bolso de noche en el que llevaba la medicina para el estómago. Estuvo a punto de caerse al colocarse los tacones, y en el momento en que se echaba un último vistazo en el espejo, sonó el telefonillo.
-Espérame en la planta baja. Enseguida abro -dijo Demi a través del intercomunicador mientras abría la puerta.

Luego se colocó el chal que hacía juego con el vestido, y pensó en la posibilidad de tomarse un vaso de vino para calmar los nervios. Pero tal vez le irritaría la úlcera, así que desechó la idea y deci­dió tomarse unos minutos para tranquilizarse.
Cuando abrió la puerta de su apartamento, es­tuvo a punto de chocarse contra Joe.
Él iba muy elegante, vestido con un traje negro de corte clásico, una camisa blanca almidonada y una fina corbata negra.
-Te he dicho que me esperaras abajo -dijo Demi cerrando la puerta tras ella.
-¿Desde cuándo hago caso de lo que tú me dices? -respondió Joe con una mueca rebelde-. Quítate el chal y déjame ver el vestido.
-Es un traje muy provocativo -le advirtió ella tratando de aparentar naturalidad-. Hará que se fijen en mí.
-Deja que sea yo quien lo juzgue -dijo Joe acercándose para sacarle el chal.
-Yo lo haré.
Demi se despojó de la prenda y se la quitó, dando un giro rápido para mostrar su espalda des­nuda. Luego trató de volver a taparse.
-Un momento. Espera -ordenó Joe aga­rrando el chal y dejándola vulnerable ante sus ojos.
Aquellos ojos de reflejos ámbar.
Demi se abrazó a sí misma, deseando no haber op­tado por un vestido sin sujetador. Cuando Joe posó la mirada sobre sus pezones, ella se agarró al bolso.
«Di algo, por favor», pensó para sus adentros. «No te quedes ahí mirando sin decir nada».
Él dio un paso adelante, y Demi trató de respi­rar con normalidad.
-¿Puedes devolverme mi chal, por favor?
-No -respondió él dejando la prenda sobre la barandilla-. Quiero mirarte más.
—Me estás poniendo nerviosa, Joe.
-Lo sé.
Él se acercó otro tanto, y Demi se estremeció.
-Relájate. Se supone que estamos a punto de convertirnos en amantes. No puedes dar un res­pingo cada vez que te toque.
Joe deslizó las manos por su cabello.
-¿Qué estás haciendo? -preguntó Demi, tra­tando de combatir un súbito mareo.
-Quitarte algunas horquillas -respondió él mientras enroscaba un mechón de rizos entre los dedos-. Mejor. Ahora estás perfecta.
Demi no podía imaginarse qué aspecto tendría con la mitad del recogido deshecho. Probable­mente, desaliñado. Como si acabara de levantarse de la cama.
Joe dio un paso atrás y le entregó su chal. To­maron el ascensor, y el trayecto hacia el primer piso pareció durar una eternidad.
-¿Crees que alguien habrá hecho el amor aquí alguna vez? -preguntó Joe.
-No creo. Quiero decir, seguro que no.
A sus hermanas no se les ocurriría hacer algo semejante. Por supuesto que no. Rita y María eran unas señoritas, igual que ella.
—Deberíamos fingirlo alguna vez —dijo Joe con cara de niño travieso-. Hacer como si lo estuviéra­mos haciendo aquí.
-Eso no tiene gracia.
Cuando se abrió la puerta del ascensor, Demi se bajó con los pezones tan duros como balas.
-Por cierto, tenemos que posar para el marido de Kerry. Nos va a hacer unas fotografías eróticas -comentó Joe como si tal cosa cuando se hubie­ron subido a su Corvette deportivo.
-¿Cómo dices? —preguntó Demi con voz aho­gada.

-El marido de Kerry es un artista, y está de acuerdo. Le vendrá bien la publicidad. Hemos acordado que nos hará algunas fotos sensuales, pero antes de que tenga la oportunidad de elegir cuál va a utilizar para pintar nuestro retrato, al­guien le robará las fotos de su estudio para vendér­selas a una revista -aseguró Joe sin quitar ojo de la carretera—. Seremos la comidilla de la ciudad.
-¿Fotos sensuales? -repitió Demi casi sin respira­ción-. ¿Por qué no me has hablado de esto antes?
-No quería contarte todo el plan de sopetón -se excusó él.
-No pienso hacerlo -aseguró Demi cruzándose de brazos-. De ningún modo pienso permitir que circulen por ahí ese tipo de fotografías mías. Y no pienso quitarme la ropa delante del marido de Kerry. Así que olvídalo.
-No estarás desnuda. Llevarás algo de lencería -aseguró Joe metiendo el coche en el aparca­miento del teatro-. No tienes elección, Demi. Tie­nes que hacerlo. Forma parte del escándalo. Toda la prensa se hará eco.
-No me importa. Me has engañado.
-Hice lo que tenía que hacer —respondió él colo­cándose en la fila de coches que querían entrar al parking-. Se supone que vamos a tener un romance apasionado, y que yo estoy obsesionado contigo, y por eso he encargado un retrato erótico tuyo.
-No sé si voy a ser capaz -aseguró Demi mor­diéndose el labio inferior—. ¿Cuándo se supone que es la sesión?

 -Dentro de dos días —contestó Joe sin poder apartar los ojos de su boca—. Para entonces, ya te­nemos que estar durmiendo juntos. O fingiéndolo -aclaró-. Yo debería acompañarte a tu aparta­mento después de la obra y quedarme allí algunas horas, para que parezca que no hemos podido re­sistirnos. ¿Te parece bien?
-Sí -respondió ella.
Sus ojos se encontraron entonces. Se escuchó el sonido de un claxon, y Joe cayó en la cuenta de que la cola había avanzado sin que él se diera cuenta. El conductor de atrás le hizo un gesto para que se moviera, urgiéndolo a prestar atención a algo que no fuera la hermosa mujer con la que es­taba planeando un falso romance.
Cuando Joe y ella atravesaron el enmoquetado vestíbulo del teatro, el estómago de Demi co­menzó a protestar, y eso que la noche acababa de empezar.
-Deja que te ayude con el chal -sugirió Joe in­clinándose hacia ella.
-De acuerdo -contestó Demi, consciente de que él esperaba que se quitara la única protección que tenía.
Él permaneció detrás mientras ella se lo sacaba. Demi sentía su respiración sobre la nuca, calentán­dosela. En cuanto terminó de quitarse el chal, sus pezones chocaron contra la suave tela del vestido.
-Estás preciosa.
Joe seguía detrás de ella, y en aquel instante le tocó la piel, deslizando suavemente un dedo por su espina dorsal.

Demi pensó que aquello formaba parte del juego, parte del escándalo público. Pero su caricia había sido real, igual que su reacción. Todas y cada una de las terminaciones nerviosas de su cuerpo parecieron cobrar vida, invadiéndola con unas sensaciones que ni siquiera sospechaba que tenía.
Joe la abrazó por detrás y la estrechó contra sí. El trasero de Demi se estrelló contra su cremallera, y él le mordisqueó el lóbulo de la oreja.

En el vestíbulo del teatro había cientos de per­sonas tomando una copa y disfrutando del cóctel que se estaba sirviendo antes del estreno. Y du­rante un buen rato, la boca y las manos de Joe parecían moverse por todo su cuerpo. Demi se dio cuenta de que tenía los dedos peligrosamente cerca de sus pezones.
-Tal vez deberíamos buscar nuestros asientos -musitó ella con las rodillas temblorosas.

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