viernes, 19 de octubre de 2012

Caperucita Y El Lobo Capitulo 5



—El señor Cadwick, por favor.
La delgadísima secretaria-modelo frunció sus labios, con la mirada burlándose de él como si fuera el plato principal de uno de esos buffets "Come todo lo que puedas"—. ¿Y usted es?
Joseph Jonas.
Ella se enderezó, con sus dilatados ojos marrones como los de una cierva—. Oh, se lo haré saber de inmediato, señor Jonas. —Sus delgadísimas cejas se fruncieron cuando echó un vistazo al librito de citas delante de ella—. Oh, vaya. Está… mmm, en una reunión. Puede que tarde unos minutos.

—Esperaré. —Joseph finalizó el intercambio de palabras con una brusca inclinación de cabeza y volvió a la lujosa sala de espera con asientos de cuero que había en la parte más alejada del exterior de la oficina. La oficina personal de Cadwick estaba situada en lo alto del edificio Cadwick Enterprises. Los pisos inferiores estaban ocupados con varias divisiones de su compañía, con varios miles de empleados ganándose el pan diario trabajando para Anthony Cadwick.
Asombroso.

Joseph se dio unos suaves golpecitos en la cara. Joseph no tuvo problemas para lograr el acceso a la exclusiva planta con la simple mención de su nombre. Si no sabias quién era Joseph Jonas, no estabas en tus cabales. Se sentó en uno de los sillones de cuero de alto respaldo. La habitación era como cualquier otra sala de espera, con los ficus y helechos indispensables, todos falsos, proporcionando unas gotas de color.

Tomó la revista Forbes de la mesita de café de oscura madera que había delante de él. Había otras dos revistas en la mesa, ambas de la misma publicación que sostenía. Echó una ojeada a la densa portada en la que Anthony Cadwick, con su cara de mediana edad, le sonreía abiertamente. Tenía letras mayúsculas roja impresas atravesando su frente—. El Top Veinte de las compañías para vigilar. Joseph resopló y se preguntó si por "vigilar" querían decir "sospechar".

Hojeó las páginas hasta encontrar el artículo principal. Cadwick se había ganado un artículo de dos páginas. Un bonito pedazo de publicidad gratuita. El muy gilipollas lo estaba haciendo bastante bien.
—Señor Jonas, el señor Cadwick puede verle ahora.
Joseph dirigió su mirada hasta la alta secretaria que estaba de pie junto a la mesita de café. Sus interminables piernas estaban disimuladas hasta las rodillas por un vestido azul y marrón medio transparente que dejaba demasiado expuesto de su inexistente escote y sus pálidos y largos brazos. Su cabello del color de las nueces colgaba en ondas unos centímetros por debajo de sus hombros. Observó su cara, la calma que había en ella. En absoluto era poco atractiva.

—Perdone mi falta de educación —dijo él—. No le he preguntado su nombre.
Los hombros de ella volvieron a su posición, y una sonrisa auténtica extendió sus mejillas. Sus dientes eran demasiado grandes, la sonrisa demasiado ancha, la cara demasiado grande. Era bastante normalita pero desde cierta distancia podía ser atractiva. El perfecto look runway.
Alicia. Alicia Sanders. Y puedo decir que es un honor conocerle, señor. Quiero decir que he visto su nombre en todas partes. En el Fortune 500 y en el Time and Newsweek y…
—Sí. Gracias, Alicia. Joseph se levantó, terminando con la conversación de esa fan. Sacó su tarjeta profesional del bolsillo del pecho de su chaqueta y la presionó en la palma de ella, estrechando su mano entre las suyas—. Ven aquí el lunes.
Veré que puedo hacer.
— ¿En serio? Quiero decir… gracias. De verdad. Hago algún trabajo como modelo y moriría por pillar un contrato con la agencia que posee su compañía.
—Lee la tarjeta, Alicia.
Ella le dio la vuelta a la tarjeta—. ¿Pero qué…? Es usted alucinante, señor Jonas.
Gracias, gracias.
—No te he entregado un contrato, Alicia, sólo te envío a conseguir uno. Joseph enderezó su corbata—. Esto es el CEO de Bad wolf Modeling. Él sabrá que la tarjeta proviene de mí. Llévala el lunes por la mañana. Prepárate, para cualquier cosa que quieran que hagas, sesión fotográfica, audición, entrevista…

