jueves, 25 de octubre de 2012

Durmiedno Con Su Rival Capitulo 12



-Muy bien, nena.
Joe le acarició dulcemente la mejilla con el dorso de la mano, y, por un momento, Demi deseó que aquel afecto fuera real.
Joe Jonas era todo un actorazo. Llevaba la interpretación en la sangre, ya que su madre había sido actriz de Hollywood. Mientras buscaban sus butacas, Demi pensó que tal vez debería contarle que había alquilado una película en la que inter­venía su madre. La había visto tres veces, conmo­vida por la belleza de aquella mujer. Joe  había heredado sus pómulos, su natural sensualidad, su sonrisa seductora. Era, sin ningún género de du­das, hijo de Danielle Jonas.

Y luego estaba, por supuesto, su escandaloso ro­mance con Tara Shaw. Demi se imaginaba que ella también habría contribuido a moldear a Joe para convertirlo en lo que era.
Demi se giró para mirarlo y de pronto la asaltó un pensamiento. ¿Habría sido de verdad amante de Tara, o su relación había sido un truco publici­tario, un montaje para impulsar la carrera de la ya madura actriz? Conociendo a Joe, todo podía tratarse de una mentira.
Quince minutos más tarde, el teatro se había llenado. Cuando bajaron las luces y se abrió el te­lón, Demi se concentró en el escenario.
La primera escena dejó al público impresio­nado. Una mujer joven comenzó a desvestirse frente a un espejo. Cuando se quedó completa­mente desnuda, cerró los ojos y procedió a pelliz­carse suavemente los pezones mientras susurraba un nombre.
El escenario se llenó de humo y apareció un hombre. Demi se dio cuenta de que se trataba de una secuencia onírica, pero aquello no impidió que el hombre del sueño tomara entre sus brazos a la mujer de carne y hueso que tenía delante.
Y comenzara a besarla y a acariciarla.
Demi sabía que estaban actuando, pero aun así su interpretación la impresionó. Experimentó un calor entre las piernas mientras un escalofrío eró­tico le recorría la espina dorsal. Sentía lo que la actriz estaba sintiendo: fuego, deseo... el preludio del acto sexual.

Y cuando Joe se le acercó más, supo que a él también lo estaba excitando la escena.
De pronto, el escenario se oscureció. Ya no ha­bía luz: sólo los suspiros del acto amoroso, los su­surros de la pasión.
En la oscuridad, Joe comenzó a acariciar el brazo desnudo de Demi, la plenitud de su seno...
Ella giró la cabeza y él la besó.
Apasionadamente.
Tan apasionadamente que Demi estuvo a punto de quedarse sin respiración.
La actriz estaba alcanzando el orgasmo, y emi­tía pequeños gemidos. Las luces se encendían y se apagaban intermitentemente, mostrando rápidas imágenes de los actores desnudos, pero Joe se­guía besando a Demi, hundiendo las manos en su cabello para atraerla más hacia sí.

La lengua de Joe se introdujo con fuerza en su boca, exigiendo, insistiendo, provocando en Demi un deseo enloquecido, convirtiéndola en parte misma de su ser.
Abrumada por el placer, Demi lo besó a su vez, descubriendo un deleite tan sabroso y prohibido que quería más y más.
Al instante siguiente, el escenario volvió a ilu­minarse y la mujer estaba de nuevo sola.
Demi se apartó y miró fijamente a Joe. Ob­servó su rostro entre las sombras, y supo que era el hombre de sus sueños. Su fantasía. El actor que desaparecería cuando su escándalo terminara.
Que el cielo la ayudara. Estaba atrapada en un romance tórrido que ni siquiera era ,real.

Joe contempló a través del ventanal del salón de Demi el North End de Boston. Acababan de re­gresar del teatro, y le estaba resultando difícil re­cuperar el control de sus emociones.
-¿Qué deberíamos hacer ahora? -preguntó Demi.
«Besarnos», pensó él. «Acariciarnos. Hacer el amor». De pronto, Joe deseaba que aquel ro­mance fuera real. Quería acostarse con Demi, te­ner una aventura apasionada y salvaje con la prin­cesa de hielo y volverla loca.
-Nada -dijo Joe-. No tenemos que hacer nada.
-¿Quieres que prepare una infusión? Es tarde, así que podríamos tomarnos una manzanilla, por ejemplo.
Joe se dio la vuelta para mirarla. Seguía lle­vando aquel vestido blanco que mostraba su es­palda desnuda. Se habían besado una y otra vez durante la representación y durante el interme­dio, haciendo todo un escándalo público. ¿Y a Demi sólo se le ocurría ofrecerle una infusión?
-Se supone que deberíamos estar revoleándo­nos como locos, Demi, matándonos de pasión.
-No pagues conmigo tu frustración sexual -res­pondió ella sonrojándose.
Joe le sostuvo la mirada. Sabía que su boca sa­bía tan dulce como parecía, y, de algún modo, aquello sólo sirvió para enfadarlo aún más.

 -¿Por qué no? Tú la has provocado.
 -Y tú eres un hombre rudo y sin sentimientos.
 ¿Sin sentimientos? Joe la deseaba. La deseaba tanto que apenas podía respirar.
-Tengo muchos sentimientos.
 «Demasiados», pensó para sí.
-Esto tampoco es fácil para mí —aseguró Demi pasándose la mano por los rizos-. Me siento atra­ída por ti, Joe. Pero no voy a acostarme contigo. No pienso convertir esto en un romance de ver­dad.
-¿Y quién te ha dicho que eso es lo que yo busco? -respondió él a la defensiva, metiéndose las manos en los bolsillos.
-Nadie, pero pensé que tomar una infusión nos tranquilizaría, mantendría nuestra mente ocu­pada -dijo Demi clavando la vista en el suelo-. Pero tal vez deberías irte a casa.

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