martes, 23 de octubre de 2012

Durmiendo Con Su Rival Capitulo 8



Dos días más tarde, Demi entró por la puerta del impresionante edificio que albergaba la em­presa Jonas Marketing, una agencia global de publicidad, relaciones públicas y marketing.
Joe la había llamado por la mañana, solici­tando una reunión. Demi había tratado de conven­cerlo para que acudiera él a su despacho, pero se había negado. Por alguna inexplicable razón, que­ría que ella se acercara a sus dominios.
Demi sospechaba que él había ideado el escán­dalo y pretendía hacerle algún tipo de presenta­ción del mismo.
Llamó al botón del ascensor principal y, una vez dentro, pulsó la tecla correspondiente y dejó escapar un suspiro nervioso. No se sentía cómoda volviendo a ver a Joe, especialmente después de aquella cena «de trabajo» tan extraña.
Se habían pasado media noche mirándose fija­mente el uno al otro como dos adolescentes ávi­dos de sexo en su primera cita. Demi había odiado cada minuto de aquel sentimiento de arrobo, y ha­bía tratado de luchar contra él durante toda la cena. Pero la comida se fundía en su boca como un no deseado afrodisíaco, y Joe no había dejado de sonreírle ni de bromear con ella con aquella manera suya tan particular, lo que había servido únicamente para ponerla más nerviosa.

El ascensor se detuvo en el sexto piso, y Demi se bajó, tratando de contenerla ansiedad. Se estiró la chaqueta y se dijo a sí misma que tenía que relajarse. No pensaba permitir que Joe la mirara del mismo modo que lo había hecho en el restau­rante. Aquel día se había puesto un traje de cha­queta marrón, jersey de cuello vuelto y botas clási­cas. Sin contar con la cara y las manos, llevaba todo el cuerpo cubierto. Era imposible que aquel atuendo lo excitara.
Dispuesta a librar batalla, Demi entró en la ofi­cina, y se quedó parada observando la inmensa área de recepción. Había antigüedades de todos los rincones del mundo, mezcladas con obras de arte moderno. Ella supo al instante que Joe ha­bía trabajado codo a codo con el decorador.
-¿Es usted Demi Lovato? -le preguntó una jo­ven elegante acercándose con la mano exten­dida-. Soy Kerry Landau, la asistente de Joe.
-Encantada de conocerla.

Cuando Demi se dio la vuelta para saludar a la joven vio a Joe. Había aparecido de la nada, y es­taba apoyado en el marco de la puerta de su des­pacho con la cabeza levemente ladeada.
-Está aquí la señorita Lovato -anunció Kerry.
-Ya lo veo.
Joe deslizó la mirada sobre el cuerpo cuidado­samente cubierto de Demi, y ella se sintió de pronto tan desnuda como una estatua. E igual de vulnerable.
-¿Estás lista? -preguntó él.
¿Para entrar en la guarida privada del lobo? No, no estaba en absoluto preparada.
-Por supuesto.
-Bien.

Joe la acompañó por un pequeño pasillo bien iluminado hasta su despacho. Le ofreció asiento en una zona elegante y sin embargo confortable. No había escatimado recursos para decorar sus dominios, y Demi sospechó que su familia sería tan rica como la suya propia. Pero allí acababan sus si­militudes.
Joe era hijo único. El príncipe, el heredero del trono Jonas. Por su parte, Demi luchaba contra su posición de hija mediana, aquella a la que los padres casi no veían, aquella que tenía que trabajar el doble para que se fijaran en ella.
-Bueno -dijo Demi removiendo el té que Joe acababa de servirle en una taza de plata-. ¿Cuál es el motivo de esta reunión? ¿Has ideado ya algún escándalo?
-Sí.
-¿Y? -preguntó ella tras dar un sorbo delicado.
-Creo que tú y yo deberíamos tener una aven­tura.
Demi estuvo a punto de derramar el té, y Joe soltó una carcajada.
-No una aventura de verdad -aclaró.
-A ver si lo he entendido -dijo ella colocando la taza sobre la mesa mientras trataba de aparentar tranquilidad-. ¿Estás sugiriendo que finjamos un romance?
-Eso es. Un romance apasionado y una ruptura sonada.

