Demi esperó a
que Joe respondiera,
pero él se limitó a quedarse allí sentado mirándola fijamente.
-¿Y bien? -preguntó ella finalmente,
incapaz de seguir manteniéndole la mirada.
Jo parpadeó por fin, y los iris de sus ojos se llenaron de chispas de color
ámbar.
-¿Qué quiere que le diga?
Entonces yo sólo tenía veintidós años.
¿Y eso qué significaba? ¿Que
se había enamorado de verdad, o que era demasiado joven y demasiado salvaje
como para controlar sus deseos sexuales?
-¿Cómo va usted a limpiar la
reputación de Lovato
cuando la suya propia no está lo que se dice impoluta? -insistió Demi, negándose a dejar escapar el
tema.
-Estoy más que cualificado
para sacar a Lovato de
este lío -aseguró Joe estirando
los hombros.
-Y yo también —respondió ella,
aunque era consciente de que en parte había sido culpa suya.
- ¿De veras?
Joe se colocó el maletín sobre el
regazo y lo abrió. Con un rápido movimiento de muñeca colocó un fajo de
periódicos sensacionalistas sobre el escritorio de Demi.
Los titulares le atravesaron
el pecho como un mazazo.
Una maldición misteriosa
destruye el imperio del helado.
La mafia actúa en Boston.
¿Conseguirán sobrevivir los Lovato, de origen siciliano?
Fruta de la pasión contra
pasión mortal. ¿Quién ha intentado asesinar a un hombre inocente?
-Ya los he leído -se defendió Demi-. Y no son más que mentiras.
Esa maldición es una tontería, mi familia no tiene ninguna relación con la
mafia, y el hombre que sufrió una reacción alérgica a la pimienta se recuperó
sin ninguna secuela.
-Tal vez, pero no basta con
negar los hechos. ¿Qué plan tiene usted para defenderse de la mala prensa,
señorita Lovato? Ese es un trabajo muy arduo.
Demi apartó los periódicos y su
úlcera pareció cobrar vida, produciéndole un dolor intenso que le resultaba
familiar.
-Tengo pensado organizar un
concurso -respondió-. Algo que atraiga el interés del público.
-¿Un concurso de qué tipo?
¿Para elegir el nombre de la maldición?
-Se trataría de crear un nuevo
sabor de helado -dijo Demi mirándolo
con los ojos entornados-. Lovato invitará al público a crear un sabor que remplace
a la fruta de la pasión. El ganador del concurso y el nuevo sabor atraerán la
atención de la prensa.
Joe permaneció sentado en
silencio, valorando su idea.
-Es una estupenda herramienta
de marketing-dijo finalmente-, pero es demasiado pronto para organizar un
concurso. Primero necesitamos algo más jugoso. Un gran escándalo, algo que le
haga olvidar a la prensa el desastre de la pimienta.
-Y supongo que usted ya ha
pensado en el escándalo perfecto.
-Para ser sincero, todavía no
-confesó Joe pasándose la mano por un
mechón rebelde-. Pero cuando lo encuentre, usted será la primera en saberlo.
-No me gusta la idea -le dijo
Demi-. Lo único que haremos será
reemplazar una sarta de mentiras por otra
mentira. No me parece bien.
-Pues lo
siento. Es la única manera. Créame, ya me he visto en esta situación otras
veces -aseguró él agarrando uno de los periódicos-. Y dígame, ¿de qué va ese
asunto de la maldición?
-¿No se supone que ya debería
estar al tanto? -inquirió Demi, llevándose la mano al estómago para tratar de calmar el dolor.
—Quiero escucharlo de su boca,
conocer su punto de vista.
-Ya le he dicho que es una
tontería -respondió ella levantándose del asiento y dirigiéndose hacia el
mueble bar-. ¿Quiere beber algo?
Joe negó con la cabeza, y Demi se sirvió un vaso de leche.