—Puede apostarlo. Estaré allí, se lo aseguro. —Estaba literalmente dando saltitos, acunando la tarjeta como si fuera un ticket dorado de la fábrica de chocolate.
— ¿Alicia? ¿Podemos ir a ver al señor Cadwick ahora?
—Oh, vaya. Sí. —Se aclaró la garganta, todos los signos de la mareante fan habían desaparecido—. Por aquí, señor Jonas.
Las estrellas de rock tenían mujeres que les lanzaban las panties. Los hombres como Joseph conseguían currículos y tiros en la cabeza. Raramente garantizaba un empleo, pero siempre daba la oportunidad para conseguir trabajo. La Compañía Bad Wolf era dos veces más grande que Cadwick Enterprises y mucho más variada. Las ventajas eran muy buenas cuando abrían nuevos puestos, si alguien tenía las pelotas de pedírselo.

Alicia, que iba a la cabeza, abrió ambas puertas de madera gruesa de un empujón, sin duda por orden de Cadwick. Era mucho mejor dejarse ver de esa manera. Cuatro de las oficinas de fuera podían fácilmente caber en esta y tener además una habitación de repuesto. Cadwick estaba sentado en su escritorio, y tenía algo que recordaba a lo que podrías encontrar en el Despacho Oval, una pared de ventanas y una vista de la ciudad de Pittsburg como telón de fondo.
Agradable, si te gustaban ese tipo de cosas.
Jonas —dijo Cadwick, levantando la vista de algún documento como si hubiera sido pillado totalmente por sorpresa.
—Cadwick.

El exagerado hombre de negocios se puso de pie e hizo un esfuerzo por rodear el escritorio, tendiéndole la mano, para encontrarse con Joseph a medio camino. Sus manos se entrechocaron juntas como el acoplamiento de un tren, Cadwick añadió una masculina palmada en el brazo de Joseph.
— ¿Todavía tengo a mi secretaria?
Joseph ofreció la sonrisa obligatoria—. Lo veremos el lunes.
— ¡Lo sabía, lo sabía! —Cadwick devolvió la risita Cortés. Condujo a Joseph hasta las dos butacas de cuero que había frente a su escritorio—. ¿Qué puedo hacer por usted, viejo amigo?

La tensión ondeó a través de los hombros de Joseph y fue directamente a su espina dorsal. Viejo amigo. Joseph no se dignaría a contestar. Sonrió, se comió la irritación y esperó hasta que Cadwick se sentara en su sillón ergonómico al otro lado de su mesa—. Tengo algo de ganado viniendo en unos 18 meses —dijo Joseph—, Alces.
Una pareja de apareamiento. He pensado en ampliar la reserva.

Cadwick sacudió la cabeza, con una sonrisilla alargando su gruesa cara. Los codos apoyados en los brazos del sillón se reacomodaron poniendo las manos delante de él.
—Tú y esos animales. Tiene que... 350, 400 acres ya, ¿Y estás esperando añadir más? Dinero sobrante, ¿Eh?
Joseph se aclaró la garganta, y permitió que su disconformidad y su creciente irritación se mostraran en sus cejas fruncidas. Se movió en su asiento, apoyándose hacia delante.
—Word tu compañía y ha estado comprando, un buen trozo de tierra alrededor de mi lugar. Tierra que no estaba previamente a la venta.


La sonrisa de Cadwick no se agrandó mucho.
—Un buen hombre de negocios se crea sus propias oportunidades. ¿No era eso lo que nos decías?
Joseph suspiró. Algunas cosas no cambiaban nunca—. Estoy encantado de que encuentres mi clase tan… provechosa, Anthony. Sin embargo, no recuerdo haber enseñado extorsión, intimidación o repercusión política como parte del plan de un buen hombre de negocios.
Cadwick abrió las manos y se encogió de hombros—. Siempre dije que debería haber dado yo esas clases.
—Enseñé aquel curso de negocios en la universidad hace 24 años. La tuya fue mi última clase. Anda a pedir trabajo.

—Aquellos que pueden, lo hacen. Aquellos que no pueden…
Ummm, touché. —Una enorme tensión se formó retorcida a lo largo de los hombros de Joseph y lo traspasó en la parte baja de la espalda. Jugar a ser el chico bueno le iba a costar una fortuna en masajes chinos. El pasaje aéreo era escandaloso.
Joseph hizo un giro de cabeza sobre sus hombros. Los altos chasquidos y crujidos ayudaron a esconder el bajo gruñido vibrante de su pecho. Cadwick se irguió hacia delante, asentando sus antebrazos en su mesa.