-No puedes estar hablando en serio -dijo ella soltando el aire con fuerza.
-Claro que sí. Tu familia ya ha sido blanco de la prensa sensacionalista, así que tú atraerás mucha atención. Y yo también, teniendo en cuenta que ya he estado en el ojo del huracán.
Así era, había sido el blanco de todas las mira­das por su relación con una estrella de cine.
-Hazme caso. Funcionará. Imagínate los titula­res: 

«El príncipe de las relaciones públicas derrite a la princesa del helado». Será todo un éxito.
-Pero si ni siquiera nos caemos bien... -objetó ella sacudiendo la cabeza.
-¿Y qué? Esto es un montaje. Tres semanas de citas románticas, luego una ruptura pública y sal­dré de tu vida -dijo Joe mientras se quitaba la chaqueta y se aflojaba la corbata-. Cuando salte­mos a la prensa, ya nadie se acordará de la pimienta en el helado ni de las maldiciones de fami­lia. Vamos, no tienes nada que perder -aseguró él mirándola directamente a los ojos.
«Sólo la cabeza», pensó ella.
—Entre nosotros hay mucha química, Demi.
Joe se acercó al sillón en el que ella estaba sen­tada y la tomó de la mano. Cuando sus dedos se rozaron, Demi sintió una descarga eléctrica que le recorrió el brazo.
-No puedes negarlo. Sé que la sientes.
Joe se llevó su mano a la boca y le rozó los nu­dillos con los labios. Luego, bromeando, le dio un breve mordisco.
Demi notó cómo se le calentaba la sangre desde la cabeza hasta los pies. Sintió un golpe de calor entre las piernas, y los pezones se le pusieron du­ros.
Pero cuando él le dedicó una de sus sonrisas lentas y sensuales, ella retiró la mano.
Por supuesto, Joe tenía razón. Aquel montaje podía funcionar. La prensa sensacionalista se ali­mentaría de aquella tensión sexual que él preten­día crear. Las revistas se dedicarían a escarbar en su aventura en lugar de arrojar basura sobre Lovato.
-Entonces, ¿qué me dices? -preguntó Joe.
 «Sí. No. Tal vez», pensó Demi. La cabeza le daba vueltas y tenía el corazón acelerado.
 -No sé. Yo...

-Oye, si lo que te preocupa es tu imagen, relá­jate. Ya he pensado en ello.
-¿De qué estás hablando? -preguntó ella parpa­deando.
-De ese modo de ser tuyo tan estirado -respon­dió Joe acercándose hasta el mueble bar-. Sabes tan bien como yo que no sirve, Demi. Te hace pa­recer antipática.
-¿De veras? -preguntó ella mirándolo molesta.
-Sí —aseguró él abriendo una lata de soda y dando un gran trago-. Pero ya me he enfrentado a casos pa­recidos con anterioridad. Soy el tipo adecuado para proporcionarte una imagen que cautivará a los me­dios de comunicación, seducirá al público y hará que los hombres caigan rendidos a tus pies.
-No necesito que organices mi vida personal -replicó Demi ofendida, levantando la barbilla.
-No es eso -aseguró Joe colocando la lata so­bre la mesa—. Tienes mucha sensualidad, pero no sabes cómo utilizarla.

-¿Y crees que una relación falsa contigo me convertirá en una mujer fatal?
-Puedes estar segura de ello -respondió él con su característica sonrisa.
-Vete al diablo, Joe.-Vamos, no te pongas así. Esto es sólo trabajo.
En aquel momento, a Demi no le importaba. Negándose a escuchar una palabra más de su dis­curso de asesor, se puso en pie y se dirigió hacia la puerta, dejando a Joe maldiciendo a su espalda.
El salón comunitario de la casa de piedra era cómodo y al mismo tiempo elegante. Estaba deco­rado con plantas de grandes hojas, muebles de co­lor marrón y un buen número de cojines azul claro. Pero la atmósfera familiar no sirvió para me­jorar el humor de Demi.

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