-Es bueno para el cuerpo
—comentó ella al observar que Joe miraba la leche con curiosidad.
-Eso parece —respondió él
deslizando la mirada por sus curvas con masculina aprobación.
«No me mires así», pensó Demi
para sus adentros. «No coquetees conmigo. No me mires con esos ojos de cama».
Pero Joe lo hizo. La miró. Muy de
cerca. Del mismo modo en que la había mirado en su sueño, unos segundos antes
de desnudarla.
Ninguno de los dos habló. Se
quedaron mirándose fijamente el uno al otro, atrapados en uno de esos extraños
y sensuales momentos.
Joe desvió por fin la vista y
ella se llevó el vaso de leche a los labios, permitiendo que el líquido blanco
se deslizara suavemente por su garganta.
-La maldición —le recordó Joe con voz un tanto ronca.
Demi tomó asiento y trató de
recuperar su habitual compostura. No pudo evitar pensar que aquella atracción
imposible sí que era una maldición.
-Todo empezó con mi abuelo
-comenzó a decir-. Dejó plantada a una chica que quería casarse con él, y en
su lugar se fugó para casarse en secreto con mi abuela el día de San Valentín.
Entonces, la otra chica lanzó una maldición contra ellos y sus descendientes.
Juró que la desgracia caería sobre ellos el día de su aniversario, convirtiendo
San Valentín en una fecha terrible.
-Entonces, ¿por qué eligió
usted el catorce de febrero para presentar la fruta de la pasión? —Preguntó Joe—. Me parece un poco
arriesgado.
-Porque estaba decidida a
demostrar que la maldición no existía. Además, un sabor llamado «fruta de la
pasión» era una buena promoción para el día de San Valentín -aseguró Demi antes de darle otro sorbo a
su leche-. O así debió haber sido.
-Me ha mentido, señorita Lovato —dijo Joe guardando los periódicos en
su maletín-. Usted no piensa que la maldición sea una
tontería. Ahora cree en ella.
-No soy una mujer
supersticiosa, pero debí haber sido más cauta -se defendió Demi tratando de disimular su
sentimiento de culpabilidad—. A lo largo de los años han ocurrido hechos
desafortunados en mi familia el día de San Valentín, pero siempre me
parecieron coincidencias.
-No se preocupe por eso
-aseguró Joe-. Yo repararé el daño.
-No, yo lo haré -respondió Demi.
Él se encogió de hombros y le
dedicó una de esas sonrisas lentas y sensuales suyas, que la hizo recordar que
había soñado con él.
Cuando Joe se levantó para marcharse, Demi escuchó un imprevisto golpe de
lluvia azotando las ventanas que tenía a su espalda.
Una lluvia fresca, dura y
masculina.
En cuanto Joe se hubo marchado, Demi fue derecha al despacho de su
hermano. Nicholas ostentaba el prestigioso cargo de director general de Helados
Lovato.
-Quiero que despidas a Joe Jonas -le espetó nada más entrar.
Nicholas, que estaba sentado tras su
escritorio, estiró sus anchos hombros y la miró como el poderoso hombre de
negocios que era.
-¿Por qué?
«Porque he soñado con él»,
deseaba decirle. «Porque ha invadido mi cama y mi cabeza».
-Porque le va a causar a esta
empresa más daño que beneficio.
-¿Cómo es eso?
-Está pensando en inventarse
un gran escándalo para despistar a la prensa.
-A eso es a lo que se dedica, Demi. Es asesor, y además, de los
mejores. Él confía en sus instintos.
-¿Y qué pasa con mis instintos?
-Tú eres una mujer inteligente y muy capaz,
pero él es un experto en esta materia.
Demi se sentó frente a su hermano y
agarró una goma de borrar de su escritorio, deseando poder lanzársela. Él era
ocho años mayor, y siempre la había tratado como a una niña. Solía llamarla
«pelo de espagueti» porque se le escapaban los rizos de la coleta como
espirales de pasta.
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