—Hace 24 años y no pareces ni un día más viejo. ¿Cómo es eso, Jonas? Quiero decir, he pateado tu culo en los negocios de cada manera posible desde el domingo y tengo las canas grises para demostrarlo. Pero tú… juro por Dios que de hecho pareces jodidamente más joven.
Joseph sonrió, un rápido destello de sus dientes—. Vida sana.
Cadwick bufó, pero mantuvo la vista fija en Joseph, esperando. Después de unos embarazosos segundos, estuvo claro que no iba a haber una explicación más amplia.
—Eres un naipe, Lupo. Te daré eso. Deberías haber sido cómico.
A duras penas.
—Te voy a comprar la tierra que colinda con mi propiedad, Cadwick. Di tu precio.
Cadwick soltó una carcajada, y sus apagados ojos marrones se ensancharon—.
¿Lo dices en serio? Que diga mi precio, ¿Eh? Joder, tienes Pelotas.
— Del tamaño de cocos. Ahora, ¿Cuánto?
Cadwick levantó la mano, y levantó el dedo meñique, el anular y el corazón desviando la atención.

—Tres. Cuéntalos. Tres principales compañías lameculos tengo afiliadas. No puedes pujar por ellas por ti mismo. ¿Estás loco? Cadwick no tenía ni idea de cómo de grande era la compañía Bad Wolf. Nadie la tenía.
Joseph no había pasado los años adicionales que su sangre de hombre lobo le había proporcionado cazando conejos. Había mantenido sus posesiones como el iceberg del Titanic. Lo que la gente veía en la superficie era impresionante, pero la verdadera extensión de su poder permanecía por debajo, enterrada bajo océanos de compañías de marionetas y sucursales subsidiarias. Algunas de ellas eran casi imposibles de rastrear hasta la compañía principal.

—Tú me venderás a mí y me dejaras las propiedades de las tierras sobrantes. ¿Está claro?
Las oscuras cejas de Cadwick se fruncieron, y el humor sarcástico desapareció bajo el peso de las órdenes de Joseph—. Escucha, no tienes el tipo de músculos necesario para venir aquí e intentar avasallarme. Yo aplasto a gente como tú y los unto en tostadas para el desayuno. ¿Lo pillas?
El picante aroma a sudor flotaba en el aire desde el cuello del traje de Cadwick, su corazón repiqueteaba en varios latidos y una fibrosa vena morada se abultó a un lado del cuello hasta la sien. El boqueo de la emoción de su presa funcionó como Valium para Joseph. Le tenía. El conejo no lo sabía todavía, pero ya estaba muerto.

—Luchar o huir. —Dijo Joseph entrecerrando los ojos, disfrutando del aire empapado de adrenalina como un dulce brandy—. Luchar o huir. Escucha a tus instintos, Anthony. Corre. Esto no es una batalla que puedas ganar.
—¿De qué cojones estás hablando? ¿Huir de qué? —Cadwick estalló desde su asiento, pinchando a Joseph con su dedo atravesando su escritorio.
—¿Quieres lucha? La tendrás. Después de que consiga que la Señorita Lovato firme, voy a ir por ti.
Joseph permaneció en calma sin pestañear, entrelazando sus manos en su regazo—
. ¿Ester Hood? Ella es una amiga muy querida, pero me temo que no va a vender.
—Ah, ¿Sí? Pues su nieta sexy podría decir lo contrario. Me voy a apoderar de esa tierra, Jonas. En el plazo de dos años habrá cien hectáreas de centro comercial y concreto que rodearan tu santuario de animales de mierda. Y no hay una maldita cosa que puedas hacer para impedirlo.

Una chispa de duda se disparó por las venas de Joseph. No le gustó. DemiLovato era un cabo suelto, algo desconocido que no podía tolerar. En los papeles, era una responsabilidad, pero tenía que conocer a la mujer para saber con seguridad. ¿Cuáles eran sus prioridades? ¿Dónde estaban sus lealtades? No encontraría nada sentado en la oficina de Anthony Cadwick.

Un silencio que erizaba la piel se apoderó de la habitación. Joseph deslizó su mirada lentamente hasta Cadwick—. ¿Esta es tu decisión final sobre el asunto?
—Sí. Maldita sea, esa es.
— Muy bien. Con tu permiso—. Joseph se puso de pie y se dirigió a la puerta.
—Hey. ¿Eso es todo? ¿A dónde vas?
Joseph abrió la puerta del lado derecho y se detuvo para mirar hacia atrás sobre su hombro—. A prepararme para la batalla, por supuesto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario